Segundo domingo después de la Pascua
1 Pedro 2:20-25.
“Pues ¿qué mérito tiene el soportar que os abofeteen si habéis pecado? Pero si por hacer lo que es bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios. Para esto fuisteis llamados, porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo para que sigáis sus pisadas. Él no cometió pecado ni se halló engaño en su boca. Cuando lo maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino que encomendaba la causa al que juzga justamente. Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia. ¡Por su herida habéis sido sanados! Vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas.”
LA PACIENCIA BAJO LA TRIBULACIÓN
1. Esta hermosa epístola apostólica sin duda fue seleccionada
para este domingo porque al final concuerda con la lectura del Evangelio sobre
el Buen Pastor. San Pedro dice: “Vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora
habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas”. Sin embargo, podría ser
una parte de la predicación sobre su Pasión, porque aquí habla del sufrimiento
del Señor Cristo y lo presenta como un ejemplo para que lo imitemos. Antes, en
esta epístola, ha enseñado a los cristianos que después de que tienen la fe
deben demostrar sus frutos en toda clase de situación. Pero, especialmente, los amonesta al fruto que se
llama “la paciencia en la cruz y el sufrimiento”.
2. Cuando alguien se ha hecho cristiano y comienza a confesar la fe con su
boca y su vida, no puede suceder de otra manera en la tierra: el mundo (que es
el siervo fiel y obediente del enemigo eterno de Cristo, el diablo) no se
agradará. El mundo considera un desprecio y una desgracia cuando no hablamos, vivimos
y hacemos lo que él quiere y en la manera que él quiere. Se enoja y comienza a
perseguir, a hostigar y hasta a matarlos en dondequiera que pueda. Por eso,
muchas veces escuchamos aun a sus sabios, los escarnecedores, decir que Cristo pudo
haber tenido la paz si la hubiera deseado. Podrían decir acerca de todos los
cristianos que seguramente podrían tener la paz y días buenos, si tan solo los
escucharan a ellos y fueran agradables y se conformaran al mundo.
3. ¿Pero qué debemos hacer? Cuando hablamos y practicamos la verdad, ocasionamos
la ira y el odio, aun los paganos lo han dicho. Sin embargo, no es culpa de los
que dicen la verdad, sino de los que no quieren escucharla. ¿Entonces, no
debemos predicar la verdad para nada y guardando silencio sencillamente dejar
que toda la gente se vaya con el diablo? ¿Quién puede o quiere asumir esto para
sí mismo? Cualquiera que sea un cristiano piadoso y tenga la intención después
de esta vida de vivir eternamente y ayudar a otras personas a hacer lo mismo,
verdaderamente tiene que actuar como los cristianos y decir lo que piensa,
mostrando al mundo que va por el camino ancho que conduce al infierno y a la
muerte eterna. Si hace esto, entonces ha enfurecido al mundo y tiene al diablo
por el cuello.
4. Ahora, no puede ser de otra manera, y todo el que quiere confesar a
Cristo y ayudar al mundo a cambio de su servicio y bondad (como San Pedro dice
aquí) tiene que aceptar el odio del diablo y de todos los que se aferran a él. De
manera que debemos recordar tener paciencia, aun cuando el mundo sea más
amargamente hostil y malicioso hacia la doctrina que tenemos y la vida que
llevamos y por eso nos insulta, calumnia y persigue hasta el extremo. Con este
fin San Pedro aquí quiere amonestar y estimular, y luego consolar a los
cristianos con palabras y razones significativas.
5. Primero, menciona su vocación para recordarles por qué y con qué fin se
hicieron cristianos. Dice: “Primero debes recordar que fuiste llamado, si crees
en Cristo, también a confesar a Cristo.
Estás con toda la iglesia cristiana en esta vocación santa, divina, con que
debes alabar a Dios y promover su reino”. Esto tan solo implica hacer el bien y
sufrir el mal por hacerlo. Los cristianos deben ser un pueblo condenado a los
ojos del mundo, hacia el cual la gente es extremadamente hostil; se les ordena
y obliga a correr a través de las espadas del diablo y del mundo, como dice el
Salmo 44: “Pero por causa de ti nos
matan cada día; somos contados como ovejas para el matadero”, u ovejas para el
sacrificio, que han sido apartadas y no se les permite salir a pastar con las
otras ovejas y tampoco se les permite reproducirse, sino solo son para matarlas
una tras otra cada día.
6. Por tanto, quiere decir: “¿Qué harán, amados cristianos? ¿Vivirán en el
mundo y no quieren encontrar nada malo (a cambio de sus buenas obras), sino más
bien enojarse y debido a su maldad también hacerse malos y cometer el mal? ¿No
escuchan? Fueron llamados para esto. Su bautismo y cristianismo traen consigo
que deben sufrir estas cosas. Por eso, han renunciado al diablo y confiesan a Cristo.
Por eso, fueron sumergidos en el agua, para que se arriesgaran
a toda clase de infortunios en el mundo y sufrimientos del diablo”. No se escaparán de ello, porque deben estar
en este mesón en donde el diablo es el mesonero. Viven en una casa que está en
todas partes llena de humo. Aquí se aplica el dicho, si quieres tener fuego,
también debes tener humo; si quieres ser cristiano e hijo de Dios, también
debes sufrir lo que te pasa debido a ello.
7. En resumen, el cristiano, porque es cristiano, se echa bajo la santa y
preciosa cruz, de modo que debe sufrir de parte de la gente o del diablo mismo,
que lo aflige y alarma tanto externamente con miseria, persecución, pobreza y
enfermedad, e internamente en el corazón con sus flechas venenosas. Esta es la
señal y marca del cristiano: una vocación santa, preciosa, noble y feliz, que lo
lleva a la vida eterna. Debemos atribuir a esto lo que se debe, y considerar
todo lo que trae con ella como bueno. ¿De qué debemos quejarnos? ¿No tienen aun
los incrédulos y malignos malhechores que sufrir lo que no quieren uno de otro?
¿No tienen que sufrir muchas veces cada uno daños y desgracias en su cuerpo,
bienes, esposa e hijos, de los cuales no pueden escapar?
