Miércoles de Pascua
También apropiado para la lectura del Martes de Pascua.
Colosenses 3:1-7
“Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra, porque habéis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria. Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría. Por estas cosas la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas.”
EXHORTACIÓN A OBRAS VERDADERAMENTE BUENAS
1. Hasta ahora hemos escuchado el mensaje gozoso de la resurrección de Cristo, cómo sucedió esa resurrección y cómo debemos creer, para nuestra propia bendición y salvación y nuestro propio consuelo. Sin embargo, para que podamos estar sinceramente agradecidos a Dios por esta bendición inestimable, y para que nos aferremos a la resurrección y la celebremos con honra y gloria para él, debemos también escuchar y recordar lo que los apóstoles nos enseñan acerca del fruto que debe obrar en nosotros, que también se debe ver en nuestras vidas. Por eso, consideraremos la exhortación de San Pablo en Colosenses 3, que especialmente se aplica a eso.
En este texto, escuchamos a San Pablo exhortar a los cristianos a hacer buenas obras verdaderamente cristianas o frutos de fe. Toma el motivo de este sermón de la resurrección de Cristo, que nos proclama profunda gracia y consuelo, de modo que por medio de ella tengamos el perdón de pecados y la liberación de la muerte eterna. Pero para que los corazones indiferentes, carnales no se imaginen que todo sucede inmediatamente en nosotros y que el tesoro (que se nos da por medio de la resurrección) se agota completamente cuando lo escuchamos una vez, y para que no nos engañemos de esta forma, siempre predica además que debemos probar la resurrección de Cristo en nosotros, específicamente para ver si la hemos recibido correctamente en nuestros corazones.
CÓMO SOMOS RESUCITADOS CON CRISTO.
2. Esto no debe quedarse solo en palabras. La meta de Cristo no es que oigamos y hablemos de ellas, sino que las sintamos en nuestra vida. ¿En qué ayuda que prediquemos mucho sobre la vida a un difunto, si la predicación no lo vivifica? ¿O predicar acerca de la justicia a un pecador si este sigue pecando? ¿O predicar de la verdad a un sectario equivocado, si no desiste de su error y oscuridad? Así también no solo es inútil sino también dañino y condenable escuchar del consuelo glorioso y bendito de la resurrección si el corazón nunca la experimenta, sino todo lo que queda es el sonido en los oídos o la espuma en la lengua, y nada más resulta de ello que permanece entre los que nunca han oído de ella.
Aquí San Pablo quiere decir que la obra excelente y el tesoro profundo de la resurrección de Cristo no deben ser palabras vanas e inútiles, inertes, impotentes, como una imagen muerta esculpida en piedra o pintada en papel, sino una fuerza y poder que también obra en nosotros una resurrección por medio de la fe. Esto lo llama “resucitar con Cristo”, en otras palabras, es morir para el pecado, ser arrancado del poder de la muerte y el infierno y tener el consuelo y la felicidad en Cristo. Antes (versículo 12), claramente dijo acerca de esto: “Con él fuisteis sepultados en el bautismo, y en él fuisteis también resucitados por la fe en el poder de Dios que lo levantó de los muertos”.
3. “Si ustedes”, dice Pablo, “han aprehendido por fe la resurrección de Cristo y han recibido su poder y consolación, y así son resucitados con él, entonces esto debe ser evidente en ustedes para que sientan y perciban en ustedes cómo ha comenzado a obrar en ustedes, de modo que no sea solo palabras sino también verdad y vida”. Cristo todavía no ha resucitado para los que no lo perciben, aunque ha resucitado en cuanto concierne su propia persona. Puesto que no poseen ese poder (que se llama “resucitar con Cristo”), no pueden en verdad ser llamados “muertos” y “gente resucitada”.
Por eso, quiere mostrarnos y enseñarnos aquí que los que quieren ser cristianos deben saber que esto debe sucederles, o todavía no son cristianos creyentes, aunque se jacten y se imaginen que lo sean. Esta es la prueba de si hemos resucitado en Cristo, es decir, si su resurrección es poderosa en nosotros, o si tan solo son palabras y no también obras y vida.
