EVANGELIO
PARA EL DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA
Juan
20:19-31
1. La
primera parte de esta lectura del Evangelio es la misma historia que escuchamos
en el Evangelio del Martes de la Pascua. Al atardecer del día de Pascua (que
los evangelistas llaman “el primero de los sábados”), Cristo se apareció por
primera vez a sus asustados discípulos cuando estaban todos juntos (excepto
Santo Tomás), los consoló y fortaleció su fe en su resurrección. Así oímos de
nuevo cuál es el poder y el beneficio de su resurrección, a saber, que Cristo,
cuando viene con esta predicación, trae la paz y la alegría, que son los
verdaderos frutos de la fe, como también San Pablo los enumera entre los demás
frutos del Espíritu (5:22-23).
2. Cuando
llega, los encuentra todavía sentados con miedo y espanto, tanto exteriormente
por los judíos como interiormente por sus conciencias. Sus corazones son
todavía demasiado débiles y pesados para creer, a pesar de haber oído a las
mujeres y a algunos de los discípulos decir que había resucitado. Mientras
estaban preocupados por esto y hablaban entre ellos sobre el tema, él está allí
y les hace un saludo amistoso a la manera de la lengua hebrea: “La paz sea con ustedes”,
que en nuestro idioma sería: “Tengan muy buenos días”. Lo llaman “paz” cuando
todo va bien y el corazón está contento y alegre. Esas son las palabras
amistosas que siempre trae Cristo, que luego en esta historia repite una
segunda y una tercera vez.
3. Sin
embargo, esta paz de Cristo es muy secreta y está oculta a los ojos y a los
sentidos, pues no es una paz como la pinta y la busca el mundo, o como la
entiende la carne y la sangre. La situación de los cristianos es que por causa
de Cristo no pueden tener ninguna paz ni nada bueno de sus enemigos, el diablo
y el mundo. Deben sufrir diariamente la desgracia y la hostilidad. El diablo
los alarma, oprime y aflige con el miedo a este pecado y el castigo por él; el
mundo los alarma con su persecución y tiranía; y la carne los alarma con su
propia debilidad, impaciencia, etc.
Por lo
tanto, no se trata de una paz visible o tangible que se percibe externamente,
sino interna y espiritualmente en la fe, que no capta y se aferra a nada más
que a lo que oye, es decir, a estas palabras amistosas de Cristo que habla a
todos los que están asustados y angustiados: “Pax
tibi. La paz esté contigo. No tengas miedo”, etc. Así, el creyente está
satisfecho y contento con el hecho de que Cristo es su amigo y Dios quiere
ofrecerle todo lo bueno, aunque externamente en el mundo no perciba ninguna
paz, sino solo lo contrario.
Esta es la
paz de la que dice San Pablo: “Que la paz de Dios, que sobrepasa toda razón,
guarde sus corazones y sus mentes en Cristo Jesús” (Filipenses 4:7). Cristo
dice: “Les he dicho esto para que en mí tengan paz. En el mundo tienen ansiedad”
(Juan 16:33), etc.
4. El
diablo no puede soportar que un cristiano tenga paz. Por lo tanto, Cristo debe
dar la paz de una manera diferente a la que el mundo tiene y da, es decir,
calmando el corazón, haciendo que se contente, y quitando interiormente el
miedo y el temor, aunque exteriormente permanezcan la hostilidad y la
desgracia.
Ves aquí lo
que les ocurrió a los discípulos de Cristo. Están sentados allí, encerrados por
su gran temor a los judíos; no se atreven a salir, y tienen la muerte ante sus
ojos. Aunque por fuera tienen paz y nadie les hace nada, por dentro sus
corazones tiemblan y no tienen paz ni descanso. En este temor y ansiedad, el
Señor viene, calma sus corazones y los pone en paz, no quitando el peligro,
sino haciendo que sus corazones no tengan miedo. La malicia de los judíos no
fue quitada ni cambiada, pues están enojados y furiosos como antes, y
exteriormente todo permanece como está. Pero interiormente han cambiado, de
modo que se sienten reconfortados e inamovibles y ya no les importa que los judíos
sigan enfurecidos.
5. La
verdadera paz que puede tranquilizar el corazón no es la que se da en el
momento en que no hay ninguna desgracia presente, sino la que se da en medio de
la desgracia, cuando externamente solo es visible la hostilidad. Esa es la diferencia
entre la paz mundana y la espiritual. La paz mundana significa que el mal que
causa la hostilidad es eliminado. Por ejemplo, cuando un enemigo acampa ante
una ciudad, hay hostilidad, pero cuando se va, vuelve a haber paz. Así, cuando
la pobreza y la enfermedad te oprimen, no estás en paz, pero cuando desaparecen
y te liberas de esa desgracia, entonces vuelve a haber paz y descanso exterior.
Sin embargo, el que soporta esto no cambia; sigue igual de abatido, esté o no
esté, salvo que cuando está presente, lo siente y se angustia por ello.
6. Pero la
paz cristiana o espiritual le da la vuelta a eso, de modo que exteriormente la
desgracia permanece, como los enemigos, la enfermedad, la pobreza, el pecado,
el diablo y la muerte. Están presentes, no cesan y acampan a su alrededor; sin
embargo, interiormente hay paz, fuerza y consuelo en el corazón, de modo que no
le importa la desgracia e incluso se vuelve más valiente y audaz cuando está
allí que cuando no lo está. Por eso se le llama correctamente “la paz que sobrepasa
a la razón y a todo entendimiento” (Fil. 4:7). La razón no entiende ni busca
más que la paz que viene exteriormente de los bienes que el mundo puede dar; no
sabe nada de cómo poner el corazón en paz y tener consuelo en tiempos de
necesidad, cuando todo esto falta.
Cuando
Cristo viene, deja que las adversidades externas permanezcan, pero fortalece a
la persona. De la timidez hace un corazón sin miedo; hace que un corazón
tembloroso sea audaz; hace que una conciencia inquieta se tranquilice. Entonces
la persona es confiada, valiente y alegre en las cosas en las que de otro modo
todo el mundo se asusta, es decir, en la muerte, en el miedo al pecado y en
todas las angustias en las que el mundo ya no puede ayudar con su comodidad y
bienes. Esa es una paz verdadera y duradera, que permanece para siempre y es
invencible mientras el corazón se aferre a Cristo.
7. Así
pues, esta paz no es otra cosa sino que el corazón
está seguro de que tiene un Dios bondadoso y el perdón de los pecados, pues sin
eso no puede mantenerse en ninguna angustia ni ponerse en paz con ninguna
posesión de la tierra.
8. Sin
embargo, esto sucede y llega solo cuando Cristo nos señala sus manos y su
costado, es decir, cuando nos muestra a través de la palabra que fue
crucificado por nosotros, derramó su sangre y murió, y así pagó por nuestros
pecados y aplacó y nos resguardó de la ira de Dios. Esa es la verdadera señal
que reconforta las conciencias y los corazones asustados y les asegura la
gracia divina y el perdón de los pecados. Les muestra esto para que no duden,
sino que tengan la certeza de que es él mismo, que no está enojado con ellos,
sino que es su querido Salvador. No es tan fácil que ellos y todas las
conciencias angustiadas se asan de esta paz, porque están alarmados y en
conflicto. Por eso, él viene y los fortalece tanto con la palabra como con
signos visibles.
9. Esto lo
sigue haciendo después de su resurrección, no visiblemente, sino a través del
oficio de la predicación (que debemos creer, aunque no lo veamos, como dice al
final de esta lectura del Evangelio), a través del cual también nos recuerda
cómo derramó su sangre por nosotros. Basta con que lo haya mostrado a sus
discípulos una vez, para fortalecer tanto su fe como la nuestra, de que
verdaderamente ha resucitado y es el mismo Cristo que por nosotros fue clavado
en la cruz y traspasado.
10. El
segundo punto, el que sigue al saludo amistoso de Cristo, o al ofrecimiento de
paz, y a la muestra de sus manos y costado (que fueron recibidos por la fe), es
la alegría, como dice el texto: “Los discípulos se alegraron al ver al Señor”.
Es el mayor gozo que puede sentir el corazón humano, cuando vuelve a ver y
reconocer a Cristo, que antes había estado en la muerte y con él había
desaparecido todo consuelo y alegría. Pero ahora puede consolarse alegremente y
saber que en él tiene un Salvador querido y amistoso y, por medio de él, pura
gracia y consuelo con Dios contra todo el temor del pecado y de la muerte y
contra el poder del mundo y del infierno. Esto es lo mismo que dice San Pablo: “Ya
que hemos sido justificados por la fe, tenemos paz con Dios por medio de
nuestro Señor Jesucristo, por quien también tenemos una alegre admisión o
acceso en la fe” (Romanos 5:1-2), etc.
