Martes de Pascua, segundo sermón.

El mismo texto: Hechos 13:26-39.

LA PALABRA Y LA RESURRECCIÓN

1. San Pablo predicó este sermón en la sinagoga de Antioquía en Pisidia, en donde los judíos y también algunos griegos que se convirtieron a los judíos estaban reunidos.  Donde quiera que había judíos en las ciudades, también había sinagogas donde  enseñaron y predicaron; de modo que muchos gentiles también fueron a ellos y se convirtieron a Dios por la palabra de Dios de la Escritura. Sin duda, la maravillosa dirección de Dios hizo que los judíos se dispersaran por el mundo entre los gentiles, después de la primera destrucción producida por los asirios, para que por medio de ellos se extendiera la palabra de Dios. Por consiguiente, este pueblo tuvo que servir para la salvación de los gentiles y para preparar el camino con el fin de que los apóstoles predicaran el evangelio por todo el mundo. A donde fueran, encontraron sinagogas de los judíos donde tuvieron la oportunidad de predicar a una congregación regular, y así sus sermones se podían extender más (porque también había muchos gentiles allí). Si no se hubieran acostumbrado antes a los judíos y a sus sinagogas, no hubieran escuchado a los apóstoles, gente extraña, desconocida, ni les hubieran  permitido predicar públicamente.

2. Así que ahora, en un sábado, Pablo entró en la sinagoga, en donde se reunían para leer las Escrituras. Como él y Bernabé fueron de Judea, le pidieron que diera una exhortación, o sermón, al pueblo. Pablo se adelantó y comenzó a predicar un sermón largo y hermoso acerca de Cristo, diciendo que fue prometido a los padres y al Rey David en las Escrituras, que nació de la simiente de David, y que públicamente Juan el Bautista dio testimonio sobre él, etc. Y así como lo hizo San Pedro en la lección de la Epístola anterior, relató que los judíos lo crucificaron, y que él resucitó de entre los muertos, y apareció vivo por buen tiempo. Luego él mandó a sus apóstoles que proclamaran al mundo la nueva predicación de que la promesa que Dios les dio se había cumplido, y que lo que les fue prometido fue dado y ofrecido mediante su resurrección. Especificó por nombre (así como lo había hecho Pedro) lo que debían tener por medio de la resurrección de Cristo, a saber, el perdón de los pecados, algo que no podían alcanzar en la ley de Moisés y todas sus ordenanzas ni por medio de ella, pero que podían obtener y tener todo esto solo por la fe en este Cristo que fue proclamado a ellos.

3. Sin embargo, no solo judíos sino muchos gentiles estaban presentes en la predicación de este sermón. Más adelante, el texto dice que cuando San Pablo había terminado de predicar, los gentiles le rogaron que les predicara el siguiente sábado. Cuando quiso predicar otra vez en la sinagoga el siguiente sábado, casi toda la ciudad se aglomeró allí. 

En este sermón dice: “Hermanos, hijos del linaje de Abraham” (o judíos por nacimiento), “y los que entre vosotros teméis a Dios”, o sea, también los gentiles. Aunque fue un sermón muy desagradable para los judíos, comenzó en una forma amable y gentil con el fin de captar su atención en silencio y con cuidado. Los alaba grandemente como el pueblo escogido por Dios en lugar de todos los gentiles y como los hijos de los santos padres a quienes principalmente pertenece lo que Dios prometió a los padres.  Pero luego lo arruina cuando no les proclama otra cosa sino el Cristo crucificado y resucitado, y finalmente concluye que su ley y gobierno bajo Moisés no los ayudaría ni sería más válido para ellos ante Dios que para los gentiles. 

