EVANGELIO DE
LA ASCENSIÓN DE CRISTO
Marcos
16:14-20
1. En pocas
palabras, San Marcos incluye en esta lectura del Evangelio todo lo que Cristo
hizo después de su resurrección hasta el cuadragésimo día, cuando ascendió al
cielo. Por supuesto, no habló de todo esto al mismo tiempo ni durante una hora.
Esto ha llevado a algunos a dudar de la autenticidad de este capítulo, porque
no parece coincidir con los otros evangelistas, y parece como si estas dos
cosas ocurrieran al mismo tiempo, que el Señor reprendiera a los discípulos por
su incredulidad y les ordenara lo que debían predicar. Sin embargo, los otros evangelistas
describen mucho más entre estas dos cosas, como que él se mostró a todos los
discípulos no solo una vez, sino a menudo, y comió y bebió con ellos a lo largo
de los cuarenta días, para que no pudieran dudar más de su resurrección. Por
eso debemos, según los otros evangelistas, separar y diferenciar estos dos
puntos que aquí están tan estrechamente unidos. La reprimenda a los discípulos
se produjo poco después de la resurrección, es decir, desde el día de Pascua
hasta el octavo día, hasta que todos lo vieron. Les dio la orden en el monte
donde subiría al cielo, y allí se despidió de ellos.
2. Cuando
reprendió a los discípulos por su incredulidad y dureza de corazón, se les
acusaba de una debilidad que no era insignificante. No solo eran incrédulos,
sino también obstinados, de modo que se oponían y desafiaban cuando oían que
otros habían visto al Señor resucitado. Por otra parte, esto señala la gran
paciencia o mansedumbre de Cristo hacia los que no solo son incrédulos, sino
que también se obstinan y no quieren creer. No los rechaza ni los desprecia por
ello, sino que es paciente con ellos. Además, les hace predicadores de lo que
ellos mismos no creían antes, por lo que su testimonio sobre ello se hizo más
fuerte. Ellos mismos debían experimentar esto y tenía que sucederles, porque no
solo predicarían a los ignorantes e incrédulos, sino también a los obstinados y
a los perseguidores. Así aprendieron, por su propia experiencia, a ser
pacientes con los demás, que también serían obstinados, pero no con los que
audazmente, por puro rencor, se ensañan con la verdad reconocida.
3. Sin
embargo, los queridos discípulos tenían otra razón mayor para su dureza que la
que podían tener otros. Esta nación estaba establecida con un gobierno tal que
todos pensaban que solo Jerusalén debía ser el reino que se llama el reino de
Dios y de Cristo. Tenían tanto testimonio y explicación sobre esto de los
profetas, en los cuales hay muchos pasajes que dicen que Cristo reinaría
eternamente en Jerusalén en la casa y en el trono de David, etc. Los paganos no
tenían ninguna promesa al respecto.
4. Por eso
es completamente ridículo a los ojos de los judíos, incluso increíble y
ofensivo, que Cristo se desentendiera de Jerusalén, del sacerdocio y de todo lo
que había en el gobierno y, sin tenerlos en cuenta en absoluto ni pedirles
permiso, enviara a estos pocos y pobres discípulos, que no tenían reputación ni
nombre, a predicar en todo el mundo. De ese modo quiere llevar a cabo la
gloriosa profecía, pronunciada por boca de casi todos los profetas, de que el
gran mensaje saldría de Jerusalén. El Salmo 68:11 dice: “El gran ejército de
los predicadores del evangelio sale por todo el mundo”. Eso seguramente tenía
que cumplirse y hacerse realidad, ya que él mismo también, al partir, ordenó a
sus discípulos que no salieran de Jerusalén, sino que esperaran (como dice San
Lucas en Hechos 1:4, hasta que “fueran revestidos allí con el poder de lo alto”).
Antes, en la Pascua, les dice: “Era necesario que Cristo padeciera y resucitara
y fuera predicado en todo el mundo, empezando por Jerusalén” (Lucas 24:46-47) .
Todos pensaban
que cuando llegara el momento en que Cristo hiciera salir su mensaje para
llevar al mundo a su reino, ciertamente consultaría a los grandes, a los sumos
sacerdotes, a los gobernantes y al consejo de Jerusalén, y no haría nada sin
ellos. Estos eran el gobierno establecido por Moisés a través del cual la
nación debía ser gobernada. Ahora él se adelanta y abandona todo lo que hay en
el gobierno regular, como si no los tuviera en cuenta, y no consulta con ellos
al respecto. En su lugar, convoca a gente desconocida, un grupo de mendigos
reunidos, a los que lleva a Jerusalén y les ordena que lleven a cabo esta gran
cosa. Para los judíos era bastante ofensivo, e incluso extraño e increíble para
los apóstoles, que las cosas sucedieran de una manera tan humilde, sin ningún
espectáculo, incluso sin el consejo, el conocimiento y la asistencia de todo el
gobierno judío.
