EVANGELIO PARA EL TERCER DOMINGO DESPUÉS DE EPIFANÍA

Mateo 8:1-13

1. Este Evangelio nos enseña dos ejemplos de fe y amor: uno en el leproso, el otro en el centurión. Veamos primero el leproso. El leproso no se habría atrevido ir al Señor y pedir que lo limpiara si no hubiera confiado y esperado de todo corazón que Cristo fuera bondadoso y misericordioso y lo limpiaría. Porque era leproso, tenía razones para tener miedo; además, la ley ordenaba a los leprosos que no fueran entre la gente. Sin embargo, siguió adelante, sin considerar la ley y el pueblo, y cuán puro y santo es Cristo.

2. Ves cómo la fe actúa hacia Cristo: no se imagina nada más que la pura bondad y la gracia gratuita de Cristo, sin buscar ni obtener ningún mérito. Ciertamente no se puede decir que el leproso por su pureza mereciera acercarse a Cristo, hablarle e invocar su ayuda. Solo porque siente su impureza e indignidad, va más allá y solo busca la bondad de Cristo. Esa es la verdadera fe, una confianza viva en la bondad de Dios. El corazón que hace eso cree correctamente. El corazón que no hace eso no cree correctamente. Son los que no mantienen sus ojos solo en la bondad de Dios, sino que primero miran a su alrededor por sus propias buenas obras, para ser dignos de merecer su bondad. Nunca se atreven a invocar a Dios con toda seriedad ni a acercarse a él.

3. Ahora bien, esta confianza o fe o conocimiento de la bondad de Cristo no habría surgido en este leproso de su propia razón si no hubiera escuchado primero un buen informe sobre Cristo, a saber, cuán bondadoso, amable y misericordioso es, cómo ayuda y da, consuela y ayuda a todos los que solo se acercan a él. Sin duda, tal proclamación debió llegar a sus oídos, y de esa proclamación tomó valor y se volvió e interpretó el informe en su propio beneficio. Se aplicó esa bondad a sí mismo y pensó con toda confianza: “Será tan bondadoso conmigo, como dice la proclamación sobre él y como suena el buen informe”. Así que su fe no surgió de su razón, sino que vino de esa proclamación sobre Cristo, como dice San Pablo: “La fe viene por el oír, y el oír de la palabra o proclamación sobre Cristo” (Romanos 10:17).

4. Ese es el evangelio que es el principio, medio y fin de todo bien y de la salvación. Hemos oído a menudo que debemos primero escuchar el evangelio, y luego creer y amar y hacer buenas obras, y no primero hacer buenas obras y así poner las cosas patas arriba, como hacen los maestros de obras. Pero el evangelio es un buen informe, charla y proclamación sobre Cristo, que no es más que bondad, amor y gracia, como no se dice de ninguna otra persona o santo. Incluso si hay un buen informe y proclamación sobre otros santos, eso no es el evangelio, a menos que se trate solo sobre la bondad y la gracia de Cristo. Si al mismo tiempo se habla de otros santos, entonces ya no es el evangelio, el cual construye la fe y la confianza solo en la Roca, Jesucristo.

5. Así que ves que este ejemplo del leproso lucha por la fe contra las obras. Así como Cristo ayuda a este leproso de pura gracia por medio de la fe, sin obras ni méritos, así lo hace para todos, y quiere que lo consideremos igual y esperemos lo mismo de él. Si este leproso hubiera venido de tal manera que dijera: “Mira, Señor, he orado y ayunado tanto; deberías mirar eso y limpiarme por ello”, entonces Cristo nunca lo habría limpiado, ya que una persona así no depende de la gracia de Dios, sino de sus propios méritos. Entonces la gracia de Dios no es alabada, amada, glorificada o deseada, sino que nuestras propias obras reclaman esa gloria y le roban a Dios la suya. Eso significa besar la mano y negar a Dios, como dice Job: “[si] mi corazón fue engañado en secreto, y mi boca besó mi mano, eso también sería una maldad digna de juicio, porque habría negado al Dios soberano” (Job 31:27–28). Isaías escribe: “Han adorado la obra de sus manos” (Isaías 2:8); es decir, la gloria y la confianza que deberían haber dado a la gracia de Dios, la aplican a sus propias obras.

6. Por otra parte, este ejemplo nos muestra el amor de Cristo por el leproso. Se ve que el amor lo convierte en siervo, de modo que ayuda al pobre libre y gratuitamente, y no busca de él ni beneficio, ni ventaja, ni gloria, sino solo el bien del pobre y la gloria de Dios Padre. Por eso le prohíbe también que se lo diga a nadie, para que sea una obra pura y sincera de amor libre y bondadoso.

7. Esto es lo que he dicho a menudo, que la fe nos convierte en señores, y el amor en servidores. En efecto, por la fe nos convertimos en dioses y partícipes de la naturaleza y el nombre divinos, como dice el Salmo 82:6: "Dije: ‘Ustedes son dioses, hijos del Altísimo, todos ustedes’”. Pero a través del amor nos hacemos iguales a los más pobres de todos. Según la fe no nos falta nada y tenemos abundancia; según el amor servimos a todos. Por la fe recibimos tesoros de arriba, de Dios; por el amor los dejamos ir abajo, al prójimo. De la misma manera, a Cristo según su deidad no le faltaba nada, pero según su humanidad servía a todos los que lo necesitaban.