LA PALABRA DE SALVACIÓN

4. Sus palabras están de acuerdo completamente con el sermón de Pedro, porque así como Pedro dijo: Dios envió mensaje a los hijos de Israel, anunciando el evangelio de la paz por medio de Jesucristo”; así también Pablo aquí dice: “a vosotros es enviada la palabra de esta salvación”. Aunque estas palabras son de gran consuelo y alegría, para los judíos no fueron nada agradables, porque les ofendían mucho, y pensaron que era intolerable escuchar que su larga esperanza por su Mesías, quien (como creían) sería el Señor y Rey del mundo entero, solo recibiera la predicación, y la clase de predicación que consideraba toda la ley y gobierno de ellos como nada. Habían pensado que primero, por medio de ese Mesías, su ley fuera exaltada y aceptada en el mundo entero. Eso no podía significar nada para ellos sino que habían esperado en vano por él.

5. Pablo lo hace aun más ofensivo cuando la llama no la palabra o predicación de la paz, como lo hace Pedro, sino que le da el título más alto y glorioso: “la palabra de salvación”, o una doctrina que es beneficiosa y salvadora. No se le podía dar un nombre más alto, porque una palabra o predicación de salvación es una predicación de la gracia de Dios, el perdón de los pecados, la paz eterna y la vida. Esto se debe dar no solo a los judíos; sino igualmente a los gentiles, que no tenían conocimiento de Dios, de la ley o del culto divino. Así los gentiles debían ser completamente iguales a los judíos, de modo que los judíos no deberían tener ninguna prioridad ni mérito delante de Dios, ni ninguna ventaja ni señorío sobre los gentiles en el mundo.

6. El sermón había comenzado con franqueza y severidad, puesto que puso a los judíos y a los gentiles en una masa. De hecho, les dice claramente que la ley de Moisés nunca los ayudó desde el principio, ni los ayudará jamás. Más bien, solo por medio de esta predicación serán ayudados y pueden ser (y al mismo tiempo todos los gentiles) ayudados del pecado, la muerte y el poder del diablo, para que sean hijos de Dios y señores sobre todo. Sin embargo, no trae nada en donde se pueda ver o descubrir esta gran cosa (que llama la salvación y la felicidad) excepto que él la predica.

Oigo la palabra y veo a Pablo, un pobre ser humano; pero no veo esta salvación, ni la gracia, ni la vida ni la paz. Todo lo contrario, diariamente veo y experimento lo opuesto: el pecado, el terror, la adversidad, el sufrimiento y la muerte, de modo que parece que Dios no abruma a nadie como a los cristianos que escuchan estas palabras. 

7. Pero esta es la doctrina preciosa que debemos aprender y conocer (si queremos ser hijos de Dios y percibir su reino dentro de nosotros). Tanto los judíos por su ley como los gentiles por la sabiduría de su razón no saben ni experimentan que nuestra salvación y felicidad dependen de la palabra que San Pablo proclama aquí acerca de Cristo. Se llama y es una palabra de salvación y paz, y verdaderamente trae y da la salvación y la paz.   

8. Dios la ha enviado, dice Pablo. Los hombres no la inventaron y tampoco la produjeron. No se llama la palabra y el mandato del emperador romano ni del sumo sacerdote en Jerusalén, sino del Dios del cielo, que habla por medio de ella y quiere que los pobres hombres la prediquen. Quiere que se llame y sea un poder por el cual da la salvación y la bienaventuranza (algo que la ley no era), como dice San Pablo “(Rom 1:16): “No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree”.  Y Dios mismo ha edificado nuestra bienaventuranza sobre esto cuando se reveló y dejó que se oyera su voz desde el cielo, diciendo en el Jordán: “Este es mi Hijo amado”, etc., y “Óiganlo”.

9. Dios desea que se oiga la palabra de este Cristo, como si quisiera decir: “Aquí tienen la palabra de paz y salvación. Deben buscarlas y encontrarlas solo en la palabra y en ninguna otra parte. Aférrense a esta palabra si quieren tener paz, salvación y felicidad. Pase lo que pase, cruces, aflicciones, discordia, decapitación, inmolación, pestilencia, golpes, de cualquier manera que Dios te llama, etc., mírame a mí, de quien es la palabra que promete que no morirás, y si mueres, tu muerte será solo un sueño dulce, la entrada a la vida, como dice (Juan 8:51): “De cierto, de cierto os digo que el que guarda mi palabra nunca verá muerte”.