4. Ahora, ¿cómo sucede este vivir y morir? ¿Cómo hemos muerto y a la vez resucitado? Si somos cristianos, debemos estar muertos; sin embargo debemos todavía vivir, o no somos cristianos. ¿Cómo pueden estas dos cosas estar de acuerdo? De hecho, ciertos falsos maestros (aun en el tiempo de los apóstoles) entendían y explicaban estas palabras como si la resurrección de los cristianos ya hubiera sucedido (como San Pablo señala, 2 Timoteo 1), de modo que no volverían a resucitar después de la muerte de su cuerpo. El que cree en Cristo, decían ellos, ya habría resucitado y estaría vivo, y así la resurrección se llevaría a cabo en esta vida en todos los cristianos. Querían corroborar esto con las palabras de San Pablo mismo, y al mismo tiempo atacaban el artículo de la resurrección de los muertos.
5. Pero no les haremos caso como personas que el mismo San Pablo
reprendió y condenó, y entenderemos las palabras según la intención de San
Pablo y los comentarios que hizo tanto antes como después, de modo que no
podemos dudar de que está hablando de la resurrección espiritual. También es
seguro que si vamos a resucitar corporalmente a la bienaventuranza con esta
carne y sangre en el Día final, debemos también haber resucitado antes
espiritualmente en la tierra, como San Pablo dice (
6. El apóstol, entonces, no está hablando aquí de la resurrección futura del cuerpo, sino de la resurrección espiritual. Debido a la resurrección espiritual, tiene que suceder la resurrección corporal. Así combina la resurrección del Señor Cristo, que trajo su cuerpo otra vez del sepulcro y entró en la vida eterna, y nuestra resurrección, puesto que nosotros también resucitamos por su poder y conforme a su ejemplo. Primero, nuestra alma resucita de una vida pecaminosa y condenada a una vida verdadera, divina, de felicidad, y después, de este saco de gusanos pecaminoso y mortal, salimos del sepulcro con un cuerpo y alma inmortal, glorioso.
Así San Pablo llama a los cristianos que creen esto “muertos” y “vivos” al mismo tiempo, tanto espiritualmente ahora en esta vida, pero en tal forma que después esta carne pecaminosa morirá, de modo que el pecado y la muerte serán consumidos y tragados en ella, y tanto el cuerpo y el espíritu vivirán eternamente. Por tanto ahora dice:
“Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas
de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios”.
7. “Deben demostrar”, quiere decir,
que ahora ya han resucitado espiritualmente, y después también
resucitarán corporalmente (por el mismo poder), para que busquen y luchen por lo que está arriba, es decir, por
lo que es divino, celestial y eterno, no por lo que es terrestre, perecedero y
mundano.
8. ¿Pero qué quiere decir esto? ¿Debemos, (como somos cristianos), ya no
comer ni beber, cultivar la tierra, atender a los deberes domésticos, gobernar,
ni ocuparnos en ninguna otra clase de trabajo, sino más bien ser personas
completamente muertas y ociosas, porque dices que no debemos buscar las cosas
de la tierra, donde todas estas cosas todavía tienen que estar? ¿Qué dices del
hecho de que Cristo el Señor también está él mismo con nosotros en la tierra,
puesto que dijo antes de su ascensión (
9. Pero poco después él mismo explica lo que quiere decir con las palabras
“cosas que son de la tierra” y “cosas de arriba”. No nos está mandando
despreciar las cosas creadas en la tierra, porque no está hablando ahora de lo
que Dios ha creado, lo cual es completamente bueno, que él mismo consideró
bueno y lo llama “bueno”. No está llamando a alguien “hombre terrenal”, porque
se ocupa con las cosas creadas y usa esas cosas. Más bien, habla de la persona
que no tiene conocimiento de Dios y no tiene nada más ni lucha por nada más de
lo que le da y le enseña la razón, como nació de su padre y madre, un hombre
ciego, incrédulo que no conoce nada de Dios ni de una vida futura, ni le
importa, sino solo sigue su entendimiento y voluntad natural y solo busca sus
propios bienes, honor, orgullo y placer. Los apóstoles lo llaman “vivir en una
forma terrenal y mundana” en donde no está la palabra de Dios, o al memos no se
le presta atención, y donde el diablo tiene su dominio y deseo y promueve toda
clase de vicios.