11. También
lo cantamos en este tiempo en el común y antiguo himno de Pascua sobre la
resurrección del Señor: “Cristo ha resucitado de toda su agonía”. No basta con
que nos cuenten la historia de la resurrección, sino que el himno nos la trae a
casa y nos dice que debemos alegrarnos de nuestro tesoro y salvación, que
tenemos paz y todo bien de Dios. De lo contrario, ¿cómo podríamos alegrarnos en
él si no tuviéramos nada de él ni pudiéramos aceptar como nuestro lo que ha
hecho? Por eso, también resuelve enseñarnos que Cristo quiere ser nuestro
consuelo, para que lo esperemos con certeza. No podemos ni debemos tener otro
consuelo al que aferrarnos en cada necesidad. Con su resurrección lo ha
conquistado todo y nos da todo lo que ha hecho y sufrido como nuestro.
12. Cristo llegó
a los discípulos a través de la puerta cerrada para señalar que después de su
resurrección y en su reino en la tierra ya no estará atado a una forma de vida
corporal, visible, tangible y mundana, al tiempo, al lugar, al espacio y
similares. Más bien, debemos reconocer y creer que él está presente y gobierna
a través de su poder en todas partes, en todos los lugares y en todo momento,
cuando y donde lo necesitemos, y estará con nosotros y nos ayudará, sin ser
detenido ni obstaculizado por el mundo y su poder.
13. En
segundo lugar, también muestra que dondequiera que viene con su gobierno a
través del oficio de la palabra, no viene con fanfarronadas y bravatas, con
asalto y furia, sino muy suave y lentamente, de modo que no perturba, rompe ni
destruye nada en la vida y el gobierno humanos exteriores. Los deja ir y
permanecer en los estados y oficios en los que los encuentra, y gobierna la
cristiandad de tal manera que el gobierno ordenado en la tierra no es derrocado
ni destruido. De este modo, no cambia ni perturba nada en el interior del
hombre, ni su pensamiento ni su razón, sino que ilumina y mejora su corazón y
su entendimiento.
14. El
demonio, en cambio, con sus espíritus sectarios, retumbantes, bulliciosos y
perturbadores, trastorna y arruina todo, tanto en el gobierno y la vida externa
y mundana como internamente en el corazón de las personas. Los vuelve muy
perturbados y sombríos con su falsa espiritualidad. En este tiempo hemos tenido
mucha experiencia de esto en sus profetas rebeldes, fanáticos y anabaptistas.
15. Esa es
la primera parte de esta lectura del Evangelio, ya que Cristo vuelve a consolar
a sus queridos discípulos mediante su resurrección y los alegra y revive, junto
con él, de la muerte y la miseria opresivas de sus corazones cuando pensaban
que Cristo estaba ahora perdido y eternamente muerto para ellos. Porque ahora
tienen el beneficio y el fruto de esto, y para que ahora pueda promover este
mismo poder y consuelo de la resurrección a otros, continúa y les da la orden
de difundir esto en el mundo a través de su oficio, como sigue:
Entonces Jesús les dijo de nuevo: “La paz sea
con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así les envío yo”. Y dicho esto,
sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen
los pecados, les serán perdonados; y a quienes se los retengan, les serán
retenidos”.
16. Con
estas palabras el Señor señala lo que ha logrado con su resurrección, es decir,
que ha establecido un gobierno que no tiene que ver ni debe manejar el dinero o
el oro y lo que concierne a esta vida temporal, o cómo hemos de adquirirlos y
conservarlos. Ese tipo de reino ya existe, establecido desde el principio del
mundo, sometido a la razón humana a través de la palabra de Dios cuando dijo: “Domina
a los peces del mar y a las aves debajo del cielo y a todos los animales de la
tierra” (Génesis 1:28). Este es el antiguo gobierno, con el que el gobierno
mundano tiene que ver y trabajar, para el que no se necesita el Espíritu Santo.
No tenemos mucho que enseñar al respecto en la cristiandad. Aquí los abogados
pueden ayudar y dar consejos sobre cómo debe funcionar.
17. Al lado
y por encima de eso hay otro gobierno, que está sobre las conciencias y se ocupa
de los asuntos en los que tratamos con Dios. Este gobierno es doble. Uno fue
establecido a través de Moisés. Aquí el Señor estableció el segundo cuando
dice: “Como el Padre me ha enviado, así les envío yo”, etc. El gobierno de
Moisés debe servir para enseñarnos lo que es pecado y lo que no es pecado y es
necesario para aquellos que aún no conocen o perciben el pecado. Por ejemplo,
los antinomianos alegan ahora que la ley no debe ser
predicada. Sería inútil predicar mucho sobre la gracia entre ellos, porque
donde no se predica la ley, la gente no puede conocer el pecado. San Pablo
dice: “Sin la ley, el pecado está muerto”. Asimismo: “Donde no hay ley, no hay
transgresión”. Reconocemos el pecado (no importa cuán grande sea) y la ira de
Dios solo por medio de la ley. Por lo tanto, donde no se enseñe esto, la gente
será muy pagana; creerá que actúa correctamente cuando está pecando
abominablemente contra los mandamientos de Dios.
18. El
gobierno mundano ciertamente refrena y castiga los pecados públicos, pero es
demasiado insignificante para señalar o enseñar lo que es el pecado ante Dios,
aunque se asesore con todos los libros de los abogados. Por lo tanto, la ley
fue dada para que la gente aprendiera de ella lo que es el pecado. Si el pecado
permanece desconocido, entonces no podemos entender, ni mucho menos desear, el
perdón y la gracia. En efecto, entonces la gracia no sirve para nada, pues la
gracia debe luchar y vencer en nosotros a la ley y al pecado, para que no nos
desesperemos.
Un buen
médico debe tener experiencia en su profesión para saber primero de qué tipo de
enfermedad se trata. De lo contrario, si quiere ayudar al enfermo, pero no
conoce la causa de la enfermedad, fácilmente podría darle un veneno peligroso en
lugar de medicina. Así, el pecado debe conocerse primero y previamente antes de
predicar la gracia. La ley es necesaria para ese conocimiento; así que debemos
tener el catecismo ante la gente y enseñar diligentemente los Diez
Mandamientos, pues, como he dicho, la razón con su sabiduría y la habilidad de
todos los abogados es demasiado débil para esto. Aunque algo de ese
conocimiento es innato en ti, sin embargo, es demasiado poco e insignificante.
Por eso, Dios estableció esta predicación de la ley por medio de Moisés, una
predicación que había recibido antes de los padres.
19. Por
supuesto, el propio Cristo ratificó esta predicación cuando ordenó a sus
discípulos, como hemos oído en la lectura anterior del Evangelio, primero
predicar el arrepentimiento en su nombre, y cuando dijo: “El Espíritu Santo
reprenderá al mundo acerca del pecado” (Juan 16:8), etc. Aunque señalar el
pecado pertenece propiamente al gobierno de Moisés, sin embargo, para que
Cristo pueda entrar en su gobierno y obra, debe comenzar con la predicación de
la ley donde el pecado no es reconocido. Donde eso no ocurre, el pecado no
puede ser perdonado.
20. El otro
gobierno es el que ha establecido la resurrección del Señor Cristo. A través de
esto quiso establecer un nuevo reino que tiene que ver y trata con el pecado
(que antes era reconocido por la ley) y con la muerte y el infierno. Esto no
enseña nada sobre casarse; sobre administrar la casa, la ciudad y el campo;
sobre mantener la paz mundana; sobre cultivar, plantar, etc. Más bien se dirige
a donde estaremos cuando cesen este gobierno y esta vida temporales y
perecederos, cuando debamos dejar los bienes, la honra, la casa, la hacienda,
el mundo y todo lo que hay en la tierra, junto con esta vida, como podemos
esperar en cualquier momento.
Lo que es
necesario aquí es este reino de Cristo. Él ha sido hecho un Rey eterno porque
es Señor sobre el pecado y la justicia, sobre la muerte y la vida. Su reino
tiene que ver con gobernar sobre estas cosas.
Esto es lo
que el Señor quiere decir cuando dice aquí: “Reciban el Espíritu Santo. A
quienes les perdonen los pecados, les serán perdonados; y a quienes se los
retengan, les serán retenidos”. Se puede escuchar que él se ocupa de liberar a
las personas de sus pecados o de dejarlas atrapadas en ellos y señalar que
están condenadas.