8. Por consiguiente, no debes asustarte
ni enojarte tanto, ni impacientarte cuando el mundo o el diablo te afligen, siempre
y cuando quieras ser cristiano y cumplir tu vocación. Sin embargo, si no
quieres sufrir ni quieres que te insulten ni te calumnien, sino quieres que te
honren y te alaben, entonces niega a Cristo y haz lo que les agrada a ellos.
Aun así tendrás sufrimiento y te desagradarán todas las cosas, excepto que
tendrás la ventaja de que no sufrirás como cristiano ni por causa de Cristo.
Pero, por otro lado, debes experimentar, aunque tengas solo días buenos aquí,
que durará poco tiempo, y finalmente encontrarás lo que has estado buscando.
CRISTO NUESTRO EJEMPLO
9. En segundo lugar, para hacer esta exhortación mucho más impresionante,
Pedro presenta al verdadero Amo como nuestro ejemplo: nuestra Cabeza y Señor
Cristo. Lo mismo sucedió con él, y él mismo tuvo que sufrir lo máximo. Sin
embargo, habla de él como la Escritura usualmente habla, puesto que lo describe
como un mellizo, o como que tiene dos formas. Lo presenta no solo como un
ejemplo (como también se podría representar a otros santos) sino también como
el verdadero Pastor y Obispo de nuestras almas que sufrió por nosotros y
sacrificó nuestros pecados en su cuerpo en la cruz. De esta forma él es nuestro
tesoro, consuelo y nuestra salvación.
10. El apóstol describe este ejemplo en forma muy hermosa y gloriosa en su
grado más elevado y noble para estimularnos más y animarnos a ser pacientes.
Escribe los puntos principales, que hacen todo nuestro sufrimiento muy común
cuando se compara con el de Jesús. Esta pasión (él quiere decir) o sufrimiento
del Señor Cristo tiene alabanza mucho más alta y mayor ventaja que todos los
demás. Primero, nos dejó un ejemplo a todos. Segundo, sufrió por nosotros.
Tercero, sufrió aunque fue inocente en todos los sentidos, puesto que nunca cometió
ningún pecado. Debemos dejar que estos tres puntos sean exclusivamente suyos y
lo haremos y nos humillaremos; aunque hayamos tenido que suportar toda clase de
muerte, tenemos que decir: “No es nada en comparación con su sufrimiento”.
Aunque fuera el sufrimiento mejor, más elevado y más severo de todos, sin
embargo no será otra cosa sino seguir sus pasos y su ejemplo; aún estaría lejos
de alcanzar al Amo. Sólo él sigue siendo el Amo que conserva el rango más alto.
Todos deseamos imitarlo lo mejor que podamos, pero todavía estaremos lejos de
alcanzar este ejemplo. Nadie en la tierra puede entender cuán grande fue su
sufrimiento y su angustia y cuán duro y amargo fue para él. Si no podemos saber
ni entenderlo, ¿cómo podremos imitarlo o seguirlo? Podemos agradecer a Dios que
lo vemos ante nosotros y lo seguimos. Sin embargo, todavía estamos lejos de él,
excepto que uno puede acercase un poco más que otro porque sufre más
severamente o tiene fe y paciencia más fuertes.
Por eso dice que Cristo es el ejemplo no para uno o dos santos, sino para
todos, para que a diferencia de él todos juntos tengan que bajar la mirada y
decir: “Mi sufrimiento seguramente es muy duro, amargo y severo para mi
corazón. Pero cuando la gente habla de los sufrimientos de mi Señor Cristo,
entonces gustosamente guardaré silencio, porque nada en la tierra se puede
comparar con este ejemplo”.
11. Esto debe ser suficiente amonestación y aliciente para sufrir con
paciencia: Cristo mismo, una persona elevada, el Hijo único y eterno de Dios, se
nos ha anticipado, y su sufrimiento fue tan grande que nadie puede alcanzarlo
ni soportarlo. ¿Por qué, entonces, debemos quejarnos tanto acerca de sufrir
algo (por causa de él) cuando todavía somos estudiantes tan insignificantes, no
hemos sido puestos a prueba, en comparación con este Maestro? Además, está
contento cuando lo imitamos, aprendamos de él y permanezcamos siendo sus
estudiantes. Este es el ejemplo presentado a toda la cristiandad, que todos
deben seguir, de modo que al menos los encuentren siguiendo sus pasos. Sin
embargo, deben saber que todo su máximo sufrimiento todavía no es nada en
comparación con la más pequeña gota de sangre que él derramó, como oiremos
después.
12. El segundo punto que hace este ejemplo tan grande e incomparable es que
él sufrió no por él mismo, también no solo como un ejemplo, sino POR NOSOTROS.
Ni siquiera lo mínimo de eso se puede alcanzar, y ningún santo puede jactarse,
según este ejemplo, de haber sufrido por otros (de la manera en que Cristo
sufrió por nuestros pecados). No, aquí se excluye completamente cualquier
alarde, y nadie puede imitarlo en esto. Más bien, él es el único (también el
único llamado para esto) que sufrió por todos: por los que son llamados y
santos y por los que todavía no han sido llamados y son pecadores.
13. Este es el artículo principal, de alto valor, de la doctrina cristiana.
Solo la fe se apropia de él como el bien y el consuelo principal de nuestra
salvación. Por esto, no hacemos ni merecemos nada con nuestras obras y nuestro
sufrimiento. Se nos presenta en la Escritura en tal forma que no debemos dejar
que nada humano se mezcle con él. El maldito papado con sus pilares y apoyos,
los monjes, han actuado en contra de esto y enseñado que el sufrimiento de
Cristo no fue más que un ejemplo para nosotros. Han arruinado y hecho inútil el
punto de que él sufrió POR NOSOTROS; pusieron todo eso sobre nosotros, como si
con nuestras obras (que ellos sin embargo no enseñaron por la palabra de Dios
sino de su propia doctrina escogida por sí mismos, inventada inútilmente,
humana y mentirosa) o con nuestros sufrimientos debíamos pagar el pecado,
apartar la ira de Dios y merecer la gracia.