5. Sin
embargo, en contra de esto, lo que tenían de la Escritura (si hubieran querido
verlo) es que Cristo no nacería del estado sacerdotal, sino de la tribu de
Judá, de modo que los señores espirituales de Jerusalén no debían esperarlo. La
Escritura tampoco había nombrado a ningún ciudadano, ni en Jerusalén ni en
Belén, de quien descendiera Cristo. Por lo tanto, deberían haber hecho a Dios
el honor de pensar: “No debemos esperarlo de la nuestra ni de ninguna otra
tribu, sino solo de Judá, de la tribu de David”. Esto lo sabían muy bien y
basaban sus registros y cálculos en ello. Por eso leemos que incluso el ciego
junto al camino (Lucas 18:38) y la mujer pagana (Mateo 15:22) le gritaron “Jesús,
Hijo de David, ten piedad de mí”. ¿Cómo supieron este pobre mendigo y aquella
mujer extranjera que él era el Hijo de David? Porque esto había resonado y era
conocido por todo el pueblo, que Cristo tenía que nacer de David y de ninguna
otra tribu.
6. Aunque
no pertenecía a la tribu que gobernaba en Jerusalén, sabían que era de la tribu
de David, criado en Nazaret. Por eso debían aceptarlo, sobre todo porque oyeron
y vieron su enseñanza y sus milagros, y todos debían decir que nadie más podía
predicar o actuar de esa manera. También sabían que había llegado el tiempo al
que habían señalado los profetas. Además, el profeta Zacarías había dicho
claramente que sería “pobre”, es decir, uno de entre la gente común y pobre,
sin gran poder, pompa, riquezas y honor.
7. Sin
embargo, como ellos despreciaron todo esto, y no quisieron escucharlo ni
conocerlo, él se adelanta y cumple las Escrituras, reúne a su pequeño rebaño y
establece su reino a través de ellos, de modo que ni los sacerdotes ni el
concilio de Jerusalén se enteraron. Mientras tanto, los dejó mirando y pensando
que cuando viniera y comenzara su reino, sin duda lo establecería
principalmente a través de ellos. Eso no es lo que hace; comienza en Jerusalén
y ordena a sus discípulos que permanezcan allí hasta el envío del Espíritu
Santo, que comenzaría a obrar en ellos. Así la gente debía comprender que las
cosas se cumplían y sucedían tal como los profetas habían dicho.
8. Los
propios apóstoles son demasiado débiles y obstinados para creer esto, porque no
ven ni comprenden que él ha demostrado ser justo lo que ellos y todo el
judaísmo habían pensado y esperado. Si él fuera Cristo (como los apóstoles
todavía lo consideraban), entonces se haría ver en Jerusalén por todo el pueblo
y comenzaría, ordenaría, prepararía y establecería su gobierno de tal manera
que todo el pueblo se aferraría a él y todo el mundo cantaría y hablaría del
excelente poder y gloria de este Rey, lo que significaría que ellos también
serían honrados, ricos y felices. Cuando ahora actúa de una manera tan absurda,
se deja ejecutar, muere en la cruz y, al resucitar, se muestra solo a unos
pocos individuos, entonces no pueden creer que estas grandes cosas las llevaría
a cabo, como habían oído de la Escritura y de él mismo, etc.
9. Por eso tiene que tener paciencia con su obstinación, incluso
mientras reprende y corrige su falta de entendimiento. Ahora, cuando están
reunidos y quiere despedirse de ellos, comienza a decirles cómo va a comenzar
su reino, cómo lo llevará a cabo por medio de ellos. No será por la ayuda, el
consejo y la conciencia de los señores en Jerusalén, ni por algún poder o
fuerza mundana y externa, sino solo a través del mensaje y el mandato del
oficio de la predicación, que él les impone, diciendo:
“Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio
a todas las criaturas. El que crea y se bautice será salvo, pero el que no crea
será condenado”.
10. Estas
son palabras de la Majestad, a quien se llama propiamente “Majestad”, cuando
ordena a estos pobres mendigos que salgan a proclamar esta nueva predicación,
no en una ciudad o país, sino en todos los principados y reinos del mundo. Deben
abrir la boca con audacia y confianza ante todas las criaturas, para que cada
parte del género humano pueda oír esta predicación. Eso significa
verdaderamente abrir los brazos y abrazar y cargar sobre sí una gran multitud.
Es una orden tan fuerte y poderosa que nunca se ha emitido una orden similar en
el mundo.
11. El
mandato de un rey o emperador, príncipe o señor no va más allá de su país y
pueblo y súbditos, así como el de un padre se extiende sobre su casa. Este
mandato, sin embargo, fluye sobre todos los reyes, príncipes, países y
personas, grandes y pequeños, jóvenes y viejos, doctos, sabios, santos, etc.
