Segundo domingo después de la Pascua

1 Pedro 2:20-25.

“Pues ¿qué mérito tiene el soportar que os abofeteen si habéis pecado? Pero si por hacer lo que es bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios. Para esto fuisteis llamados, porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo para que sigáis sus pisadas. Él no cometió pecado ni se halló engaño en su boca. Cuando lo maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino que encomendaba la causa al que juzga justamente. Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia. ¡Por su herida habéis sido sanados! Vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas.”

LA PACIENCIA BAJO LA TRIBULACIÓN

1. Esta hermosa epístola apostólica sin duda fue seleccionada para este domingo porque al final concuerda con la lectura del Evangelio sobre el Buen Pastor. San Pedro dice: “Vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas”. Sin embargo, podría ser una parte de la predicación sobre su Pasión, porque aquí habla del sufrimiento del Señor Cristo y lo presenta como un ejemplo para que lo imitemos. Antes, en esta epístola, ha enseñado a los cristianos que después de que tienen la fe deben demostrar sus frutos en toda clase de situación. Pero,  especialmente, los amonesta al fruto que se llama “la paciencia en la cruz y el sufrimiento”.

2. Cuando alguien se ha hecho cristiano y comienza a confesar la fe con su boca y su vida, no puede suceder de otra manera en la tierra: el mundo (que es el siervo fiel y obediente del enemigo eterno de Cristo, el diablo) no se agradará. El mundo considera un desprecio y una desgracia cuando no hablamos, vivimos y hacemos lo que él quiere y en la manera que él quiere. Se enoja y comienza a perseguir, a hostigar y hasta a matarlos en dondequiera que pueda. Por eso, muchas veces escuchamos aun a sus sabios, los escarnecedores, decir que Cristo pudo haber tenido la paz si la hubiera deseado. Podrían decir acerca de todos los cristianos que seguramente podrían tener la paz y días buenos, si tan solo los escucharan a ellos y fueran agradables y se conformaran al mundo.

3. ¿Pero qué debemos hacer? Cuando hablamos y practicamos la verdad, ocasionamos la ira y el odio, aun los paganos lo han dicho. Sin embargo, no es culpa de los que dicen la verdad, sino de los que no quieren escucharla. ¿Entonces, no debemos predicar la verdad para nada y guardando silencio sencillamente dejar que toda la gente se vaya con el diablo? ¿Quién puede o quiere asumir esto para sí mismo? Cualquiera que sea un cristiano piadoso y tenga la intención después de esta vida de vivir eternamente y ayudar a otras personas a hacer lo mismo, verdaderamente tiene que actuar como los cristianos y decir lo que piensa, mostrando al mundo que va por el camino ancho que conduce al infierno y a la muerte eterna. Si hace esto, entonces ha enfurecido al mundo y tiene al diablo por el cuello.

4. Ahora, no puede ser de otra manera, y todo el que quiere confesar a Cristo y ayudar al mundo a cambio de su servicio y bondad (como San Pedro dice aquí) tiene que aceptar el odio del diablo y de todos los que se aferran a él. De manera que debemos recordar tener paciencia, aun cuando el mundo sea más amargamente hostil y malicioso hacia la doctrina que tenemos y la vida que llevamos y por eso nos insulta, calumnia y persigue hasta el extremo. Con este fin San Pedro aquí quiere amonestar y estimular, y luego consolar a los cristianos con palabras y razones significativas.

5. Primero, menciona su vocación para recordarles por qué y con qué fin se hicieron cristianos. Dice: “Primero debes recordar que fuiste llamado, si crees en Cristo, también  a confesar a Cristo. Estás con toda la iglesia cristiana en esta vocación santa, divina, con que debes alabar a Dios y promover su reino”. Esto tan solo implica hacer el bien y sufrir el mal por hacerlo. Los cristianos deben ser un pueblo condenado a los ojos del mundo, hacia el cual la gente es extremadamente hostil; se les ordena y obliga a correr a través de las espadas del diablo y del mundo, como dice el Salmo 44:  “Pero por causa de ti nos matan cada día; somos contados como ovejas para el matadero”, u ovejas para el sacrificio, que han sido apartadas y no se les permite salir a pastar con las otras ovejas y tampoco se les permite reproducirse, sino solo son para matarlas una tras otra cada día.

6. Por tanto, quiere decir: “¿Qué harán, amados cristianos? ¿Vivirán en el mundo y no quieren encontrar nada malo (a cambio de sus buenas obras), sino más bien enojarse y debido a su maldad también hacerse malos y cometer el mal? ¿No escuchan? Fueron llamados para esto. Su bautismo y cristianismo traen consigo que deben sufrir estas cosas. Por eso, han renunciado al diablo y confiesan a Cristo. Por eso, fueron sumergidos en el agua, para que se arriesgaran a toda clase de infortunios en el mundo y sufrimientos del diablo”.  No se escaparán de ello, porque deben estar en este mesón en donde el diablo es el mesonero. Viven en una casa que está en todas partes llena de humo. Aquí se aplica el dicho, si quieres tener fuego, también debes tener humo; si quieres ser cristiano e hijo de Dios, también debes sufrir lo que te pasa debido a ello. 

7. En resumen, el cristiano, porque es cristiano, se echa bajo la santa y preciosa cruz, de modo que debe sufrir de parte de la gente o del diablo mismo, que lo aflige y alarma tanto externamente con miseria, persecución, pobreza y enfermedad, e internamente en el corazón con sus flechas venenosas. Esta es la señal y marca del cristiano: una vocación santa, preciosa, noble y feliz, que lo lleva a la vida eterna. Debemos atribuir a esto lo que se debe, y considerar todo lo que trae con ella como bueno. ¿De qué debemos quejarnos? ¿No tienen aun los incrédulos y malignos malhechores que sufrir lo que no quieren uno de otro? ¿No tienen que sufrir muchas veces cada uno daños y desgracias en su cuerpo, bienes, esposa e hijos, de los cuales no pueden escapar? 

8. Por consiguiente, no debes  asustarte ni enojarte tanto, ni impacientarte cuando el mundo o el diablo te afligen, siempre y cuando quieras ser cristiano y cumplir tu vocación. Sin embargo, si no quieres sufrir ni quieres que te insulten ni te calumnien, sino quieres que te honren y te alaben, entonces niega a Cristo y haz lo que les agrada a ellos. Aun así tendrás sufrimiento y te desagradarán todas las cosas, excepto que tendrás la ventaja de que no sufrirás como cristiano ni por causa de Cristo. Pero, por otro lado, debes experimentar, aunque tengas solo días buenos aquí, que durará poco tiempo, y finalmente encontrarás lo que has estado buscando.