“Tienen que morir”, quiere decir, a esa vida terrenal por la cual los
paganos y los incrédulos luchan. Hacen caso omiso a la palabra de Dios y dejan
que el diablo les guíe e impulse a dondequiera que quiere. Deben demostrar que
la resurrección de Cristo en ustedes no son palabras ociosas, sino un poder
vivo que muestra en ustedes que también han resucitado y ahora viven en forma
diferente que antes, conforme a la palabra y voluntad de Dios, que es una vida
divina, celestial. Si eso no sucede en ustedes, es una señal de que todavía no
son cristianos sino se están engañando a sí mismos con pensamientos e ideas
inútiles.
10. Sin embargo, con las palabras “las de la tierra”, o terrenales, San Pablo incluye no solo los vicios groseros,
externos y pecados que el mundo considera malos sino también otros pecados más
altos y toda clase de cosas que no están de acuerdo con la palabra pura de
Dios, la fe y la verdadera vida cristiana.
ESPIRITUAL Y CARNAL
11. Por tanto,
para que podamos entender y captar esto mejor, dividamos las cosas como San
Pablo acostumbra distinguirlas. Hay dos formas de vida en la tierra, o de la
vida terrenal, a saber, del Espíritu o espiritual, y de la carne o corporal.
Una vida terrenal del espíritu son los vicios de falsas doctrinas y opiniones,
en donde el alma vive sin la palabra de Dios, menospreciando a Dios, vive en la
incredulidad, etc., o, lo que es aún peor, donde la gente abusa de la palabra
de Dios y del nombre de Cristo para la falsa doctrina y como cubierta y adorno
sobre las trampas y trucos malignos, que engañan a la gente con falsas
pretensiones y la apariencia de la verdad o de amor cristiano, etc.
A esta se le
llama la vida terrenal según el alma, y es la peor parte, la más dañina, puesto
que no solo es un pecado personal, sino engañan a otros con ello. Antes, en la Epístola para la Pascua, la llama la “vieja
levadura” y “la levadura de la malicia”. Y en 2 Corintios 7:1 hace la misma
división y distinción de las dos clases de vicios cuando dice: “limpiémonos de
toda contaminación de carne y de espíritu”.
Llama contaminación del espíritu estos vicios sutiles con los cuales el
espíritu, o el hombre internamente, se contamina y se
corrompe ante Dios; aunque ante el mundo y externamente no parecen así, y la
razón y la sabiduría humana se engañan.
12. Si
quisiéramos ser verdaderos cristianos, deberíamos, en primer lugar, estar
muertos a tal vida terrenal. No debemos recibir ni tolerar estas doctrinas
terrenales y falsas opiniones que vienen de nosotros mismos, sea por la razón,
la filosofía o la jurisprudencia, sin la palabra de Dios e inclusive adornada
con el nombre y la cubierta de la palabra de Dios. Porque estas cosas son solamente terrenales,
nada más; no piden ni luchan por la voluntad ni por el reino de Dios ni la vida
eterna, sino solo buscan su propio honor, orgullo y fama para su propia
sabiduría, santidad o algo más. Aun si se jactan del evangelio y la fe en
Cristo, sin embargo no están en serio y siempre se quedan como antes, sin poder
ni fruto.
13. Por otro
lado, si hemos resucitado con Cristo por la fe, también debemos luchar por lo
que no es terrenal ni corruptible ni perecedero, sino por lo que está arriba, a
saber, lo celestial, lo divino y lo eterno, en otras palabras, por la doctrina
correcta, pura, verdadera y lo que agrada a Dios, de modo que su gloria y el
reino de Cristo se preserven. Debemos protegernos contra cualquier uso indebido
de su nombre, contra la adoración falsa y la dependencia y confianza en nuestra
propia santidad, por lo cual nuestro espíritu se contamina y se mancha.
