EVANGELIO
PARA EL CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO
Juan
1:19-28
“Este es el testimonio de Juan, cuando los
judíos enviaron de Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle: —¿Quién eres
tú? Él confesó y no negó. Confesó: —Yo no soy el Cristo. Y le preguntaron:
—¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías? Dijo: —No soy. —¿Eres tú el Profeta? Y respondió:
—No. Entonces le dijeron: —¿Quién eres? Tenemos que dar respuesta a los que nos
enviaron. ¿Qué dices de ti mismo? Dijo: —Yo soy “la voz de uno que clama en el
desierto: Enderezad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías. Los que habían
sido enviados eran de los fariseos. Y le preguntaron diciendo: —¿Por qué, pues,
bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el Profeta? Juan les respondió
diciendo: —Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien
vosotros no conocéis. Este es el que viene después de mí, quien es antes de mí,
del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado. Estas cosas
sucedieron en Betábara, al otro lado del Jordán,
donde Juan estaba bautizando.” (Juan 1.19–28)
1. El
evangelista describe y magnifica el testimonio de Juan con muchas palabras.
Aunque hubiera sido suficiente si hubiera escrito sobre Juan: “Confesó”, lo
repite una vez más y dice: “No negó, sino que confesó”. Sin duda alaba la
hermosa firmeza de Juan en una gran tentación, cuando fue tentado a cometer una
gran apostasía de la verdad. Y ahora considera las circunstancias particulares.
2. En
primer lugar, los que le han sido enviados no son sirvientes ni ciudadanos comunes,
sino sacerdotes y levitas de la clase más alta y noble, que eran fariseos, es
decir, los líderes del pueblo. Esa fue una embajada distinguida para un hombre
tan común, que justamente podría haberse sentido feliz y altivo ante tal honor,
ya que el favor de los señores y príncipes es muy estimado en este mundo.
3. En
segundo lugar, no le enviaron a la gente común, sino a los ciudadanos de
Jerusalén (la capital), al Sanedrín y a los líderes de la nación judía. Así que
fue como si todo el pueblo viniera y lo honrara. ¡Qué viento era ese y cómo se
inflaría, si se encontrara con un corazón vano y mundano!
4. En
tercer lugar, no le ofrecen una gloria presente ni ordinaria, sino la gloria más
alta de todas, el reino y toda autoridad: están dispuestos a aceptarlo como el
Cristo. ¡Esa es una tentación alta y dulce! Porque si no se hubiera dado cuenta
de que querían considerarlo como el Cristo, no habría dicho: “Yo no soy el
Cristo”. Y Lucas también escribe que, cuando todos pensaban que era el Cristo,
Juan habló: “No soy quien vosotros creéis que soy, sino que soy enviado delante
de él” (vea Lucas 3:15-16).
5. Cuarto,
cuando no quiso este honor, lo tentaron con otro y estuvieron dispuestos a
tomarlo por Elías. Porque tenían una profecía de Malaquías, donde Dios dice: “He
aquí que os enviaré al profeta Elías antes que venga el día grande y terrible
del Señor. Él hará volver el corazón de los padres hacia sus hijos y el corazón
de los hijos hacia sus padres, no sea que yo venga y castigue la tierra con maldición”
(Malaquías 4:5-6).
6. Quinto,
cuando no quiere ser Elías, lo siguen tentando y le ofrecen el honor común de
un profeta, porque desde Malaquías no habían tenido un profeta. Juan, sin
embargo, permanece firme e inquebrantable, aunque tentado por tanto honor llamando
a la puerta.
7. Sexto y
último, como no conocían más honores, le dejaron elegir a quién o como deseaba
que se le considerase, pues deseaban mucho honrarlo. Pero Juan no quiere su
honor y no contesta más de que es una voz que les llama a ellos y a todo el
mundo. A esto no le prestan atención. Lo que todo esto significa lo
escucharemos más adelante. Examinemos ahora el texto.
Este es
el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas de
Jerusalén para preguntarle: “¿Quién eres tú?”
8. Le
enviaron gente; ¿por qué no vinieron ellos mismos? Juan había venido a predicar
el arrepentimiento a cada uno de los judíos. No prestaron atención a esta
predicación. Está claro, por tanto, que no le enviaron con buenas y puras
intenciones, ofreciéndole tal honor. Tampoco creían de corazón que fuera Cristo
o Elías o un profeta; de lo contrario, ellos mismos habrían venido a ser
bautizados, al igual que los demás. ¿Qué buscaban entonces de él? Cristo
explica esto: “Vosotros
enviasteis mensajeros a Juan, y él dio testimonio de la verdad. Él era antorcha que ardía y alumbraba, y vosotros quisisteis regocijaros
por un tiempo en su luz.”
(Juan 5:33, 35). De estas palabras se desprende que buscaban su propio honor en
Juan, deseando hacer uso de su luz, es decir, de su nombre tan famoso, para
adornarse ante el pueblo.
Porque si
Juan se hubiera unido a ellos y hubiera aceptado la honra que le ofrecían,
ellos también se habrían vuelto grandes y gloriosos ante todo el pueblo, como
dignos de la amistad y el honor de un hombre tan santo y grande. Pero al
hacerlo, ¿no se habría confirmado toda su avaricia, tiranía y maldad como algo
puramente santo y precioso? Así, Juan con su santidad se habría convertido en
la mayor tapadera posible para su deshonra; y la venida de Cristo habría sido
justamente considerada con sospecha, como opuesta a las acciones de los
sacerdotes y tiranos, con los que Juan, este hombre tan grande y santo, habría
tomado partido.