CRISTO NUESTRO EJEMPLO

9. En segundo lugar, para hacer esta exhortación mucho más impresionante, Pedro presenta al verdadero Amo como nuestro ejemplo: nuestra Cabeza y Señor Cristo. Lo mismo sucedió con él, y él mismo tuvo que sufrir lo máximo. Sin embargo, habla de él como la Escritura usualmente habla, puesto que lo describe como un mellizo, o como que tiene dos formas. Lo presenta no solo como un ejemplo (como también se podría representar a otros santos) sino también como el verdadero Pastor y Obispo de nuestras almas que sufrió por nosotros y sacrificó nuestros pecados en su cuerpo en la cruz. De esta forma él es nuestro tesoro, consuelo y nuestra salvación.

10. El apóstol describe este ejemplo en forma muy hermosa y gloriosa en su grado más elevado y noble para estimularnos más y animarnos a ser pacientes. Escribe los puntos principales, que hacen todo nuestro sufrimiento muy común cuando se compara con el de Jesús. Esta pasión (él quiere decir) o sufrimiento del Señor Cristo tiene alabanza mucho más alta y mayor ventaja que todos los demás. Primero, nos dejó un ejemplo a todos. Segundo, sufrió por nosotros. Tercero, sufrió aunque fue inocente en todos los sentidos, puesto que nunca cometió ningún pecado. Debemos dejar que estos tres puntos sean exclusivamente suyos y lo haremos y nos humillaremos; aunque hayamos tenido que suportar toda clase de muerte, tenemos que decir: “No es nada en comparación con su sufrimiento”.

Aunque fuera el sufrimiento mejor, más elevado y más severo de todos, sin embargo no será otra cosa sino seguir sus pasos y su ejemplo; aún estaría lejos de alcanzar al Amo. Sólo él sigue siendo el Amo que conserva el rango más alto. Todos deseamos imitarlo lo mejor que podamos, pero todavía estaremos lejos de alcanzar este ejemplo. Nadie en la tierra puede entender cuán grande fue su sufrimiento y su angustia y cuán duro y amargo fue para él. Si no podemos saber ni entenderlo, ¿cómo podremos imitarlo o seguirlo? Podemos agradecer a Dios que lo vemos ante nosotros y lo seguimos. Sin embargo, todavía estamos lejos de él, excepto que uno puede acercase un poco más que otro porque sufre más severamente o tiene fe y paciencia más fuertes. 

Por eso dice que Cristo es el ejemplo no para uno o dos santos, sino para todos, para que a diferencia de él todos juntos tengan que bajar la mirada y decir: “Mi sufrimiento seguramente es muy duro, amargo y severo para mi corazón. Pero cuando la gente habla de los sufrimientos de mi Señor Cristo, entonces gustosamente guardaré silencio, porque nada en la tierra se puede comparar con este ejemplo”.

11. Esto debe ser suficiente amonestación y aliciente para sufrir con paciencia: Cristo mismo, una persona elevada, el Hijo único y eterno de Dios, se nos ha anticipado, y su sufrimiento fue tan grande que nadie puede alcanzarlo ni soportarlo. ¿Por qué, entonces, debemos quejarnos tanto acerca de sufrir algo (por causa de él) cuando todavía somos estudiantes tan insignificantes, no hemos sido puestos a prueba, en comparación con este Maestro? Además, está contento cuando lo imitamos, aprendamos de él y permanezcamos siendo sus estudiantes. Este es el ejemplo presentado a toda la cristiandad, que todos deben seguir, de modo que al menos los encuentren siguiendo sus pasos. Sin embargo, deben saber que todo su máximo sufrimiento todavía no es nada en comparación con la más pequeña gota de sangre que él derramó, como oiremos después.

12. El segundo punto que hace este ejemplo tan grande e incomparable es que él sufrió no por él mismo, también no solo como un ejemplo, sino POR NOSOTROS. Ni siquiera lo mínimo de eso se puede alcanzar, y ningún santo puede jactarse, según este ejemplo, de haber sufrido por otros (de la manera en que Cristo sufrió por nuestros pecados). No, aquí se excluye completamente cualquier alarde, y nadie puede imitarlo en esto. Más bien, él es el único (también el único llamado para esto) que sufrió por todos: por los que son llamados y santos y por los que todavía no han sido llamados y son pecadores. 

13. Este es el artículo principal, de alto valor, de la doctrina cristiana. Solo la fe se apropia de él como el bien y el consuelo principal de nuestra salvación. Por esto, no hacemos ni merecemos nada con nuestras obras y nuestro sufrimiento. Se nos presenta en la Escritura en tal forma que no debemos dejar que nada humano se mezcle con él. El maldito papado con sus pilares y apoyos, los monjes, han actuado en contra de esto y enseñado que el sufrimiento de Cristo no fue más que un ejemplo para nosotros. Han arruinado y hecho inútil el punto de que él sufrió POR NOSOTROS; pusieron todo eso sobre nosotros, como si con nuestras obras (que ellos sin embargo no enseñaron por la palabra de Dios sino de su propia doctrina escogida por sí mismos, inventada inútilmente, humana y mentirosa) o con nuestros sufrimientos debíamos pagar el pecado, apartar la ira de Dios y merecer la gracia.

14. Han promovido esta invención mentirosa tanto que dijeron que los santos no solo ganaron méritos para ellos mismos, sino también hicieron y sufrieron más de lo que necesitaban para ellos mismos; han acumulado un tesoro para otros y lo han dejado al Papa. Él, entonces, puede disponer de él como una rica caja fuerte y distribuir esta abundancia o méritos excesivos de los santos por sus indulgencias dónde, cómo y para quién él lo desee (pero en tal forma que vacíe el dinero y los bienes del mundo para él mismo y para sus cerdos rapados y gordos). Ellos mismos hasta distribuyeron sus propios méritos y obras, es decir, la pura castidad monástica, la pobreza y la severa obediencia a su orden, es decir, solo mentiras apestosas y vicios vergonzosos. Los promovieron bajo esta máscara tanto en secreto como en público (con excepción de unos cuantos que seriamente querían ser verdaderos monjes santos, de los cuales yo era uno) y luego sincera y honestamente los vendieron a los laicos en sus lechos de muerte y en otras partes.