Lo que se necesita aquí es “guardar”, dice Cristo, es decir, quedarse firmes en la palabra (aun en contra de toda percepción y pensamiento), para que no duden que lo que han oído es ciertamente la verdad. El que dice esto no es un hombre, sino el que creó el cielo y la tierra y todo lo que está en ellos de la nada, y todavía lo gobierna y preserva. ¿Qué éramos ustedes y yo hace cien años sino absolutamente nada? ¿Cómo y de qué vino todo (si nada en absoluto estaba allí)?  “Porque él dijo”, dice el Salmo 33:9 en base a Génesis 1, “y fue hecho” (aquello que antes no había existido).

10. Por tanto, como se llama la palabra de Dios, es algo completamente diferente aunque salga de la boca de un hombre o de un asno, de lo que se llama “la palabra del hombre”.  Por tanto, si hay discordia, terror del pecado, del sepulcro y la corrupción: venga lo que venga, solo mantén en tu corazón esta palabra, que Cristo te ha enviado un mensaje de salvación, eso es, de redención, de triunfo sobre todo; y que te manda creerla. Entonces verás que él, como tu Dios y Creador, no te engañará, porque ¿qué son la muerte, el diablo y todas las criaturas comparados con él?

11. Por tanto, la gloria de esta predicación acerca de Cristo, que San Pablo aquí llama “la palabra de salvación”, es mucho más grande y alta de lo que habría sido la promesa de todos los reinos, todas las riquezas y los esplendores del mundo, aun del cielo y la tierra, porque ¿cómo podría todo eso ayudarme si no tuviera esta palabra de salvación y la vida eterna? Cuando se trata de los pecados y la angustia y el peligro de la muerte, tengo que decir: “Fuera todos los bienes y gozos del mundo, para que pueda escuchar y tener solo esta predicación de la salvación enviada por Cristo”. Tienes que aferrarte a ella y saber que solo esta palabra da la paz y el gozo eterno. Esto debes creer, aunque las cosas se vean muy diferentes,  de modo que no sigas tus propios sentimientos sino consideres lo que él ha dicho e hizo proclamar como la verdad divina, eterna, inmutable.  De esta manera San Pablo exhorta a los judíos a aceptar esta palabra que Dios les envió, y que como tal trae grandes beneficios. 

12. Luego, procede a quitar el obstáculo que los perturba más. Les advierte en contra de hacer lo que habían hecho los de Jerusalén, que escucharon la palabra de salvación de Cristo mismo. Ellos mismos la habían leído diariamente en los profetas cada día, y debían haber visto por ellos mismos cómo testificaban de Cristo y que había completa armonía entre su enseñanza y la de Cristo y los apóstoles, pero no quisieron entender. Más bien, porque este Cristo no vino de la forma que ellos querían, condenaron al mismo que, como leían de él en las Escrituras, vendría y traería esta palabra de salvación. Además, la Escritura había revelado que el tiempo de su venida al fin había llegado, algo que ellos mismos sabían, de modo que no debían esperar a otro. Todavía no entendían las Escrituras porque estaban muy endurecidos pensando en que debía reinar como cualquier rey temporal. Esta idea estaba tan firmemente arraigada en toda la gente que aun los apóstoles no pensaban de otra manera acerca de su reino, aun después de su resurrección, y, como dice Juan (cap. 12:16), todavía no entendían las Escrituras hasta la ascensión de Cristo al cielo y la venida del Espíritu Santo.

Mientras esta cortina de la idea carnal de un reino y del gobierno corporal de Cristo y su iglesia se quede ante nuestros ojos, no podemos entender las Escrituras, como también dice San Pablo acerca de los judíos (2 Corintios 3:14) que el velo permanece ante los ojos de ellos cuando leen las Escrituras. Pero eso no justifica la falta de entendimiento, porque es una ceguera burda y deliberada porque no quieren que se les diga nada ni permiten que los dirijan, como lo hicieron los apóstoles, sino también se enfurecen contra ello. No quieren escuchar de este Cristo, aun cuando los apóstoles les predicaron sobre el arrepentimiento y el perdón de los pecados después que lo habían crucificado. 