9. Así
vemos qué maldad practican y cómo tientan a Juan para que niegue a Cristo y se
convierta en un Judas Iscariote, para que justifique su vicio y comparta su
honor y popularidad. ¿No son ellos finos operadores, que buscan traer el honor
de Juan para ellos mismos? Le ofrecen una manzana por un reino y cambiarían
fichas por monedas. Pero él se mantuvo firme, como sigue:
Confesó,
y no lo negó, sino que confesó: “No soy Cristo”.
10. La
confesión de Juan tiene dos partes: primero, confiesa, y segundo, no niega. Su
confesión es su confesión sobre Cristo, cuando dice, “Yo no soy el Cristo”. A
esta misma confesión pertenece también su confesión de que no es Elías ni un
profeta. No niega su admisión de que dice lo que es: es la voz en el desierto,
que con su clamor prepara el camino del Señor. Por lo tanto, su confesión es
una confesión libre, que no solo confiesa lo que no es, sino también lo que es.
La parte de la confesión en la que alguien confiesa lo que no es, es todavía
oscura e incompleta, ya que no se puede saber lo que realmente se debe pensar
de él. Pero aquí Juan dice abiertamente lo que se debe pensar de él, y lo que
no; lo hace seguro cuando confiesa que no es el Cristo y no niega que él es la
voz antes de su venida.
11. Sin
embargo, alguien podría decir: El evangelista invierte sus palabras en el
sentido de que lo llama una confesión cuando Juan dice que no es el Cristo, lo
que es más bien una negación, ya que niega que sea el Cristo. Decir no es
negar, y los judíos quieren que confiese que es el Cristo, lo cual niega; sin
embargo, el evangelista dice que confesó. Y de nuevo, es mucho más una
confesión cuando dice, “Yo soy la voz en el desierto”. Pero el evangelista
considera este asunto y lo describe como es ante Dios, y no como las palabras
suenan a los hombres. Porque están ocupados con él negando ser Cristo y no
confesando lo que era. Pero como se mantiene firme y confiesa lo que es y no
es, su acto es una preciosa confesión ante Dios y no una negación.
Y le
preguntaron: “¿Y entonces qué? ¿Eres Elías?” Dijo: “No lo soy”.
12. Como se
dijo anteriormente, los judíos tenían una profecía de que Elías vendría antes
del día del Señor (Malaquías 4:5). Por lo tanto, entre los cristianos también
existe la creencia de que Elías vendrá antes del Día Final. Algunos añaden a
Enoc; otros, a Juan el evangelista. Así que diremos un poco sobre esto.
13. En
primer lugar, todo depende de si el profeta Malaquías está hablando de la
segunda venida del Señor en el Día Final o de la primera venida en la carne y a
través del evangelio. Si está hablando del Día Postrero, entonces debemos
esperar a Elías, porque Dios no miente. La llegada de Enoc y Juan, sin embargo,
no tiene fundamento en la Escritura y por lo tanto debe ser considerada como una
fábula y una tontería. Pero si está hablando de la venida de Cristo en la carne
y por medio de la palabra, entonces no se puede esperar a otro Elías, sino que
Juan es el mismo Elías anunciado por Malaquías.
14. Soy de
la opinión de que Malaquías no habló de otro Elías que Juan, y que Elías el tisbita, que subió al cielo con el carro de fuego (vea 2
Reyes 2:11), no debe en absoluto esperarse. Me obligan especialmente a esta
opinión las palabras del ángel Gabriel, que dice al padre de Juan, Zacarías: “Irá
delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver el corazón
de los padres a los hijos y de los incrédulos a la prudencia de los justos”
(Lucas 1:17). Con estas palabras vemos que el ángel señala la profecía de
Malaquías y cita las mismas palabras del profeta, que también dice que Elías
debe convertir el corazón de los padres a los hijos, como se ha citado
anteriormente. Si hubiera otro Elías profetizado por Malaquías, sin duda el
ángel no habría señalado a Juan. “Así hizo lo mismo con la Virgen María y le
aplicó las palabras: “La virgen está embarazada y dará a luz un hijo” (Isaías
7:14). Gabriel aplicó estas palabras a María y dijo: “He aquí que concebirás en
tu vientre y darás a luz un hijo” (Lucas 1:31).
15.
Segundo, los propios judíos siempre entendieron que Malaquías hablaba de la
venida de Cristo en carne y hueso. Por eso, aquí le preguntan a Juan si él es
el Elías que vendrá antes de Cristo. Pero se equivocaron al pensar en el Elías
original y corporal. Porque, aunque el texto requiere que Elías venga primero,
no requiere que sea el antiguo Elías. Malaquías no dice que Elías el tisbita ha de venir, como lo llama la Escritura (1 Reyes
17:1; 2 Reyes 1:3, 8), sino simplemente Elías, un profeta. El ángel Gabriel
explica esto como “en el espíritu y el poder de Elías” (Lucas 1:17), como para
decir que será un verdadero Elías. De la misma manera que ahora decimos en alemán
de uno que es y actúa como otro que es verdaderamente ese otro, como cuando
digo: el Papa es un verdadero Caifás, o Juan Hus es
un verdadero Pablo. Así, a través de Malaquías, Dios promete a uno que será un
verdadero Elías; pero ese es Juan.