Hemos hablado de esto muy a menudo, que a través de la fe también debemos nacer como hijos de Dios y dioses, señores y reyes, así como Cristo nació como verdadero Dios en la eternidad del Padre. Por otro lado, a través del amor nos desbordamos y ayudamos a nuestro prójimo con buenas obras, así como Cristo se hizo hombre para ayudarnos a todos. Así como Cristo no mereció primero ser Dios por sus obras ni adquirió eso por su encarnación, sino que lo tiene por nacimiento sin obras, incluso antes de hacerse hombre, así nosotros tampoco hemos merecido por obras o amor ser adoptados por Dios, tener nuestros pecados perdonados para que la muerte y el infierno no nos perjudiquen, sino que lo recibimos por la fe en el evangelio, por gracia sin obras y antes de nuestro amor. Así como Cristo se hizo hombre para servirnos solo después de ser Dios eterno, así también nosotros hacemos el bien y amamos a nuestro prójimo después, solo cuando ya somos piadosos, sin pecados, estando vivos, salvos e hijos de Dios por la fe. Esto es suficiente sobre el primer ejemplo del leproso.

8. El segundo ejemplo es parecido en lo que respecta a la fe y el amor. Este centurión también tiene una confianza incondicional en Cristo y no presenta ante sus ojos nada más que la bondad y la gracia de Cristo; de lo contrario no habría venido a él, o no habría enviado a él, como dice Lucas. Por lo tanto, tampoco habría tenido una confianza tan firme si no hubiera escuchado primero de la bondad y la gracia de Cristo. Así que también aquí el evangelio es el principio y el incentivo de su confianza o fe.

9. Aquí aprendemos de nuevo que debemos comenzar con el evangelio y creerlo y no mirar ningún mérito ni obra, así como este centurión no alegó ningún mérito ni obra, sino solo su confianza en la bondad de Cristo. Así que también vemos que todas las obras de Cristo son ejemplos del evangelio, de la fe y del amor.

10. Así también vemos el ejemplo del amor, que Cristo le hace el bien gratuitamente, sin buscar ningún don, como se dijo anteriormente. Además, el centurión también muestra un ejemplo de amor, en el sentido de que cuidó de su siervo como de sí mismo, al igual que Cristo cuidó de nosotros. Hizo esa buena acción gratuitamente, solo para el beneficio del sirviente. Lo hizo, como dice Lucas, porque ese sirviente “era muy apreciado por él”. Es como si dijera: “El amor y el deleite que el centurión tenía por su sirviente le obligó a ver su necesidad y a ayudarle”. Hagamos esto también, y asegurémonos de no engañarnos a nosotros mismos y dejarnos pensar que ahora tenemos el evangelio, pero entonces no prestemos atención a nuestro prójimo en su necesidad. Es suficiente sobre estos dos ejemplos. Veamos ahora también algunos puntos del texto.

11. El leproso suaviza su oración y dice: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”. Esto no debe entenderse como si dudara de la bondad y la gracia de Cristo, porque esa fe no sería nada, aunque creyera que Cristo es todopoderoso y que es capaz de hacer y saber todas las cosas. La fe viva no duda de que Dios tiene una voluntad bondadosa y llena de gracia para hacer lo que le pedimos. Más bien, debe entenderse de esta manera: la fe no duda de que Dios tiene una buena voluntad hacia la persona y desea y le concede toda bendición. Pero no sabemos si lo que la fe pide y afirma es bueno y útil para nosotros. Solo Dios lo sabe. Por eso, la fe pide de tal manera que deja todo a la voluntad misericordiosa de Dios. Si sirve a su gloria y a nuestro bien, no dudes de que Dios la dará; o, si no se va a dar, entonces su voluntad divina por gran gracia no la da, porque ve que es mejor si no se da. Sin embargo, la fe permanece segura y firme en la voluntad misericordiosa de Dios, la dé o no, como también dice San Pablo que no sabemos qué o cómo debemos orar (Romanos 8:26), y en el Padrenuestro nos dice que demos preferencia a su voluntad y que oremos por ella.

12. Es decir, como hemos dicho muchas veces, debemos confiar en la bondad divina sin duda y sin medida. Pero debemos preguntar con la medida de lo que es su gloria, su reino y su voluntad, de modo que no dictemos a su voluntad el tiempo, el lugar, la medida o los nombres, sino que le dejemos todo eso libremente. Por eso la oración del leproso agradó tanto al Señor y pronto fue concedida. Cuando lo dejamos a su voluntad, y deseamos lo que le agrada, entonces no puede abstenerse de hacer a cambio lo que nos agrada. La fe le hace favorable a nosotros, y la oración paciente hace que nos dé lo que pedimos.

Ya hemos hablado bastante sobre el envío del leproso a los sacerdotes (por qué se hizo y qué significó) en la postila sobre los diez leprosos.