14. Los otros
vicios, que San Pablo también llama terrenales, y que enumera individualmente
aquí, son groseros y corporales, tales como el adulterio, la impureza, la
avaricia, etc., que aun la razón entiende y condena. Esos otros vicios captan y engañan a la razón,
hasta la ciegan, de modo que no puede evitarlos. A ellos, también, se les llaman
espirituales porque no solo manchan el espíritu, —porque todos los vicios manchan el
espíritu, aun los vicios corporales—, sino porque son demasiado altos y la carne y la sangre no los entiende ni
los reconoce. Estos, sin embargo, se llaman corporales o la contaminación del
cuerpo porque suceden y se cometen con el cuerpo y sus miembros.
Ahora, debemos
morir a esto tanto como a los otros, o al menos estar en camino de hacerlo, de
modo que siempre estemos muriendo a ellos y solo luchemos por dar la espalda a
toda esa vida terrenal y volvamos nuestro rostro hacia la vida celestial y
divina. Todo el que todavía se esfuerza por su vida terrenal y se ocupa con
ella todavía no ha muerto con Cristo al mundo. Por eso, la resurrección de
Cristo no es nada en él ni obra en él; Cristo está muerto y no es nada para él,
y él a la vez está muerto y no es nada para Cristo.
15. Es especialmente importante resaltar esta amonestación ahora, porque
vemos que hay muchos, y siempre más con el paso del tiempo, que se jactan del
evangelio y sin embargo saben que tales cosas contaminan y condenan a una
persona. Sin embargo, siguen en la
seguridad y no se imaginan que Dios se enoje por esto y tampoco se imaginan que
estén acumulando un montón de deudas. Ahora se ha hecho muy común que la gente
haga todo lo que le dé la gana, y sin embargo no quieren que se les diga nada
ni quieren que se les reprenda por ello. Algunos actúan como si fueran
completamente puros y como si no tuvieran ninguna culpa y consideran que lo que
hacen no se le puede llamar obras malas o equivocadas. Pretenden gran amor y
virtud cristiano, y sin embargo traicioneramente siguen con sus trampas y
trucos malignos. Proceden a halagar a la gente. Pueden vestirse y adornarse
como si hayan actuado correctamente, imaginando que pueden actuar como si
fueran puros enfrente de la gente, entonces nadie puede públicamente
reprenderlos, y aun Dios finalmente se dejará engañar. Pero aprenderán lo que
él les dirá a eso. Dios no deja que se burlen de él ni que lo traten como un
tonto, como lo hace la gente, dice San Pablo en Gálatas 6. Aquí no vale
encubrir ni embellecer, sino solo morir y estar muerto al vicio y luchar por lo
que es recto, divino y cristiano.
16. Aquí, sin
embargo, enumera algunos de los vicios burdos, externos, corporales,
especialmente estos dos, la fornicación (o falta de castidad), y la codicia.
También habla de estas cosas en Efesios 5:3-5 y en 1 Tesalonicenses 4:3-7, como
hemos oído en las Epístolas para el segundo y tercer domingo de la Cuaresma.
Quiere que los cristianos se guarden diligentemente contra estos vicios y se
alejen completamente de ellos, porque aun los paganos reprendían estas cosas.
Por otro lado, los que pertenecemos a Cristo en el cielo debemos luchar solo
por la pureza, porque es apropiado que el cristiano mantenga su cuerpo en
disciplina y santificación, o castidad, para que no se contamine ni se
corrompa, como hace el mundo, con la fornicación y otra falta de castidad.