21. Aquí no
podemos decir que al hacer esto él haya establecido un reino mundano. El Papa
se jacta de su llave de atar y desatar, de que tiene el poder de desatar y atar
incluso lo que no es pecado, sí, incluso lo que Cristo no ata ni desata; así lo
hace un poder mundano. Pero Cristo explica aquí muy claramente lo que son sus
llaves: no para hacer leyes y abolirlas de nuevo, como hace el Papa, sino para
perdonar o retener los pecados.
Quiere
decir: “Mi reino ha de consistir en esto, primero, en que la gente reconozca
que es pecadora. Ordené a Moisés que enseñara y proclamara esto,
no para atarlos, porque ya están
atados”. Tampoco quiere hacer pecados ni ocuparse de fabricar pecados (como
hace el Papa con sus leyes y con su llave de atar, haciendo pecado donde no lo
hay), sino trabajar con aquellas cosas que naturalmente son pecados contra los
Mandamientos de Dios, como el desprecio a Dios y la incredulidad, la calumnia a
su nombre, el desprecio a su palabra, la desobediencia, etc. Estos no fueron
hechos pecados por las leyes del Papa, sino que son verdaderos pecados que
están pegados en la carne y en la sangre y que nacen con el hombre, los cuales
no pueden ser absueltos o quitados a través de la llave de desatar del papa,
como él la usa, sino que permanecen en el hombre hasta la tumba.
22. El
objetivo del reino de Cristo es que los hombres sepan cómo pueden liberarse de
esto. Por eso lo llama en todas partes no un reino mundano o terrenal, sino el
reino de los cielos, porque debe comenzar justo cuando este reino terrenal cese
(por la muerte), para que la gente sepa entonces cómo debe entrar en el cielo.
Esa es la forma, dice, en que ha de operar y consistir su reino.
“Como el Padre me ha enviado, así les
envío yo”.
23. Con
estas palabras les quita, en primer lugar, la opinión carnal que los discípulos
tenían después de su resurrección, de que él gobernaría como un rey y señor
mundano, con un poder externo y físico. Por lo tanto, dice: “Ya han visto qué
clase de oficio he desempeñado en la tierra, para el cual fui enviado por mi
Padre, a saber, que debía iniciar un reino espiritual contra el poder del
diablo, del pecado y de la muerte, y por medio de esto llevar a los que creen
en mí a la vida eterna. He hecho esto y lo he completado en lo que respecta a mi
persona, y no he tomado para mí nada en absoluto de la vida y el gobierno
mundanos. Sí, el mundo incluso me ha asesinado a causa de mi oficio y servicio,
y así he sido separado de ustedes. Pero ahora, mediante mi resurrección, he
entrado en la gloria. Allí, a la diestra del Padre, gobernaré todas las
criaturas para siempre.
“Por lo
tanto, también les envío ahora para que sean mis mensajeros, no ocupados en los
asuntos mundanos, sino desempeñando y trabajando en el mismo oficio que hasta
ahora he hecho, es decir, predicar la palabra que han oído y recibido de mí”.
Este es un oficio a través del cual las personas que sienten el pecado y la
muerte y quieren ser liberadas de ellos en efecto se liberan del pecado y la
muerte.
24. Con
esto los apóstoles y sus sucesores hasta el fin del mundo son hechos señores y
se les da un poder y una fuerza tan grandes (con respecto a su oficio) como los
que tuvo el propio Cristo, el Hijo de Dios, en comparación con los cuales toda
la fuerza y el dominio del mundo no son nada (aunque ante el mundo no parezca
ni se llame dominio). Sin embargo, ese oficio no debe ni puede ir más allá que
solo sobre lo que se llama “pecado” ante Dios, de modo que dondequiera que el
pecado comience o termine, su gobierno también debe comenzar y terminar. Todo
lo que vive en la tierra y se llama “hombre”, ya sea emperador o rey, grande o
pequeño, sin excluir a nadie, debe estar sujeto a este gobierno. Por eso dice: “a
cualquiera que peca, perdonen” Este “cualquiera” no significa otra cosa que “todos
juntos”, judíos, gentiles, altos y bajos, sabios e ignorantes, santos o impíos.
deben estar sujetos a este gobierno.
Nadie llegará al cielo y a la vida eterna si no recibe esto de ustedes,
es decir, a través de su oficio.
25. Con
esta palabra son todos juntos arrojados bajo el pecado y encerrados. Con esta
palabra él señala que en la tierra y en el mundo no encontrarán más que pecado.
Pronuncia el veredicto de que todas las personas a las que fueron enviados los
apóstoles y sus sucesores son pecadores y están condenados ante Dios en su
persona y vida. Debe suceder una de dos cosas: o sus pecados serán perdonados y
absueltos cuando los reconozcan y deseen el perdón, o deberán permanecer
eternamente atados en el pecado para la muerte y la condenación.
26. Ahora
bien, para usar y desempeñar esta autoridad y gobierno, se requiere un poder
especial que no es humano sino divino. Por tanto, no les da una espada y armas
para esto; no los equipa con armadura y poder mundano, sino que sopla sobre
ellos y dice: “Reciban el Espíritu Santo”, es decir, para que sepan que este
oficio y trabajo no proviene de su propia fuerza sino de su poder a través del
Espíritu Santo, quien obrará a través de su oficio y palabras. Así es y se
llama el oficio del Espíritu Santo, que fue dado por Cristo. Aunque parezca una
predicación débil, nada más que un insignificante aliento salido de la boca de
un hombre, sin embargo, hay tal poder con y bajo ella que el pecado, la ira de
Dios, la muerte y el infierno deben ceder ante ella.
27. A
partir de esto, ahora también es fácil responder a la pregunta y a la sutileza
de la gente: “¿Cómo puede el hombre perdonar los pecados, ya que esto pertenece
solo a Dios?” Es cierto que no hay poder ni capacidad ni mérito humano para
perdonar ningún pecado, aunque alguien fuera tan santo como todos los apóstoles
y todos los ángeles del cielo. Por eso nosotros mismos condenamos también al Papa
con sus monjes, que prometen al pueblo el perdón de los pecados y pronuncian la
absolución por el mérito de sus propias obras y santidad, de modo que el pobre
pueblo que quisiera tener un consuelo verdadero y seguro es engañado vergonzosa
y miserablemente.
28. Sin
embargo, aquí debemos tener la verdadera distinción, que los papistas y otras
sectas no conocen ni pueden dar, entre lo que la gente hace por su propia
iniciativa y por su propio valor y lo que Cristo nos manda hacer en su nombre y
que él obra por su poder. Es evidente que no tiene ningún valor que un descalzo
rapado, por su propia audacia, venga y presuma de pronunciar la absolución y el
perdón a una pobre conciencia sobre la base de su propio remordimiento y
arrepentimiento y del mérito de los santos y de su orden, como reza su
absolución (todavía podemos convencerles de ello a través de las cartas que se
venden a la gente sobre la base de su hermandad): “El mérito de los
sufrimientos de Cristo y de María, la Virgen bendita, y de todos los santos; el
mérito de esta orden severa y rigorosa; la humildad de tu arrepentimiento y el remordimiento
de corazón y todas las buenas obras que has hecho o harás te serán dadas para
el perdón de tus pecados y la vida eterna”, etc.
Esto no es
otra cosa que una abominable calumnia a Cristo y poner patas arriba la
verdadera absolución, pues aunque mencionen su
sufrimiento, no lo toman en serio, y no lo consideran suficientemente bueno y
poderoso para el perdón de los pecados, sino que deben tener además el mérito
de María y de todos los santos, y sobre todo de su propia orden y monacato, y
hacerlos iguales a Cristo. Esto lo hacen sin ningún mandato de Cristo, incluso
en contra de su palabra y mandato, no del Espíritu Santo, sino de su propio
espíritu, el diablo, que es el padre y autor de tal doctrina mentirosa.
29. Pero si
la absolución ha de ser verdadera y poderosa, entonces debe provenir de este
mandato de Cristo, de modo que diga: “Te absuelvo de tus pecados no en mi
nombre o en el de algún santo, o por algún mérito humano, sino en el nombre de
Cristo y por la autoridad de su mandato, que me ha ordenado decirte que tus
pecados están perdonados. Así que no soy yo, sino él mismo (por mi boca) quien
perdona tus pecados, y estás obligado a aceptarlo y creerlo firmemente, no como
palabra de hombre, sino como si lo hubieras oído de la propia boca del Señor
Cristo”.