16. Sin embargo,
no creería la interpretación de los judíos solamente, si Cristo no lo hubiera
confirmado. Cuando los discípulos vieron a Elías y Moisés en el Monte Tabor,
dijeron al Señor: “Entonces, ¿por qué dicen los escribas que Elías debe venir
antes?” (Mateo 17:10). Es como si dijeran: “Ya has venido, y Elías no vino
antes, sino solo ahora, después de que tú apareciste; y sin embargo dicen que
debe venir antes”. Cristo no rechazó este entendimiento, sino que lo confirmó y
dijo: “Elías vendrá, y restaurará todas las cosas. Pero os digo que Elías ya vino,
y no lo conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron”. Mateo
explica: “Entonces los discípulos comprendieron que les había hablado de Juan
el Bautista” (Mateo 17:11-13). Marcos añade: “Os digo que Elías ya vino, y le
hicieron todo lo que quisieron, como está escrito de él” (Marcos 9:13).
17. Ahora
bien, no hay otra profecía sobre la venida de Elías que la de Malaquías, y
Cristo la aplica a Juan. Y si alguien sugiere que Cristo dice, “Elías a la
verdad vendrá, y restaurará todas las cosas”, no prueba nada, porque él mismo
lo explica con las siguientes palabras: “Pero os digo que Elías ya vino”, etc.
Quiere decir: “Lo que han oído de Elías, que viene y restaurará todas las
cosas, es correcto y verdadero, pues así está escrito y debe suceder. Pero no
saben de qué Elías se dice esto, porque ya vino”. Con estas palabras, por lo
tanto, Cristo confirma las Escrituras y la interpretación acerca del Elías que
viene, pero rechaza la falsa interpretación relativa a un Elías que no sea
Juan.
18. Pero
Cristo afirma con más fuerza que no vendrá ningún otro Elías cuando dice: “‘Todos
los profetas y la Ley profetizaron hasta Juan, y si queréis recibirlo, él es aquel
Elías que había de venir’. El que tiene oídos para oír, oiga” (Mateo 11:13-15).
Aquí se deja claro que solo un Elías iba a venir. Si hubiera habido otro, no
habría dicho, “Juan es el Elías que va a venir”, sino que habría tenido que
decir, “Juan es uno de los Elías”, o simplemente: “Él es Elías”. Pero al llamar
a Juan ese Elías que todo el mundo espera, que sin duda fue anunciado que vendría,
deja suficientemente claro que la profecía de Malaquías se cumple en Juan y que
después de esto no se espera ningún otro Elías.
19. Por lo
tanto, insistimos en que la última predicación antes del Día Postrero es el evangelio,
por medio del cual Cristo ha venido a todo el mundo; antes de esta predicación
y advenimiento de Cristo, Juan vino y preparó el camino. También todos los
profetas y la Ley profetizan hasta Juan; no está permitido, entonces, que
alguien los extienda más allá de Juan a otro Elías que está por venir. Por lo
tanto, la profecía de Malaquías también debe ajustarse al tiempo de Juan.
Porque al aplicar todos los profetas al tiempo de Juan, no deja pasar a ninguno
de ellos. Y así concluimos con certeza que ningún otro Elías vendrá, sino que
el evangelio perdurará hasta el fin del mundo.
“¿Eres
el profeta?” Y él respondió: “No”.
20. Aquí
algunos piensan que los judíos preguntaron por ese profeta del que Moisés
escribe: “Levantaré un profeta como tú de entre sus hermanos”, etc.
(Deuteronomio 18:18). Pero Pedro (Hechos 3:22) y Esteban (Hechos 7:37) aplican
este pasaje a Cristo mismo, que es la interpretación correcta. Los judíos
también identificaron a este profeta, como Moisés, como alguien que está superior
a Elías. Por lo tanto, entendieron que era Cristo y preguntaron a Juan si era
un profeta común, como los demás, ya que no era ni Cristo ni Elías. Porque no
habían tenido ningún profeta desde los días de Malaquías, que fue el último y
concluyó el Antiguo Testamento con la mencionada profecía sobre la venida de
Elías. Por lo tanto, Juan es el más cercano y el primero después de Malaquías,
quien al terminar su libro lo señala. Así que preguntaron si era uno de los
profetas, como también Cristo dice de él: “¿Qué salisteis a ver? ¿Un profeta?
Sí, les digo, que es también más que un profeta” (Mateo 11:9). Y Mateo escribe:
“Todos consideraban a Juan como un profeta” (Mateo 21:26).
21. Ahora
surge la pregunta: ¿Cómo confesó Juan la verdad cuando negó que era Elías o un
profeta, y sin embargo Cristo mismo lo llamó Elías y más que profeta? ¿No sabía
él mismo que había venido con el espíritu y el poder de Elías y que las
Escrituras lo llamaban Elías? Si alguien dice que no se confesó como profeta
porque era más que un profeta, eso es simplemente vergonzoso, como si quisiera
exaltarse y alabarse a sí mismo. Por lo tanto, hay que sostener que con toda
sencillez confesó la verdad, es decir, que no era el Elías por quien
preguntaron ni un profeta. Porque los profetas comúnmente guiaban y enseñaban
al pueblo, que buscaba consejo y ayuda de ellos. Juan no era esa clase de
profeta y no quería serlo, porque el Señor estaba presente, y ellos debían
aferrarse a él y seguirlo. Por lo tanto, no quería atraer al pueblo hacia sí
mismo, sino guiarlo hacia Cristo, como debía suceder necesariamente hasta que
Cristo mismo viniera.
Juan dijo
esto también porque un profeta predice la venida de Cristo, pero Juan muestra
el Cristo presente, que es diferente de la tarea del profeta. De la misma
manera un sacerdote en presencia del obispo señala al pueblo lejos de sí mismo
hacia el obispo, diciendo, “Yo no soy el sacerdote; él es su sacerdote”; pero
en ausencia del obispo él gobierna al pueblo como obispo.