Con esta sola palabra reclama todo el dominio y el poder, además de toda la
sabiduría, la santidad, la soberanía y el gobierno en la tierra, como aquel al
que todo debe estar sujeto. ¿Qué otra cosa debería pensar y decir el mundo
entero sobre esto que: “¿Cómo se atreve este hombre, con solo sus once pobres
mendigos, a reclamar poder sobre Moisés y todos los profetas, incluso sobre
todos los pueblos? El mismo Moisés no fue enviado más que al Faraón y a su
pueblo, etc. ¿Cómo es este hombre, comparado con todo el mundo, más o mejor que
tal vez un peón de una aldea?”
12. Ahora
bien, un señor que se arroga el poder de enviar mensajeros no a uno o varios
señores o reyes, sino a todos ellos en el ancho mundo, no debe ser un simple
señor. Lo hace como si tuviera pleno poder y autoridad sobre ellos como sobre
sus súbditos. Les da tal orden que no deben temer ni amedrentarse de nadie, , por muy grande y poderoso que sea. Más bien, deben salir
con valentía, a lo largo y ancho de todo el mundo, y predicar como si la gente
tuviera que escucharlos y nadie pudiera impedírselo.
13. Así
sucedió, “empezando por Jerusalén” y por todo el mundo. Ningún otro dominio
pudo hacer ni hizo eso. Nunca ha habido un emperador que haya podido poner a la
mitad del mundo bajo su autoridad. ¿Cómo es posible, entonces, que desde
Jerusalén hasta el último rincón del mundo todo el mundo pueda hablar de este
Rey Cristo? Lo hizo sin golpear con una espada y el poder de un ejército, sino
a través de los pobres mendigos a los que condujo a través de tantos reinos y
principados, que se opusieron a ellos con la espada, las armas, el fuego, el
agua y toda su habilidad. Si eso fuera por el poder de los apóstoles, no
habrían salido de la puerta. Tenían tanto miedo de los judíos que se
arrastraron a un rincón y se encerraron. Sin embargo, después, sobre la base de
este mandato, salieron no solo en su propia nación, sino también en todos los
reinos a través de todos los dominios y contra todo el poder y la fuerza del
mundo entero, y también del diablo.
14. ¿De
dónde sacaron el valor y la fuerza? No se lo dio ningún rey de Persia, ni el
emperador de Roma, Turquía o Tartaria, sino solo el Señor, que hoy ha subido al
cielo y les ha ordenado ir a predicar a todas las criaturas. Eso tuvo éxito y aún
continúa hasta el final. No puede ser un simple señor común, sino que es aquel
(como dice él mismo, Mateo 28:18) “a quien se le ha dado todo el poder en el cielo
y en la tierra”, de modo que tanto los ángeles como los humanos, junto con
todas las criaturas, deben estar sometidos a él. En el Salmo 2:8 Dios le dice: “Pídeme,
y te daré todos los pueblos como herencia y el mundo entero como posesión”. Por
eso lo conocemos y creemos en él. ¿Quién, si no, habría llevado al mundo al
punto de que la gente de todas partes crea en este judío?
15. Por lo
tanto, las palabras de este mandato son muy poderosas. En ellas él mismo señala
que es más que todos los emperadores, reyes y señores, como aquel que en su
propia persona somete a todas las criaturas a sí mismo. No ordena que se envíen
sus saludos simplemente a todas las personas, ni pide ni desea nada de ningún
señor de la tierra, sino que con pleno poder envía su orden a todos ellos, que
deben aceptar y permitir. De esto se deduce que este Comandante es más y superior
a cualquier ángel. Los ángeles son ciertamente señores poderosos, pero Dios los
envía para cumplir sus órdenes, y sin embargo no a todo el mundo. Por ejemplo,
Moisés condujo a su pueblo a través de un ángel. Pero es él mismo quien da la
orden que va a todo el mundo, incluso entre todas las criaturas, como si todo
le perteneciera. Esto no se le da a nadie más que a este Hijo nacido de la
Virgen. Por lo tanto, debe ser también el único Señor sobre todas las cosas,
ángeles y humanos, es decir, el único Dios y Creador de todas las criaturas.
16. Por
eso, este mandato es: “Vayan y prediquen el evangelio a todas las criaturas”.
Con estas palabras, mira muy lejos a su alrededor, pues no quiere que su sermón
se encierre en algún rincón, ni que tenga ninguna timidez al respecto, ni que
se escabulla a escondidas y a traición. Más bien, lo hace tan público que el
querido sol en los cielos, incluso cada pedazo de madera y piedra, podrían
oírlo si tuvieran oídos. Esto es lo que ha sucedido, aunque el mundo se haya
opuesto durante tantos siglos. Sin embargo, ha presionado contra eso, de modo
que en el mundo nunca ha habido una fuerza y un poder similares que se hayan
extendido y gobernado tan ampliamente. Debe haber un gran poder divino en esta
predicación, ya que no trata de las cosas ordinarias, frívolas o pecaminosas,
que por lo demás ocurren en su mayoría en el mundo (como robar, hurtar, mentir
y engañar, asesinar, crímenes, violencia injusta y tiranía), sino de asuntos
puramente celestiales, divinos. Esto es también una señal de que no se trata de
algo meramente humano, sino de la propia predicación de Dios. Así, tanto las
palabras como las obras concurren y dan testimonio público ante todas las
criaturas bajo todo el cielo, en el agua y en la tierra.