30. Por lo
tanto, aunque el poder de perdonar los pecados es solo de Dios, debemos saber
también que él usa y distribuye este poder a través de este oficio externo, al
que Cristo convoca a sus apóstoles y les ordena proclamar el perdón de los
pecados en su nombre a todos los que lo deseen. No dice que los pecados se
perdonan por voluntad y poder humanos, sino por mandato de Cristo de perdonar
los pecados, y además, luego da también el Espíritu
Santo.
31. Dios
hace eso también por nuestro bien, para que no tengamos que mirar al cielo en
vano cuando no podamos obtenerlo y tengamos que decir (como cita San Pablo de
Moisés): “¿Quién puede subir al cielo?”, etc. Más bien, para que estemos
seguros del asunto, ha puesto el perdón de los pecados en el oficio y la palabra
pública para que podamos tenerlo siempre con nosotros en la boca y en el
corazón. Allí hemos de encontrar la absolución y el perdón; allí hemos de
saber, cuando oigamos esta palabra proclamada a nosotros por mandato de Cristo,
que estamos obligados a creerla como si nos la proclamara el mismo Cristo.
32. Este es
el poder que se le dio a la iglesia a través de este oficio de los apóstoles.
Este está muy por encima de todo poder en la tierra, pues sin él nadie, por muy
grande y poderoso que sea, se acercará ni podrá acercarse a Dios o tener el
consuelo de la conciencia de que está libre de la ira de Dios y de la muerte
eterna. Aunque todos los emperadores y reyes reunieran su fuerza y su poder, su
dinero y sus bienes, no podrían librarse a sí mismos ni a ninguna persona del
más mínimo pecado. Si el corazón de alguien está asustado, ¿de qué sirve que
sea un poderoso rey o emperador? Esto no ayudó al gran y poderoso rey
Nabucodonosor de Babilonia cuando se quedó sin sentido, de modo que fue alejado
de la gente, tuvo que estar con los animales irracionales en el campo y comer
hierba. No pudo ser ayudado de otra manera que por el profeta Daniel que lo
absolvió de sus pecados.
33. Pero, ¿quién puede expresar plenamente qué consuelo inefable,
poderoso y bendito es que un ser humano pueda con una palabra abrir el cielo y
cerrar el infierno para otro? En este reino de la gracia que Cristo ha
establecido por medio de su resurrección, no hacemos otra cosa que abrir la
boca y decir: “Te perdono tus pecados, no por mí mismo ni por mi propio poder,
sino en lugar y en nombre de Jesucristo”. No dice: “Deben perdonar los pecados
por ustedes mismos”, sino: “Les envío como el Padre me ha enviado”. Yo mismo no
he hecho esto por mi propia elección o consejo, sino que he sido enviado por el
Padre para este fin. Les doy este mismo mandato, incluso hasta el fin del
mundo, para que ustedes y todo el mundo sepan que este perdón o retención del
pecado no se produce por el poder o la fuerza humana, sino por el mandato del
que les envía.
34. Esto se
dice no solo a los que son predicadores o pastores, sino también a todos los
cristianos. En la hora de la muerte o en cualquier otra necesidad, cada uno
puede consolar y decir la absolución a otro. Ahora bien, cuando oyes de mí las
palabras “Tus pecados están perdonados”, entonces estás oyendo que Dios quiere
ser bondadoso contigo, librarte del pecado y de la muerte, justificarte y
salvarte.
35. “Sí”,
dices, “ciertamente me has dicho la absolución, pero ¿quién sabe si es cierto y
verdadero ante Dios que mis pecados son perdonados?”. Respuesta: Si he dicho y
hecho eso como hombre, entonces ciertamente puedes decir: “No sé si tu
absolución es válida y eficaz o no”.
Sin
embargo, para que puedas estar seguro de esto, debes ser instruido por la palabra
de Dios para decir: “Ni el predicador ni ningún otro hombre me ha absuelto; el
pastor no me ha ordenado que crea así. Más bien, Dios lo ha dicho y hecho a
través de él. Estoy seguro de ello, porque mi Señor Cristo lo ha ordenado y ha
dicho: ‘Como el Padre me ha enviado, así les envío yo’”. Así, hace que aquellos
a quienes da este mandato sean completamente semejantes a él en el envío, ya
que son enviados por él para hacer y cumplir exactamente lo que el Padre le
envió a él para hacer, es decir, a perdonar y retener los pecados. Aférrate a
eso y hazlo; de lo contrario, sin tal mandato, la absolución no sería nada.
36. Ahora
bien, si estás triste y angustiado por tus pecados y horrorizado por la muerte,
con la que Dios castigará eternamente el pecado, y oyes de tu pastor o (si no
puedes tenerlo) de tu vecino cristiano que te consuela con estas o palabras parecidas:
“Querido hermano o hermana, veo que estás temeroso y abatido, que temes la ira
y el juicio de Dios a causa de tus pecados, que ahora percibes, y estás
alarmado. Escucha y deja que te diga: Ten ánimo; no temas, porque Cristo, tu
Señor y Salvador, que vino a salvar a los pecadores, ha ordenado que tanto por
el oficio público de sus ministros llamados, como en caso de necesidad cada uno
individualmente debe consolar a otro por su causa y en su nombre absolver del
pecado”.
Cuando
oigas este consuelo, digo, acéptalo con alegría y acción de gracias, como si lo
hubieras oído de Cristo mismo. Entonces tu corazón quedará definitivamente
tranquilo, animado y reconfortado, y entonces podrás decir alegremente: “He
oído a un hombre que me habla y me consuela. No creería una palabra de él
debido a su persona. Sin embargo, creo a mi Señor Cristo, que ha establecido
este reino de gracia y el perdón de los pecados y ha dado a las personas este
mandato y poder para perdonar o retener los pecados en su nombre”.
37. Por lo
tanto, todo cristiano debe acostumbrarse, cuando el demonio le ataca y le
sugiere que es un gran pecador y que debe perderse y condenarse, etc., a no
dejarse vejar por él durante mucho tiempo ni a quedarse solo, sino a acudir o
llamar a su pastor, o en su defecto a un buen amigo, contarle su problema y
pedirle consejo y consuelo. Apóyate en el hecho de que Cristo dice: “Al que
peca, perdónenlo”, etc., y en otros lugares: “Donde están dos o tres reunidos
en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Todo lo que te diga en nombre
de Cristo de la Escritura debes creerlo. Sucederá como él cree ahora.
Sin
embargo, dos o más se reúnen en el nombre de Cristo cuando tratan entre sí no
sobre cosas físicas, sobre cómo pueden ganar u obtener dinero y bienes, sino
sobre lo que sirve para la salvación y la felicidad de sus almas. Por ejemplo,
cuando en la confesión o de otra manera señalas tu debilidad y tentación, y
aquel a quien se lo dices observa que Moisés con la ley te tiene entre sus
espuelas, que el pecado te veja y oprime, que la muerte te alarma y asusta, y
que suspiras y te lamentas por tu propia vida y hasta pronuncias las palabras: “¡Si
tan solo nunca hubiera nacido!” Igualmente: “Si Dios me perdonara la vida,
mejoraría”, etc.
38. Cuando
tu pastor o quien sea comienza a consolarte de una manera que no es mundana, y
además no lo hace por dinero sino porque ve que estás ansioso y alarmado por el
miedo al pecado y a la muerte, te dice “Abandona todo lo que hay en la tierra:
el dinero, los bienes, las obras y la vida de todas las personas. Pero presta
atención a esto: tu corazón está muy angustiado y piensa: ‘¿Cómo puedo
liberarme de mi sufrimiento, de mi miseria y de mi mala conciencia? ¿Cómo podré
escapar de Moisés con sus cuernos que empujan?’” Escúchalo, digo, cuando te
hable de esta manera o de otra similar: “Te digo en nombre del Señor Cristo,
que murió por tus pecados, que te consueles, creas y estés seguro de que tus
pecados te son perdonados y de que la muerte no te hará daño.”
39. “Querido
amigo”, dices, “¿cómo vas a demostrar que esto es así?”. Respuesta: Cristo
nuestro Señor ha dicho a sus discípulos y a toda la cristiandad: “Les mando y
ordeno que perdonen o retengan los pecados. Lo que hacen, no lo hacen por ustedes
mismos, sino que, como lo hacen por mi mandato y orden, yo mismo lo hago”.