22. Así,
Juan dirige al pueblo lejos de sí mismo hacia Cristo. Y aunque este es un
oficio más alto y más grande que el de un profeta, no
lo es por sus méritos sino por la presencia de su Señor. Alabar a Juan como más
que un profeta no anuncia su propio mérito sino el de su Señor, que está
presente. Porque es costumbre que un sirviente es más grande, digno y honorable
en ausencia de su amo que en su presencia.
23. Así, el
rango de un profeta es más alto que el de Juan, aunque su oficio es mayor y más
inmediato. Porque un profeta gobierna y dirige al pueblo, y éste se adhiere a
él; pero Juan no hace más que apartarlos de sí mismo hacia Cristo, el Señor
presente. Por lo tanto, con genuina simplicidad negó ser un profeta, aunque
abundaba en todas las cualidades de un profeta. Hizo todo esto por el bien del
pueblo, para que no aceptaran su testimonio como la promesa de un profeta y
esperaran que Cristo viniera todavía en otro momento, sino que lo reconocieran
como precursor y guía, y siguieran su guía hacia el Señor, que estaba presente.
Eso es lo que dicen las siguientes palabras:
Así que
le dijeron: “¿Quién eres tú? Tenemos que dar una respuesta a los que nos
enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?” Dijo: “Soy una voz que clama en el desierto:
'Enderezad el camino del Señor', como dijo el profeta Isaías”.
24. Esta es
la segunda parte de su confesión, en la que declara lo que es, después de haber
negado que era Cristo o Elías o un profeta. Es como si dijera: “Tu salvación
está demasiado cerca para que se requiera un profeta. No extiendas tanto tu
mirada hacia el futuro, porque el Señor de todos los profetas está él mismo
aquí, por lo que no se necesita ningún profeta.
“El Señor, del
que soy precursor, viene por este camino; me está pisando los talones. No estoy
profetizando de él como un profeta, sino que estoy clamando como un precursor
para hacer espacio y lugar para él para que pueda entrar. No digo, “Mira, él
viene”, como los profetas, sino que digo, “Mira, él viene y está aquí”. No
hablo palabras sobre él, sino que lo señalo con el dedo. Esto es lo que Isaías
proclamó hace mucho tiempo, que tal clamor para hacer lugar al Señor debería ir
delante de él. Ese es quien soy, y no un profeta. Por lo tanto, háganse de un
lado y hagan espacio; permitan que el Señor mismo esté presente y camine entre ustedes,
y no busquen más profecías sobre él”.
25. Esta es
una respuesta que ningún hombre culto, sabio y santo puede soportar, y Juan
debe estar literalmente poseído por el diablo y ser un hereje. Solo los
pecadores y los necios lo consideran un hombre santo y piadoso; le dan paso a
su clamor; y hacen lugar al Señor, quitando los obstáculos de su camino. Los
otros, sin embargo, le tiran troncos, piedras y tierra en su camino; incluso
matan al precursor y al mismo Señor por atreverse a decirles tales cosas. ¿Por
qué? Juan les dice que preparen el camino del Señor. Es decir, no tienen al
Señor ni su camino en ellos. ¿Qué tienen entonces? Donde no está el Señor ni su
camino, debe haber un camino propio del hombre, el diablo, y todo lo que es
malo. Juzguen, pues, si esa gente santa y sabia no está justamente enfadada con
Juan, condena su palabra, y finalmente lo matan a él y a su Maestro. ¿Debería
ser tan audaz como para consignar a esa gente santa al diablo y etiquetar todas
sus acciones como falsas, malvadas y condenables, afirmando que sus caminos no
son los del Señor, que primero deben preparar los caminos del Señor, y que han
vivido toda su vida santa en vano?
26. Además,
si él lo haya escrito en secreto en una tabla, tal vez podrían tener paciencia
con eso. Pero él le da voz; y no solo una voz, sino que la grita en voz alta; y
tampoco en un rincón, sino abiertamente bajo el cielo, en el desierto, ante
todo el mundo; y públicamente, ante todos los pueblos, convierte a estos santos
en pecadores y en una vergüenza con todas sus obras, para que nadie se deje
engañar por su pretensión. Así pierden todo el honor y el provecho que su vida
santa les proporcionaba antes. Esto esas personas santas no lo deben soportar, sino
por el bien de Dios y la justicia deben condenar esa falsa doctrina, a fin de
que los pobres no se dejen engañar o corromper el servicio de Dios; y por el
amor y el servicio de Dios Padre, tendrán que matar a Juan y a su Maestro.
27. Esta
es, pues, la preparación del camino de Cristo y el oficio propio de Juan. Él
debe humillar a todo el mundo y proclamar que todos ellos son pecadores:
personas perdidas, condenadas, pobres, necesitadas, miserables; que no hay
vida, obra ni oficio (por muy santo, bello y bueno que parezca) que no sea
condenable a menos que Cristo nuestro Señor habite en él, a menos que trabaje,
camine, viva, y sea y haga todo por la fe en él; que todos ellos necesitan a
Cristo y deben desear ardientemente participar de su gracia.
Mira, donde
se predica que el trabajo y la vida de todas las personas no es nada, esa es la
verdadera voz de Juan en el desierto y la pura y clara verdad de la doctrina
cristiana, como dice Pablo: “Todos son pecadores y carecen de la gloria que
deberían haber tenido para con Dios” (Romanos 3:23). Esto es verdaderamente humillar
y cortar y destruir el exceso de confianza. Esto es verdaderamente preparar el
camino del Señor, dar lugar y abrir paso.