17. Habla en
forma similar de la avaricia, a la que
llama vergonzosamente “idolatría”, o “culto a un dios falso”, para que
los cristianos huyan tanto más de ello como del vicio más abominable, el que
Dios más odia. Es la clase de idolatría que aparta a un hombre completamente de
la fe y del culto verdadero, de modo que ni le importa Dios ni su palabra ni
los beneficios eternos celestiales ni lucha por ellos, sino que se aferra solo
a las cosas terrenales y busca solo la clase de dios que les da suficiente aquí
en la tierra.
18. Mucho se
podría decir de este asunto si repasáramos todos los oficios y trabajos, porque
es obvio cómo el mundo, especialmente ahora, está completamente hundido en este
vicio. Nadie puede enumerar cuántos trucos sutiles puede encontrar la avaricia,
y cómo se puede vender con adornos sorprendentemente hermosos, de modo que no
se considere como pecado ni vicio, sino como una gran virtud y honor. La
idolatría siempre actúa así. Ante Dios es la peor abominación, pero tiene la
apariencia y la gloria ante el mundo. No quiere ser pecado ni un vicio, sino quiere
que se le llame santidad y el culto más elevado.
Este culto del
dios falso Mamón lleva esta máscara hermosa: No se le debe llamar “avaricia” ni
“luchar por bienes deshonestos”, sino se debe llamar “buscar oportunidades de
supervivencia y bienes bien ganados en una forma justa y honesta”. Se puede
adornar maravillosamente con la palabra de Dios, afirmando que Dios ha mandado
al hombre obtener su pan con su trabajo y esfuerzo, y que cada uno está
obligado a cuidar de su casa, esposa e hijo para sostenerlos. Ningún gobierno
mundano, ni siquiera un predicador, puede criticar y reprender tal avaricia, a
menos que esto groseramente se manifieste en robo o hurto.
19. Por tanto,
cada persona debe poner esto en su conciencia: tendremos que responder por ello
y sabemos que Dios no se dejará engañar. Vemos cómo este vicio se extiende como
una inundación bajo esta cubierta y apariencia, y gana terreno en el mundo
entero, de modo que se ha hecho un derecho común, y todos, sin castigo ni
freno, siguen y no hacen otra cosa que ser abrumadoramente avaros, acumulando y
amontonando. Todos los días, los grandes y poderosos imponen impuestos y nuevas
tarifas con los que atormentan, aplastan, exprimen y afligen a los pobres;
piensan que pueden usar la fuerza para arrebatarles todo lo que puedan para
ellos mismos. Por otro lado, la muchedumbre los sigue con usura, alzando los
precios, aprovechándose, etc. Sin embargo, nadie quiere ser reprendido por
haber hecho mal ni por no ser cristiano debido a ello. Sí, llega al punto en
que la gente ya no puede refrenar el robo ni el hurto descarado, la infidelidad
y el defraudar a los jornaleros más humildes, a los siervos y a las empleadas
domésticas.
20. ¿Quién puede
describir completamente el alcance de este vicio en todos los tratos, intereses
y vida del mundo? Se ha dicho bastante aquí para que cualquiera que quiere ser
un cristiano pueda examinar su propio corazón y desista de ello si está
estancado en ello, o se cuide contra ello. Cada persona puede percibir
fácilmente y notar por él mismo lo que es ser cristiano aquí y lo que se puede
hacer de buena conciencia. Tenemos la regla que Cristo nos ha dado: que tratemos
a los demás tal y como queremos que ellos nos traten a nosotros de modo que sea
justo y recto, porque si es injusto, no podrá efectuarse sin avaricia.
21. Ahora, si no
quieres abstenerte de este vicio, debes también saber que no eres cristiano ni
creyente, sino (como San Pablo te llama) un idólatra vergonzoso, condenado, que
no tiene ninguna participación en el reino de Cristo, porque todavía vives para
el mundo y no tienes la intención de resucitar con Cristo. Por eso, esta
predicación deleitosa, dulce, no te ayudará, cuando digas: “Cristo murió y
resucitó por los pecadores; por tanto, tengo esperanza, aun para mí. Sí,
correcto, pero si siempre insistes en quedarte en la piel vieja, y usas esta
predicación solo como una cubierta para tu avaricia vergonzosa, entonces está
escrito; No te apliques este consuelo a ti mismo, porque aunque él murió y
resucitó para todos, no ha resucitado por ti, porque todavía no has aprehendido
esa resurrección por la fe. Has visto el humo, pero no has sentido el fuego.