Cuando había personas pobres que habían merecido la muerte y estaban a punto de ser públicamente ejecutadas, las consolaron no con Cristo sino con su propio sufrimiento y muerte bien merecidos, a saber, que Dios pondría su tormento en lugar de sus pecados, siempre y cuando sufrieran con paciencia. Esa fue su doctrina principal, la cual clamaron en público sin temor y por la cual construyeron tantas iglesias y claustros y llenaron la garganta del Papa que tragaba oro y sus fauces infernales. Desafortunadamente, yo también fui uno de esos villanos hasta que Dios me ayudó a salir. Ahora, sin embargo (alabado sea Dios), porque ataqué esto y no dejé que fuera correcto, la sede infernal del dragón romano y sus escamas me han condenado y maldecido.

15. ¡Qué abominación tan vergonzosa que en el templo de Dios y en la iglesia cristiana se deba escuchar y enseñar cosas que hacen completamente insignificantes los sufrimientos de Cristo y pisotean su muerte! Dios mío, ¿qué podemos decir del mérito y la abundancia humana?  Ningún santo en la tierra, con todo su sufrimiento ha sufrido suficiente por él mismo (tanto como debiera) sin decir nada de jactarse que debe contar ante el juicio de Dios contra su ira y la paga o retribución por nuestros pecados. Oyes que cuando Pedro dice: “dejándonos ejemplo para que sigáis sus pisadas”, está concluyendo que ningún santo todavía ha hecho ni sufrido tanto que pueda decir: “He cumplido la meta y medida, de modo que Cristo ya no es un ejemplo ni modelo para mí”. Más bien, debe tener vergüenza de jactarse de sus sufrimientos en comparación con los de Cristo, y debería regocijarse en el privilegio de participar en el sufrimiento de Cristo. Entonces puede imitar esto, hasta donde pueda, de modo que sea hallado en sus pisadas.

16. Así este punto de la Pasión y del sufrimiento de Cristo debe ponerse en alto muy por encima de todos los demás como oro noble, precioso, puro, en comparación con lo cual nuestros sufrimientos ni siquiera valen mencionar. Nadie (excepto este Cristo) jamás ha sufrido por los pecados de él mismo ni de otras personas, sean los menores o los mayores. El tema de la pasión de Cristo, entonces, debe exceder mucho a cualquier otro. Sus sufrimientos son como oro puro y precioso, comparados con los cuales los nuestros son como nada. Cristo es el único que ha sufrido por los pecados de otro. Aunque pudiera valer algo para el pecado, la persona no podría ir más allá de expiar sus propios pecados. Pero Cristo no tenía ninguna necesidad de sufrir por él mismo; porque no había cometido ningún pecado (como sigue en esta lección de la Epístola). Más bien, sufrió como un ejemplo para nosotros, y no solo eso sino también lo hizo nuestro tesoro, de modo que se puede decir: “Mis pecados y los pecados de toda la gente fueron sacrificados en su cruz y borrados con su muerte”. San Pedro, María, Juan el Bautista, y todos los que han nacido de mujer tienen que dejar que se escriba acerca de ellos y sean considerados en estas palabras: “Cristo sufrió POR NOSOTROS”.

17. EL tercer punto en el que Cristo tiene preeminencia sobre todos los demás es lo que dice el profeta Isaías (53:9):

Él no cometió pecado ni se halló engaño en su boca”. (1 Pedro 2:22)

18. Puedes sacar tus propias conclusiones en cuanto a cuán grande debe ser este hombre, porque no hay nadie más en la tierra que no haya pecado en palabra u obras. La Epístola de Santiago (3:2) dice: “Si alguno no ofende de palabra, es una persona perfecta”.  Pero ¿en dónde está, y cómo se llama? Es este único Cristo (como Santiago debe haber agregado). Todos son un grupo, como San Pedro agrupa a todos los demás y dice: “Vosotros erais como ovejas descarriadas”. Más adelante hace una clara distinción: “Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos”. No había y no hay nadie inocente o sin pecado, ni en palabras ni obras. Estas dos partes incluyen toda la vida del hombre: palabras y obras, hablar y hacer.  Se ponen uno al lado del otro en otras partes en la Escritura, tales como el Salmo 34:13-14: “Guarda tu lengua del mal y tus labios de hablar engaño. Apártate del mal y haz el bien”. Pero hablar es lo principal, tal como enseñar, aconsejar, amonestar, consolar, censurar, confesar la verdad, etc. Obviamente, nadie es tan perfecto que no haya tropezado en alguna de estas cosas.

19. Por tanto, es completamente imposible que algún santo siga su ejemplo en este punto. Nadie sería tan arrogante y desvergonzado (a menos de que en lugar de ser un hijo de Dios y un cristiano creyente quiera convertirse en mentiroso y el santo del diablo) que se atreviera a igualarse con Cristo y se jactara de no tener pecado en palabras y obras. Así este título, que él y ningún otro sufrió como “el justo por los injustos”, queda con pleno honor y verdad solo del Señor Cristo. Ninguno de ellos es justo e inocente en palabras y acciones. Todos tienen que confesar que lo que sufren se debe a sus pecados y es un castigo bien merecido. Solo gracias a este Justo no se quedan eternamente en la ira de Dios y el castigo y la condenación eterna. Él, que no tenía nada de culpa propia y sin necesitarlo para él mismo, voluntariamente sufrió  y pagó por los injustos, y apaciguó la ira de Dios. Los sufrimientos de todos los santos se tienen que considerar como por debajo del sufrimiento del Señor Cristo; tienen que cubrirse y adornarse con la inocencia de él y orar junto con toda la cristiandad: “Perdónanos nuestras deudas”, y confesar el artículo: “Creo en el perdón de los pecados”.