14. Han promovido esta invención mentirosa tanto que dijeron que los santos
no solo ganaron méritos para ellos mismos, sino también hicieron y sufrieron
más de lo que necesitaban para ellos mismos; han acumulado un tesoro para otros
y lo han dejado al Papa. Él, entonces, puede disponer de él como una rica caja fuerte
y distribuir esta abundancia o méritos excesivos de los santos por sus
indulgencias dónde, cómo y para quién él lo desee (pero en tal forma que vacíe
el dinero y los bienes del mundo para él mismo y para sus cerdos rapados y
gordos). Ellos mismos hasta distribuyeron sus propios méritos y obras, es
decir, la pura castidad monástica, la pobreza y la severa obediencia a su
orden, es decir, solo mentiras apestosas y vicios vergonzosos. Los promovieron
bajo esta máscara tanto en secreto como en público (con excepción de unos
cuantos que seriamente querían ser verdaderos monjes santos, de los cuales yo
era uno) y luego sincera y honestamente los vendieron a los laicos en sus
lechos de muerte y en otras partes.
Cuando había personas pobres que habían merecido la muerte y estaban a
punto de ser públicamente ejecutadas, las consolaron no con Cristo sino con su
propio sufrimiento y muerte bien merecidos, a saber, que Dios pondría su
tormento en lugar de sus pecados, siempre y cuando sufrieran con paciencia. Esa
fue su doctrina principal, la cual clamaron en público sin temor y por la cual
construyeron tantas iglesias y claustros y llenaron la garganta del Papa que
tragaba oro y sus fauces infernales. Desafortunadamente, yo también fui uno de
esos villanos hasta que Dios me ayudó a salir. Ahora, sin embargo (alabado sea
Dios), porque ataqué esto y no dejé que fuera correcto, la sede infernal del
dragón romano y sus escamas me han condenado y maldecido.
15. ¡Qué abominación tan vergonzosa que en el templo de Dios y en la
iglesia cristiana se deba escuchar y enseñar cosas que hacen completamente
insignificantes los sufrimientos de Cristo y pisotean su muerte! Dios mío, ¿qué
podemos decir del mérito y la abundancia humana? Ningún santo en la tierra, con todo su
sufrimiento ha sufrido suficiente por él mismo (tanto como debiera) sin decir
nada de jactarse que debe contar ante el juicio de Dios contra su ira y la paga
o retribución por nuestros pecados. Oyes que cuando Pedro dice: “dejándonos
ejemplo para que sigáis sus pisadas”, está concluyendo que ningún santo todavía
ha hecho ni sufrido tanto que pueda decir: “He cumplido la meta y medida, de
modo que Cristo ya no es un ejemplo ni modelo para mí”. Más bien, debe tener
vergüenza de jactarse de sus sufrimientos en comparación con los de Cristo, y
debería regocijarse en el privilegio de participar en el sufrimiento de Cristo.
Entonces puede imitar esto, hasta donde pueda, de modo que sea hallado en sus
pisadas.
16. Así este punto de la Pasión y del sufrimiento de Cristo debe ponerse en
alto muy por encima de todos los demás como oro noble, precioso, puro, en
comparación con lo cual nuestros sufrimientos ni siquiera valen mencionar.
Nadie (excepto este Cristo) jamás ha sufrido por los pecados de él mismo ni de
otras personas, sean los menores o los mayores. El tema de la pasión de Cristo,
entonces, debe exceder mucho a cualquier otro. Sus sufrimientos son como oro
puro y precioso, comparados con los cuales los nuestros son como nada. Cristo
es el único que ha sufrido por los pecados de otro. Aunque pudiera valer algo
para el pecado, la persona no podría ir más allá de expiar sus propios pecados.
Pero Cristo no tenía ninguna necesidad de sufrir por él mismo; porque no había
cometido ningún pecado (como sigue en esta lección de la Epístola). Más bien,
sufrió como un ejemplo para nosotros, y no solo eso sino también lo hizo
nuestro tesoro, de modo que se puede decir: “Mis pecados y los pecados de toda
la gente fueron sacrificados en su cruz y borrados con su muerte”. San Pedro,
María, Juan el Bautista, y todos los que han nacido de mujer tienen que dejar
que se escriba acerca de ellos y sean considerados en estas palabras: “Cristo
sufrió POR NOSOTROS”.
17. EL tercer punto en el que Cristo tiene preeminencia sobre todos los
demás es lo que dice el profeta Isaías (53:9):
“Él no cometió pecado ni se halló engaño en su boca”. (1 Pedro 2:22)
18. Puedes sacar tus propias conclusiones en cuanto a cuán grande debe ser
este hombre, porque no hay nadie más en la tierra que no haya pecado en palabra
u obras. La Epístola de Santiago (3:2) dice: “Si alguno no ofende de palabra,
es una persona perfecta”. Pero ¿en dónde
está, y cómo se llama? Es este único Cristo (como Santiago debe haber
agregado). Todos son un grupo, como San Pedro agrupa a todos los demás y dice:
“Vosotros erais como ovejas descarriadas”. Más adelante hace una clara
distinción: “Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los
injustos”. No había y no hay nadie inocente o sin pecado, ni en palabras ni
obras. Estas dos partes incluyen toda la vida del hombre: palabras y obras,
hablar y hacer. Se ponen uno al lado del
otro en otras partes en la Escritura, tales como el Salmo 34:13-14: “Guarda tu
lengua del mal y tus labios de hablar engaño. Apártate del mal y haz el bien”.
Pero hablar es lo principal, tal como enseñar, aconsejar, amonestar, consolar,
censurar, confesar la verdad, etc. Obviamente, nadie es tan perfecto que no haya
tropezado en alguna de estas cosas.
19. Por tanto, es completamente imposible que algún santo siga su ejemplo
en este punto. Nadie sería tan arrogante y desvergonzado (a menos de que en
lugar de ser un hijo de Dios y un cristiano creyente quiera convertirse en
mentiroso y el santo del diablo) que se atreviera a igualarse con Cristo y se
jactara de no tener pecado en palabras y obras. Así este título, que él y
ningún otro sufrió como “el justo por los injustos”, queda con pleno honor y
verdad solo del Señor Cristo. Ninguno de ellos es justo e inocente en palabras
y acciones. Todos tienen que confesar que lo que sufren se debe a sus pecados y
es un castigo bien merecido. Solo gracias a este Justo no se quedan eternamente
en la ira de Dios y el castigo y la condenación eterna. Él, que no tenía nada
de culpa propia y sin necesitarlo para él mismo, voluntariamente sufrió y pagó por los injustos, y apaciguó la ira de
Dios. Los sufrimientos de todos los santos se tienen que considerar como por
debajo del sufrimiento del Señor Cristo; tienen que cubrirse y adornarse con la
inocencia de él y orar junto con toda la cristiandad: “Perdónanos nuestras
deudas”, y confesar el artículo: “Creo en el perdón de los pecados”.