13. Sus palabras. “Con nadie en Israel he encontrado tal fe”, han sido tratadas con preocupación, ya sea para que Cristo no mienta o para que la madre de Dios y los apóstoles no sean menos que este centurión. Aunque podría decir aquí que Cristo está hablando del pueblo de Israel donde había predicado y al que había venido, de modo que su madre y sus discípulos fueron excluidos como los que viajaban con él y venían con él al pueblo de Israel cuando predicaba, sin embargo me quedaré simplemente con las palabras del Señor y las tomaré tal como se leen, por las siguientes razones:

Primero, no es contra ningún artículo de fe que la fe de este centurión no tuviera igual ni en los apóstoles ni en la madre de Dios. Si las palabras de Cristo no se oponen abiertamente a ningún artículo de fe, debemos tomarlas como suenan, y no volverlas o desviarlas con nuestras explicaciones e interpretaciones, ya sea por un santo, un ángel o por Dios mismo. Su palabra es la verdad misma, más allá de todos los santos y ángeles.

14. En segundo lugar, tal interpretación y desviación se deriva de nuestra mente y opinión carnal, ya que medimos a los santos de Dios no según la gracia de Dios, sino según su persona, valor y grandeza. Esto va en contra de Dios, que los mide de forma muy diferente, solo según sus dones. Nunca permitió que San Juan Bautista hiciera un milagro, como lo han hecho muchos santos menores. En resumen, a menudo hace a través de los santos menores lo que no hace a través de los grandes santos.

Se escondió de su madre cuando tenía doce años y permitió que ella se equivocara y fuera ignorante. El domingo de Pascua se le apareció a María Magdalena antes de que se apareció a su madre y a los apóstoles. Habló a la mujer samaritana (Juan 4:7) y a la adúltera (Juan 8:10) más agradablemente de lo que nunca habló con su propia madre. Asimismo, mientras Pedro cayó y negó, el asesino en la cruz se mantuvo y creyó firmemente.

15. Con estas y otras maravillas similares, muestra que no quiere que su Espíritu en sus santos sea medido por nosotros y que no debemos juzgar según la persona. Quiere dar sus dones libremente, como le agrada (como dice San Pablo, 1 Corintios 12:11), no como nos parece bien. Incluso dice de sí mismo que quien cree en él hará mayores señales que las que él ha hecho. Dice todo eso para que nadie se considere por encima de los demás, y para que nadie eleve a un santo por encima de los demás y provoque sectas. Más bien, debemos dejar que todos sean iguales en la gracia de Dios, sin importar cuán desiguales sean sus dones. Quiere hacer por San Esteban lo que no hace por medio de San Pedro, y por medio de San Pedro lo que no hace por medio de su madre, para que sea el único que haga todo en todos, sin distinciones de persona, según su voluntad.

16. Por lo tanto, debe entenderse que en el momento en que predicó, no encontró tal fe ni en su madre ni en los apóstoles, ya sea que antes o después encontrara mayor fe en su madre y en los apóstoles y en muchos otros. Es muy posible que le diera a su madre una gran fe en el momento en que lo concibió y lo dio a luz, y que después no fuera tan grande o rara vez lo fuera, y a veces dejara que su fe disminuyera, como lo hizo cuando lo perdió durante tres días (Lucas 2:46), como lo hace con todos sus santos. Si no lo hiciera, los santos ciertamente caerían en la arrogancia y se convertirían en ídolos, o nosotros los convertiríamos en ídolos, y veríamos más su valor y su persona que la gracia de Dios.

17. De esto debemos aprender cuán necios y estúpidos somos acerca de las obras y maravillas divinas, cuando despreciamos al hombre cristiano común y pensamos que solo los sombreros puntiagudos y los eruditos pueden conocer y sacar conclusiones acerca de la verdad de Dios. Sin embargo, aquí Cristo eleva a este gentil con su fe por encima de todos sus discípulos. Lo hace porque nos aferramos a las personas y a los oficios, y no a las palabras y la gracia de Dios. Por lo tanto, nos aferramos a las personas y a loa oficios en cada error, y luego decimos que la iglesia cristiana y los concilios han dicho tal y cual cosa, y no pueden equivocarse porque tienen el Espíritu Santo. Mientras tanto, Cristo está presente con los que son despreciados, y deja que las personas y los concilios se vayan al diablo.

Por lo tanto, nota bien que Cristo eleva a este gentil tan alto. Él es más valioso que Anás, Caifás, y todos los sacerdotes, doctos y santos, todos los cuales deberían ser estudiantes de este gentil, por no decir nada de que hagan resoluciones o le impongan leyes. Dios da a un gran santo una pequeña fe, y a un pequeño santo una gran fe, para que cada uno considere siempre al otro como superior a él mismo (Romanos 12:3).

  Señor, no soy digno”.

18. La gran fe de este gentil sabe que la salvación no depende de la presencia corporal de Cristo, porque eso no ayuda, sino de la palabra y la fe. Los apóstoles aún no sabían esto, y probablemente tampoco su madre, sino se aferraron firmemente a su presencia corporal y no estaban dispuestos a que él los abandonara (Juan 16:17-18). No se aferraron solo a su palabra. Pero este gentil está tan satisfecho con sus palabras que ni siquiera desea su presencia ni se cree digno de ella. Además, demuestra su fuerte fe con una parábola y dice: “Soy un hombre y puedo con una palabra hacer lo que quiera con mi gente. ¿No deberías, entonces, con una palabra hacer lo que tú quieres? Ciertamente sé, y tú también lo demuestras, que la salud y la enfermedad, la muerte y la vida están sujetas a ti, así como mis siervos lo están a mí”. Por lo tanto, su sirviente desde esa hora se volvió sano por el poder de esa fe.