20. Ahora, une estos tres argumentos con los cuales Pedro amonesta a los cristianos a ser pacientes en todo su sufrimiento. Primero, dice: “Para esto fuisteis llamados”. Aunque tengan que sufrir mucho y severamente, sin embargo tienen ante ustedes el ejemplo de Cristo que nunca pueden alcanzar. No tienen nada de qué jactarse o gloriarse, aunque hayan sufrido todo, porque ya están obligados a sufrir por amor a Dios. Este es el primer argumento. El segundo es que Cristo no sufrió por sí mismo, ni por necesidad, sino por ustedes debido a su buena voluntad. El tercer argumento es que él fue inocente por completo de todo pecado, tanto internamente en el corazón como externamente en palabras y obras. Si hay algo malo en el corazón, no puede quedarse escondido por mucho tiempo sino que también debe manifestarse externamente, al menos en palabras, como dice Cristo (Mat 12:34): “De la abundancia del corazón habla la boca”.

21. ¿Por qué, entonces, deben quejarse de su sufrimiento o hasta negarse a sufrir lo que han realmente merecido con sus pecados? Además, han merecido sufrir eternamente. Pero Dios los perdona y concede la eternidad por amor al Señor Cristo. Desea que soporten pacientemente el poco sufrimiento para que el pecado en su carne y sangre muera por completo. Para hacer esto más fácil para ustedes, Cristo mismo les ha precedido y les ha dado un ejemplo del más alto sufrimiento posible y de la más perfecta paciencia.  No se puede encontrar nada parecido en la tierra, porque la Suprema Majestad, el Hijo mismo de Dios, sufrió el tormento, la agonía, y la angustia más vergonzosos (algo insoportable para la naturaleza humana aparte de él) en cuerpo y alma. El que es inocente sufre por nosotros los pecadores y por la gente condenada, solo por causa de los pecados de los demás (es decir, por los pecados de todos nosotros). 

Cuando lo maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba”.

22. Para que Pedro pueda amonestar y motivarnos aún más con este ejemplo de la paciencia de Cristo, sigue explicándolo más, describiéndolo en sus verdaderos colores y todos los detalles que tiene sobre todos los demás. Ha dicho antes que Cristo no cometió pecado, ni se halló engaño en su boca. ¿Por qué, entonces, los judíos lo persiguieron y crucificaron, y lo mataron? Mira toda la historia de su vida. Nadie lo podía acusar ni condenar por ningún pecado (como él mismo apeló a sus propios enemigos) de que él haya hecho algún daño contra alguien ni enseñado ni hecho algo mal. Más bien, lo que hizo fue esto: viajó y llevó a la nación judía la gracia y la salvación de Dios. Proclamó la palabra de Dios, abrió los ojos de los ciegos y sanó a los enfermos, echó fuera demonios, alimentó a grandes multitudes cuando no tenían qué comer. En resumen, no había nada en toda su vida, en palabras ni obras, sino verdad, bondad, beneficencia y ayuda. Como gratitud y pago por esto, tuvo que recibir su odio; y su condenación por pura maldad endurecida, maliciosa, diabólica; y sin poder dejar de perseguirlo tuvieron que llevarlo a la cruz. Allí tuvo que ser colgado en lo alto, vergonzosamente desnudo y descubierto, entre dos ladrones, como si fuera indigno de tocar la tierra y vivir entre la gente.  

23. Aunque no tuvo que sufrir estas cosas, y después podría haber desistido y dejado de hacer el bien y ayudar (puesto que vio que todo fue inútil para sus judíos), sin embargo no lo hizo, sino aun en su sufrimiento, cuando estaba en la cruz, hizo el bien y oró por sus enemigos. Tenía todo derecho, junto con el suficiente poder y fuerza, para vengarse de personas tan desesperadas, o desearles mal y maldecirlos, como merecían (porque le habían hecho mal a él ante el mundo entero, aun por testimonio del que lo traicionó y de su juez y de todas las criaturas, y luego lo calumniaron más amargamente cuando ya estaba en la cruz). Pero no hizo nada de esto, más bien, sufrió todo lo que podían hacerle con gran gentileza y paciencia indecibles. Aun es su última angustia, les hizo bien a ellos y rogó a su Padre celestial por ellos, lo cual el profeta Isaías (capítulo 53) cita y alaba altamente.  

24. Este es un ejemplo completísimo de la mayor paciencia en todo respecto. En esto todos podemos mirar en el espejo para ver lo que todavía tenemos que aprender para imitarlo solo un poco.

25. No es casualidad que San Pedro elogie especialmente este punto: No injurió cuando fue maldecido, tampoco amenazó, etc.  Lo que hace más difícil el sufrimiento y hace que las personas se impacienten no es solo cuando se les aplica violencia y se comete injusticia contra ellas y sufren injustamente, sino también que deben ver esa injusticia tan abrumadora, que las personas a las cuales se les ha mostrado solo el bien y el mayor beneficio les agradezcan tan maliciosa y malvadamente. Tal ingratitud vergonzosa aflige sumamente a la naturaleza, y hace que el corazón y la sangre hiervan de ira, de modo que gustosamente se vengarían y (cuando ya no pueden)  empiezan a injuriar, a maldecir, a amenazar etc. Lo que es carne y sangre no puede hacerse aceptar solo el mal por todo el beneficio y el bien que hace y aun así estar tranquilo y decir: “Gracias a Dios”.

26. En contraste con esto, mira este ejemplo y aprende de Cristo a reprenderte tú mismo. Querido amigo, ¿por qué debes quejarte cuando ves cuán infinitamente mayor, mucho más difícil y peor fue lo que sucedió a tu querido Señor y fiel Salvador, el Hijo de Dios mismo, y que todo eso lo sufrió no solo con paciencia y silencio, sino también oró por los que lo hacían a él? ¿Quién no se sonrojaría de vergüenza de sí mismo, si le queda una sola gota de sangre cristiana en su corazón, por murmurar en su sufrimiento cuando está lleno de pecados ante Dios y merece un sufrimiento mucho mayor?  Es un siervo impío, bueno para nada, condenado que no seguirá a su Señor aquí sino se imagina que es mejor y más noble. Se pone enojadísimo, y se queja porque le han hecho una gran injusticia, cuando plenamente lo merece y sin embargo sufre mucho menos que su querido, inocente y buen Señor. Querido amigo, si él tuvo que sufrir eso por las grandes bondades que hizo, que no te parezca malo que tú debes soportar un poco de este sufrimiento después de él. No te enojes debido a ello e injuries, algo en lo que tienes mucho menos razón para hacer, puesto que tú, también, fuiste uno de los que llevó a Cristo a la cruz con tus pecados.