20. Ahora, une estos tres argumentos con los cuales Pedro amonesta a los
cristianos a ser pacientes en todo su sufrimiento. Primero, dice: “Para esto
fuisteis llamados”. Aunque tengan que sufrir mucho y severamente, sin embargo
tienen ante ustedes el ejemplo de Cristo que nunca pueden alcanzar. No tienen
nada de qué jactarse o gloriarse, aunque hayan sufrido todo, porque ya están obligados
a sufrir por amor a Dios. Este es el primer argumento. El segundo es que Cristo
no sufrió por sí mismo, ni por necesidad, sino por ustedes debido a su buena
voluntad. El tercer argumento es que él fue inocente por completo de todo
pecado, tanto internamente en el corazón como externamente en palabras y obras.
Si hay algo malo en el corazón, no puede quedarse escondido por mucho tiempo
sino que también debe manifestarse externamente, al menos en palabras, como
dice Cristo (
21. ¿Por qué,
entonces, deben quejarse de su sufrimiento o hasta negarse a sufrir lo que han
realmente merecido con sus pecados? Además, han merecido sufrir eternamente.
Pero Dios los perdona y concede la eternidad por amor al Señor Cristo. Desea
que soporten pacientemente el poco sufrimiento para que el pecado en su carne y
sangre muera por completo. Para hacer esto más fácil para ustedes, Cristo mismo
les ha precedido y les ha dado un ejemplo del más alto sufrimiento posible y de
la más perfecta paciencia. No se puede
encontrar nada parecido en la tierra, porque la Suprema Majestad, el Hijo mismo
de Dios, sufrió el tormento, la agonía, y la angustia más vergonzosos (algo
insoportable para la naturaleza humana aparte de él) en cuerpo y alma. El que
es inocente sufre por nosotros los pecadores y por la gente condenada, solo por
causa de los pecados de los demás (es decir, por los pecados de todos
nosotros).
“Cuando lo
maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba”.
22. Para que Pedro pueda amonestar y motivarnos aún más con este ejemplo de
la paciencia de Cristo, sigue explicándolo más, describiéndolo en sus
verdaderos colores y todos los detalles que tiene sobre todos los demás. Ha
dicho antes que Cristo no cometió pecado, ni se halló engaño en su boca. ¿Por
qué, entonces, los judíos lo persiguieron y crucificaron, y lo mataron? Mira
toda la historia de su vida. Nadie lo podía acusar ni condenar por ningún
pecado (como él mismo apeló a sus propios enemigos) de que él haya hecho algún
daño contra alguien ni enseñado ni hecho algo mal. Más bien, lo que hizo fue
esto: viajó y llevó a la nación judía la gracia y la salvación de Dios.
Proclamó la palabra de Dios, abrió los ojos de los ciegos y sanó a los
enfermos, echó fuera demonios, alimentó a grandes multitudes cuando no tenían
qué comer. En resumen, no había nada en toda su vida, en palabras ni obras,
sino verdad, bondad, beneficencia y ayuda. Como gratitud y pago por esto, tuvo
que recibir su odio; y su condenación por pura maldad endurecida, maliciosa,
diabólica; y sin poder dejar de perseguirlo tuvieron que llevarlo a la cruz.
Allí tuvo que ser colgado en lo alto, vergonzosamente desnudo y descubierto,
entre dos ladrones, como si fuera indigno de tocar la tierra y vivir entre la
gente.
23. Aunque no tuvo que sufrir estas cosas, y después podría haber desistido
y dejado de hacer el bien y ayudar (puesto que vio que todo fue inútil para sus
judíos), sin embargo no lo hizo, sino aun en su sufrimiento, cuando estaba en
la cruz, hizo el bien y oró por sus enemigos. Tenía todo derecho, junto con el
suficiente poder y fuerza, para vengarse de personas tan desesperadas, o
desearles mal y maldecirlos, como merecían (porque le habían hecho mal a él
ante el mundo entero, aun por testimonio del que lo traicionó y de su juez y de
todas las criaturas, y luego lo calumniaron más amargamente cuando ya estaba en
la cruz). Pero no hizo nada de esto, más bien, sufrió todo lo que podían
hacerle con gran gentileza y paciencia indecibles. Aun es su última angustia, les
hizo bien a ellos y rogó a su Padre celestial por ellos, lo cual el profeta
Isaías (capítulo 53) cita y alaba altamente.
24. Este es un ejemplo completísimo de la mayor paciencia en todo respecto.
En esto todos podemos mirar en el espejo para ver lo que todavía tenemos que
aprender para imitarlo solo un poco.
25. No es casualidad que San Pedro elogie especialmente este punto: No injurió
cuando fue maldecido, tampoco amenazó, etc.
Lo que hace más difícil el sufrimiento y hace que las personas se
impacienten no es solo cuando se les aplica violencia y se comete injusticia contra
ellas y sufren injustamente, sino también que deben ver esa injusticia tan abrumadora,
que las personas a las cuales se les ha mostrado solo el bien y el mayor
beneficio les agradezcan tan maliciosa y malvadamente. Tal ingratitud
vergonzosa aflige sumamente a la naturaleza, y hace que el corazón y la sangre hiervan
de ira, de modo que gustosamente se vengarían y (cuando ya no pueden) empiezan a injuriar, a maldecir, a amenazar etc.
Lo que es carne y sangre no puede hacerse aceptar solo el mal por todo el
beneficio y el bien que hace y aun así estar tranquilo y decir: “Gracias a
Dios”.