17. Así que
él los envía, no para iniciar una revuelta en el mundo o para interferir con
los reyes, los príncipes y el gobierno mundano, sino que solo pone esta palabra
y orden en sus bocas para establecer su poder a través de sus lenguas u oficio
de predicación. No deben hablar de arreglos, dominio o riquezas mundanos, ni de
la gloria de la nación judía, la ley, el culto y el sacerdocio, ya que era su
esperanza que estas cosas se difundieran en todo el mundo, sino que su
predicación debe enseñar sobre asuntos elevados, como la forma en que debemos
estar ante Dios; ser redimidos del pecado, la muerte y todo mal; y ser salvos,
es decir, tener justicia, vida y gloria eternas, etc.
18. Esta es
una nueva predicación de la que el mundo no sabe nada en absoluto. De este
modo, hace una gran distinción entre esta y todos los demás sermones y
enseñanzas. Incluso pone esto por encima de todo lo que se puede enseñar en la
tierra, todo lo cual debe ceder a esto, que es lo único que da el poder de ser
salvo. Como dice: “Vayan por todo el mundo y prediquen a toda la creación”, no
quiere que nadie quede excluido. Al contrario, muestra que todo el mundo no
sabe nada de esta doctrina ni la tiene. Con su sabiduría y habilidad, por muy
doctos y santos que sean, aquí están ciegos. Incluso sus mismos judíos, aunque
tengan a Moisés y mucho culto, todavía no tienen “la luz y el conocimiento de
su salvación o bienaventuranza”, como dice Zacarías en su Benedictus (Lucas 1:77).
Si ellos mismos lo supieran previamente o pudieran inventarlo de su cabeza,
entonces habría sido innecesario predicarles, y no habría necesitado bajar del
cielo y enviar a sus predicadores a todo el mundo.
19. De esta
manera se lleva a la escuela a todo el mundo para que lo oigan y lo aprendan y
deban confesar que no sabían nada al respecto. Ciertamente pueden saber y
enseñar cómo construir, mantener la casa, gobernar la tierra y las personas,
ser exteriormente piadosos y castos, y vivir honorablemente, etc. Pero no saben
nada sobre estos asuntos que conciernen al reino de Dios y cómo nos liberamos
del pecado y de la muerte. Todas las demás doctrinas (incluso la doctrina de
Moisés y los Diez Mandamientos) están excluidas y separadas, y se da la orden
de que vayan y digan a toda la gente lo que no saben. Por mandato de Dios,
todos deben escuchar y aceptar este sermón, si quieren ser salvos.
20. Cristo
señala claramente lo que significa este sermón y lo que enseña. Primero, le da
un hermoso nombre y lo llama “predicación del evangelio”. Sin duda, es con
especial consejo y previsión que le da un nombre especial y nuevo, para
distinguirlo de otras doctrinas y predicaciones. Puesto que es algo diferente
de la ley de Moisés y de lo que la gente enseña sobre las obras y los hechos
humanos, se impresionaría y se retendría mucho mejor con este nuevo nombre.
La palabra “evangelio”
no significa otra cosa que un mensaje o doctrina y sermón nuevo, bueno y
alegre, que proclama algo que la gente escucha con mucho gusto. No debe ser una
ley o un mandamiento, que nos exija y obligue a algo, y que, si no lo hacemos,
nos amenace con el castigo y la condenación, pues nadie se alegra de oír eso.
Aunque lo enseñemos y actuemos de acuerdo a él en la
medida de nuestras posibilidades durante mucho tiempo, no obtenemos ningún
consuelo ni alegría de ello, porque nunca satisfacemos a la ley para que deje
de obligarnos y culparnos. Por lo tanto, si queremos ser ayudados, Dios a
través de su Hijo tiene que enviarnos una predicación diferente, de la que
podamos tener consuelo y paz.
21. De lo
que es el evangelio, y de lo que es la distinción entre el evangelio y la ley,
se ha hablado antes, a menudo, y suficientemente. Pero para que veamos cómo el
mismo Cristo proporciona la definición y dice lo que el evangelio enseña, dice:
“El que crea y se bautice será salvo, pero
el que no crea será condenado”.
22. Este es
realmente un sermón delicioso, amable y reconfortante; se llama propiamente “evangelio”.