27. Aquí podrías decir: “¿Cómo es esto? ¿No maldijo Cristo cuando en el Evangelio (Mat 23) llamó a los fariseos y escribas hipócritas, asesinos, víboras, una generación de víboras, y cuántos “ayes” pronunció contra ellos en Mateo 23? Respondo: Si, quisiéramos seguir el ejemplo de Cristo aquí, para que pudiéramos confiadamente maldecir y devolver el golpe, porque sería mucho más fácil hacer eso, y no necesitaríamos a ningún Maestro para que nos enseñara. Pero San Pedro dice que cuando iba a sufrir, después de cumplir su oficio, de decir la verdad y de reprender las mentiras, y precisamente por eso había obtenido la cruz sobre su cuello y tuvo que terminar con el sufrimiento, entonces no volvió a maldecir, sino que permitió que lo ejecutaran como una oveja para el matadero, y nunca abrió su boca contra los que lo calumniaban y asesinaban, (como el profeta Isaías dice, 53:7).  

28. Es necesario, entonces, distinguir correctamente que hay dos clases de maldiciones y de amenazas: una de oficio, que sucede por causa de Dios, y la otra de la persona, que se hace aparte del oficio, por uno mismo. Decir la verdad y reprender el mal pertenecen al oficio que Cristo tuvo y cumplió en la tierra (y a cada uno que es llamado al oficio después de Cristo). Esto es necesario tanto para el honor de Dios como para la salvación de las almas, porque si todos guardaran silencio acerca de la verdad, ¿quién vendría a Dios? Este oficio de reprender es una obra de amor divino y cristiano. Dios lo ha impuesto a los padres y a las madres, puesto que tienen el mayor amor por sus hijos implantado en su naturaleza por Dios. Si son padres son piadosos y verdaderamente aman a sus hijos, entonces no deben reírse ni pasarlo por alto cuando ven que sus hijos desobedecen, sino deben reprenderlos tanto con palabras como con varas dolorosas. Estos son golpes de oficio y azotes del amor, que debemos dar y que Dios ha mandado. No hacen daño, sino son útiles, como dice Salomón  (Proverbios 13:24): “El que no aplica el castigo aborrece a su hijo; el que lo ama, lo corrige a tiempo”.  Y Jesús, hijo de Sirac, dice en Eclesiástico 30:1: “El que ama a su hijo, lo castiga sin cesar, para poder alegrarse en el futuro”.

29. Todos pueden y deben también reprender cuando el oficio o la necesidad del prójimo lo requiera y es útil para mejorar. Para citar otra vez a Salomón (Pro 27:6): “Leales son las heridas que causa el que ama, pero falsos los besos del que aborrece”. Si vienen por el amor y un corazón fiel, son buenas palabras y azotes. Por otro lado, un enemigo puede usar palabras lisonjeras con un corazón falso y amargo; preferiría dejarte morir y perecer antes de advertirte del daño o salvarte de perecer con una reprensión.  El médico fiel, concienzudo, por necesidad y con gran dolor para el paciente frecuentemente tiene que amputar un miembro para salvar el cuerpo.

Así San Pablo manda a los obispos piadosos perseverar a tiempo y fuera de tiempo, que reprendan, amenacen y amonesten con toda seriedad (2 Tim 4:2; Tit 2:15). Si alabaran a los que pecan y hacen el mal y los fortalecieran en el mal con su silencio, eso no sería amarlos, sino más bien los estarían entregando al diablo y a la muerte.

30. Por tal amor y corazón fiel, Cristo (en su oficio) también maldijo y reprendió, por lo cual no mereció nada más que la ira y el odio, y, como dice la gente, buscaba una golpiza. Sin embargo, lo tuvo que hacer debido a su oficio, y lo hizo para convertirlos de su ceguera y malicia y salvarlos de perecer. No dejó de hacerlo, aunque tuvo que esperar y sufrir persecución, la cruz y la muerte como resultado. Cuando había cumplido este oficio y la hora de su sufrimiento estaba por llegar, sufrió con paciencia y permitió todo el mal que pudieran causarle a cambio por su amor y bondad. Así no maldijo ni se enojó cuando fue vergonzosamente calumniado cuando colgaba de la cruz. Más bien, comenzó a orar por ellos clamando a gran voz y con lágrimas: “Padre, perdónalos”, etc. Es un corazón lleno de amor insondable; en su máximo sufrimiento siente lástima por sus enemigos y hace mucho más bien por ellos que sus propios padres o madres pueden hacer por sus hijos, más de lo que un hombre puede hacer por otro.

31. Esto se dice para distinguir entre maldecir y reprender que sucede debido al oficio y al amor, aparte de la ira y el odio propio. Pero aquí otra vez el mundo, cuando escucha esta distinción, es astuto y capaz de invertir las dos cosas o distorsionarlas para que una se parezca a la otra y las identifica para su propia venganza con la ira y la reprensión del oficio. Por ejemplo, si un predicador quiere ser un villano, fácilmente puede expresar su furia y vengarse con insultos y maldiciones desde el púlpito, como desee, y luego decir que lo hizo debido a su oficio y para mejorar a la gente. 

Así también cuando un juez, un alcalde o un magistrado guarda algún rencor contra alguien con quien tiene mucho que hacer, no puede vengarse de forma mejor que reprender el mal con pretexto del oficio y deber que se le ha ordenado. Esto ahora sucede con frecuencia en el mundo, en donde han aprendido de nuestro evangelio a cubrir y adornar su maldad y vileza bajo el nombre de un oficio mandado por Dios, como siempre usan el nombre y la palabra de Dios para ocultar su vergüenza. ¿Pero quién puede impedirlo y hacer buenos a los hijos del diablo? Que cada uno que quiera ser cristiano se cuide de responder por sí mismo. Dios no será burlado. En su tiempo ayudará al inocente que sufre la injusticia, y ciertamente encontrará a los demás con su castigo. San Pedro además dice: 

sino que encomendaba la causa al que juzga justamente”.