26. En contraste con esto, mira este ejemplo y aprende de Cristo a
reprenderte tú mismo. Querido amigo, ¿por qué debes quejarte cuando ves cuán
infinitamente mayor, mucho más difícil y peor fue lo que sucedió a tu querido
Señor y fiel Salvador, el Hijo de Dios mismo, y que todo eso lo sufrió no solo
con paciencia y silencio, sino también oró por los que lo hacían a él? ¿Quién
no se sonrojaría de vergüenza de sí mismo, si le queda una sola gota de sangre
cristiana en su corazón, por murmurar en su sufrimiento cuando está lleno de
pecados ante Dios y merece un sufrimiento mucho mayor? Es un siervo impío, bueno para nada,
condenado que no seguirá a su Señor aquí sino se imagina que es mejor y más
noble. Se pone enojadísimo, y se queja porque le han hecho una gran injusticia,
cuando plenamente lo merece y sin embargo sufre mucho menos que su querido,
inocente y buen Señor. Querido amigo, si él tuvo que sufrir eso por las grandes
bondades que hizo, que no te parezca malo que tú debes soportar un poco de este
sufrimiento después de él. No te enojes debido a ello e injuries, algo en lo que
tienes mucho menos razón para hacer, puesto que tú, también, fuiste uno de los
que llevó a Cristo a la cruz con tus pecados.
27. Aquí podrías decir: “¿Cómo es esto? ¿No maldijo Cristo cuando en el
Evangelio (
28. Es necesario, entonces, distinguir correctamente que hay dos clases de maldiciones
y de amenazas: una de oficio, que sucede por causa de Dios, y la otra de la
persona, que se hace aparte del oficio, por uno mismo. Decir la verdad y
reprender el mal pertenecen al oficio que Cristo tuvo y cumplió en la tierra (y
a cada uno que es llamado al oficio después de Cristo). Esto es necesario tanto
para el honor de Dios como para la salvación de las almas, porque si todos
guardaran silencio acerca de la verdad, ¿quién vendría a Dios? Este oficio de
reprender es una obra de amor divino y cristiano. Dios lo ha impuesto a los padres
y a las madres, puesto que tienen el mayor amor por sus hijos implantado en su
naturaleza por Dios. Si son padres son piadosos y verdaderamente aman a sus
hijos, entonces no deben reírse ni pasarlo por alto cuando ven que sus hijos desobedecen,
sino deben reprenderlos tanto con palabras como con varas dolorosas. Estos son
golpes de oficio y azotes del amor, que debemos dar y que Dios ha mandado. No
hacen daño, sino son útiles, como dice Salomón
(Proverbios 13:24): “El que no aplica el castigo aborrece a su hijo; el
que lo ama, lo corrige a tiempo”. Y
Jesús, hijo de Sirac, dice en Eclesiástico 30:1: “El
que ama a su hijo, lo castiga sin cesar, para poder alegrarse en el futuro”.
29. Todos pueden y
deben también reprender cuando el oficio o la necesidad del prójimo lo requiera
y es útil para mejorar. Para citar otra vez a Salomón (
Así San Pablo
manda a los obispos piadosos perseverar a tiempo y fuera de tiempo, que
reprendan, amenacen y amonesten con toda seriedad (
30. Por tal amor y
corazón fiel, Cristo (en su oficio) también maldijo y reprendió, por lo cual no
mereció nada más que la ira y el odio, y, como dice la gente, buscaba una
golpiza. Sin embargo, lo tuvo que hacer debido a su oficio, y lo hizo para
convertirlos de su ceguera y malicia y salvarlos de perecer. No dejó de hacerlo,
aunque tuvo que esperar y sufrir persecución, la cruz y la muerte como
resultado. Cuando había cumplido este oficio y la hora de su sufrimiento estaba
por llegar, sufrió con paciencia y permitió todo el mal que pudieran causarle a
cambio por su amor y bondad. Así no maldijo ni se enojó cuando fue
vergonzosamente calumniado cuando colgaba de la cruz. Más bien, comenzó a orar
por ellos clamando a gran voz y con lágrimas: “Padre, perdónalos”, etc. Es un
corazón lleno de amor insondable; en su máximo sufrimiento siente lástima por sus
enemigos y hace mucho más bien por ellos que sus propios padres o madres pueden
hacer por sus hijos, más de lo que un hombre puede hacer por otro.
31. Esto se dice
para distinguir entre maldecir y reprender que sucede debido al oficio y al
amor, aparte de la ira y el odio propio. Pero aquí otra vez el mundo, cuando
escucha esta distinción, es astuto y capaz de invertir las dos cosas o
distorsionarlas para que una se parezca a la otra y las identifica para su
propia venganza con la ira y la reprensión del oficio. Por ejemplo, si un
predicador quiere ser un villano, fácilmente puede expresar su furia y vengarse
con insultos y maldiciones desde el púlpito, como desee, y luego decir que lo
hizo debido a su oficio y para mejorar a la gente.
Así también cuando
un juez, un alcalde o un magistrado guarda algún rencor contra alguien con
quien tiene mucho que hacer, no puede vengarse de forma mejor que reprender el
mal con pretexto del oficio y deber que se le ha ordenado. Esto ahora sucede
con frecuencia en el mundo, en donde han aprendido de nuestro evangelio a
cubrir y adornar su maldad y vileza bajo el nombre de un oficio mandado por
Dios, como siempre usan el nombre y la palabra de Dios para ocultar su
vergüenza. ¿Pero quién puede impedirlo y hacer buenos a los hijos del diablo?
Que cada uno que quiera ser cristiano se cuide de responder por sí mismo. Dios
no será burlado. En su tiempo ayudará al inocente que sufre la injusticia, y
ciertamente encontrará a los demás con su castigo. San Pedro además dice:
“sino que
encomendaba la causa al que juzga justamente”.
32. ¿Quién le dijo a Pedro lo que Cristo pensaba en la cruz? Acaba de decir
que Cristo no maldecía ni pensaba en la venganza, sino más bien manifestó solo
amor y buena voluntad hacia sus enemigos perniciosos. ¿Cómo sucedió esto? ¿Se
agradaba de esa malicia? No pudo decir que sí ni alabarlos, como si lo clavaran
a la cruz y lo asesinaran sin tener culpa. El diablo con sus escamas no puede
concluir ni puede llevarlo a cabo, que atormentaran y afligieran a Cristo y a sus
santos, y que esto no solo deberían sufrirlo con paciencia y no desear vengarse,
sino hasta agradecerles y alabarlos por ello, como si hubieran hecho lo bueno y
recto. No, de ninguna manera se puede hacer eso.
