PREFACIO A LA EDICIÓN WITTENBERG DE LOS ESCRITOS ALEMANES DE LUTERO

 

Prefacio del Dr. Martín Lutero

 

Me hubiera gustado ver que mis libros, todos y cada uno de ellos, permanecieran en la oscuridad y fueran abandonados. Entre otras razones, me estremezco al pensar en el ejemplo que doy, porque sé muy bien lo poco que la Iglesia se ha beneficiado desde que han empezado a reunir muchos libros y grandes bibliotecas, además y al margen de las Sagradas Escrituras, y sobre todo desde que han almacenado, sin discriminación, toda clase de escritos de los padres de la Iglesia, los concilios y los maestros. Con esta práctica no solo se pierde un tiempo precioso que podría ser utilizado para el estudio de las Escrituras, sino que al final también se pierde el conocimiento puro de la palabra divina, de modo que la Biblia queda olvidada en el polvo bajo el banco (como ocurrió con el libro del Deuteronomio, en tiempos de los reyes de Judá).

Aunque ha sido provechoso y necesario que los escritos de algunos padres y concilios de la iglesia hayan permanecido, como testigos e historias, sin embargo pienso, “Est modus in rebus”, y no necesitamos lamentar que los libros de muchos padres y concilios hayan, por la gracia de Dios, desaparecido. Si todos ellos hubieran permanecido en existencia, no quedaría espacio para nada más que para los libros; y sin embargo, todos ellos juntos no habrían mejorado lo que se encuentra en las Sagradas Escrituras.

También fue nuestra intención y esperanza, cuando nosotros mismos comenzamos a traducir la Biblia al alemán, que se escribiera menos, y en cambio se estudiaran y leyeran más las Escrituras. Porque toda otra escritura debe abrir el camino y señalar hacia las Escrituras, como hizo Juan el Bautista con Cristo, diciendo: “Es necesario que él crezca, pero yo disminuya” (Juan 3:30), para que cada persona pueda beber por sí misma del manantial fresco, como tenían que hacer todos aquellos padres que querían lograr algo bueno.

Ni los concilios, ni los padres, ni nosotros, a pesar del mayor y mejor éxito posible, lo haremos tan bien como las Sagradas Escrituras, es decir, como lo ha hecho Dios mismo. (Debemos, por supuesto, tener también el Espíritu Santo, la fe, la palabra y la obra de Dios, si queremos ser salvos.) Por lo tanto, nos corresponde dejar que los profetas y apóstoles se paren en el atril del profesor, mientras nosotros, abajo a sus pies, escuchamos lo que dicen. No son ellos los que deben escuchar lo que decimos.

Sin embargo, no puedo evitar que quieran recopilar y publicar mis obras a través de la imprenta (un pequeño honor para mí), aunque no sea mi voluntad. No tengo más remedio que dejar que arriesguen el trabajo y los gastos de este proyecto. Mi consuelo es que, con el tiempo, mis libros quedarán olvidados en el polvo de todos modos, especialmente si (por la gracia de Dios) he escrito algo bueno. Non ero melior patribus meis. Aquel que llega en segundo lugar debería ser el primero en ser olvidado. En la medida en que han sido capaces de dejar la Biblia misma bajo el banco, y también han olvidado a los padres y los concilios (los mejores mucho más rápido), hay una buena esperanza, una vez que el exceso de celo de este tiempo haya pasado, de que mis libros tampoco duren mucho tiempo. Hay una esperanza especialmente buena de esto, ya que ha empezado a llover y nevar libros y maestros, muchos de los cuales ya yacen olvidados y enmohecidos. Incluso sus nombres ya no se recuerdan, a pesar de su esperanza de que siempre estarán a la venta en el mercado y en las iglesias.