32. ¿Quién le dijo a Pedro lo que Cristo pensaba en la cruz? Acaba de decir que Cristo no maldecía ni pensaba en la venganza, sino más bien manifestó solo amor y buena voluntad hacia sus enemigos perniciosos. ¿Cómo sucedió esto? ¿Se agradaba de esa malicia? No pudo decir que sí ni alabarlos, como si lo clavaran a la cruz y lo asesinaran sin tener culpa. El diablo con sus escamas no puede concluir ni puede llevarlo a cabo, que atormentaran y afligieran a Cristo y a sus santos, y que esto no solo deberían sufrirlo con paciencia y no desear vengarse, sino hasta agradecerles y alabarlos por ello, como si hubieran hecho lo bueno y recto. No, de ninguna manera se puede hacer eso. 

¿Cómo se podría llamar sufrir inocentemente, si yo mismo tuviera que confesar y decir: “Me están tratando justamente, y lo que hicieron es bueno”? Por eso, San Pedro varias veces en esta carta amonesta a los cristianos a que no sufran como malhechores, ladrones o asesinos, etc. Aun cuando sufro inocentemente y me hacen daño, no debo aprobarlo ni fortalecer a mi enemigo en sus pecados, porque haciéndolo estaría poniendo sobre mí y haciéndome culpable de ellos. Entonces, el diablo, el Papa y los tiranos tendrían un buen caso, y gustosamente quisieran que fuera así, porque no se satisfacen cuando asesinan a la gente inocente, sino también quieren que lo que hicieron sea recto y quieren que confesemos que nosotros hicimos el mal. Eso que lo haga el diablo, no un corazón cristiano.

33. “Sin embargo, está escrito (dirán). Debes sufrir y no maldecir; debes agradecer a Dios la persecución y orar por tus enemigos”. Eso es cierto; pero una cosa es sufrir con paciencia, al mismo tiempo deseando el bien por tus enemigos y orando por ellos, y otra cosa completamente diferente es decir que están haciendo el bien. No debo dejar de decir la verdad sino mantener mi inocencia, tanto con el corazón y con los labios. Pero aunque los hombres no escucharan la palabra, mi corazón testificaría que han cometido una injusticia conmigo.  Y preferiría que me mataran diez veces antes que yo me condene contra mi conciencia. Por eso Pedro agrega aquí que Cristo no volvió a maldecir ni amenazar, pero tampoco aprobó lo que le hicieron. Ahora, ¿qué debemos hacer? Si debiéramos sufrir y sin embargo obráramos mal con nuestros enemigos, ellos harían lo opuesto. Quieren tener la reputación y la alabanza ante el mundo entero de haber procedido bien con nosotros. Sí, además su intención (como Cristo dijo en otra parte) es hacerle a Dios un gran favor matándonos. Ahora ¿quién puede juzgar y decidir esto?

34. Aquí San Pedro dice de Cristo: “encomendaba la causa al que juzga justamente”. ¿Cómo podía hacer otra cosa? Sabe que han obrado mal con él y quieren que eso lo consideren como justo, pero no hay ningún juez aquí en la tierra.  Así tiene que encomendar el asunto a su Padre celestial, (el Juez justo). Fácilmente vio que el pecado y las calumnias no iban a quedar impunes. De hecho, la sentencia ya se había dado, la espada estaba afilada, y los ángeles ya habían recibido órdenes para destruir Jerusalén. Aun antes de su sufrimiento, cuando se acercaba a Jerusalén y miró la ciudad, profetizó, y oró por ella, y dijo: “Querido Padre, tengo que encomendarte este asunto a ti, porque no escucharán ni verán lo que hacen. Sé muy bien que solo se apresuran a recibir tu ira y tu terrible castigo, pero te pido que perdones lo que me hacen”. Habrían sido perdonados si ellos después hubieran querido convertirse por la predicación de los apóstoles, y si no hubieran seguido persiguiendo su palabra y así ellos mismos acarrearse impenitentemente el castigo final.

CRISTO NUESTRO EJEMPLO EN EL SUFRIMIENTO

35. Debemos conducirnos de la misma forma en nuestros sufrimientos; no aprobando ni estando de acuerdo con lo que nos hacen,  pero tampoco buscando la venganza, sino encomendando el asunto a Dios, quien juzgará rectamente. No podemos recibir justicia ante el mundo; por tanto, nos encomendamos a aquel que juzga justamente y no dejará sin castigar esta calumnia y persecución de su palabra y sus creyentes. Oraremos que sean convertidos y escapen de la ira y del castigo venidero. También lo hacemos, pidiendo y deseando de corazón que, si es posible, algunos de los obispos y tiranos que persiguen el evangelio todavía se conviertan.  Pero si es imposible, (como ahora, desafortunadamente, se tiene que temer, puesto que, después de haber sido amonestados y con frecuencia se han hecho oraciones por ellos y se les señaló lo mejor, a sabiendas rugen maliciosamente), entonces tenemos que encomendarlos al juicio de Dios. ¿Qué más debemos y podemos hacer?

Estoy seguro de que la persecución abrumadora y las calumnias en contra del evangelio actual no quedarán impunes.  No hay duda de que finalmente debe haber juicio que el papado y Alemania tendrán que soportar. Todavía predicamos, amonestamos, oramos e imploramos a la gente para que se arrepienta. Sin embargo, puesto que ahora no quieren ser convertidos, sino solo se fortalecen en su vida impenitente, ¿qué más podemos hacer sino decir: “Querido Dios, el asunto lo encomiendo a ti. Tú lo castigarás y puedes hacerlo, y desafortunadamente en la forma más terrible”.

36. Este es el ejemplo de Cristo, una imagen que se describe para toda la cristiandad, que ellos deben seguir, y deben prepararse (como San Pedro dice en otra parte) con la misma mente y pensamientos, para que cuando sufran piensen: “Si Cristo, mi Señor y Cabeza, sufrió por mí con tan gran mansedumbre y paciencia, ¡cuánto más debo yo hacerlo! ¿Y qué daño me puede hacer el sufrir? Sé que Dios se agrada de esto, no porque yo sea tan perfecto y precioso en sí, sino precisamente debido al querido Salvador que sufrió por mí. Puesto que yo también sé que los que me persiguen pecan abominablemente contra Dios y se apresuran en su ira y juicio, ¿por qué debo impacientarme o desear la venganza? Ya he sido muy honrado por Dios, puesto que se agrada de mi sufrimiento y se venga de mis enemigos. ¿Qué me beneficia que ellos tengan que arder eternamente en el infierno? Mucho más oraré y haré lo que pueda para que se conviertan. Pero si eso no ayuda y no quieren otra cosa, luego tengo que encomendárselo a él”. 

“Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia”.

37. Esta es la verdadera predicación sobre la pasión, puesto que San Pedro no enseña solo una parte del sufrimiento de Cristo; sino que junta las dos partes, a saber, el poder o beneficio y el ejemplo, como San Pablo también hace con frecuencia. Hace el sufrimiento de Cristo aquí un sacrificio por el pecado, que es una obra que agrada mucho a Dios, puesto que por medio de él es reconciliado y lo recibe como un pago por los pecados del mundo entero. Sin embargo, tan grande es la ira de Dios por el pecado que nadie puede quitarla excepto la persona eterna del Hijo de Dios mismo. Él mismo  tuvo que ser el sacrificio y dejar que su cuerpo fuera clavado en la cruz. Este fue el altar en el cual se consumó el sacrificio, quemado completamente, en el fuego de su amor insondable. Él mismo tuvo que ser el Sumo Sacerdote para este sacrificio, porque nadie más en la tierra (porque todos fueron pecadores e inmundos), podía sacrificar a Dios su querido Hijo que no tiene pecado, aunque los sacerdotes del Anticristo se jactan desvergonzadamente de sus misas. Por este único sacrificio nuestros pecados fueron quitados y obtuvimos la gracia y el perdón. No podemos recibir esto en ninguna otra forma sino solo por medio de la fe. 

38.  Señala aquí especialmente el propósito final que el sacrificio que él hizo por nosotros debe lograr en nosotros, a saber, el fruto de la Pasión y el sufrimiento de Cristo, para que no olvidemos ni descuidemos enseñarlo en la cristiandad. Cristo (dice) “tomó sobre sí nuestros pecados y sufrió”, de modo que se debe solo a él que se llama un sacrificio por todos nuestros pecados. Sin embargo, este sacrificio no sucedió para que nos quedemos como éramos antes, sino debe hacer que seamos librados de nuestros pecados y ya no vivamos en ellos sino para la justicia.  Si nuestros pecados fueron sacrificados por medio de él, entonces también deben ser matados y borrados, puesto que sacrificar significa lo mismo como inmolar y matar. Sin embargo, si nuestros pecados fueron matados, no fueron matados para que nosotros pudiéramos quedarnos y vivir en ellos.

39. Por tanto, no sería correcto que explicáramos la doctrina salvadora de la gracia de Cristo y la remisión de los pecados con el significado de que ahora debemos vivir como antes y hacer todo lo que queramos. Pero no debe concluirse, dice San Pablo (Rom 6:1-8), que debemos estar bajo la gracia y tener el perdón de los pecados para que pudiéramos seguir viviendo en el pecado. ¿Cómo debemos los que hemos muerto al pecado todavía vivir en él? Morimos a ellos precisamente para que ya no vivieran y reinaran en nosotros. Fueron matados y asesinados en el santo cuerpo de Cristo para que también fueran matados en nosotros.

40. Cuidado, entonces, cómo crees y vives, para que esta obra del sufrimiento de Cristo se muestre y se cumpla en ti. Si, por fe, has aprehendido correctamente su sacrificio, se demostrará que tiene poder en ti sofocando y matando los pecados, así como ya fueron clavados en la cruz y muertos por su muerte.  Pero si sigues viviendo en tus pecados, no puedes decir que han sido matados en ti. Solo te engañas, y hasta te llamas un mentiroso por tu propio testimonio de jactarte acerca de Cristo en quien todos los pecados son matados, y sin embargo todavía viven fuertemente en ti. Es bueno que entendamos que estas dos cosas no pueden coexistir: que los pecados son matados y sin embargo viven en nosotros, que somos librados de los pecados, y sin embargo estamos estancados y atrapados en ellos. También hablamos más sobre esto anteriormente.

41. Ahora las dos cosas se deben encontrar en nosotros (dice San Pedro): que creamos que Cristo ha matado el pecado y nos ha liberado de él por el sacrificio de sí mismo, algo que no podríamos hacer con todo nuestro cuerpo y vida; y que, como Cristo mató el pecado, debemos estar siempre más liberados de él en nuestros cuerpos, y vivir de ahora en adelante para la justicia, hasta que seamos completa y finalmente liberados del pecado por medio de la muerte. Por tanto, si antes eras un adúltero, un avaro, un codiciador, un calumniador, etc., todo esto debe estar ahora muerto, Cristo mató y te perdonó por la fe en su sacrificio; debe cesar en ti de ahora en adelante. Si esto no sucede, no puedes jactarte de Cristo ni de la fe. Aunque Cristo ha muerto por ti, aunque tus pecados deben estar alrededor de su cuello y muertos, todavía no eres libre de ellos porque no quieres librarte de ellos, y no te apropias ni te aferras ni a Cristo con su tesoro por medio de la fe ni a su ejemplo por la vida y obra. 

42. Aquí puedes decir: “Tú mismo enseñas que todos somos pecadores, y que no hay ni un santo en la tierra sin pecado, porque debemos confesar este artículo: Creo en la remisión de los pecados, y orar: Perdónanos nuestras deudas”. Respondo: Eso es correcto, por cierto nunca alcanzarás aquí en la tierra ser completamente puro y no tener ningún pecado; de otro modo ya no necesitarías la fe ni a Cristo. Estoy hablando de aquellos pecados que cometes a sabiendas y voluntariamente y por los cuales tu propia conciencia debe reprenderte y condenarte.  Estos deben estar muertos en ti; en otras palabras, no deben dominarte, sino tú debes dominarlos a ellos, resistirlos, y comenzar a matarlos.  Y si a veces fallas o tropiezas, debes inmediatamente volver a pisotearlos, abrazar el perdón y comenzar otra vez a matarlos.

¡Por su herida habéis sido sanados!

43. No se puede alabar y poner demasiado énfasis en el sufrimiento de Cristo. Cita casi todo Isaías 53. Nota cómo siempre pone claramente uno al lado del otro los dos puntos en donde todo depende y correctamente distingue nuestra obra (que sigue su ejemplo) del mérito de Cristo (que la fe capta). Primero, dice: “Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero… ¡Por su herida habéis sido sanados!” Este es el punto principal, y todo se debe solo a él. Debemos enseñar y creer esto pura y claramente contra el diablo y sus sectas, para retener para Cristo su honor y su oficio, en los cuales está nuestra salvación. Sin embargo, tampoco debemos olvidar el segundo punto (por amor de los falsos cristianos que solo escuchan el primer punto y no mejoran) que, puesto que somos librados del pecado y sanados, no debemos otra vez ensuciarnos con los pecados. En donde estas dos partes no se proclamen correctamente, hay daño en los dos lados. Aquellos que proclaman y exhortan solo a nuestras obras destruyen la verdadera doctrina y la fe. Los que omiten la enseñanza del ejemplo de Cristo destruyen su poder y fruto.