Por lo
tanto, el pastor o predicador como el que cuida tu alma, o incluso cualquier
cristiano en tal caso, es llamado y enviado a consolarte. Por eso, porque no
busca otra cosa que la salvación de tu alma, estás tan obligado a creerle como
si el mismo Cristo estuviera allí, pusiera su mano sobre ti y te dijera una
absolución.
40. Este es
el modo de tratar los pecados para que sean desatados y perdonados. De lo
contrario, no hay remedio ni alivio para ello, como alega el Papa con su
doctrina mentirosa, señalando a la gente sus propias obras o satisfacciones,
diciéndoles que corran a los monasterios, a Roma, a los santos, que se
castiguen, que construyan iglesias, que donen a grandes instituciones y
monasterios, que celebren misa, que compren indulgencias, etc. Este no es el
camino correcto. Es mejor que inviertan sus carreras, su dinero y sus trabajos
en otros lugares. Esto es lo que ocurre, como se dijo, cuando Moisés se pone
los cuernos y arremete contra ti, es decir, cuando a través de la ley te revela
y señala cuán grandes y numerosos son tus pecados y te pone así en gran espanto
y temblor. Entonces ya no estás entre la multitud grande, malvada y endurecida,
sino entre el pequeño grupo que se da cuenta y siente su angustia y miseria y,
por lo tanto, se asusta hasta por el crujido de una hoja. Entonces este es el
único remedio: “Yo”, dice Cristo, “he establecido un reino de gracia, que ha de
consumir y matar el pecado y la muerte, devorar a ambos, y traer la justicia y
la vida”.
41. Por lo
tanto, no digas: “¿Dónde encontraré eso? ¿Correré tras él a Roma o a Jerusalén?”.
No, porque aunque pudieras subir una escalera de oro
hasta el cielo, si fuera posible, no saldría nada de ello. Más bien, debe
ocurrir de esta manera: mira a su palabra y mandato cuando dice: “Yo les envío”,
etc. Es como si dijera: Tengo que venir primero a ustedes, anunciarles la
voluntad de mi Padre por medio del evangelio, e instituir los santos sacramentos
y la absolución, si quieren venir a mí. Ahora bien, aunque no pueda estar
físicamente en todos los lugares del mundo entero y no esté siempre
visiblemente presente con ustedes, haré lo que ha hecho mi Padre. Él tomó para
sí un pequeño rincón en la tierra, a saber, Judea, y me envió allí para ser un
predicador. Allí viajé por Galilea y Judea, tanto como pude personalmente.
Prediqué el evangelio para consuelo de los pobres pecadores del pueblo judío,
curé a los enfermos, resucité a los muertos, etc.
Esa era la
obra que se le había ordenado hacer, para la que había sido enviado por el
Padre. Allí era donde se le podía encontrar: no en la corte entre los glotones
y los cerdos; no con Anás, Caifás y otros santos, ricos y sabios; sino entre
los ciegos, los cojos, los leprosos, los sordos, los muertos y las ovejas
descarriadas, pobres y angustiadas. A ellas ayuda en cuerpo y alma. Les trae el
tesoro más precioso de todos, que nadie tiene, y mucho menos puede dar, si no
lo recibe de él, es decir, la justicia y la salvación.
“Deberían
hacer esto”, dice él, “en cada lugar al que lleguen. Les envío precisamente con
este propósito, para que corran como mis mensajeros por todo el mundo. Además,
junto con ustedes y después de ustedes, nombraré y dispondré a otros que corran
y prediquen y hagan lo mismo para lo que fui enviado por mi Padre; y los he
enviado hasta el fin del mundo. Yo estaré siempre con ustedes, para que sepan
que no son ustedes los que hacen esto, sino yo por medio de ustedes”.
42. A
partir de este mandato tenemos el poder de consolar las conciencias angustiadas
y de absolver del pecado, y sabemos que dondequiera que ejercemos este oficio
no somos nosotros, sino Cristo mismo, quien hace estas cosas. Por lo tanto,
cada cristiano, tanto en esta situación como desde el púlpito, debe escuchar al
pastor o predicador no como un hombre, sino como Dios mismo. Entonces puede
estar seguro y no necesita en absoluto dudar de que tiene el perdón de los
pecados. Cristo ha establecido, por medio de su resurrección, que cuando un
ministro llamado, o quienquiera que sea en el momento de la necesidad, pronuncie
una absolución a su prójimo alarmado y deseoso de consuelo, valdrá tanto como
si lo hubiera hecho él mismo, pues ocurre por orden suya y en su nombre.
43. Por lo
tanto, cuando dos tratan entre sí de esta manera, entonces se reúnen en nombre
de Cristo, pues (como se ha dicho anteriormente) uno no busca el dinero o los
bienes del otro, como hacen los rapados del Papa, que hablan a los enfermos de
esta manera: “Querido hombre, se acerca la hora de tu muerte. ¿Dónde estarán
entonces tus bienes? Piensa en tu pobre alma y danos una parte; entonces
rezaremos a Dios por ti y haremos mucho otro bien con ello”, etc. Más bien, el
cristiano le dice al enfermo: “Ahora no es el momento de ocuparse del dinero y
de los bienes. Deja que otros se preocupen de eso. Veo que tu corazón está
abatido y asustado. Estás luchando con la desesperación y no puedes ayudarte ni
liberarte. Sin embargo, Cristo ha establecido un reino reconfortante y bendito
en la tierra. Él dice: ‘Como el Padre me ha enviado, así les envío yo’. Por eso
nos ha consagrado a todos como sacerdotes, para que uno pueda anunciar a otro
el perdón de los pecados.
“Por tanto,
vengo a ti en nombre de nuestro Señor Cristo y te digo que no temas, ni tiembles,
ni tengas miedo, como si ya no hubiera consuelo, ayuda ni auxilio. Escucha
bien, porque Cristo dice que ha venido a salvar a los pecadores, no a los
justos. Por lo tanto, conténtate, recibe este alegre mensaje con gozo, y
agradécele de corazón que te lo haya proclamado sin ninguna molestia ni gasto
para ti y que él ordene que tus pecados sean perdonados. Por lo tanto, te
declaro libre de todos tus pecados en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo”. A esto puedes decir alegremente: “Te doy gracias, Dios
misericordioso, Padre celestial, porque has perdonado mis pecados por medio de
tu querido Hijo, Cristo”, y entonces no dudes de que estás ciertamente absuelto
por el mismo Dios Padre.
44. De esto
puedes ver que esta sección sobre el Oficio de las Llaves no confirma en
absoluto la tiranía del Papa, pues esto se afirma no para que tú me hagas rico,
o yo te haga rico a ti, o para que yo sea tu señor y tú debas estar sujeto a
mí; como el Papa, el principal villano y traidor de Dios, quiere hacer de ello
pompa y poder mundanos; más bien va así: cuando acudo a ti en tu necesidad y
angustia de conciencia para aconsejarte y ayudarte en tu última hora o en otra,
debería decir: “El poder, el dinero, el honor y los bienes deben ser ahora
descuidados y enrollados en una bola. Ahora estamos hablando del reino de
Cristo, por el cual solo y por nada más debes ser liberado del pecado y de la
muerte”.
45. Esto no
significa ciertamente un dominio o poder externo y mundano, sino un servicio.
No busco nada de ti, sino que te sirvo y te traigo un tesoro grande y precioso,
no oro ni plata. Más bien, porque tu corazón desea estar seguro y confiado y
tener un Dios bondadoso en el cielo, vengo y te traigo un mensaje alegre, no por
mi propia elección u opinión, sino por el mandato y
la comisión de Cristo, que dice: “Vengan a mí todos los que están cansados y
cargados, y yo les animaré”, etc. Igualmente: “Todo lo
que desaten en la tierra será desatado en el cielo”; o, como dice aquí: “A
quienes les perdonen los pecados, les serán perdonados”.
46. ¿No es
eso ser servido y recibir gratuitamente un tesoro indecible, celestial y
eterno, que ni tú ni el mundo pueden comprar con todos sus bienes y riquezas?
¿Qué son los tesoros de todo el mundo, las coronas de todos los reyes, el oro,
la plata, las piedras preciosas y todo lo que el mundo estima, comparados con
este tesoro llamado “el perdón de los pecados”, por el que eres liberado del
poder del diablo, de la muerte y del infierno, y tienes la seguridad de que
Dios en el cielo quiere ser bondadoso contigo y es tan bondadoso que, por causa
de Cristo, eres su hijo y heredero, hermano y coheredero de Cristo? Por eso, es
imposible vender un tesoro tan precioso por dinero o comprarlo con dinero, como
ha hecho nuestro Judas Iscariote, el Papa. Solo debe darse y recibirse
gratuitamente, o no serás mejorado con ello, pues el don de Dios no se obtiene
con dinero (Hechos 8:20).