28. Ahora
aquí se encuentran dos clases de personas: algunos creen en el clamor de Juan y
confiesan que es verdad para ellos. Estas son las personas a las que viene el
Señor. En ellos su camino está preparado y dispuesto, como dice Pedro que Dios “da
gracia a los humildes” (1 Pedro 5:5). El Señor mismo dice: “El que se humilla
será enaltecido” (Lucas 18:14). Aquí debes aprender bien y entender
espiritualmente cuál es el camino del Señor, cómo está preparado y qué es lo
que le impide encontrar espacio en nosotros. El camino del Señor, como has
oído, es que él hace todas las cosas dentro de nosotros, de modo que todas
nuestras obras no son nuestras sino suyas, lo cual sucede por la fe.
29. Pero la
preparación no consiste en que te hagas digno rezando, ayunando, mortificándote
a ti mismo y haciendo tus propias obras, como ahora todos predican durante el
Adviento con insensatez. Se trata más bien, como se ha dicho, de una
preparación espiritual, que consiste en un conocimiento profundo y en la
confesión de que eres incapaz, pecador, pobre, condenado y miserable, con todas
las obras que puedas hacer. Cuanto más se preocupa un corazón de esta manera,
mejor prepara el camino del Señor, aunque mientras tanto no beba más que
malvaviscos, camine sobre rosas y no rece ni una palabra.
30. Pero el
obstáculo que no da espacio al Señor no son solo los pecados corporales
groseros de la falta de castidad, la ira, la soberbia, la avaricia, etc., sino
también la opinión espiritual y el orgullo farisaico, que tiene en alta estima
su propia vida y obras buenas, se siente seguro, no las condena él mismo y
además se niega a que sean condenadas. Tal es, pues, la otra clase de hombres,
es decir, los que no creen en la voz de Juan sino dicen que es del diablo, ya
que prohíbe las buenas obras y condena el servicio de Dios. Estas son las
personas a las que con más urgencia se les dice: “Preparad el camino del Señor”,
y que menos lo aceptan.
31. Por lo
tanto, Juan les habla con palabras cortantes: “¡Generación de víboras!, ¿quién os enseñó a huir
de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento” (Lucas 3:7-8). Pero, como se ha
dicho anteriormente, cuanto más se insta a la gente a preparar el camino del
Señor, más lo obstruyen y más irracionales se vuelven. No aceptarán que se les
diga que sus acciones no son del Señor hasta que ellos, para gloria y honor de
Dios, destruyan la verdad y la palabra de Juan, con él y con su Señor también.
32. Ahora
veamos si no fue una gran confesión de Juan cuando se atrevió a abrir la boca y
decir libremente que no era el Cristo, sino una voz que no les gustaba
escuchar, reprendiendo a los grandes maestros y líderes del pueblo porque sus
acciones no son correctas y no son del Señor. Y como sucedió con Juan, así
sigue sucediendo, desde el principio del mundo hasta el final. Porque una
santidad tan orgullosa no puede oír que primero debe preparar el camino para el
Señor, ya que piensa que se sienta en el regazo de Dios y se deja halagar por
haber terminado el camino hace mucho tiempo, antes de que Dios pensara siquiera
en buscar un camino hacia ellos, ¡esos preciosos santos! El Papa y sus
seguidores también han condenado la voz de Juan: “Preparad el camino del Señor”.
En resumen, es una voz intolerable, excepto para los pobres pecadores y las
conciencias turbadas, en cuyos corazones es agradable.
33. Pero, ¿no es una forma equivocada y extraña de hablar cuando
dice: “Soy la voz de uno que clama”? ¿Cómo puede un hombre ser una voz?
¡Debería haber dicho: “Yo soy el que clamo con la voz”! Pero eso es hablar de
acuerdo con la manera de las Escrituras. Dios le dijo a Moisés: Aarón “será tu
boca” (Éxodo 4:16); es decir, él hablará por ti. Job dice: “Yo era ojos para el
ciego y pies para el cojo” (Job 29:15). Del mismo modo, decimos en alemán sobre
un avaro que el oro es su corazón, y el dinero es su vida.
Así que
aquí “soy la voz del que clama” significa: “Soy uno que clama y que ha recibido
mi nombre por mi trabajo. Así como a Aarón se le llama boca por su elocuencia,
yo soy una voz por mi clamor.” Y lo que en hebreo se lee “la voz del que clama”
se traduciría al latín y al alemán como “una voz que clama”. De la misma
manera, Pablo habla de “los pobres de los santos” en lugar de “los santos pobres”
(Romanos 15:26), y del “misterio de la piedad” en lugar del “misterio piadoso”
(1 Timoteo 3:16). Al igual que cuando digo “el idioma de los alemanes”, diría
mejor “el idioma alemán”. Así que aquí “una voz de uno que clama” significa “una
voz que clama”. La lengua hebrea habla mucho más de esta manera.
Los que habían
sido enviados eran de los fariseos. Y le preguntaron diciendo: —¿Por qué, pues,
bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el Profeta? Juan les respondió
diciendo: —Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien
vosotros no conocéis. Este es el que viene después de mí, quien es antes de mí,
del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado.
34. Parece
como si el evangelista omitiera algo en estas palabras y que las palabras
completas serían: “Yo bautizo con agua, pero entre vosotros está el que bautiza
con fuego”, como hizo Lucas: “Yo os bautizo con agua, pero él os bautizará con
fuego” (Lucas 3:16); y otra vez: “Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis
bautizados con el Espíritu Santo” (Hechos 1:5). Pero, aunque aquí guarda
silencio sobre este otro bautismo, indica suficientemente que habrá otro bautismo,
ya que habla de otro que viene después de él y que sin duda no bautizará con
agua.