13. Ahora, es muy desagradable cuando Pablo se atreve a hablar con franqueza acerca de los líderes más prominentes del judaísmo (es decir, del pueblo de Dios y, como decimos, las cabezas de la iglesia). Dice que no solo el populacho sino también ellos mismos no conocían ni entendían las Escrituras que les fueron dadas a ellos, inclusive que no solo fueron ignorantes y estaban equivocados, sino más bien se habían convertido en aquellos de quienes habían leído que asesinarían y crucificarían al Hijo de Dios, su Salvador.

Qué ofensivo sonó cuando se habló acerca de la genta a quienes Dios mismo había establecido su culto, templo y sacerdocio y había establecido un gobierno especial, de modo que el sumo sacerdote tenía el poder de decir: Tienen que hacer esto o morirán (Deuteronomio 17:12), que tenían el gran concilio glorioso de los setenta y dos ancianos (que primero organizó Moisés) , Éxodo 18, que ellos llamaban el Sanhedrín, que juzgaba y reinaba sobre todo el pueblo y ciertamente sabía lo que era recto y malo según su ley.

¿No deberíamos descuartizar a Pablo con pinzas ardientes como un rebelde, un blasfemo público, que hablaba no solo contra el gobierno judío sino contra el honor de Dios mismo; atreviéndose a decir que todos los príncipes del pueblo divagaban, no sabían nada de las Escrituras, y hasta eran asesinos del Hijo de Dios? ¿Qué es esto en comparación con la reprensión y condenación del Papa con su gente, que no puede producir tal alabanza y testimonio de Dios sino exaltan y defienden su propia doctrina inventada y su idolatría.

14. Aquí puedes ver que él no deja pasar nada sino enseña a todos que no deben prestar atención al griterío y vociferación que los judíos presentan, que son los sumos sacerdotes, los maestros, regentes o maestros, y autoridades que Dios mismo ordenó, con la gente sujeta a ellos. Predicar contra ellos parece ser lo mismo como predicar contra la obediencia al padre y a la madre y a las autoridades regulares, aun contra Dios mismo, algo que no toleraríamos. Sin embargo San Pablo lo hace sin temor, como apóstol de Dios y por su mandato. Cuánto más atacaría nuestros engañadores papales, que sin la palabra de Dios se jactan de ser las cabezas de la iglesia y del pueblo de Dios y sin embargo no enseñan ni entienden las Escrituras, sino presentan sus propias invenciones como la palabra de Dios, etc. 

15. ¿Qué razones tiene para atreverse a condenar tan audazmente el juicio de gente tan importante? “Esto es”, dice: “Hay un cierto Jesucristo, de quien hablan todos los profetas y todas las Escrituras, pero a quien ellos no quieren reconocer. Él es superior y mayor a los sumo sacerdotes, los gobernantes, junto con el templo y toda la ciudad de Jerusalén. Ellos mismos seguramente sabían que cuando él venía ellos deberían retirarse y obedecerlo como su Señor y sumo Regente”.

Por eso, esto no los disculpa, y no vale nada su excusa de que “Dios nos ha dado el dominio y la autoridad suprema y ha mandado a todos que nos obedezcan tanto como al padre y a la madre”, etc.

16. No, no te librarás solo por ser un señor o príncipe, un padre o una madre, un hijo o súbdito (es decir, obligado a obedecer al gobierno), de modo que no tengas que ser bautizado y creer en Cristo, porque él es el único Soberano sobre todos los reyes, príncipes y gobiernos. Por tanto, debemos obedecer al padre y a la madre y al gobierno secular, pero no al punto de desobedecer a este Señor, que creó a los emperadores y todos los gobiernos y los tiene bajo él así como a la gente menos significante. 