47. Sin
embargo, no digo esto para que la gente no dé nada a los ministros que enseñan
la palabra de Dios pura y fielmente. Desgraciadamente, la gente ahora quisiera
hacer eso, y muchos están dispuestos a contar cada bocado que tragan sus
pastores. Si pudieran arrebatar para sí la propiedad de las iglesias y los
pastores, y al hacerlo demostrar que quieren matar de hambre a sus pastores y
deshacerse de ellos, están dispuestos a hacerlo. Pronto veríamos qué clase de
salvajismo y miseria se derivaría de esto, si el gobierno no se diera por
enterado. No, esa no es en absoluto mi intención. Hay que darles apoyo, porque
si no tienen comida, bebida, ropa y otras necesidades, no podrán administrar su
cargo por mucho tiempo, sino que tendrán que pensar en cómo mantenerse.
Entonces el evangelio no permanecerá por mucho tiempo, que es lo que busca el
diablo.
48. El
mismo Cristo enseña que las personas están obligadas a darles sustento cuando
dice: “El obrero merece su salario” (Lucas 10:7). San Pablo enseña: “El que es
instruido en la palabra debe compartir todo lo bueno con el que le enseña”
(Gálatas 6:6). Y añade palabras severas: “No se engañen; Dios no puede ser
burlado” (Gálatas 6:7). De nuevo: “Los ancianos” (o sacerdotes) “que
administran bien sean considerados dignos de doble honor, especialmente los que
trabajan en la palabra” (1 Timoteo 5:17).
Si cuidamos
de los demás que ocupan cargos mundanos, en los que sirven a la comunidad, para
que puedan atender su servicio, estamos aún más obligados a hacerlo con los
servidores de la palabra, pues San Pablo dice que, más que los demás, son “dignos
de doble honor”.
49. Y si la
doctrina del evangelio ha de permanecer pura en el púlpito en el futuro, para
que nuestros descendientes puedan tenerla y escucharla, entonces estamos
obligados no solo a cuidar a los ministros, sino que también somos responsables
de asegurarnos de que las escuelas se abastezcan de personas calificadas, a las
que debemos apoyar fielmente. Debemos hacerlo para que se formen personas que
no solo sean simples predicadores ordinarios, capaces de instruir a la
comunidad cristiana en la palabra, sino también personas especialmente doctas
que puedan poner freno a las sectas y a los falsos espíritus y pararlos. No solo
los príncipes y los señores deben dar de buena gana y con gusto para ese fin,
sino también los hombres del pueblo y los campesinos.
50. Por lo
dicho, todos pueden ponderar qué gran y precioso tesoro es oír el evangelio o
la absolución del pastor o predicador con un correcto entendimiento. Cuando él
viene a ti en tu enfermedad y te consuela, entonces debes pensar
definitivamente que Cristo el Señor mismo te está visitando y consolando. Sin su
mandato divino, nadie se atrevería a venir a ti de esta manera, ni sabría cómo
ayudarte o socorrerte. Sin embargo, porque oyes que él mismo lo ha ordenado,
puedes decir definitivamente y con alegría: “Cristo mismo viene a mí en mi
padre confesor, pues no habla sus propias palabras, sino la palabra de Dios,
para la que fue enviado y tiene el mandato de hacerlo.”
51. Aquí
tienes un consuelo seguro contra el miedo y la turbación de la conciencia. No
tienes que dudar ni vacilar, como nos ha enseñado la doctrina del Papa, donde
nadie es absuelto del pecado si no se ha arrepentido suficientemente y se ha
confesado puramente. No se mencionó la menor palabra sobre la fe y el poder de
las llaves instituidas por Cristo, pues esta doctrina y conocimiento eran tan
completamente desconocidos que yo mismo, como doctor (que en verdad debería
haber sabido más), no sostenía ni enseñaba otra cosa que
si estaba suficientemente contrito y hacía suficiente penitencia, mis pecados
serían perdonados. Sin embargo, si los pecados no son perdonados hasta que
hayan sido superados por nuestra contrición, penitencia y buenas obras,
entonces no tenemos ninguna esperanza de perdón, pues nunca podría llegar a la
conclusión de que mi contrición y penitencia fueran suficientes. Por tanto,
sobre esa base nadie podrá jamás absolverme o exculparme, se llame “Papa” o lo
que sea.
52. Así, a
través de las mentiras del Papa, la conciencia ha sido miserablemente alejada
de la palabra de fe y del mandato de Dios hacia su incierta contrición y
penitencia. Esto ha traído mucho dinero, y en consecuencia se han construido y dotado
ricamente muchas iglesias, monasterios, capítulos, capillas y altares. Todavía
están a mano las bulas y cartas del Papa que se refieren a estas cosas y las confirman,
con las que ha engañado miserablemente a todo el mundo, de modo que nadie puede
ponderar suficientemente, por no decir describir completamente, el daño y la
miseria que se ha derivado de ello.
Por eso
amonestamos fiel y constantemente a que quien pueda ayude a mantener las
escuelas, las parroquias y los púlpitos, para que no prevalezcan estos errores
o cosas peores, que el demonio definitivamente tiene en mente.
53. Esta es
la enseñanza correcta y la fe sobre el reino de Cristo y el oficio de las
llaves. Cuando nos guiamos por esto, entonces seguimos siendo cristianos y en
todas las cosas podemos tratar correctamente con Dios y con los hombres.
También agradeceremos a Dios de corazón que nos haya librado de la coerción y
la tiranía del Papa. Él no ha hecho del poder de las llaves más que pompa y
dominio mundano, aunque fueron establecidas y dispuestas por Cristo para llevar
al mundo entero a este tesoro, que no se puede comprar con dinero ni con
bienes.
54. Así
pues, demos gracias a nuestro querido Señor Cristo, que mediante su
resurrección estableció este reino de gracia. Su propósito es que en toda
necesidad y ansiedad encontremos, sin cesar, ayuda y consuelo en este reino. No
necesitamos ir muy lejos por este precioso tesoro ni correr tras él con gran
esfuerzo y gasto. Más bien, él ha dado el mandato y el pleno poder a sus apóstoles
y a todos sus sucesores, y en caso de necesidad a todo cristiano, hasta el fin
del mundo, para que consuelen y fortalezcan a los débiles y abatidos y en su
nombre perdonen sus pecados, etc.
LA SEGUNDA PARTE DEL EVANGELIO, SOBRE SANTO
TOMÁS
1. El
evangelista Juan escribe además que Tomás no estaba presente cuando el Señor se
apareció por primera vez a los discípulos todos juntos en la noche de la Pascua.
Ahora bien, no ocurre sin razón que el Señor se presente por primera vez justo
cuando Santo Tomás no estaba allí, pues ciertamente podría haber venido a la
hora en que pudiera encontrar a Tomás junto con los demás apóstoles. Sin
embargo, esto sucedió tanto para nuestra instrucción como para nuestro
consuelo, para que la resurrección del Señor fuera presenciada y atestiguada
con mayor fuerza. Ahora bien, en la Pascua se apareció a los Once juntos; ocho
días después, es decir, hoy, se les aparece de nuevo y al mismo tiempo a Tomás,
por cuya sola causa ocurrió esta aparición y revelación. Esta es más bella y
gloriosa que la de ocho días antes.
2. En
primer lugar, vemos aquí lo pobre que es el corazón humano cuando empieza a
debilitarse, de modo que no puede volver a animarse. Los demás apóstoles y
Tomás, durante el tiempo que estuvieron con el Señor, no solo le oyeron enseñar
al pueblo con gran autoridad, y luego también le vieron confirmar su enseñanza
con los grandes milagros que realizó al sanar a los ciegos, a los cojos, a los
leprosos, a los sordos, etc., sino que también vieron que resucitaba a tres
muertos, especialmente a Lázaro, que ya llevaba cuatro días en su tumba. Entre
todos ellos parece que Santo Tomás fue el más audaz y valiente, pues es el que
dice, cuando Cristo quiso volver a Judea a Lázaro que había muerto: “Vayamos
con él, para morir con él” (Juan 11:16). Los apóstoles de Cristo eran buenas
personas, y especialmente Santo Tomás parece haber tenido un corazón más
valiente que los demás. Además, había presenciado recientemente cómo Cristo
resucitó a Lázaro, que ya llevaba cuatro días en su tumba, y que comía y bebía
con él. Sin embargo, no podían creer que el propio Señor se levantara de entre
los muertos y estuviera vivo.