Muy bien, entonces que la empresa proceda en nombre de Dios, excepto que hago la petición amistosa a cualquiera que desee tener mis libros en este momento, de no dejar que de ninguna manera le impida estudiar las Escrituras por sí mismo. Que los utilice como yo utilizo los excrementos y decretales del Papa y los libros de los sofistas. Es decir, si de vez en cuando deseo ver lo que han hecho, o si deseo reflexionar sobre los hechos históricos de la época, los utilizo. Pero no estudio en ellos ni actúo en perfecto acuerdo con lo que ellos consideraban bueno. No trato los libros de los padres y los consejos de manera muy diferente.

Aquí sigo el ejemplo de San Agustín, que fue, entre otras cosas, el primero y casi el único que determinó estar sujeto solo a las Sagradas Escrituras, e independiente de los libros de todos los padres y santos. Por eso se enfrentó con San Jerónimo, que le reprochó señalando los libros de sus antepasados, pero no se dirigió a ellos. Y si se hubiera seguido el ejemplo de San Agustín, el Papa no se habría convertido en el Anticristo, y esa innumerable masa de libros, que es como un enjambre de sabandijas que se arrastran, no habría encontrado su camino en la iglesia, y la Biblia habría permanecido en el púlpito.

Además, quiero señalarte una forma correcta de estudiar teología, ya que he tenido práctica en eso. Si atienes a ella, llegarás a ser tan erudito que tú mismo podrías (si fuera necesario) escribir libros tan buenos como los de los padres y concilios, incluso como yo (en Dios) me atrevo a presumir y jactarme, sin arrogancia y sin mentir, que en el asunto de escribir libros no me paro mucho detrás de algunos de los padres. De mi vida no puedo de ninguna manera hacer la misma jactancia. Este es el camino enseñado por el santo rey David (y sin duda utilizado también por todos los patriarcas y profetas) en el Salmo 119. Allí encontrarás tres reglas, ampliamente presentadas a lo largo de todo el Salmo. Son Oratio, Meditatio, Tentatio.

En primer lugar, debes saber que las Sagradas Escrituras constituyen un libro que convierte la sabiduría de todos los demás libros en una locura, porque ninguno enseña sobre la vida eterna excepto este. Por lo tanto, debes desesperar de inmediato de tu razón y entendimiento. Con ellas no alcanzarás la vida eterna, sino que, por el contrario, tu presunción te hundirá a ti y a los demás contigo desde el cielo (como le sucedió a Lucifer) en el abismo del infierno. Pero arrodíllate en tu cuartito y ora a Dios con verdadera humildad y sinceridad, para que él, a través de su querido Hijo, te dé su Espíritu Santo, que te iluminará, te guiará y te dará entendimiento.

Así ves cómo David sigue orando en el mencionado Salmo, “Enséñame, Señor, instrúyeme, guíame, muéstrame”, y muchas otras palabras como estas. Aunque conocía bien y escuchaba y leía a diario el texto de Moisés y otros libros además, todavía quiere tener allí al verdadero maestro de las Escrituras, no sea que se caiga en la trampa de la razón y se convierta en su propio maestro. Porque tal práctica da lugar a espíritus facciosos que se permiten alimentar la ilusión de que las Escrituras están sometidas a ellos y pueden ser fácilmente captados con su razón, como si fueran Markolf o las Fábulas de Esopo, para las cuales no se necesita ni el Espíritu Santo ni las oraciones.

En segundo lugar, debes meditar, es decir, no solo en tu corazón, sino también externamente, repitiendo y comparando realmente el discurso oral y las palabras literales del libro, leyéndolas y releyéndolas con diligente atención y reflexión, para que puedas ver lo que el Espíritu Santo quiere decir con ellas. Y ten cuidado de no cansarte o pensar que ya has hecho bastante cuando las has leído, oído y hablado una o dos veces, y que entonces tengas una comprensión completa. Nunca serás un teólogo particularmente bueno si haces eso, porque serás como un fruto intempestivo que cae al suelo antes de estar medio maduro.

Así ves en este mismo salmo cómo David se jacta constantemente de que no hablará, meditará, conversará, cantará, escuchará, leerá, de día y de noche y siempre, sobre nada excepto la palabra y los mandamientos de Dios. Porque Dios no te dará su Espíritu sin la palabra externa; así que toma tu ejemplo de eso. Su mandato de escribir, predicar, leer, oír, cantar, hablar, etc., externamente no se dio en vano.