Pero esos caballeros y señores en Jerusalén (como los nuestros hoy), no estaban dispuestos a hacer eso. Debido a esto, surge la controversia, puesto que tenemos que hablar y actuar contra ellos por mandato de Dios (a lo cual ellos lo falsamente llaman la desobediencia y la rebelión) para que nos encuentremos obedientes a nuestro Señor y Señor de ellos (a quien ellos niegan).

17. Aquí ni Caifás ni el Papa, emperador ni rey, valen nada, sino solo Jesucristo. “A él”, dice Pablo, “los gobernantes de Jerusalén, la ciudad santa, lo mataron”. Por tanto, aunque Dios los ordenó y los puso en el gobierno, ya no se preocupa por ustedes, porque no aceptaron a Cristo.

Ahora ustedes se han convertido en asnos burdos y líderes ciegos que no entienden nada de las Escrituras y sin embargo deben y quieren enseñar a otros. Moisés y todos los profetas han hablado de este Cristo que fue prometido a ustedes y al mundo entero para la salvación y consuelo.  Endurecidos en esa ceguera, lo han llevado a la cruz, aunque no hallaban en él ninguna culpa para que lo condenaran. Por cierto, no les hizo ningún daño; no los privó de nada, ni de dinero, bienes, honor ni poder, sino les ofreció pura bondad y salvación, si tan solo lo hubieran recibido a él. Pero ustedes tenían que ser los que cumplieran las Escrituras que diariamente leían; a saber, que mataron a Cristo y luego ayudaron a que él resucitara de entre los muertos (aunque sin que a ustedes ni a Satanás se les deba ningún agradecimiento) y se hizo Señor sobre todo, a quien todas las criaturas tienen que estar sujetas.

Por consiguiente, ya no nos importa lo que ustedes y el mundo entero digan y hagan; si se enojan o se ríen, nosotros predicamos a Cristo. Tenemos al Señor, quien es el Hijo de Dios, puesto como Señor sobre todo por su Padre mediante su resurrección, que quiere que prediquemos acerca de él para que todos crean en él. Debido a que no lo quieren, en esta situación termina el poder y la fuerza que Dios les dio, los cuales debían durar solo hasta la venida de este Mesías. Ahora debemos separarnos de ustedes; abandonar gobierno, sacerdocio y Jerusalén; y sencilla y claramente decir que no debemos y no queremos obedecerlos a ustedes contra este Señor.

18. Si se iban a convertir al cristianismo, San Pablo tenía que predicar a sus judíos que Cristo ya había venido y ya no debían esperarlo. Tenía que señalarles lo que ellos mismos, los gobernantes y principales del pueblo, habían hecho a Cristo —ellos, que son llamados el pueblo de Dios y tienen la ley y el culto. Tuvo que hacerlo para que reconocieran su pecado y dejaran de depender de su ley y culto, porque ellos mismos tenían que ver y comprender que no tenían nada en absoluto de qué gloriarse ante Dios. Aunque tenían y oían la ley de Moisés y la palabra de Dios en abundancia, no querían reconocer ni recibir al Mesías que Dios les envió de acuerdo con su promesa, sino lo condenaron y se convirtieron en sus asesinos.

¿Qué provecho les traían todas las cosas de las cuales se jactaban: llamarse hijos de Abraham, el pueblo de Dios, y tener a los profetas, la ley y el sacerdocio? Todo lo que hacían es hacer su pecado y condenación ante Dios mayor y más severo, pecados que cometieron no como paganos ignorantes, ciegos, sino como los que tienen y deben conocer la palabra de Dios. Aun así, maliciosamente mataron al Hijo de Dios.
Esta fue la primera parte de este sermón.

LA RESURRECCIÓN Y LA FE.