3. Así
vemos en los apóstoles que no somos nada cuando él quita su mano y nos quedamos
solos. Las mujeres, María Magdalena y las demás, y ahora los mismos apóstoles
habían proclamado que habían visto al Señor resucitado. Sin embargo, Santo
Tomás se obstina en no creer; no se dará por satisfecho
aunque lo vea, a menos que vea las marcas de los clavos en sus manos y meta sus
dedos en las marcas de los clavos y su mano en su costado.
Así que, al
negarse a creer, el querido apóstol quiere perderse y condenarse. No puede
haber perdón de los pecados ni salvación si no creemos en este artículo de la
resurrección de Cristo, porque toda la fuerza de la fe y de la vida eterna
están en ese artículo. San Pablo dice: “Si Cristo no ha resucitado, vana es
nuestra predicación y vana es también su fe”. “Entonces todavía están en sus
pecados. Entonces también los que han dormido en Cristo están perdidos”, etc.
(1 Corintios 15:14, 17-18). Santo Tomás quiere irse; no quiere salvarse, sino
perderse, porque se niega a creer que Cristo ha resucitado. Habría perecido y
se habría condenado en su incredulidad si Cristo no le hubiera librado de ella
con esta revelación.
4. Así, el
Espíritu Santo nos muestra y enseña con este ejemplo que sin fe estamos
simplemente ciegos y completamente endurecidos. En todas partes de la Sagrada
Escritura se ve que el corazón humano es lo más duro, más allá de todo acero y
diamante. En cambio, cuando está temeroso, abatido y débil, no hay agua ni
aceite tan débil como el corazón humano.
5. Puedes
encontrar muchos ejemplos e historias de esto en las Escrituras. Moisés hizo
tantas señales y milagros espantosos ante el Faraón que no pudo decir nada en
contra de ellos, tuvo que darse cuenta de que era el dedo de Dios, y por eso
también confesó que había pecado contra Dios y su pueblo, etc. Sin embargo, su
corazón se endureció cada vez más y se volvió más obstinado, hasta que el Señor
lo arrojó con todas sus fuerzas en medio del mar.
Así también
los judíos. Cuanto más demostraba Cristo con palabras y hechos que era el que
fue prometido a sus padres para bendecirlos a ellos y a todo el mundo, más
violenta y amargamente se enfurecían contra él. No hubo medida ni fin a su
odio, calumnia y persecución hasta que condenaron a su Señor y Dios a la muerte
más vergonzosa de todas como blasfemo y rebelde y lo crucificaron entre dos
malhechores. Nada pudo impedirlo, aunque el propio Pilato, el juez, lo declaró
inocente en oposición a ellos. Las cosas creadas actuaron de manera diferente a
la habitual y así testificaron que su Señor y Creador colgaba allí en la cruz,
etc. Asimismo, el ladrón confesó franca y públicamente que
aunque estaba colgado allí y muriendo, sin embargo era un Rey que tenía un
reino eterno y celestial. El centurión pagano clamó públicamente: “Verdaderamente
éste era el Hijo de Dios” (Mat 27:54), etc. Todo esto, digo, no ayudó en absoluto
a convertirlos.
6. Así
actúa siempre el mundo impío y condenado. Cuanto más le muestra Dios la gracia
y el favor, más ingrato y peor se vuelve. Ahora es justo que todos agradezcamos
a Dios de corazón que haya revelado su santa palabra de forma tan pura y clara
antes del día postrero. De ella aprendemos los beneficios inefables que nos ha
dado en Cristo, a saber, que por medio de él somos redimidos del pecado y de la
muerte y que ahora seremos justificados y salvos, etc. ¿Qué actitud toma el
mundo ante esto? Como de costumbre, no pueden profanar, calumniar y condenar
suficientemente esta palabra de gracia y de vida; siempre que pueden, persiguen
y matan a los que la confiesan.
Incluso
cuando oyen que Dios castigará severamente tal pecado con el fuego del infierno
y la condenación eterna, no le prestan mucha atención, sino que siguen adelante
con seguridad y obcecación, como si no fuera nada, sino solo algo de que burlarse,
como vemos ahora en el Papa y su multitud. Sin embargo, es una ira tan horrible
y espantosa, ante la cual todas las criaturas se horrorizan. Por lo tanto, es
seguramente cierto que ninguna piedra, acero, diamante o cualquier cosa en la
tierra es tan dura como un corazón humano impenitente.
7. Por otra
parte, cuando un corazón está abatido y asustado, es más débil que cualquier
agua o aceite, de modo que, como dice la Escritura, se asusta de una hoja que se
mueve. Cuando una persona así está sola en una habitación y oye crujir un poco
las vigas, piensa que le están cayendo rayos y truenos. Entra en tal ansiedad y
temor, de los que he visto muchos, que nadie puede consolarlo ni animarlo, y
todos los sermones y palabras de consuelo no son suficientes para calmarlo. Así
que no hay término medio en absoluto con el corazón humano: o es tan duro como
la madera y la piedra que no le importa en absoluto ni Dios ni el diablo, o,
por el contrario, es abatido, voluble y desesperado.
8. Así, los
apóstoles aquí están tan asustados y espantados por el escándalo de ver a su
Señor tan miserablemente escarnecido, escupido, azotado, traspasado y
finalmente crucificado de la manera más miserable de todas, que ya no tienen
corazón en su cuerpo. Antes, porque tenían a Cristo con ellos, fueron tan
audaces y valientes que Santiago y Juan se atrevieron a ordenar que cayera
fuego del cielo y consumiera a los samaritanos que no querían recibir a Cristo.
Entonces pudieron jactarse de que hasta los demonios se les sometían en el
nombre de Jesús. Tomás amonestó a los demás y dijo: “Vayamos con él, para morir
con él”. Especialmente Pedro, más que los otros, se apresuró a cortar con su
espada entre la multitud que quería echar mano y capturar a Cristo. Ahora, sin
embargo, están encerrados en un gran temor y espanto y no quieren que nadie se
acerque a ellos.
Por eso también
se aterrorizan del Señor cuando se acerca a ellos y los saluda, pero creen que
están viendo un espíritu o un fantasma (lo que indica que están completamente
asustados y abatidos) Así de rápido han olvidado todos los milagros, señales y
palabras que habían visto y oído de él. Durante los cuarenta días que siguieron
a su resurrección, antes de separarse de ellos, el Señor tuvo bastante con
aparecerse y revelarse de muchas maneras, ahora a las mujeres, ahora a los
apóstoles, tanto por separado como juntos, incluso comiendo y bebiendo con
ellos, todo para que tuvieran la certeza de que había resucitado. Sin embargo,
todavía les resultaba difícil aceptarlo.
9.
Asimismo, durante los cuarenta días, les habló de la Escritura sobre el reino
de Dios, que ya estaba comenzando y que es el tipo de reino en el que se debe
proclamar en su nombre el arrepentimiento y el perdón de los pecados entre
todas las naciones. Más allá de esto, cuando estaba a punto de ser alejado de
ellos en una nube, comenzaron a preguntarle: “Señor, ¿restaurarás ahora el
reino a Israel?”. Tenían pensamientos completamente diferentes sobre el reino
de Cristo que los que él había estado hablando. Aquí se puede ver lo sumamente
difícil que es para los corazones temerosos y abatidos ser consolados y
animados, y luego ser instruidos correctamente, para que sepan qué clase de rey
es Cristo y lo que ha logrado por su muerte y resurrección.
10. Así que
tanto la obstinación como el temor del corazón humano son inexpresables. Cuando
está fuera de peligro, es más que duro y obcecado, de modo que no presta
atención a la ira de Dios ni a las amenazas. Incluso después de oír durante
mucho tiempo que Dios castigará el pecado con la muerte y la condenación
eternas, sigue adelante y se ahoga en la arrogancia, la codicia, etc. Por otra
parte, si empieza a tener miedo, se abate tanto que no puede volver a
restaurarse. Es una gran miseria que seamos personas tan abominables. Si no hay
problemas en ese momento, vivimos seguros en el pecado sin ningún temor ni
alarma; incluso nos ponemos rígidos como un cadáver, de modo que lo que se nos
dice hace tanto bien como si se le dijera a una roca.