EL BAUTISMO DE NIÑOS Y FE QUE NO ES LA PROPIA

19. Porque el tiempo y este Evangelio lo presentan, debemos decir un poco sobre la fe que no es la propia y su poder, ya que muchos se preocupan por ello, especialmente por el bien de los niños pequeños, que la gente piensa que se salvan en el bautismo no por su propia fe sino por la de otra persona. Aquí este sirviente se ha curado no por su propia fe sino por la fe de su amo. Nunca hemos tratado este asunto; por lo tanto, debemos tratarlo aquí para prevenir, en la medida de lo posible, futuros peligros y errores.

20. Primero, debemos tener el fundamento firme y seguro de que nadie se salva por la fe o la justicia de otra persona, sino por la suya propia. Por otra parte, nadie es condenado por la incredulidad o los pecados de otra persona, sino por su propia incredulidad, como dice clara y llanamente el Evangelio: “El que crea y sea bautizado se salvará, pero el que no crea se condenará” (Marcos 16:16). Pablo escribe: “El justo vivirá por su fe” (Romanos 1:17). Cristo dice: “El que cree en él no perecerá, sino que tendrá la vida eterna”. Otra vez: “El que cree en él no será juzgado, pero el que no cree ya ha sido condenado” (Juan 3:18).

Son palabras claras y abiertas que cada uno debe creer por sí mismo, y no puede ser ayudado por la fe de otra persona sin su propia fe. No debemos ceder estos pasajes ni negarlos, pase lo que pase; primero debemos dejar que todo el mundo sea destruido antes de cambiar esta verdad divina. Si se menciona algo que parece estar en contra de esto y que no sabes responder, debes confesar que no lo entiendes y dejarlo en manos de Dios, antes que admitir algo en contra de estos claros pasajes. Que los gentiles, los judíos, los turcos, los niños pequeños y todo lo demás permanezca como es y donde puede, pero estas palabras deben y tienen que ser correctas y verdaderas.

21. Ahora la pregunta es dónde quedan los niños pequeños que aún no tienen capacidad de razonamiento y no pueden creer por sí mismos, porque está escrito: “La fe viene por el oír, y el oír por la predicación de la palabra de Dios” (Romanos 10:17). Algunos dicen que los niños pequeños no oyen ni entienden la palabra de Dios, y por lo tanto no pueden tener su propia fe.

22. Los sofistas de las universidades y la chusma del Papa han inventado la siguiente respuesta a la pregunta: “Los niños pequeños son bautizados sin su propia fe, es decir, en la fe de la iglesia, que los padrinos confiesan en el bautismo. Por consiguiente, en el bautismo se perdonan los pecados del niño por el poder y la fuerza del bautismo, y su propia fe es derramada con la gracia, de modo que se convierte en un niño recién nacido a través del agua y el Espíritu Santo”.

23. Pero si les preguntas la base de esta respuesta y dónde está en la Escritura, entonces se encuentra en la chimenea oscura, o señalan el sombrero de su cardenal y dicen: “Nosotros somos los doctores más eruditos, y lo decimos; por lo tanto, es verdad, y no te atreves a preguntar más sobre ello”. Casi toda su doctrina no tiene otra base que sus propios sueños y opiniones. Cuando se arman de manera especial con pruebas, entonces arrastran por los pelos algún pasaje de San Agustín o de otro santo padre. Pero eso no es suficiente para nosotros en estos asuntos que conciernen a la salvación del alma. Ellos mismos y todos los santos padres son personas y seres humanos. ¿Quién garantizará y dará seguridad de que están hablando correctamente? ¿Quién confiará en ello y morirá por ello, ya que hablan sin la Escritura o la palabra de Dios? En cuanto a los santos, aquí no importan, cuando significa perder o preservar mi alma eternamente, no puedo confiar en todos los ángeles y santos, por no hablar de uno o dos santos, si no me muestran la palabra de Dios.

24. De estas mentiras han avanzado y llegado tan lejos que han enseñado y siguen sosteniendo que los sacramentos tienen tal poder que, aunque no tengas fe y recibas el sacramento (mientras no tengas la intención de pecar), entonces obtienes la gracia y el perdón de los pecados sin ninguna fe. Han introducido esto a partir de la opinión anterior, a saber, su sueño de que los niños pequeños reciban la gracia sin ninguna fe solo por el poder y la fuerza del bautismo. Por eso atribuyen lo mismo a los adultos y a todas las personas, porque están hablando estas cosas de su propia cabeza. De esta manera desarraigan la fe cristiana de manera magistral, la destruyen y la hacen innecesaria; con el poder de los sacramentos establecen solo nuestras propias obras. Ya he escrito bastante sobre esto en el artículo sobre la bula de León.