Aquí se oye en la única palabra “salvo” (salvus
erit) el cielo abierto, el infierno cerrado, la ley
y el juicio de Dios cancelados, el pecado y la muerte enterrados, y la vida y
la salvación puestas en el regazo de todo el mundo, si tan solo lo creen. ¡Si
pudiéramos aprender bien estas dos palabras: “creer” y “ser salvo”! Tienen
pocas letras, pero son una predicación y un poder tan grande, que el mundo no
puede comprender, que una gracia tan excelente y un tesoro indecible se nos da
por medio de esta predicación, completamente sin ningún mérito nuestro, ya que
no hicimos nada por ella ni siquiera supimos nada de ella. Si el mundo pudiera
creer esto, habría (creo) devorado por amor a los predicadores del evangelio
(especialmente a los apóstoles), habría corrido hacia ellos en tropel, con toda
alegría les habría besado los pies y los habría levantado con las manos,
alabando y dando gracias a Dios por haber vivido para escuchar a un cristiano.
23. Bien, el
evangelio es ciertamente enseñado y proclamado (especialmente en este tiempo),
pero lo que se dice aquí sigue vigente, es decir, que Cristo tuvo que reprender
a sus discípulos por la incredulidad y la dureza de su corazón. La incredulidad
es todavía demasiado fuerte en nosotros y nuestro corazón es demasiado estrecho
y débil para captar estas altas y excelentes palabras. Siempre actuamos de
acuerdo con nuestro pensamiento y percepción, ya que nosotros (que con gusto seríamos
salvos) estamos afligidos por el pecado y asustados y alarmados por la ira de
Dios. Buscamos y nos esforzamos por encontrar la manera de ayudarnos a salir de
esto con nuestras propias obras y encontrar dentro de nosotros algo por lo que
podamos estar ante Dios.
24. Por eso
debemos siempre aprender, predicar y proclamar esto. Aunque no se pueda
comprender de una vez (lo cual es imposible), sin embargo, un día tras otro,
incluso un año tras otro, se irá comprendiendo cada vez más, en la medida en
que se pueda realizar en la tierra. Las dos partes deben aún unirse de la
manera en que Cristo las une, diciendo: “El que crea será salvo”. Una parte (“ser
salvo”), por supuesto, no tiene ningún defecto o falta, porque se ofrece y se
da en la palabra o el evangelio, que es la verdad inmutable de Dios. Pero aún
falta mucho en nuestra fe, ya que no podemos asirla y conservarla con
suficiente firmeza. La gracia y el tesoro son tan grandes (como he dicho) que
el corazón humano debe horrorizarse y hasta asustarse ante ellos cuando
considera que la alta y eterna Majestad abre su cielo tan ampliamente y hace
brillar esta gracia y misericordia sobre todos mis pecados y la miseria del
mundo, y que este excelente tesoro solo se da por medio de la palabra y con
ella.
25. Ahora
bien, estas palabras están ahí e incluyen tanto lo que es el evangelio, a
saber, una predicación sobre la fe en Cristo, como el poder que tiene, es decir,
“el que crea será salvo”. Los judíos han estado esperando hasta el día de hoy
para que su Mesías venga y vuelva a levantar la ciudad de Jerusalén y el templo
y mantenga la ley de Moisés para que sea aceptada por todo el mundo. ¿Pero qué
sucede? Justo en ese lugar y tiempo en que el culto era más glorioso, cuando la
ley era observada más estrictamente por las personas mejores, más nobles, más sabias y más cultas, entonces él, el propio Hijo de
Dios, se adelanta y pronuncia este juicio e incluso ordena a sus discípulos que
prediquen por todo el judaísmo y por todo el mundo. No deben predicar ni el
templo ni el sacerdocio levítico, ni la circuncisión ni el cumplimiento de la ley
y el culto, que habían sido ordenados a este pueblo por Dios. Más bien, deben
predicar: “Todo el que crea será salvo”, ya sea judío o gentil. Todos son
iguales, y ninguno tiene ventaja (Romanos 3:9), porque estas palabras han de
predicarse al mismo tiempo a todas las criaturas.
26. Aquello
fue sin duda un cisma horrible en el judaísmo, entrometiéndose como si solo él
fuera el Señor al que todo debe someterse. Ni Moisés ni ningún profeta se había
atrevido a hacerlo. Todos debían circuncidarse y observar la ley a riesgo de
perder el cuerpo y el alma. Ahora este Jesús se atreve a inmiscuirse con plena
autoridad y a olvidar la ley como si no la tuviera en cuenta y no supiera nada
de ella. Él ordena simple y brevemente: “No digan al mundo, dondequiera que vayan
a predicar, que deben venir a Jerusalén u observar la ley de Moisés, etc. Más
bien, díganles a todos ellos que si quieren ser salvos,
lo cual todos (especialmente los judíos en ese tiempo) desean, entonces deben
creer en su predicación acerca de mí y luego ser bautizados, etc.
“Comiencen
este sermón entre mi pueblo que quiere salvarse mediante su ley y su culto, y
luego continúen por todo el Imperio Romano y por todos los rincones del mundo.
Reprendan a los que persisten en su idolatría, condenen todo en un bulto, y díganles:
‘Este es el mandato que yo, el Señor del cielo y de la tierra, doy: que crean
en mí’. Esta es mi predicación, que ha de ir por todo el mundo sin trabas ni
controles, independientemente de que los judíos no la crean, sino que se
ofendan por ella, les excomulguen y les envíen al diablo, y, además, de que los
paganos se aventuren a reprimirla con violencia”.