En tercer lugar, está la tentatio, Anfechtung. Esta es la piedra de prueba que te enseña no solo a conocer y entender, sino también a experimentar cuán recta, cuán verdadera, cuán dulce, cuán encantadora, cuán poderosa, cuán reconfortante es la palabra de Dios, la sabiduría más allá de toda sabiduría.

Así ves cómo David, en el Salmo mencionado, se queja tan a menudo de toda clase de enemigos, príncipes arrogantes o tiranos, falsos espíritus y facciones, a los que debe tolerar porque medita, es decir, porque está ocupado con la palabra de Dios (como se ha dicho) de todas las maneras posibles. Porque tan pronto como la palabra de Dios eche raíces y crezca en ti, el diablo te hostigará y te convertirá en un verdadero maestro, y con sus asaltos te enseñará a buscar y a amar la palabra de Dios. Yo mismo (si me permites, que soy mera suciedad de ratón, mezclada con la pimienta) estoy profundamente endeudado con mis papistas que a través de la furia del diablo me han golpeado, oprimido y angustiado tanto. Es decir, me han convertido en un buen teólogo, lo cual no hubiera sido posible de otra manera. Y les concedo de corazón lo que han ganado a cambio de hacerme esto, honor, victoria y triunfo, porque así lo querían.

Ahora, con eso tienes las reglas de David. Si estudias duro de acuerdo con su ejemplo, también cantarás y te jactarás con él en el Salmo: “La ley de tu boca me es mejor que miles de piezas de oro y plata” (Sal. 119:72). Además, “Tu mandamiento me hace más sabio que mis enemigos, porque siempre está conmigo”. “Tengo más entendimiento que todos mis maestros, pues tus testimonios son mi meditación. Entiendo más que los ancianos, porque guardo tus preceptos”, etc. (Salmo 119:98-100). Y será tu experiencia que los libros de los padres te sabrán rancios y podridos en comparación. No solo despreciarás los libros escritos por los adversarios, sino que cuanto más tiempo escribas y enseñes, menos te gustarán los tuyos. Cuando hayas llegado a este punto, no temas esperar que hayas empezado a convertirte en un verdadero teólogo, que pueda enseñar no solo a los cristianos jóvenes e imperfectos, sino también a los maduros y perfectos. Porque, en efecto, la iglesia de Cristo tiene en ella toda clase de cristianos, jóvenes, viejos, débiles, enfermos, sanos, fuertes, enérgicos, perezosos, sencillos, sabios, etc.

Sin embargo, si sientes y estás inclinado a pensar que lo has logrado, halagándote con tus propios libritos, enseñando o escribiendo, porque lo has hecho maravillosamente y has predicado excelentemente; si te sientes muy complacido cuando alguien te alaba en presencia de otros; si tal vez buscas elogios y te enfurruñas o dejas de hacer lo que estás haciendo si no lo obtienes, si eres de esa línea, querido amigo, entonces tómate por las orejas, y si lo haces de la manera correcta encontrarás un hermoso par de grandes, largas y peludas orejas de burro. ¡Entonces no escatima fuerzas! Decóralas con campanas de oro, para que la gente pueda oírte dondequiera que vayas, te apunte con los dedos y te diga: “¡Mira, mira! Ahí va esa bestia inteligente, que puede escribir libros tan exquisitos y predicar tan bien”. En ese mismo momento serás bendecido, y bendecido sin medida en el reino de los cielos. Sí, en ese cielo donde el fuego del infierno está listo para el diablo y sus ángeles. En resumen: Seamos orgullosos y busquemos el honor en los lugares donde podamos. Pero en este libro el honor es solo de Dios, como se dice: “Dios se opone a los orgullosos, pero da gracia a los humildes” (1 Pedro 5:5); a quien sea la gloria, por los siglos de los siglos, Amén.