25. Los santos padres de la antigüedad han hablado un poco más sobre esto, aunque no con suficiente claridad. No hablan de este poder imaginario de los sacramentos, sino como si los niños fueran bautizados en la fe de la iglesia cristiana. Pero como no explican a fondo cómo esta fe cristiana beneficia a los niños, si reciben su propia fe a través de ella o si solo se bautizan en la fe cristiana, sin su propia fe, los sofistas se han adelantado y han explicado las palabras de los santos padres para significar que los niños se bautizan sin su propia fe y reciben la gracia solo en la fe de la iglesia. Son enemigos de la fe; si tan solo pueden elevar las obras, entonces la fe debe soportarlo. No piensan ni una sola vez que los santos padres puedan haberse errado o que ellos mismos hayan entendido mal a los padres.

26. Guárdate contra este veneno y error, aunque sea la opinión explícita de todos los padres y concilios; porque no perdura, no hay base en la Escritura para ello, sino solo las opiniones y los sueños humanos. Además, está directa y abiertamente en contra del pasaje principal, donde Cristo dice: “El que cree y es bautizado”, etc. En resumen, la conclusión es que el bautismo no ayuda a nadie y no debe darse a nadie a menos que crea por sí mismo; sin fe nadie debe ser bautizado. El mismo San Agustín dice: “No es el sacramento lo que justifica, sino la fe en el sacramento”.

27. Además de estos hay otros, llamados valdenses, que sostienen que cada uno debe creer por sí mismo y debe recibir el bautismo o el sacramento con su propia fe; si no lo hace, entonces para él el bautismo o el sacramento no sirve para nada. Hasta ahora hablan y enseñan correctamente. Pero cuando siguen adelante y sin embargo bautizan a niños pequeños a los que consideran que no tienen su propia fe, eso es una burla al santo bautismo, y pecan contra el Segundo Mandamiento cuando consciente y gratuitamente toman el nombre y la palabra de Dios innecesariamente y en vano. De nada les sirve la excusa de que los niños son bautizados en base a su futura fe, cuando piensan por sí mismos. La fe debe estar presente antes o en el bautismo, de lo contrario el niño no se libera del diablo y los pecados.

28. Por lo tanto, si su opinión fuera correcta, entonces todo lo que se hace con el niño en el bautismo tendría que ser mera mentira y burla. El que bautiza pregunta si el niño cree, y la gente responde por el niño: “Sí”. Pregunta si el niño quiere ser bautizado, y la gente responde por el niño: “Sí”. Sin embargo, nadie es bautizado por el niño, sino que el niño mismo es bautizado. Por lo tanto, el niño debe creer él mismo, o los padrinos deben estar mintiendo cuando dicen en su lugar: “Yo creo”. De la misma manera, el que bautiza declara que el niño nace de nuevo, tiene el perdón de los pecados, es liberado del diablo, y como señal de esto se pone una camisa blanca y lo trata en todo como un nuevo y santo niño de Dios. Todo eso tendría que ser falso si su propia fe no estuviera allí. Sería mejor no bautizar nunca a los niños que actuar de forma tonta y engañosa con la palabra y el sacramento de Dios, como si fuera un ídolo o un tonto.

29. Tampoco ayuda que dividan el reino de Dios en tres partes: primero, la iglesia cristiana; segundo, la vida eterna; tercero, el evangelio. Luego dicen que los niños son bautizados en el reino de los cielos de la tercera y primera manera, es decir, no se bautizan para ser salvos y tener el perdón de los pecados, sino que son recibidos en la cristiandad y llevados al evangelio. Todo esto es no decir nada y es inventado por sus propias opiniones. No es venir al reino de los cielos cuando vengo entre los cristianos y escucho el evangelio. Aún los paganos pueden hacer eso, incluso sin el bautismo. No es entrar en el reino de los cielos cuando dices sobre el reino de los cielos de la primera, segunda o tercera manera lo que quieras; más bien, estar en el reino de los cielos significa que soy un miembro vivo de la cristiandad, y no solo oír el evangelio sino también creerlo. De lo contrario, un hombre estaría en el reino de los cielos de la misma manera que yo podría lanzar un palo o un leño entre los cristianos, o como el diablo está entre ellos. Por lo tanto, esa forma de estar entre los cristianos no tiene valor.

30. También se deduce de esto que la iglesia cristiana tendría que tener dos clases de bautismo, y que los niños no tendrían el mismo bautismo que los adultos. Sin embargo, San Pablo dice que hay “un solo bautismo, un solo Señor, una sola fe” (Efesios 4:5). Si el bautismo no hace y da a los niños lo que hace y da a los adultos, entonces no es el mismo bautismo; en efecto, no es un bautismo, sino que es un juego y una burla al bautismo, ya que no hay otro bautismo que el que salva. Si sabes o crees que no salva, no debes darlo; pero si lo das, no das el bautismo cristiano, pues no crees que cumpla lo que debe cumplir el bautismo. Por lo tanto, es un bautismo diferente y extraño. Por eso sería casi necesario que los valdenses se bautizaran de nuevo, como bautizan de nuevo a nuestro pueblo, porque no solo recibieron el bautismo sin fe, sino incluso contra la fe. En burla y deshonra a Dios dan un bautismo diferente, extraño y no cristiano.

31. Si no podemos responder mejor a esta pregunta y demostrar que los niños pequeños creen y tienen su propia fe, entonces es mi sincero consejo y juicio que desistamos inmediatamente, cuanto antes mejor, de bautizar a un niño, para no burlar y calumniar la bendita majestad de Dios con tal bufonada y engaño que no tiene nada detrás.