27. Este es
también un sermón reconfortante para nosotros. También nos tiene en cuenta
cuando dice: “vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda la
creación”. Todos los que escuchen esta predicación, estén donde estén y sean
muchos o pocos, están contenidos e incluidos aquí. “Todo el mundo” no significa
una o dos partes, sino todo él, dondequiera que haya gente. Por eso el evangelio
debía correr y sigue corriendo siempre, de modo que, aunque no permanezca
siempre en un lugar, debe ir a todas partes y resonar en todos los lugares y
rincones del mundo. Así como es un mandato general de predicar el evangelio en
todas partes y a todos los hombres, también es un precepto general y un mandato
de Dios que todos crean en esta palabra.
28. También
era muy necesario que Cristo emitiera su mandato contra la arrogante jactancia
de los judíos, que querían ahogar a todo el mundo con su jactancia de que solo
ellos eran llamados pueblo de Dios, a quienes les fueron dados los padres y los
profetas, y que estaba prometido que de su simiente vendría el Cristo. Cristo
tuvo que quitar y desarraigar esta insolencia; de lo contrario, nos habrían
embrutecido a los gentiles y nos habrían obligado a convertirnos en judíos y a
aceptar la circuncisión, si no tuviéramos este claro mandamiento contra ellos,
que Cristo ordenó que se hablara a todas las criaturas. Por eso lo dice de esta
manera: “Todo el que cree pertenece al pueblo de Dios y se salva, sea judío o
gentil, griego o no griego, sacerdote o laico, hombre o mujer”, etc. Esto lo
dice a pesar de que nosotros no tenemos la reputación externa y la precedencia
o ventaja que ellos tenían, es decir, que Dios los honró y dotó de grandes
personas y milagros y sobre todo les dio las Escrituras y las promesas.
29. Ahora
todo ha sido igualado y reunido en uno, de modo que nadie tiene nada de qué
jactarse ante Dios más que los demás. Simplemente quiere que nadie sea
despreciado, criticado o rechazado. Dice que hay que predicar y proclamar esto “a
todas las criaturas”. Así, la persona más grande, más poderosa, más noble, más culta y más santa no es mejor que la persona más
insignificante, sencilla y despreciada de la tierra. Todos se funden en un solo
bulto; nadie es señalado y separado para ser dañado o ayudado o para recibir
honor y precedencia. Más bien, todo depende de las palabras “todo el que crea”,
sin importar quién y qué clase de personas, nación, estado y posición social y
cuán desiguales sean en el mundo. Debe haber desigualdad y variedad según la
vida exterior en la tierra, tal como son las criaturas: cada una recibe su
propio nombre, y cada una es diferente de las demás. El sol no es la luna, una
mujer no es un hombre, un señor no es un súbdito.
30. Por
eso, en ese gobierno externo y corporal la predicación no debe ser la misma,
como en el mundo cada tierra y cada pueblo tienen sus propias leyes, derechos y
costumbres especiales. El trabajo propio de cada estamento y oficio, lo que
debe hacer, debe serle impuesto y enseñado. Sin embargo, aunque todo esto
sucede de la manera más hermosa en su ordenamiento, de modo que todo el
judaísmo tiene su culto, el gobierno del mundo tiene sus estamentos, y cada uno
es disciplinado y obediente tal como se le ordena, no podemos decir: “Quien
haga esto o aquello será salvo”, etc. Por lo tanto, en este reino de Cristo
todo está mezclado y reunido en una sola torta e incluido en una sola palabra y
en un solo punto, y eso no es que tal o cual persona que vive de tal manera y
hace esto o aquello será salvo, sino que “el que crea será salvo.” “Ahí tienes
todo junto. Seas judío o gentil, señor o siervo, virgen o esposo, monje o
laico: si crees, entonces”, dice Cristo, “estás en mi reino, eres una persona
salvada, redimida del pecado y de la muerte”.
31. Así, a
través de este sermón, el gobierno del Señor Cristo se distingue claramente de
todos los demás gobiernos del mundo. En el gobierno mundano debemos enseñar que
quien guarda las leyes y los mandatos, no roba, no hurta y no mata no debe ser
reprendido, sino alabado, honrado y protegido como miembro obediente de este
reino. En el gobierno mundano está mal y fuera de lugar si dijéramos: “El que
crea tendrá honra y bienes en este reino”. El gobierno mundano solo enseña
sobre lo que podemos ver; esta vida temporal se compone de eso. Pero aunque seas justo ante el mundo y vivas muy bien, no
estás por eso en el reino de Dios. Se requiere algo más elevado, a saber, creer
en Cristo que ascendió al cielo y está sentado a la diestra de Dios. Este reino
mundano en la tierra no sabe ni puede hacer nada en los asuntos espirituales de
la fe, y debe dejar esas cosas fuera de su gobierno, aunque el mundo ciego
presuma de ser el dueño de lo que todavía no entiende ni puede tocar.