¿Cómo se podría llamar sufrir inocentemente, si yo mismo tuviera que
confesar y decir: “Me están tratando justamente, y lo que hicieron es bueno”?
Por eso, San Pedro varias veces en esta carta amonesta a los cristianos a que no
sufran como malhechores, ladrones o asesinos, etc. Aun cuando sufro
inocentemente y me hacen daño, no debo aprobarlo ni fortalecer a mi enemigo en
sus pecados, porque haciéndolo estaría poniendo sobre mí y haciéndome culpable
de ellos. Entonces, el diablo, el Papa y los tiranos tendrían un buen caso, y
gustosamente quisieran que fuera así, porque no se satisfacen cuando asesinan a
la gente inocente, sino también quieren que lo que hicieron sea recto y quieren
que confesemos que nosotros hicimos el mal. Eso que lo haga el diablo, no un
corazón cristiano.
33. “Sin embargo, está escrito (dirán). Debes sufrir y no maldecir; debes
agradecer a Dios la persecución y orar por tus enemigos”. Eso es cierto; pero
una cosa es sufrir con paciencia, al mismo tiempo deseando el bien por tus
enemigos y orando por ellos, y otra cosa completamente diferente es decir que
están haciendo el bien. No debo dejar de decir la verdad sino mantener mi
inocencia, tanto con el corazón y con los labios. Pero aunque los hombres no escucharan
la palabra, mi corazón testificaría que han cometido una injusticia conmigo. Y preferiría que me mataran diez veces antes que
yo me condene contra mi conciencia. Por eso Pedro agrega aquí que Cristo no
volvió a maldecir ni amenazar, pero tampoco aprobó lo que le hicieron. Ahora,
¿qué debemos hacer? Si debiéramos sufrir y sin embargo obráramos mal con
nuestros enemigos, ellos harían lo opuesto. Quieren tener la reputación y la
alabanza ante el mundo entero de haber procedido bien con nosotros. Sí, además
su intención (como Cristo dijo en otra parte) es hacerle a Dios un gran favor matándonos.
Ahora ¿quién puede juzgar y decidir esto?
34. Aquí San Pedro dice de Cristo: “encomendaba la causa al que juzga
justamente”. ¿Cómo podía hacer otra cosa? Sabe que han obrado mal con él y
quieren que eso lo consideren como justo, pero no hay ningún juez aquí en la
tierra. Así tiene que encomendar el
asunto a su Padre celestial, (el Juez justo). Fácilmente vio que el pecado y
las calumnias no iban a quedar impunes. De hecho, la sentencia ya se había
dado, la espada estaba afilada, y los ángeles ya habían recibido órdenes para
destruir Jerusalén. Aun antes de su sufrimiento, cuando se acercaba a Jerusalén
y miró la ciudad, profetizó, y oró por ella, y dijo: “Querido Padre, tengo que
encomendarte este asunto a ti, porque no escucharán ni verán lo que hacen. Sé
muy bien que solo se apresuran a recibir tu ira y tu terrible castigo, pero te
pido que perdones lo que me hacen”. Habrían sido perdonados si ellos después
hubieran querido convertirse por la predicación de los apóstoles, y si no
hubieran seguido persiguiendo su palabra y así ellos mismos acarrearse impenitentemente
el castigo final.
CRISTO NUESTRO EJEMPLO EN EL
SUFRIMIENTO
35. Debemos conducirnos de la misma forma en nuestros sufrimientos; no
aprobando ni estando de acuerdo con lo que nos hacen, pero tampoco buscando la venganza, sino
encomendando el asunto a Dios, quien juzgará rectamente. No podemos recibir
justicia ante el mundo; por tanto, nos encomendamos a aquel que juzga
justamente y no dejará sin castigar esta calumnia y persecución de su palabra y
sus creyentes. Oraremos que sean convertidos y escapen de la ira y del castigo
venidero. También lo hacemos, pidiendo y deseando de corazón que, si es posible,
algunos de los obispos y tiranos que persiguen el evangelio todavía se
conviertan. Pero si es imposible, (como
ahora, desafortunadamente, se tiene que temer, puesto que, después de haber
sido amonestados y con frecuencia se han hecho oraciones por ellos y se les
señaló lo mejor, a sabiendas rugen maliciosamente), entonces tenemos que
encomendarlos al juicio de Dios. ¿Qué más debemos y podemos hacer?
Estoy seguro de que la persecución abrumadora y las calumnias en contra del
evangelio actual no quedarán impunes. No
hay duda de que finalmente debe haber juicio que el papado y Alemania tendrán
que soportar. Todavía predicamos, amonestamos, oramos e imploramos a la gente para
que se arrepienta. Sin embargo, puesto que ahora no quieren ser convertidos,
sino solo se fortalecen en su vida impenitente, ¿qué
más podemos hacer sino decir: “Querido Dios, el asunto lo encomiendo a ti. Tú
lo castigarás y puedes hacerlo, y desafortunadamente en la forma más terrible”.
36. Este es el ejemplo de Cristo, una imagen que se describe para toda la
cristiandad, que ellos deben seguir, y deben prepararse (como San Pedro dice en
otra parte) con la misma mente y pensamientos, para que cuando sufran piensen:
“Si Cristo, mi Señor y Cabeza, sufrió por mí con tan gran mansedumbre y paciencia,
¡cuánto más debo yo hacerlo! ¿Y qué daño me puede hacer el sufrir? Sé que Dios
se agrada de esto, no porque yo sea tan perfecto y precioso en sí, sino
precisamente debido al querido Salvador que sufrió por mí. Puesto que yo
también sé que los que me persiguen pecan abominablemente contra Dios y se
apresuran en su ira y juicio, ¿por qué debo impacientarme o desear la venganza?
Ya he sido muy honrado por Dios, puesto que se agrada de mi sufrimiento y se
venga de mis enemigos. ¿Qué me beneficia que ellos tengan que arder eternamente
en el infierno? Mucho más oraré y haré lo que pueda para que se conviertan.
Pero si eso no ayuda y no quieren otra cosa, luego tengo que encomendárselo a
él”.
“Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el
madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia”.