Has oído las palabras, pero no has recibido su poder.
LA NUEVA VIDA EN CRISTO
22. Pero si
quieres jactarte y consolarte rectamente en esta predicación, de que por su
muerte y resurrección Cristo te ha ayudado, entonces no debes quedarte en tu
vieja vida pecaminosa, sino poner una piel nueva. Su muerte y resurrección
ocurrió para que también tú finalmente murieras con él al mundo y llegaras a
ser como él en la resurrección, es decir, comenzar a ser un hombre nuevo, como
lo es él en el cielo, uno que no tiene el deseo ni amor de la codicia ni engaña
a su prójimo, sino que se satisface con lo que Dios le da con su trabajo y es
generoso, bondadoso y caritativo a los que lo necesitan, etc.
23. Para que esta
exhortación mueve tanto más a los cristianos a protegerse contra tales vicios,
San Pablo fortalece su exhortación y la concluye con graves amenazas, poniendo
ante ellos la ira divina, diciendo: “Por
estas cosas la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia”, es decir,
sobre el mundo incrédulo, que no presta atención a la palabra de Dios, no teme
ni cree ni busca obedecerla. Sin embargo, no quieren que les digan que no son cristianos,
que son idólatras, sino que digan que son del pueblo de Dios y gente buena.
Con estas palabras
otra vez muestra que tal forma mundana de vivir en los deseos terrenales, la
avaricia y otros, no se puede tolerar ni existir con la fe y que el poder de la
resurrección de Cristo no puede obrar en ellos. Por eso los llama “hijos de
desobediencia” que no tienen fe; con su forma no cristiana de vivir traen sobre
ellos mismos la ira de Dios, de modo que son repelidos y rechazados del reino
de Dios. Es el veredicto serio de Dios que no mostrará gracia a esa forma de
vivir, sino mostrará su ira contra ella y la entregará tanto al castigo
corporal en esta vida y el castigo eterno después. En otra parte cita
precisamente estas palabras: “Porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre
los hijos de desobediencia” (Romanos 1:18; Efesios 5:6)
24. Fíjense, esta es
la exhortación de San Pablo a todos los que quisieran ser llamados cristianos.
En ella les recuerda para qué fueron llamados, porque tienen el evangelio de
Cristo, y qué debe obrar la resurrección de Cristo en ellos, a saber, que deben
estar muertos a todo lo que no se enseña ni vive según la palabra y voluntad de
Dios. Si creen en el Cristo resucitado, viviente, entonces también ellos, como
los que son resucitados con él, deben buscar la misma vida celestial en donde
él se sienta a la diestra de Dios, en donde no hay pecado ni conducta terrenal,
sino solo la vida eterna y tesoros y gloria imperecederos, que los cristianos
deben tener y gozar con él para siempre.
25. Solamente la fe se
apropia en esta predicación. Lo que el apóstol aquí dice de la vida y gloria de
los cristianos en el Cristo resucitado no tiene ninguna apariencia en el mundo;
de hecho, no se ve ni se percibe por ellos con los ojos y sentidos externos.
Por eso también dice: “habéis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en
Dios”. El mundo no lo conoce ni lo valora, sino es hostil a él y no puede
tolerar que creas en Cristo y no quieras vivir como lo hacen ellos en los
deseos terrenales. Por eso se le llama “una vida escondida”: está escondida del
mundo y también de los cristianos mismos en cuanto al ver y sentir externo. Sin
embargo, es una vida que es segura y bien guardada, y después brillará
abiertamente ante los ojos del mundo entero, como también dice:
“Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también
seréis manifestados con él en gloria”.