35. Ahora
comienza el segundo inicio, en el que Juan fue tentado en el lado izquierdo.
Como no podían moverlo con halagos, lo atacaron con amenazas. Y aquí estalla su
falsa humildad y revela que es puro orgullo. También lo habrían hecho si Juan
los hubiera seguido, después de que se hubieran hartado de él. Por lo tanto,
aprende aquí a estar en guardia contra los hombres, particularmente cuando
actúan de forma amigable y gentil, como dice Cristo: “Guardaos de los hombres Sed, pues, prudentes como
serpientes y sencillos como palomas” (Mateo 10:17, 16). Es decir: No se fíen de los mansos, ni hagan mal a sus
enemigos.
36. Mira,
estos fariseos, que profesaban su voluntad de aceptar a Juan como el Cristo,
cuando las cosas no sucedían como ellos deseaban, se vuelven y censuran el bautismo
de Juan. Es como si dijeran: “Ya que no eres ni Cristo, ni Elías, ni un profeta,
debes saber que somos tus superiores según la Ley de Moisés, y por lo tanto
debes comportarte como nuestro subordinado. No debes actuar de forma
independiente, sin nuestro mando, conocimiento y permiso. ¿Quién te ha dado el
derecho de introducir algo nuevo en nuestro pueblo con tu bautismo? Te meterás
en problemas con tu maldad y desobediencia”.
37. Juan,
sin embargo, así como había despreciado su hipocresía, también desprecia sus
amenazas, se mantiene firme y confiesa a Cristo como antes. Además, los ataca
con rudeza y los acusa de ignorancia, diciendo, por así decirlo: “No bautizo
con agua por orden suya, porque nada depende de eso. Hay otro presente del que
tengo un mandato; no lo conocen, pero es más que suficiente para mí. Si lo
conocieran o quisieran conocerlo, no preguntarían por mi derecho a bautizar,
sino que vendrían a ser bautizados ustedes mismos. Porque él es tan grande que
no soy digno de desatar la correa de su sandalia”.
38. Las
palabras de Juan “Él es el que viene después de mí, el que era antes de mí”,
citadas tres veces por el evangelista en este capítulo, han sido
malinterpretadas y oscurecidas por algunos que las refirieron al nacimiento
divino y eterno de Cristo, como si Juan quisiera decir que Cristo había nacido
antes que él en la eternidad. Pero, ¿qué tiene de
notable el hecho de que haya nacido antes que Juan en la eternidad, ya que
también nació antes que el mundo y todas las cosas? Así que él también vendría
no solo después de Juan, sino también después de todas las cosas, ya que él es
el primero y el último (vea Apocalipsis 1:17). Así es que, tanto su futuro como
su pasado están de acuerdo. Pero las palabras de Juan son claras y sencillas y
hablan de Cristo cuando ya era un hombre. Las palabras “Él vendrá después de mí”
no pueden ser interpretadas como que él nacería después de él, ya que Juan en
el momento en que habló tenía alrededor de treinta años, como también lo tenía
Cristo.
39. Por lo
tanto, el entendimiento es ciertamente que él está hablando estas palabras
sobre el oficio de predicar, con el significado: “He venido, es decir, he
comenzado a predicar, pero pronto me detendré, y otro vendrá a predicar después
de mí.” Así, Lucas escribe que Cristo comenzó “desde el bautismo de Juan”
(Hechos 1:22) y “Jesús tenía treinta años cuando comenzó” (Lucas 3:23). “¿Eres
tú el que había de venir” (Mateo 11:3), es decir, el que comenzará a predicar?
Porque el ministerio de Cristo comenzó primero después de su bautismo, cuando
su Padre lo glorificó y testificó sobre él. Ni siquiera el Nuevo Testamento y
el tiempo de gracia comenzaron con el nacimiento de Cristo, como él mismo dice:
“El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios ha llegado” (Marcos 1:15). Porque
si no hubiera empezado a predicar, su nacimiento no habría servido de nada;
pero cuando empezó a actuar y a enseñar, empezaron también todas las profecías,
toda la Escritura, una nueva luz y un nuevo mundo.
40. Así que
tenemos lo que quiere decir al decir, “Él vendrá después de mí”. Pero aún no
está claro lo que significan las palabras: “Él ha sido antes de mí; él fue
antes de mí”, que algunos refieren a su nacimiento eterno. Sostenemos con toda
sencillez que esas palabras también fueron pronunciadas sobre el oficio de predicar,
con el significado: “Aunque no está predicando todavía, sino que viene primero
después de mí, y yo estoy predicando antes que él, sin embargo, él ya está
cerca, y tan cerca, que antes de que yo empezara a predicar él ya ha estado
allí y ha sido designado para predicar”. Por lo tanto, las palabras “antes de
mí” apuntan al oficio de Juan, y no a su persona. Por lo tanto: “Está delante
de mí, es decir, antes de mi predicación y bautismo, es decir, durante unos
treinta años; pero aún no había venido y no había comenzado”. Juan indica así
su oficio, que no es un profeta que predice la venida de Cristo, sino uno que
precede a Aquel que ya está presente, que está tan cerca que ya ha existido
tantos años antes de su comienzo y su venida.
41. Por lo
tanto, también dice: “Entre vosotros hay uno que no conocéis”. Quiere decir: “No
dejen que sus ojos miren a los tiempos futuros. Aquel de quien hablan los
profetas ha estado entre ustedes en la nación judía durante unos treinta años.