19. La segunda parte, ahora, trata de la resurrección de Cristo y su poder por medio de la fe. Esta es la meta a la cual Pablo se dirigía, después de que les dijera a ellos que mataron a Cristo, y así hicieron más de lo necesario para merecer ser condenados ante Dios.  Ellos tenían que confesar que no tenían nada de que jactarse de su judaísmo, sino solo vergüenza y la ira delante de Dios. Ahora, si quieren librarse de esta condenación y (como dice al final) ser justificados y salvos, deben todavía escuchar y creer la palabra acerca de este Cristo. Entonces, porque ellos, junto con sus líderes, no recibieron ni reconocieron a este Mesías cuando él mismo predicaba y hacía milagros, ahora deben aceptar a aquel a quien habían ejecutado y crucificado, porque no lo ven ni lo tienen corporalmente con ellos, pero creen que ha resucitado de la muerte y es Señor sobre todos, como escuchan acerca de él por la predicación de los apóstoles. Ahora ellos deben abandonar totalmente los sueños del pasado, y las esperanzas de que a causa de la  ley y el culto de ellos su Mesías viniera y los exaltara a gran honor, riquezas y dominio del mundo, y extendería a su Moisés y el sacerdocio en el mundo entero. Ahora ellos deben alegrarse y dar gracias a Dios de ser iguales a los gentiles y porque estos vienen junto con ellos a la palabra de salvación, por la cual únicamente obtienen la gracia de Dios, el perdón de los pecados y la vida eterna.

EL TESTIMONIO  DEL ANTIGUO TESTAMENTO

20. Demuestra su sermón sobre la resurrección de Cristo con muchos pasajes poderosos de la Biblia. Sin duda, resaltó esos pasajes con muchas palabras e hizo de ellos un largo sermón. Esto no se describe completamente aquí, sino solo se señala parcial y brevemente. De esta forma, los apóstoles quieren señalarnos las Escrituras, para que las estudiemos y notemos con diligencia cuán poderosamente hablaron los profetas acerca de Cristo y sus obras y reino. 

21. El primer pasaje que cita es del Salmo 2, que trata en su totalidad del Mesías y su reinado (así como los judíos en el tiempo en que todavía eran eruditos tenían que confesar). Cristo mismo dice: “Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: «Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy».” Pablo dice que esto está escrito en el primer salmo, aunque en todos los libros, antiguos y nuevos, es el segundo salmo en su número y orden. Pero aquí no habla del número u orden de cómo están los salmos sucesivamente en el libro, sino del orden de los pasajes que quiere citar, como si dijera: “Primero, demostraré eso de un salmo” o “Primero, está escrito en el Salmo”. De manera similar un predicador comienza y dice: “Diré esto primero” o “Eso se dice primero en el Salmo, y luego en otro Salmo”, etc., sea el Salmo el primero, el segundo, el vigésimo o el trigésimo, puesto que no está contando los salmos según su orden sino cómo los presenta. 

22. ¿Pero cómo concuerda este pasaje con el punto por el cual Pablo lo cita, para demostrar la resurrección de Cristo? Es una prueba sutil, que sin duda ya había explicado ampliamente. El Salmo habla del Mesías o Rey, que debe reinar en la nación entre el pueblo, como dice claramente: “Yo he puesto mi rey sobre Sión, mi santo monte”, es decir, en Jerusalén. Por eso, debe ser verdadero hombre, como otros hombres. De hecho, agrega que aún reyes y gobernantes en la tierra se amotinarán y lo perseguirán, lo cual no podría suceder a menos que reinara en la tierra.

23. Pero este versículo dice que él es también el verdadero Dios eterno, porque Dios lo llama su propio Hijo, engendrado de sí mismo en su esencia y majestad divina y eterna, de modo que no es un Hijo elegido, sino el verdadero Hijo de Dios por nacimiento. Porque es un hombre como los demás, de acuerdo con esa naturaleza debe morir; y aun ser matado y crucificado por los gobernantes de este mundo.  Sin embargo, puesto que también es el Hijo de Dios por nacimiento, y por tanto verdadero Dios, esta persona (también conforme a su naturaleza humana) no puede quedarse en la muerte, sino debe salir de ella, y sobre ella, y hacerse el Señor eterno de la vida y la muerte. Es una persona inseparable y un eterno Hijo de la virgen del linaje de David y de Dios, que no puede permanecer en la muerte. Si va a morir, debe vencer la muerte y superarla, hasta matarla y destruirla. Solo la vida reina en este Señor y se da a todos los que lo reciben. Todo eso se seguirá discutiendo en otra parte. 