Por lo tanto, aquí hablamos claramente y concluimos que en el bautismo los niños mismos creen y tienen su propia fe, que Dios obra en ellos cuando los padrinos interceden por ellos y los llevan a la fe de la iglesia cristiana. A esto lo llamamos “el poder de la fe ajena”: no es que alguien pueda ser salvo por esa clase de fe, sino que a través de ella, como a través de su intercesión y ayuda, él mismo puede obtener de Dios su propia fe por la cual se salva.

Ocurre de la misma manera con mi vida y mi muerte natural. Si voy a vivir, entonces debo nacer yo mismo, y nadie puede nacer por mí para que yo viva a través de ellos; sin embargo, mi madre y la partera pueden por su vida ayudarme a nacer, para que yo viva de esa manera. Así también si voy a morir, entonces yo mismo debo sufrir la muerte, y nadie puede morir por mí para que yo muera; pero ciertamente puede ayudarme a mi propia muerte, como cuando me asusta, cae sobre mí, me ahoga o me aplasta, o me asfixia con el hedor. Asimismo, nadie puede ir al infierno por mí; pero puede engañarme con la falsa doctrina y vida, de modo que yo vaya al infierno por mi propio error, traído sobre mí por su error. Así que nadie puede ir al cielo por mí; pero puede ayudarme a llegar allí predicando, enseñando, gobernando, rezando y obteniendo la fe de Dios para mí, a través de la cual puedo ir al cielo. Este centurión no se curó de la parálisis de su sirviente, sino que obtuvo que su sirviente reciba la salud.

32. Así que aquí también decimos que los niños no son bautizados en la fe de los padrinos o de la iglesia, sino que la fe de los padrinos y de la iglesia reza por ellos y obtiene para ellos su propia fe en la que son bautizados y creen por sí mismos. Tenemos pasajes fuertes y firmes al respecto (Mateo 19:13-15; Marcos 10:13-16; Lucas 18:15-16). Cuando algunos llevaron niños pequeños al Señor Jesús para que los tocara y los discípulos se lo impidieron, él reprendió a los discípulos, abrazó a los niños, les impuso las manos, los bendijo y dijo: “De los tales es el reino de Dios”. Nadie nos quitará estos pasajes ni los superará con buenas razones. Aquí dice que Cristo no quiere que la gente prohíba que los niños pequeños sean llevados a él; incluso ordena que sean llevados a él, los bendice y les da el reino de los cielos. Notémoslo bien.

33. Sin duda, esto fue escrito sobre los niños naturales, y es erróneo cuando la gente quiere explicar las palabras de Cristo como si se hubiera referido a los niños espirituales, que son pequeños por su humildad. Estos eran niños físicamente pequeños, a los que Lucas llama “infantes”. Sobre ellos puso su bendición, y sobre ellos dice que el reino de los cielos es de ellos. ¿Qué queremos decir aquí? ¿Queremos decir que no tenían su propia fe y que el otro pasaje es falso: “El que no crea será condenado”? Entonces Cristo también está mintiendo o disimulando cuando dice que el reino de los cielos es de ellos, y no está hablando seriamente sobre el verdadero reino de los cielos.

Interpreta estas palabras de Cristo como quieras, tenemos aquí que los niños deben ser llevados a Cristo y no se les debe poner trabas; cuando son llevados a él, entonces nos obliga a creer que él los bendice y les da el reino de los cielos, como lo hace con estos niños. Es apropiado que no actuemos y creamos de ninguna otra manera, mientras las palabras permanecen: “Dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis”. No es menos apropiado que creamos que cuando sean llevados a él, los abrazará, pondrá sus manos sobre ellos, los bendecirá y les dará el cielo, siempre y cuando este texto permanezca que él bendijo y dio el cielo a los niños que fueron llevados a él. ¿Quién puede pasar por alto este texto? ¿Quién, en cambio, será tan audaz como para no permitir que los niños vengan al bautismo o no creer que los bendice cuando vienen a él?

34. Él está tan presente en el bautismo ahora como lo estaba entonces. Porque nosotros los cristianos ciertamente sabemos esto, no nos atrevemos a mantener el bautismo lejos de los niños. Así que tampoco nos atrevemos a dudar de que él bendice a todos los que vienen a él, así como él bendijo a esos niños. Por tanto, no queda nada más que los pensamientos y la fe de aquellos que llevaron a él los niños pequeños. Al llevarlos, hacen y ayudan a los niños pequeños a ser bendecidos y a obtener el reino de los cielos, pero eso no podría ser si los niños no tuvieran su propia fe para sí mismos, como se ha dicho.

Así que también decimos aquí que los niños pequeños son llevados al bautismo por la fe y la obra de otro; pero cuando llegan allí y el sacerdote o el que bautiza se ocupa de ellos en lugar de Cristo, entonces los bendice y les da la fe y el reino de los cielos, porque la palabra y la obra del sacerdote son la palabra y la obra del mismo Cristo.