Vosotros erais como ovejas descarriadas”.

44. Aquí expresa abierta y claramente lo que dije, que no es nuestra obra ni mérito que nos libra del pecado y la muerte, sino solamente las heridas y la muerte de Cristo tenían que hacer esto. No les costó nada (quiere decir), ni sangre, ni heridas. No podían hacer nada para ello, porque solo eran ovejas miserables, erradas, separadas de Dios y condenadas al infierno, incapaces de aconsejar ni ayudarse a sí mismos. Sin Cristo y apartados de él, toda la gente está en esta condición, como el profeta Isaías (de quien se toman estas palabras) dice aun con más claridad (versículo 6): “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino”; es decir, sea cual fuera la manera en que vivíamos y lo que emprendíamos, solo nos alejamos más de Dios. El Salmo 14:3 dice: “Todos se desviaron, a una se han corrompido; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno”, etc.

45. La realidad y la experiencia también demuestran esto claramente. El mundo siempre se divide en varias idolatrías o falsa adoración y superstición (aun cuando las cosas eran mejores para el pueblo de Dios). Uno corría acá y otro allá. Miraban y buscaban el camino al cielo pero siempre se alejaban más de él. Asimismo, una oveja descarriada que se ha desviado del rebaño y su pastor, entre más lejos corre y escucha la voz de un desconocido, más se aleja. Se asusta y huye hasta que perezca, a menos que escuche otra vez la voz de su pastor. Nadie, por tanto, puede jactarse de que él mismo haya encontrado el camino recto y haya merecido la gracia de Dios y la liberación de los pecados. Más bien, todos deben confesar y testificar de la verdad de la Escritura, que solo hemos sido ovejas descarriadas y solo nos huíamos más lejos de nuestro Pastor y Salvador, hasta que él nos hizo regresar a él.

pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas

46. Ahora han oído la voz de su Pastor. Los ha vuelto a traer hacia él y alejado de la idolatría y toda clase de caminos errados.  Esto no lo han merecido ustedes, sino se obtuvo para ustedes por sus heridas y por su sangre. Por tanto, tengan cuidado de cómo viven (quiere decir), ya no como ovejas desviadas y perdidas. Más bien, han sido convertidos y devueltos para seguir a su querido Salvador. En él tienen tanto a un Pastor piadoso que fielmente les pastorea y los cuida; como también tienen un fiel Obispo que siempre los vigila en todas partes para protegerlos y guardarlos con él.

47. Estas palabras son muy deliciosas y consoladoras, aunque la hermosa palabra “obispo” ha sido vergonzosamente oscurecida y corrompida por nuestros sacerdotes idólatras y máscaras episcopales, así como han tergiversado y corrompido las palabras “espiritual”, “iglesia”, “adoración”, “sacerdote”, etc., con su gobierno anticristiano. “Espiritual” debe significar solo los que han sido redimidos de los pecados por las heridas de Cristo y viven de una forma santa, pero este nombre ha sido quitado de los cristianos verdaderos y dado solo a los sacerdotes embarrados, tonsurados y rapados del Papa. Así también, cuando escuchamos la palabra “obispo” pensamos solo en los de sombreros puntiagudos y en los de palos de plata, como si fuera suficiente poner en la iglesia tales máscaras, como ídolos esculpidos y grabados. Porque no son nada mejor; excepto que hacen más daño.

Sin embargo, las Escrituras llaman un verdadero obispo a uno que es un supervisor, un guardián y un vigilante, como el guardián de la casa o vigilante de la ciudad, o cualquier magistrado o regente, que siempre tiene que vigilar y supervisar la tierra y la ciudad. Antes había tales personas que fueron obispos en cada parroquia, y se llamaron así precisamente porque su oficio fue supervisar, guardar y vigilar la iglesia contra el diablo, la falsa doctrina y toda ofensa. Por eso San Pablo les recuerda su oficio y los amonesta: “Por tanto, mirad por vosotros y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre” (Hechos 20:28). Eso todavía es como deben ser (como todos los pastores y médicos de almas verdaderamente son). Pero ahora en todo el papado no queda más que un nombre vacío, para ofensa y vergüenza de toda la cristiandad.

48. Ahora, Cristo nuestro querido Señor es ese fiel guardián y verdadero obispo y pastor (porque es el mismo oficio y nombre). Tiene este nombre por encima de todos los demás, con todo honor, para nuestro consuelo eterno, tanto a la diestra de Dios, en donde sin cesar intercede con el Padre por nosotros, ora por nosotros y muestra sus heridas, y luego aquí en la tierra, en donde por su palabra, sacramentos y el poder del Espíritu Santo reina, sostiene, cuida y protege al rebaño pequeño que cree. Si él mismo no estuviera presente y vigilándonos, el diablo hace mucho tiempo nos hubiera arrancado a todos y nos hubiera borrado, junto con la palabra de Dios y el nombre de Cristo. Así es como sucede cuando Dios está airado y aparta sus ojos para castigar al mundo y su falta de gratitud. Luego, inmediatamente, todo está bajo el poder del diablo. Pero en dondequiera que la verdadera doctrina, la fe, la confesión y el uso de los sacramentos todavía permanecen, esto se debe solo a que este querido Pastor y Obispo ha estado cuidando y vigilando.

49. Es muy consolador; tenemos en Cristo a un sacerdote tan fiel y justo (aunque, desafortunadamente, este hermoso nombre también ha sido arruinado y despreciado debido a los sacerdotes vergonzosos rapados y tonsurados). Somos ovejas tan benditas que tenemos un refugio amoroso en nuestro Pastor, en donde somos consolados con alegría en toda necesidad. Estamos seguros de que él nos cuida con toda fidelidad, nos defiende, nos protege y nos guarda del diablo y todas las puertas del infierno. Todo el Salmo 23 canta hermosa y alegremente: “Jehová es mi Pastor”, etc.