Tengan cuidado de no perderlo. No lo conocen, por eso he venido a señalárselo”.
Las palabras “entre vosotros hay uno” se dicen a la manera de las Escrituras,
que dicen: Un profeta se levantará o se pondrá de pie. Jesús dice: “Los falsos
profetas se levantarán” (Mateo 24:24), o se alzarán o se presentarán. Y Dios
dice: “Levantaré un profeta de entre sus hermanos” (Deuteronomio 18:18). Juan
quiere mostrar que esta elevación, levantamiento, presentar y despertar se
cumplió en Cristo. Él ya se ha adelantado de entre sus hermanos, como Dios
había prometido, y ellos no lo conocían.
42. Este
es, pues, el segundo oficio de Juan y de un predicador evangélico: que no solo
hace pecadores a todos los hombres del mundo, como hemos oído antes, sino que
también da consuelo y muestra cómo podemos librarnos de nuestros pecados. Lo
hace señalando al que está por venir. Así nos señala a Cristo, que nos redimirá
de nuestros pecados cuando lo recibamos con verdadera fe. El primer oficio
dice: “Todos ustedes son pecadores y no tienen el camino del Señor”. Cuando
creemos esto, el otro oficio sigue y dice: “Miren y reciban a Cristo”. Crean en
él; Él les liberará de sus pecados”. Si creemos esto, lo tenemos. Diremos más
de esto más adelante.
Estas
cosas sucedieron en Betábara, al otro lado del
Jordán, donde Juan estaba bautizando.
43. El
evangelista Juan describe este testimonio tan cuidadosamente que incluso
menciona el lugar donde ocurrió. La confesión de Cristo depende en gran medida
del testimonio, y hay muchas ofensas en el camino. Sin duda, sin embargo, quiso
aludir a algún misterio espiritual del que ahora hablaremos.
EL SIGNIFICADO ESPIRITUAL DE ESTA LECTURA DEL
EVANGELIO
44. Esta es
el resumen de todo esto: Esta lectura del Evangelio describe el oficio de la
predicación del Nuevo Testamento, lo que es, lo que hace y lo que le sucede.
45. En
primer lugar, es la voz de un clamor, no un escrito. La Ley y el Antiguo
Testamento son escritos muertos, puestos en libros, pero el evangelio debe ser
una voz viva. Por lo tanto, Juan es una figura y una imagen y también un modelo,
el primero de todos los predicadores del evangelio. No escribe nada, sino clama
todo con su voz viva.
46. En
segundo lugar, el Antiguo Testamento o la Ley fue predicado entre las tiendas
del Monte Sinaí solo a los judíos. Pero la voz de Juan se oye en el desierto,
libre y abiertamente, bajo los cielos, ante todo el mundo.
47. En
tercer lugar, es una voz que clama, clara y fuerte, es decir, que habla con
confianza y sin miedo y no teme a nadie, ni a la muerte, ni al infierno, ni a
la vida, ni al mundo, ni al diablo, ni a los hombres, ni al honor, ni a la
desgracia, ni a ninguna criatura. Así Isaías dice: “Voz que decía: «¡Da voces!». Y yo respondí: «¿Qué
tengo que decir a voces?». «Que toda carne es hierba y toda su gloria como la
flor del campo. La hierba se seca y la flor se marchita, … mas
la palabra del Dios nuestro permanece para siempre»” (Isaías 40:6–8) Otra
vez: “Súbete sobre un monte
alto, anunciadora de Sión; levanta con fuerza tu voz,
anunciadora de Jerusalén. ¡Levántala sin temor!” (Isaías 40:9). El
mundo no puede soportar el evangelio; por lo tanto, debe haber una fuerza que
lo desprecie y pueda gritar contra él sin temor.
48. Cuarto,
la ropa de Juan es de pelo de camello, y tiene un cinturón de cuero (Mateo
3:4). Aunque esto significa la vida estricta y casta de los predicadores,
significa sobre todo la naturaleza de la predicación o del evangelio. Es una
voz, pero no adornada con ropas suaves; no disimula ni halaga. Es una
predicación sobre la cruz, un discurso duro, áspero y agudo para el viejo
hombre, y ciñe los lomos para la castidad espiritual y corporal. Está tomada de
la vida y las palabras de los patriarcas muertos, que como camellos han llevado
la carga de la ley y de la cruz. Comió aves silvestres y miel
silvestre, no las aves silvestres de esta tierra, pero había otros
animales en esa tierra. Esto significa los que reciben el evangelio, es decir,
los humildes pecadores, que toman para sí y en ellos el evangelio.
49. Quinto,
Juan está al otro lado del Jordán. “Jordán” significa las Sagradas Escrituras,
que tienen dos lados. El lado izquierdo es el entendimiento corporal, que
tienen los judíos. Juan no está ahí, porque ese entendimiento no produce
pecadores, sino santos arrogantes con sus obras. El lado derecho es el
verdadero entendimiento espiritual, que rechaza y mata todas las obras para que
solo la fe permanezca en toda humildad. El evangelio trae este entendimiento,
como lo hace Pablo cuando dice: “La Escritura concluye que todos son pecadores”
(Romanos 3 [vea Rom. 3:23; Gál.
3:22]).
50. En
sexto lugar, aquí comienza la disputa entre los predicadores verdaderos y los falsos.
Los fariseos no pueden soportar la voz de Juan, desprecian su enseñanza y su
bautismo y permanecen obstinados en sus actos y enseñanzas. Pero a causa de la
gente, fingen tener un buen concepto de él. Pero como no quiere lo que ellos
quieren, debe ser poseído por el diablo, y finalmente debe ser decapitado por
Herodes.