37. Esta es la verdadera predicación sobre la pasión, puesto que San Pedro
no enseña solo una parte del sufrimiento de Cristo; sino que junta las dos
partes, a saber, el poder o beneficio y el ejemplo, como San Pablo también hace
con frecuencia. Hace el sufrimiento de Cristo aquí un sacrificio por el pecado,
que es una obra que agrada mucho a Dios, puesto que por medio de él es reconciliado
y lo recibe como un pago por los pecados del mundo entero. Sin embargo, tan
grande es la ira de Dios por el pecado que nadie puede quitarla excepto la
persona eterna del Hijo de Dios mismo. Él mismo
tuvo que ser el sacrificio y dejar que su cuerpo fuera clavado en la
cruz. Este fue el altar en el cual se consumó el sacrificio, quemado
completamente, en el fuego de su amor insondable. Él mismo tuvo que ser el Sumo
Sacerdote para este sacrificio, porque nadie más en la tierra (porque todos
fueron pecadores e inmundos), podía sacrificar a Dios su querido Hijo que no
tiene pecado, aunque los sacerdotes del Anticristo se jactan desvergonzadamente
de sus misas. Por este único sacrificio nuestros pecados fueron quitados y
obtuvimos la gracia y el perdón. No podemos recibir esto en ninguna otra forma sino
solo por medio de la fe.
38. Señala aquí especialmente el
propósito final que el sacrificio que él hizo por nosotros debe lograr en
nosotros, a saber, el fruto de la Pasión y el sufrimiento de Cristo, para que
no olvidemos ni descuidemos enseñarlo en la cristiandad. Cristo (dice) “tomó
sobre sí nuestros pecados y sufrió”, de modo que se debe solo a él que se llama
un sacrificio por todos nuestros pecados. Sin embargo, este sacrificio no
sucedió para que nos quedemos como éramos antes, sino debe hacer que seamos
librados de nuestros pecados y ya no vivamos en ellos sino para la
justicia. Si nuestros pecados fueron
sacrificados por medio de él, entonces también deben ser matados y borrados,
puesto que sacrificar significa lo mismo como inmolar y matar. Sin embargo, si
nuestros pecados fueron matados, no fueron matados para que nosotros pudiéramos
quedarnos y vivir en ellos.
39. Por tanto, no sería correcto que explicáramos la doctrina salvadora de
la gracia de Cristo y la remisión de los pecados con el significado de que
ahora debemos vivir como antes y hacer todo lo que queramos. Pero no debe
concluirse, dice San Pablo (
40. Cuidado, entonces, cómo crees y vives, para que esta obra del
sufrimiento de Cristo se muestre y se cumpla en ti. Si, por fe, has aprehendido
correctamente su sacrificio, se demostrará que tiene poder en ti sofocando y
matando los pecados, así como ya fueron clavados en la cruz y muertos por su
muerte. Pero si sigues viviendo en tus
pecados, no puedes decir que han sido matados en ti. Solo te engañas, y hasta
te llamas un mentiroso por tu propio testimonio de jactarte acerca de Cristo en
quien todos los pecados son matados, y sin embargo todavía viven fuertemente en
ti. Es bueno que entendamos que estas dos cosas no pueden coexistir: que los
pecados son matados y sin embargo viven en nosotros, que somos librados de los
pecados, y sin embargo estamos estancados y atrapados en ellos. También
hablamos más sobre esto anteriormente.
41. Ahora las dos cosas se deben encontrar en nosotros (dice San Pedro):
que creamos que Cristo ha matado el pecado y nos ha liberado de él por el
sacrificio de sí mismo, algo que no podríamos hacer con todo nuestro cuerpo y
vida; y que, como Cristo mató el pecado, debemos estar siempre más liberados de
él en nuestros cuerpos, y vivir de ahora en adelante para la justicia, hasta
que seamos completa y finalmente liberados del pecado por medio de la muerte.
Por tanto, si antes eras un adúltero, un avaro, un codiciador, un calumniador,
etc., todo esto debe estar ahora muerto, Cristo mató y te perdonó por la fe en
su sacrificio; debe cesar en ti de ahora en adelante. Si esto no sucede, no
puedes jactarte de Cristo ni de la fe. Aunque Cristo ha muerto por ti, aunque
tus pecados deben estar alrededor de su cuello y muertos, todavía no eres libre
de ellos porque no quieres librarte de ellos, y no te apropias ni te aferras ni
a Cristo con su tesoro por medio de la fe ni a su ejemplo por la vida y
obra.
42. Aquí puedes decir: “Tú mismo enseñas que todos somos pecadores, y que
no hay ni un santo en la tierra sin pecado, porque debemos confesar este
artículo: Creo en la remisión de los pecados, y orar: Perdónanos nuestras
deudas”. Respondo: Eso es correcto, por cierto nunca alcanzarás aquí en la
tierra ser completamente puro y no tener ningún pecado; de otro modo ya no
necesitarías la fe ni a Cristo. Estoy hablando de aquellos pecados que cometes
a sabiendas y voluntariamente y por los cuales tu propia conciencia debe
reprenderte y condenarte. Estos deben
estar muertos en ti; en otras palabras, no deben dominarte, sino tú debes
dominarlos a ellos, resistirlos, y comenzar a matarlos. Y si a veces fallas o tropiezas, debes
inmediatamente volver a pisotearlos, abrazar el perdón y comenzar otra vez a
matarlos.
“¡Por su herida habéis sido sanados!”
43. No se puede alabar y poner demasiado énfasis en el sufrimiento de
Cristo. Cita casi todo Isaías 53. Nota cómo siempre pone claramente uno al lado
del otro los dos puntos en donde todo depende y correctamente distingue nuestra
obra (que sigue su ejemplo) del mérito de Cristo (que la fe capta). Primero,
dice: “Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero… ¡Por su
herida habéis sido sanados!” Este es el punto principal, y todo se debe solo a
él. Debemos enseñar y creer esto pura y claramente contra el diablo y sus
sectas, para retener para Cristo su honor y su oficio, en los cuales está
nuestra salvación. Sin embargo, tampoco debemos olvidar el segundo punto (por
amor de los falsos cristianos que solo escuchan el primer punto y no mejoran)
que, puesto que somos librados del pecado y sanados, no debemos otra vez
ensuciarnos con los pecados. En donde estas dos partes no se proclamen
correctamente, hay daño en los dos lados. Aquellos que proclaman y exhortan
solo a nuestras obras destruyen la verdadera doctrina y la fe. Los que omiten la
enseñanza del ejemplo de Cristo destruyen su poder y fruto.