24. Pero lo que sigue del profeta Isaías acerca de la resurrección parece aún más extraño: “Os daré las misericordias fieles de David”, lo cual dice según el texto hebreo: “Haré con vosotros un pacto eterno, las misericordias firmes a David”. El profeta habla de la promesa de Cristo que hizo a David en 2 Samuel 7. En las palabras antes de esto, el profeta tiernamente exhorta e invita al mundo entero a recibir esta palabra y predicación, en la cual debe venir y suceder para todos los pobres, los abatidos y los afligidos gran beneficio y salvación. Poco después de estas palabras, dice que ha dado el Mesías, la Simiente prometida de David, “por testigo a los pueblos” (es decir, como predicador enviado por Dios), y como “jefe y por maestro a las  naciones”. Debe ser un maestro diferente de Moisés y sus sacerdotes y maestros de la ley (que estaban allí antes), y un Señor, Regente y Rey diferente de David y todos los señores en el gobierno temporal, con todos sujetos a él. No que establecerá un nuevo gobierno externo y extenderá lo que es judío entre los gentiles, sino que tanto los judíos como los gentiles al mismo tiempo lo escucharían y creerían en él, de modo que por medio de él tendrían lo que fue prometido, lo cual aquí llama “el pacto de la gracia segura” (prometido a David). Dice: “Haré este pacto contigo y lo guardaré como un pacto divino, seguro, fiel en este Cristo precisamente”, de modo que por medio de él todo lo que la gracia de Dios da y presenta se dará, a saber, el perdón y el borrar los pecados, la redención de la muerte y la vida eterna.

25. Si este Cristo (por medio de quien se hizo el pacto) es verdadero hombre y, como lo prometió a David, de su carne y sangre; y si debe traer y dar la gracia eterna, debe ser también Dios, quien es el único que puede dar esto. Luego, no debe quedarse en la muerte, aunque muere como un hombre natural, sino debe él mismo resucitar de la muerte para que pueda también redimir a otros de la muerte y darles la vida eterna. De esta forma verdaderamente se llamaría y sería un Rey eterno de gracia, justicia y vida, como Dios prometió firmemente hacerlo.

26. Por tanto, en dondequiera que las Escrituras hablan del reino eterno de Cristo y de la gracia eterna, señalan este artículo de la resurrección de Cristo. Así, para explicar este pasaje, San Pablo probablemente citó otros pasajes, tales como las palabras (Salmo 110:1): “Jehová dijo a mi Señor: «Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies»”, etc.; también el versículo 4: “Juró Jehová y no se arrepentirá: «Tú eres sacerdote para siempre».” En estas palabas Dios ha prometido darnos a Cristo, quien debería sentarse a su diestra, es decir, que debe ser Señor y Rey eterno en poder divino, todopoderoso, y sin embargo su reino está en la tierra (en Sión o Jerusalén). Además, debe ser Sacerdote eterno que debe ser tomado de entre los hombres y ser como ellos, es decir, debe también ser mortal. Sin embargo, esto debe suceder en tal forma que no obstante permanece eternamente Sacerdote para siempre; por tanto, no debe quedarse en la muerte y en el sepulcro.

27. El tercer pasaje que Pablo cita lo toma del Salmo 16, que en realidad habla de Cristo. San Pedro da más explicación sobre esto en su primer sermón en el Pentecostés y por ello concluye poderosamente (como las palabras mismas lo dicen con claridad) que Cristo murió, y sin embargo no debe corromperse en el sepulcro, sino tuvo que resucitar de la muerte sin corrupción ni descomposición, (es decir, en el tercer día).