32. En
cambio, el reino de Cristo no tiene nada que ver con esos asuntos externos,
sino que los deja inalterados, tal como son y suceden en sus órdenes. Cristo
manda que “prediquen el evangelio a todas las criaturas”. “Las criaturas”
existen y están presentes antes de que él venga con el evangelio, es decir,
todos los asuntos y órdenes mundanos que fueron captados por los hombres según
la razón y la sabiduría natural implantada en ellos por Dios. San Pedro los
llama incluso “institución humana” (1 Pedro 2:13), y sin embargo también se les
llama “establecido por Dios” (Romanos 13:2). Cristo no quiere hacer nada nuevo
o diferente en estos asuntos, sino que deja que permanezcan como están. Sin
embargo, envía un mensaje al mundo sobre su reino eterno, a saber, cómo los
hombres llegan a ser liberados del pecado y de la muerte eterna, de modo que
todos juntos sin distinción deben someterse a él y reconocerlo como su Señor
por medio de la fe.
33. También
debemos considerar y entender correctamente las palabras “todo el que cree”, de
modo que no dejemos que sean trastocadas por las glosas que se les untan y los
añadidos con los que los papistas oscurecen y destruyen estas hermosas y
poderosas palabras. Le ponen su saliva y dicen que junto a la palabra “creer”
hay que entender también “buenas obras”, de modo que se convierte en “quien
crea y haga buenas obras será salvo”, etc. Estos son los maestros muy eruditos
que llevan a Cristo a la escuela, corrigen su vocabulario y le enseñan cómo
debe hablar. Ellos, por su propia ceguera, dicen lo que quieren y no saben de
qué hablan en estos asuntos tan elevados. Nosotros, en cambio, deberíamos
hacerle a Cristo el honor de dejar que sus palabras sean claras y puras, ya que
ciertamente sabía lo que decía sobre este asunto y lo que quería decir y haber
dicho cuando les mandó predicar en todo el mundo.
34.
Intencionalmente quiso decir abierta y puramente: “El que cree y se bautiza”,
etc., para excluir los falsos engaños y la arrogancia de los judíos y del mundo
sobre sus propias obras y acciones. Todo lo remite a la fe y al bautismo, es
decir, no a nuestra obra, sino a la suya propia. En contra de esto, tanto los
judíos como todo el mundo quieren apoyar su gloria y orgullo sobre su propia
santidad y no dejan que eso sea criticado o rechazado. Los judíos lo hacen
porque tienen y usan la circuncisión, la ley, y mucho culto; estos seguramente
servirán para la salvación. Por esa razón no quieren que los gentiles, que no
tienen ninguna de estas cosas, sean igualados a ellos, siendo llamados pueblo
de Dios y siendo salvos, a menos que también acepten eso y se hagan judíos. Así
también los falsos apóstoles y muchos de los que incluso habían sido cristianos
luchan y contienden con gran espectáculo sobre este artículo contra la doctrina
de los apóstoles.
35. ¿Qué
han hecho los mismos gentiles? No tenían la palabra de Dios ni el verdadero
conocimiento de él, y sin embargo no querían oír ni aceptar el evangelio
precisamente por esta razón: no querían que se reprendiera su idolatría. Más
bien, opinaban que ellos también servían al Dios verdadero con sus sacrificios
y adoración y no querían oír que todo eso debía ser condenado.
36. Todos
los que se ocupan de las obras y enseñan a la gente a ser salva por medio de
ellas siguen y siempre hacen esto. No pueden tolerar que se reprenda su vida y
sus obras como si estas cosas no sirvieran o no fueran meritorias para la
salvación. Por eso no pueden considerar correcta la doctrina de Cristo, cuando
dice aquí “El que crea será salvo”, etc. Aunque acepten el evangelio y quieran
ser cristianos, como nuestros papistas, no dejan esta doctrina pura. Más bien,
tienen que embadurnarla con sus añadidos y glosas y decir que la gente debe
entenderla de esta manera: “El que crea y haga buenas obras se salvará”. De
este modo, debe significar tanto como que las personas obtienen la salvación no
solo por la fe, sino también por las buenas obras. Del mismo modo, los falsos
apóstoles y sus discípulos de los judíos también introdujeron esta adición en
esta doctrina y afirmaron que la fe por sí sola no lo hace, sino que también
hay que guardar la ley de Moisés. Decían: “Si no se circuncidan, etc., no pueden
ser salvos”. De esa manera confundieron a los verdaderos discípulos y
cristianos, por lo que los verdaderos apóstoles de Jerusalén tuvieron que
acabar con ese error mediante un decreto público.