35. San Juan también está de acuerdo con esto cuando dice: “Os escribo a vosotros, padres”; “Os escribo a vosotros, jóvenes”; “Os escribo a vosotros, niños” (1 Juan 2:13). No se contenta con escribir a los jóvenes; también escribe a los niños, y les escribe que conocen al Padre. De esto se deduce que los apóstoles también bautizaron a los niños y sostuvieron la opinión de que creen y conocen al Padre, como si hubieran empezado a razonar y pudieran leer. Aunque alguien podría explicar que la palabra “niños” se refiere a los adultos, como Cristo llama a veces a sus discípulos, sin embargo, aquí es seguro que él está hablando de los que son más jóvenes que los jóvenes, de modo que suena como si estuviera hablando de la muchedumbre joven, los que tienen menos de quince o dieciocho años, y no excluye a nadie hasta el primer año, ya que todos ellos son llamados “niños”.

36. Pero queremos ver su razón para pensar que los niños no creen. Dicen que es porque todavía no han empezado a razonar y por eso no pueden escuchar la palabra de Dios; pero donde no se escucha la palabra de Dios, no puede haber fe: “La fe viene por el oír, y el oír viene de la palabra de Dios” (Romanos 10:17). Dime, ¿es cristiano juzgar las obras de Dios según nuestra opinión y decir: “Los niños no han comenzado a razonar, y por lo tanto no pueden creer.”? ¿Cómo es, entonces, que a través de tu propio razonamiento ya te has alejado de la fe, y los niños por su falta de razonamiento han llegado a la fe?

Querido amigo, ¿de qué sirve la razón para la fe y la palabra de Dios? ¿No es la que más se opone a la fe y a la palabra de Dios, de modo que nadie puede llegar a la fe por la razón? No tolerará la palabra de Dios a menos que esté cegada y deshonrada, de modo que debemos morir a la razón y convertirnos en tontos, tan irrazonables e insensatos como un niño pequeño, antes de creer y recibir la gracia de Dios. Cristo dice: “Si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los cielos” (Mateo 18:3). ¿Cuántas veces nos dice Cristo que debemos convertirnos en niños y necios? ¿Con qué frecuencia condena la razón?

37. De igual manera, dime ¿qué tipo de razón tenían los niños pequeños a quienes Cristo abrazó y bendijo y a quienes les dio el cielo? ¿No estaban todavía sin razón? ¿Por qué, entonces, les ordena que sean llevados a él y los bendice? ¿De dónde sacaron la fe que los hace hijos del reino de los cielos? Sí, solo porque son sin razón y necios, están mejor adaptados para la fe que los adultos y los sabios, para quienes la razón siempre está en el camino y se niega a empujar su cabezota por la puerta estrecha. Si estamos hablando aquí de la fe y la obra de Dios, entonces no debemos mirar a la razón o a sus obras. Aquí Dios trabaja solo, y la razón está muerta, ciega y como un tronco estúpido en esta obra, de modo que la Escritura tiene razón cuando dice: “Dios es asombroso en sus santos”. Asimismo: “Como los cielos son más altos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:9).

38. Pero como están tan metidos en su razón, debemos atacarlos con su propia astucia. Dime, ¿por qué bautizas a una persona cuando ha empezado a razonar? Respondes: “Escucha la palabra de Dios y cree”. Yo pregunto: ¿Cómo lo sabes? Dices: “Lo confiesa con la boca”. ¿Qué debo decir? ¿Y si miente y engaña? No puedes ver su corazón. Bueno, entonces, bautizas sobre la base de lo que el hombre muestra en su exterior. No estás seguro de su fe y debes pensar que si no tiene más en su corazón de lo que percibes en el exterior, entonces su oír, su confesión y su fe no ayudarán, porque puede ser una mera ilusión y no la verdadera fe. ¿Quién eres tú, entonces, para decir que el oír y confesar externamente es necesario para el bautismo? Dices que donde no están, no debemos bautizar, y donde están, debemos bautizar. Pero aquí tú mismo confiesas que tal oír y confesión son inciertos y no son suficientes para que una persona reciba el bautismo. ¿Por qué bautizas? ¿Cómo vas a continuar, cuando has puesto en duda el bautismo?

¿No es cierto que debes venir y decir que es impropio que hagas o sepas más de esto, que debes bautizar a quien te traigan y te pidan el bautismo? Debes creer o comprometerte con Dios, tanto si él cree o no interiormente, de verdad; de esa manera te excusas y bautizas correctamente. ¿Por qué, entonces, no lo harás por los niños, a los que Cristo ordena que te traigan y a los que quiere bendecir? Más bien, primero quieres tener la audición externa y la confesión, lo que confiesas es incierto e insuficiente para el bautismo del que va a ser bautizado. Abandonas las palabras seguras de Cristo (cuando manda que le traigan niños pequeños) por el bien de tu incierto oído externo.

39. Además, dime, ¿dónde está la razón de una persona que cree en Cristo mientras duerme, ya que su fe y la gracia de Dios nunca lo abandonan? Si la fe puede permanecer sin la ayuda de la razón, de modo que la razón no se da cuenta de ello, entonces ¿por qué no debería la fe comenzar también en los niños antes de que la razón sepa algo al respecto? Podría decir lo mismo de todas las horas en las que un cristiano vive y está ocupado, que no es consciente de su fe y su razón, y sin embargo su fe no cesa por ello. Las obras de Dios son secretas y maravillosas, donde y cuando él quiere; por otra parte, son bastante obvias, donde y cuando él quiere, por lo que son demasiado altas y profundas para que nosotros las juzguemos.