En cambio,
si se produce un cambio para que sintamos nuestros pecados, entonces nos asusta
la muerte, la ira de Dios y el juicio. A su vez, nos paraliza una gran angustia
y tristeza, de modo que nadie puede volver a animarnos. Incluso nos asustamos
de lo que debería reconfortarnos, como los discípulos se asustaron de Cristo,
que vino a ellos justo para que estuvieran confiados y alegres. Sin embargo, no
los corrige inmediatamente, sino que tiene que remendarlos a lo largo de los
cuarenta días, como se dijo. Toma y usa toda clase de consuelo y medicina y aún así apenas puede ayudarlos, hasta que por fin les da la
bebida verdaderamente fuerte, es decir, el Espíritu Santo, del que se
emborrachan y se reconfortan de verdad de modo que ya no estaban temerosos y
asustados, como antes.
11. Por
último, el poder de la resurrección de Cristo se nos señala en Santo Tomás. Ya
hemos oído que era tan firme y hasta obstinado en la incredulidad que, aunque
los otros discípulos juntos dieron testimonio de que habían visto al Señor
resucitado, él simplemente no quiso creerlo. Parece que era un hombre excelente
y valiente que había decidido que no creería pronto a los demás. Había visto al
Señor clavado en la cruz apenas tres días antes, con los clavos atravesando las
manos y los pies y la lanza atravesando su costado. Eso lo había impresionado
tan firmemente que cuando los otros dijeron: “Ha resucitado”, lo consideró como
nada.
Por lo
tanto, dice muy desafiante: “Si no veo en sus manos las marcas de los clavos, y
meto mi mano en su costado, no creeré”. Esta es una fuerte hipérbole, que no
creerá solo con los ojos, sino que también palpará y tanteará con las manos. Es
como si dijera: “Nadie me persuadirá a creer, pero estoy tan seguro de este
'no' que no creeré aunque lo vea, como ustedes dicen
que lo han visto. Si he de creer, entonces él debe acercarse tanto a mí que, si
fuera posible, podría tocar su alma y mirarle a los ojos”.
12. Está
muy firme y rígidamente atascado en la incredulidad. Es sorprendente que se le
ocurra una cosa tan absurda como meter la mano y el dedo en los agujeros de las
heridas. Debería haber sido lo suficientemente inteligente como para darse
cuenta de que si Cristo estaba vivo de nuevo, había vencido a la muerte y
estaba libre de todas las heridas de la flagelación y de la corona de espinas,
entonces habría sanado y eliminado las cinco heridas.
13. Los
altos apóstoles tienen que errar y tropezar como ejemplo para nosotros y para
nuestro consuelo. En esto vemos cómo Cristo trata y considera a los débiles en
su reino. Incluso puede soportar a los que siguen siendo tan obstinados y
tercos (como lo es aquí Santo Tomás), y no quiere condenarlos ni repudiarlos
por ello, con tal de que quieran seguir siendo sus discípulos y no lo calumnien
maliciosamente ni se conviertan en sus enemigos. Con ello nos enseña a no
ofendernos con ellos ni desesperarnos, sino, según su ejemplo, a ser tiernos
con ellos y servir a su debilidad con nuestra fuerza, hasta que vuelvan a
animarse y hasta a fortalecerse.
14. Sin
embargo, como empecé a decir, esto sirve no solo para mostrarnos que la
resurrección del Señor fue probada y atestiguada por este Tomás incrédulo y obstinado,
que estuvo endurecido y casi paralizado durante ocho días en esta incredulidad,
sino también que su poder se da a conocer y se aplica en nuestro beneficio.
Esto se ve en Tomás, que fue llevado de la incredulidad a la fe, de la duda al
conocimiento seguro y a una gloriosa y hermosa confesión.
15. Esto no
ocurrió, dice el evangelista, hasta el octavo día después de su resurrección,
cuando Tomás se había fortalecido en su incredulidad, contra el testimonio de
todos los demás, cuando estaba muerto y nadie espera que Cristo se le muestre
especialmente a él. Entonces viene y le muestra las mismas cicatrices y
heridas, tan frescas como se las había mostrado a los demás ocho días antes; le
dice que presente su dedo y su mano y los meta en las marcas de los clavos y en
su costado. Le concede tan libremente no solo verlo como a los demás, sino
también echar mano y sentir, tal como había dicho: "Si no veo en sus
manos", etc. Dice además: “No seas incrédulo,
sino creyente”.
16. Aquí se
puede ver que Cristo no lo deja con la historia. Su preocupación es hacer de
Tomás un creyente y uno que se levante de su terca incredulidad y de su pecado,
como efectivamente sigue. Santo Tomás pronto comienza a decir a Cristo: “¡Señor mío y Dios mío!”. Ya es una persona diferente, no el
antiguo Tomás Dídimo (que en alemán significa “gemelo”, no “escéptico”, como la
gente, sin entender, ha explicado a partir de este texto), como lo era justo
antes, cuando estaba tan paralizado y muerto en la incredulidad que no creía si
no metía el dedo en sus heridas.
Más bien,
de repente empezó a hacer una confesión y un sermón tan gloriosos sobre Cristo,
que ninguno de los apóstoles de entonces había predicado tan bien, a saber, que
la persona que resucitó es verdadero Dios y hombre. Dice palabras muy
significativas: “¡Señor mío y Dios mío!” No estaba
borracho; no está bromeando ni haciendo chistes; no se refiere a un dios falso.
Por lo tanto, seguramente no está mintiendo. Cristo tampoco le reprendió por
ello, sino que su fe se confirma, por lo que debe ser verdadera y sincera.
17. Así que
este es el poder de la resurrección de Cristo: Santo Tomás, que había sido tan
profundamente obcecado en la incredulidad por encima de todos los demás, fue
cambiado tan repentinamente y se convirtió en un hombre completamente
diferente. Ahora confiesa libremente que no solo cree que Cristo ha resucitado,
sino que está tan iluminado por el poder de la resurrección de Cristo que ahora
también lo cree como cierto y confiesa que él, su Señor, es verdadero Dios y
hombre. Así como ahora se ha levantado de la incredulidad, la principal fuente
de todo pecado, por medio de él, así también en el Día Final se levantará de
entre los muertos y vivirá eternamente con él en gloria y dicha inefables. Esto
es cierto no solo para él, sino también para todos los que creen en esto, como
el mismo Cristo le dice además: “Tomás, porque has
visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído”.
18. Por
último, en cuanto a meter el dedo en las heridas, no voy a discutir si Cristo
después de su resurrección conservó las heridas y las marcas de los clavos,
salvo que no eran horribles, como lo serían de otro modo, sino bellas y
reconfortantes. Pero si todavía estaban frescas, abiertas y rojas, como las
pintan los artistas, dejaré que otros lo decidan. Por lo demás, lo que
representan para el hombre común está muy bien, para que pueda tener un
recuerdo y una imagen que le traiga a la memoria y amoneste sobre el
sufrimiento y las heridas de Cristo. Ciertamente, puede ser que él haya
conservado las mismas señales o marcas que tal vez brillarán mucho más bella y
gloriosamente en el Día Final que todo su cuerpo, y las mostrará a todo el
mundo, como dice la Escritura: “Mirarán a aquel a quien traspasaron”. Sin
embargo, recomendaré esto a la devoción de todos, para que lo mediten.
19. Sin
embargo, el punto principal que debemos aprender y retener de esta lectura del
Evangelio es este: creemos que la resurrección de Cristo es nuestra y actúa en
nosotros para que resucitemos tanto del pecado como de la muerte. San Pablo
habla abundantemente y de forma reconfortante sobre esto en todas partes, como
lo hace el propio Cristo cuando dice aquí: “Dichosos los que no ven y sin
embargo creen”. En la conclusión de esta lectura del Evangelio, San Juan nos
enseña y amonesta sobre el uso y el beneficio de la resurrección y dice: “Estas
se han escrito para que crean que Jesús es el Hijo de Dios, y para que por la
fe tengan vida en su nombre”.
20. Este es
también un pasaje poderoso y claro que alaba gloriosamente la fe y testifica
que a través de ella tenemos ciertamente la vida eterna. Esta fe no es un
pensamiento vacío y muerto sobre la historia de este Jesús, sino que concluye y
tiene la certeza de que él es el Cristo, es decir, el Rey y Salvador prometido,
el Hijo de Dios, por el que todos somos redimidos del pecado y de la muerte
eterna. Murió y resucitó para que obtuviéramos la vida eterna solo por su
causa. Por eso dice “en su nombre”, no en el de Moisés ni en el nuestro ni en
el de otro, es decir, no por la ley ni por nuestra valía y actividad, sino solo
por su mérito, como dice también Pedro: “No hay otro nombre dado a los hombres
en el que podamos ser salvos” (Hechos 4:12), etc.