Así es
ahora, y así ha sido siempre. Ningún maestro falso quiere que la gente diga que
predica sin el evangelio o en contra de él, sino que, por el contrario, que lo
tiene en alta estima y cree en él. Sin embargo, lo violenta, haciéndolo conformarse
a su concepto. Esto no lo puede permitir el evangelio, porque se mantiene firme
y nunca miente. Entonces es vilipendiado como herejía y error, como doctrina de
demonios, hasta que lo violentan, lo prohíben y le cortan la cabeza para que no
se predique ni se escuche en ninguna parte. Esto fue hecho por el Papa en el
caso de Juan Hus.
51. Por lo
tanto, es un predicador verdaderamente cristiano el que no predica nada más que
lo que Juan proclamó, e insiste firmemente en ello. Primero, debe predicar la ley
para que la gente pueda aprender las grandes cosas que Dios exige de nosotros,
que no podemos hacer debido a la impotencia de nuestra naturaleza que ha sido
corrompida por la caída de Adán, y así bautizar con el Jordán. El agua fría
significa la enseñanza de la ley, que no enciende el amor, sino que lo
extingue. Porque a través de la ley el hombre aprende lo difícil e imposible
que es la ley. Entonces se vuelve hostil hacia ella, y su amor por ella se
enfría; siente que odia la ley desde el fondo de su corazón. Eso es entonces un
pecado grave, ser hostil a los mandamientos de Dios.
Entonces el
hombre debe humillarse y confesar que está perdido y que todas sus obras son
pecados junto con toda su vida. Entonces el bautismo de Juan se ha cumplido, y
no solo ha sido rociado sino también bautizado. Entonces ve por qué Juan dice: “Arrepiéntanse”.
Entiende que Juan tiene razón y que todos deben enmendar sus caminos, o
arrepentirse. Pero los fariseos y los santos en sus propias obras no llegan a
este entendimiento, ni se permiten bautizar. Piensan que no necesitan
arrepentimiento, y, por lo tanto, las palabras y el bautismo de Juan son una locura
a sus ojos.
52. En
segundo lugar, cuando la primera enseñanza de la ley y el bautismo ha
terminado, y el hombre, humillado por el conocimiento de sí mismo, debe
desesperarse de sí mismo y de sus poderes, entonces comienza la segunda parte
de la enseñanza, en la que Juan señala a la gente lejos de sí mismo a Cristo y
dice: “¡He aquí el Cordero de Dios, que toma sobre sí el pecado del mundo!”.
Con esto quiere decir: “Primero, con mi enseñanza les he hecho a todos
pecadores, he condenado todas sus obras y les he dicho que se desesperen. Pero
para que no se desesperen también de Dios, les mostraré cómo librarse de sus
pecados, no para que puedan quitarse los pecados o hacerse piadosos con sus
obras; para ello se necesita otro hombre. No puedo hacerlo, pero puedo
señalarlo. Es Jesucristo, el Cordero de Dios. Él, y nadie más, ni en el cielo
ni en la tierra, toma nuestros pecados sobre sí mismo. Tú mismo no podrías
pagar por el más pequeño de los pecados. Sólo él debe tomar sobre sí mismo no solo
tus pecados, sino también los del mundo, y no solo algunos pecados del mundo,
sino todos los pecados del mundo, sean grandes o
pequeños, muchos o pocos”. Esto, entonces, es predicar y escuchar el evangelio
puro y reconocer el dedo de Juan, que te señala a Cristo, el Cordero de Dios.
53. Ahora
bien, si puedes creer que esta voz de Juan es verdadera, y si puedes seguir su
dedo y reconocer al Cordero de Dios que lleva tu pecado, entonces has obtenido
la victoria, entonces eres un cristiano, un vencedor del pecado, de la muerte,
del infierno y de todas las cosas. Entonces tu conciencia se regocijará y se encariñará
de corazón con este dulce Cordero de Dios. Entonces amarás, alabarás y darás
gracias a nuestro Padre celestial por esta insondable riqueza de su
misericordia, predicada por Juan y dada en Cristo. Estarás dispuesto a hacer su
divina voluntad, lo mejor que puedas, con todas tus fuerzas. Porque, ¿qué
mensaje más reconfortante y delicioso puede escucharse que el de que nuestros
pecados ya no son nuestros, que ya no recaen sobre nosotros, sino sobre el
Cordero de Dios? ¿Cómo puede el pecado condenar a un Cordero tan inocente? El
pecado debe ser vencido y borrado por él, y de la misma manera la muerte y el
infierno (la recompensa del pecado) también deben ser vencidos. ¡Mira lo que
Dios nuestro Padre nos ha dado en Cristo!
54. Ten
cuidado, por tanto; ten cuidado, no sea que presumas de deshacerte del más
pequeño de tus pecados por tus propios méritos ante Dios, y no sea que le quites
el título a Cristo, el Cordero de Dios. Juan testifica y dice: “Enmienda tus
caminos, o arrepiéntete”. Pero no quiere decir que enmendemos nuestros caminos
y nos libremos de nuestros pecados por nosotros mismos. Él declara esto
poderosamente al agregar: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo!” Como hemos dicho antes, quiere decir que cada uno debe conocerse a sí
mismo y su necesidad de corrección; pero no debe buscar esto en sí mismo, sino
solo en Jesucristo.
¡Ahora, que
Dios nuestro Padre, según su misericordia, nos ayude a llegar a este
conocimiento de Cristo, y que envíe al mundo la voz de Juan, con muchos
evangelistas! Amén.