40. Porque nos manda aquí que no impidamos a los niños pequeños que vengan a él para que los bendiga, y no se nos exige que estemos seguros del estado interno de la fe (al bautizado no le basta con oír y confesar externamente), hemos de contentarnos con que, para nosotros que hacemos el bautismo, nos basta con oír la confesión de los que van a ser bautizados, que vienen ellos mismos a nosotros, para no dar el sacramento contra nuestra conciencia a aquellos de los que no se espera ningún fruto. Pero cuando aseguran a nuestra conciencia con su búsqueda y confesión que podemos dárselo como un sacramento que da gracia, entonces estamos excusados. Si su fe no es verdadera, se lo dejamos a Dios; no lo hemos dado como algo inútil, sino con la conciencia de que es beneficioso.

41. Digo todo esto para que no bauticemos sin pensar, como hacen los que lo dan con la conciencia de que no hace nada y no es beneficioso. Esos que bautizan pecan al usar deliberadamente el sacramento y la palabra de Dios de manera inútil, o al pensar conscientemente que no puede hacer nada. Eso es tratar el sacramento de manera indigna; tienta y calumnia a Dios. Eso no es dar el sacramento sino burlarse del sacramento. Pero si el que es bautizado miente y no cree, bueno, aun así has hecho lo correcto y has dado el verdadero sacramento con buena conciencia, como algo que debe ser útil.

42. En cuanto a los que no vienen por sí mismos, sino que son traídos (como Cristo nos manda traer a los niños pequeños), debes confiar su fe a Aquel que nos manda traerlos y bautizarlos por orden suya, y decir: “Señor, Tú los traes aquí y me ordenas que los bautice, así que ciertamente responderás por ellos. Confío en eso. No me atrevo a ahuyentarlos ni a obstaculizarlos”. Si no han oído la palabra, por la que viene la fe, como los adultos la oyen, la oyen como niños pequeños. Los adultos captan la palabra con los oídos y la razón, pero a menudo sin fe. Los niños pequeños la escuchan con sus oídos, sin razón y con fe. La fe está tanto más cerca cuando hay menos razón. La fe que los trae es más fuerte que la voluntad de los adultos que vienen por ellos mismos.

43. Lo que más preocupa a estos escritores es que en los adultos existe la razón, que actúa como si creyera en la palabra que escucha; eso lo llaman “creer”. Por otra parte, ven que en los niños todavía no hay razón, pues actúan como si no creyeran. Pero no ven que la fe en la palabra de Dios es algo muy diferente y más profundo que lo que la razón hace con la palabra de Dios. La fe es la única obra de Dios más allá de toda razón. El niño está más cerca que el adulto, sí, mucho más cerca, y el adulto está más lejos que el niño, sí, mucho más lejos.

44. Pero esta es una obra humana, hecha por la razón. Me parece que si algún bautismo es seguro, el de los niños debería serlo más, por las palabras de Cristo que nos dicen que los traigamos, mientras que los adultos vienen por su cuenta. Puede haber engaño en los adultos por su razón, pero no puede haber engaño en los niños porque su razón está oculta. Cristo hace efectiva su bendición en ellos, como ha ordenado que sean llevados a él. Estas palabras tan sorprendentes no deben ser pasadas por alto, cuando nos dice que le llevemos a los niños a él y reprende a aquellos que lo impiden.

45. Pero al hacerlo no queremos que el oficio de predicador se debilite o se deje de lado. Ciertamente, Dios no hace que se prediquen estas cosas por el bien del oído racional, ya que de ahí no sale ningún fruto, sino por el bien del oído espiritual, que, como se ha dicho, también tienen los niños, tan bien e incluso mejor que los adultos. Así que ellos también escuchan la palabra. ¿Qué más es el bautismo que el evangelio al que son llevados? Aunque solo la escuchen una vez, la escuchan con más fuerza porque Cristo, que ha ordenado que sean llevados, los acoge. Los adultos tienen la ventaja de que la escuchan a menudo y pueden reflexionar sobre ella. Sin embargo, también sucede con los adultos que incluso muchos sermones no penetran en el oído espiritual; pero entonces puede ser impactado una vez en un sermón, y tiene suficiente para siempre. Lo que oye después mejora lo que oyó primero o lo destruye de nuevo.

46. En resumen, el bautismo y el consuelo de los niños está en estas palabras: “Dejad que los niños vengan a mí; no se lo impidáis, porque de los tales es el reino de Dios”. Él ha dicho esto y no miente. Así que debe ser correcto y cristiano traerle niños pequeños. Eso no puede suceder más que en el bautismo. Así que también debe ser cierto que él los bendice y da el reino de los cielos a todos los que vienen a él, como dicen las palabras: “De los tales es el reino de Dios”. Ya es suficiente por ahora.

47. Aquí al final debemos tratar lo que la lepra y la parálisis significan espiritualmente. Pero se habla mucho de la lepra en la postila de los diez leprosos. Por lo tanto, no se trata aquí en profundidad.