26. El consuelo de los cristianos en esta vida en la tierra es que oyen de
Cristo y lo acogen por la fe. Pero, por otro lado, según sus sentidos y ante el
mundo parece ser lo opuesto, ya que tienen que luchar con el pecado y su propia
debilidad, y además están sujetos a toda clase de angustia y desgracia. No
sienten tanta vida y gozo como quisieran, sino mucho más muerte y miedo. Pablo
los consuela y les muestra en dónde deben buscar y acoger firmemente su
vida.
27. “Alégrense”, quiere decir, “porque han muerto a esta vida terrenal, y
deben renunciar a ella. Pero han hecho un intercambio precioso. Es un morir
bendito a cambio de lo cual reciben una vida mucho más gloriosa. Por la muerte de Cristo, son redimidos del
pecado y la muerte eterna, y se les da una gloria eterna imperecedera. Sin
embargo, todavía no tienen esta vida en ustedes mismos por sus sentidos, sino
en Cristo por medio de la fe.
Así a Cristo se le llama “vuestra vida”, que no se les revela todavía en
ustedes; pero está segura en él y tan segura que nadie puede quitársela. Así
deben también mantenerse en la fe en su vida, y obtener la victoria sobre el
miedo y las aflicciones del pecado, la muerte y el diablo, hasta que esta vida
también sea revelada a ustedes y en ustedes.
Seguramente la tienen en Cristo, y lo único que falta es que se quite la
cubierta bajo la cual está escondida (porque viven en esta carne y sangre
mortal) para que sea revelada. Entonces cesará toda la vida mundana, terrenal
en el pecado y la muerte, y habrá solo gloria en todos los cristianos. Por
tanto, los cristianos que creen y conocen que Cristo ha resucitado deben
consolarse en esto y anticipar vivir juntos con él en la gloria eterna, con que
hayan previamente muerto con él al mundo.
28. San Pablo tampoco se ha olvidado de señalar cómo es esta vida para los
cristianos y santos, puesto que dice: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros”. Aunque
reconoce que los cristianos ya han muerto con Cristo a las cosas mundanas y
poseen la vida en él, sin embargo les dice mortificar sus miembros en la
tierra, los cuales el señala y enumera, la fornicación, la codicia, etc.
Es una expresión
extraña decir: “muertos y resucitados con Cristo”. Eso quiere decir que
realmente son santos, y sin embargo deben matar sus vicios terrenales en sus
propios cuerpos y miembros. El apóstol frecuentemente señala (en Romanos 7 y en
otras partes) que todavía quedan en los santos toda clase de deseos pecaminosos
del pecado original, que siempre están activos y quieren brotar en vicios groseros
externos, a menos que los combatan. Son tan fuertes y poderosos que quieren
llevar al hombre totalmente cautivo y sujetarlo al pecado (como San Pablo mismo
lamenta). Lo hace, si no lo restringe y lo vence por la fe y con la ayuda del
Espíritu Santo.
29. Por tanto, aquí es
necesario que los santos mantengan una fuerte, eterna controversia y lucha, si
no quieren perder otra vez la gracia de Dios y su fe, como San Pablo también
dice (Romanos 8:13): “porque si vivís
conforme a la carne, moriréis; pero si por el Espíritu hacéis morir las obras
de la carne, viviréis”. El cristiano tiene que luchar y contender consigo mismo
para retener al Espíritu y el comienzo de la vida nueva divina.
Esto no se hace con
los monjes pidiendo limosnas por lo cual piensan que pueden restringir el
pecado. Esta suciedad no se adhiere a la ropa ni externamente a la piel, de
modo que podamos lavarla y rasparla o
quitarla con ayunos y castigos. Más bien, está estancada internamente en la
sangre y en la carne y está activa en la totalidad de un ser humano;
sencillamente se tiene que matar, o te matará a ti. Morirá si lo reconoces por
el arrepentimiento, si seriamente te desagrada, y buscas y recibes el perdón
por la fe en Cristo. Así te opondrás a los deseos pecaminosos de modo que se no
se conviertan en obras y te gobiernan. Se dice más de esto
en otra parte.