“Vosotros erais como ovejas descarriadas”.
44. Aquí expresa abierta y claramente lo que dije, que no es nuestra obra
ni mérito que nos libra del pecado y la muerte, sino solamente las heridas y la
muerte de Cristo tenían que hacer esto. No les costó nada (quiere decir), ni
sangre, ni heridas. No podían hacer nada para ello, porque solo eran ovejas
miserables, erradas, separadas de Dios y condenadas al infierno, incapaces de
aconsejar ni ayudarse a sí mismos. Sin Cristo y apartados de él, toda la gente
está en esta condición, como el profeta Isaías (de quien se toman estas
palabras) dice aun con más claridad (versículo 6): “Todos nosotros nos
descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino”; es decir, sea
cual fuera la manera en que vivíamos y lo que emprendíamos, solo nos alejamos
más de Dios. El Salmo 14:3 dice: “Todos se desviaron, a una se han corrompido;
no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno”, etc.
45. La realidad y la experiencia también demuestran esto claramente. El
mundo siempre se divide en varias idolatrías o falsa adoración y superstición
(aun cuando las cosas eran mejores para el pueblo de Dios). Uno corría acá y
otro allá. Miraban y buscaban el camino al cielo pero siempre se alejaban más
de él. Asimismo, una oveja descarriada que se ha desviado del rebaño y su pastor,
entre más lejos corre y escucha la voz de un desconocido, más se aleja. Se
asusta y huye hasta que perezca, a menos que escuche otra vez la voz de su
pastor. Nadie, por tanto, puede jactarse de que él mismo haya encontrado el
camino recto y haya merecido la gracia de Dios y la liberación de los pecados.
Más bien, todos deben confesar y testificar de la verdad de la Escritura, que
solo hemos sido ovejas descarriadas y solo nos huíamos más lejos de nuestro
Pastor y Salvador, hasta que él nos hizo regresar a él.
“pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas”
46. Ahora han oído la voz de su Pastor. Los ha vuelto a traer hacia él y
alejado de la idolatría y toda clase de caminos errados. Esto no lo han merecido ustedes, sino se
obtuvo para ustedes por sus heridas y por su sangre. Por tanto, tengan cuidado de
cómo viven (quiere decir), ya no como ovejas desviadas y perdidas. Más bien,
han sido convertidos y devueltos para seguir a su querido Salvador. En él
tienen tanto a un Pastor piadoso que fielmente les pastorea y los cuida; como
también tienen un fiel Obispo que siempre los vigila en todas partes para
protegerlos y guardarlos con él.
47. Estas palabras son muy deliciosas y consoladoras, aunque la hermosa
palabra “obispo” ha sido vergonzosamente oscurecida y corrompida por nuestros
sacerdotes idólatras y máscaras episcopales, así como han tergiversado y
corrompido las palabras “espiritual”, “iglesia”, “adoración”, “sacerdote”,
etc., con su gobierno anticristiano. “Espiritual” debe significar solo los que
han sido redimidos de los pecados por las heridas de Cristo y viven de una
forma santa, pero este nombre ha sido quitado de los cristianos verdaderos y
dado solo a los sacerdotes embarrados, tonsurados y rapados del Papa. Así
también, cuando escuchamos la palabra “obispo” pensamos solo en los de
sombreros puntiagudos y en los de palos de plata, como si fuera suficiente
poner en la iglesia tales máscaras, como ídolos esculpidos y grabados. Porque
no son nada mejor; excepto que hacen más daño.
Sin embargo, las Escrituras llaman un verdadero obispo a uno que es un
supervisor, un guardián y un vigilante, como el guardián de la casa o vigilante
de la ciudad, o cualquier magistrado o regente, que siempre tiene que vigilar y
supervisar la tierra y la ciudad. Antes había tales personas que fueron obispos
en cada parroquia, y se llamaron así precisamente porque su oficio fue
supervisar, guardar y vigilar la iglesia contra el diablo, la falsa doctrina y
toda ofensa. Por eso San Pablo les recuerda su oficio y los amonesta: “Por
tanto, mirad por vosotros y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha
puesto por obispos para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su
propia sangre” (Hechos 20:28). Eso todavía es como deben ser (como todos los
pastores y médicos de almas verdaderamente son). Pero ahora en todo el papado
no queda más que un nombre vacío, para ofensa y vergüenza de toda la
cristiandad.
48. Ahora, Cristo nuestro querido Señor es ese fiel guardián y verdadero
obispo y pastor (porque es el mismo oficio y nombre). Tiene este nombre por
encima de todos los demás, con todo honor, para nuestro consuelo eterno, tanto
a la diestra de Dios, en donde sin cesar intercede con el Padre por nosotros,
ora por nosotros y muestra sus heridas, y luego aquí en la tierra, en donde por
su palabra, sacramentos y el poder del Espíritu Santo reina, sostiene, cuida y
protege al rebaño pequeño que cree. Si él mismo no estuviera presente y
vigilándonos, el diablo hace mucho tiempo nos hubiera arrancado a todos y nos
hubiera borrado, junto con la palabra de Dios y el nombre de Cristo. Así es
como sucede cuando Dios está airado y aparta sus ojos para castigar al mundo y
su falta de gratitud. Luego, inmediatamente, todo está bajo el poder del
diablo. Pero en dondequiera que la verdadera doctrina, la fe, la confesión y el
uso de los sacramentos todavía permanecen, esto se debe solo a que este querido
Pastor y Obispo ha estado cuidando y vigilando.
49. Es muy consolador; tenemos en Cristo a un sacerdote tan fiel y justo
(aunque, desafortunadamente, este hermoso nombre también ha sido arruinado y
despreciado debido a los sacerdotes vergonzosos rapados y tonsurados). Somos
ovejas tan benditas que tenemos un refugio amoroso en nuestro Pastor, en donde
somos consolados con alegría en toda necesidad. Estamos seguros de que él nos
cuida con toda fidelidad, nos defiende, nos protege y nos guarda del diablo y
todas las puertas del infierno. Todo el Salmo 23 canta hermosa y alegremente:
“Jehová es mi Pastor”, etc.