37. Aquí
dices: “Sí, tú mismo enseñas que el cristiano debe hacer buenas obras, pues Dios
las manda, y él quiere que se cumpla la ley, como dice el mismo Cristo: ‘Si
quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos’. Por lo tanto, no debe ser
solo la fe la que justifique y salve. Estas palabras deben entenderse de modo
que no se excluyan las obras, sino que aquí Cristo nos exige que enseñemos
también la fe, que los judíos y los gentiles no tenían, junto con las buenas
obras y más allá de ellas”. Nuestros papistas también confiesan que en aquellos
que no tienen fe, las obras no son suficientes, sino que tanto la fe como las
obras deben ir juntas. Tampoco hablan aquí de las obras de la ley de Moisés, de
la circuncisión y del culto judío, que ya han cesado, sino de las obras de los
Diez Mandamientos, que enseñan la obediencia que todo hombre debe a Dios, etc.
Para
confirmar que estas palabras deben ser entendidas de esta manera, citan aquí
las palabras de Cristo “Vayan y enseñen a todas las naciones y bautícenlas”,
etc., “y enséñenles a observar todo lo que les he mandado” (Mateo 28:19-20).
Estas palabras, dicen, también pertenecen al mandato que Cristo da aquí a los
apóstoles; por lo tanto, debemos abarcar todo el texto, de modo que incluya no
solo la fe sino también las obras.
38.
Respuesta: Esto, como ya he dicho, no es más que una tontería vacía y las
glosas falsas y equivocadas de los sofistas ciegos, que no entienden nada de
este asunto ni de la alta doctrina del evangelio. No saben lo que dicen ni
sobre la fe ni sobre las buenas obras, ni cómo hemos de enseñar distintamente
sobre ambos puntos. También confesamos y siempre hemos enseñado más fuerte y
mejor que los papistas que debemos enseñar y hacer buenas obras, y que estas
deben seguir a la fe, de modo que, si no las siguen, entonces la fe no es
genuina.
Por lo
tanto, esta doctrina de la fe no excluye las buenas obras, como si no debieran
o no se atrevieran a estar presentes. La cuestión aquí no es si debemos hacer
buenas obras o no, sino que debemos dividir y enseñar distintamente lo que cada
uno de estos dos puntos en particular hace y es capaz de hacer, y debe
mantenerse en el orden al que pertenece. Para que aprendamos a entender
correctamente tanto lo que hace y recibe la fe como por qué y para qué han de
hacerse las buenas obras, la predicación del evangelio enseña esta distinción,
como lo hacen los apóstoles en todas partes. Por tanto, no es otra cosa que
ceguera o incluso vergonzosa malicia cuando los sofistas, sin distinción
alguna, arrebatan todo como sucios cerdos y enlodan las palabras entre sí, de
modo que ninguna de ellas puede ser correctamente entendida.
39. Por lo
tanto, ahora decimos que ambos textos, aquí y en Mateo, deben ser considerados
correctamente, y ambos deben mantenerse tal como están y se leen, pero cada uno
en su orden. Es cierto y correcto que se debe enseñar al pueblo todo lo que
Cristo ha mandado u ordenado, siempre que alguien enseñe sobre lo que debemos
hacer. Sin embargo, esto debe hacerse de tal manera que el segundo punto, donde
él habla de la fe, no sea omitido o descuidado. Por el contrario, debemos
ordenarlo como él mismo lo coloca y ordena. En ese texto (Mateo 28:19-20)
ordena primero a los apóstoles que vayan y enseñen a todos los gentiles y los
bauticen en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Esto significa
que han de proclamar la doctrina del evangelio., cómo deben ser salvos, que
tanto los judíos como los gentiles aún no conocen, y a continuación
bautizarlos, y así convertir a la gente en cristianos. Este es el punto primero
y principal, con el que concuerdan estas palabras: “El que cree y se bautiza”,
etc. Luego está el segundo punto, que debe seguir a la enseñanza de la fe, es
decir, lo que deben hacer los que creen y se bautizan. “A éstos”, dice, “les han
de enseñar a observar todo lo que les he mandado, es decir, según mi palabra, y
no según la ley y las ceremonias judías o según los mandamientos humanos en
obras o cultos elegidos por ellos mismos”, etc.
40. Por lo
tanto, debemos mantener estos dos puntos sin mezclar y dividirlos limpiamente,
de modo que la enseñanza de la fe y el bautismo tome la delantera como el punto
principal y la base de nuestra salvación, y luego la otra le siga, y cada una
sea enseñada y retenida en su lugar. Hay, como he dicho a menudo, y como es
ciertamente claro en sí mismo, una gran diferencia entre las dos, a saber, la
enseñanza sobre lo que hacemos y nuestras obras, y la enseñanza sobre lo que
Cristo ha hecho y lo que recibimos de él. Esta última debe ser elevada y
mantenida muy por encima de la primera.
Ahora bien,
es obvio que en las palabras que pronuncia: “Enseñen a todas las naciones y bautícenlas”,
etc., y “El que crea y se bautice”, nos está señalando no nuestras obras y la
doctrina de la ley, sino sus obras y su don, que no podemos recibir de otra
manera que no sea por medio de la fe. Ese es el tesoro por el cual somos salvos,
no ganado o merecido por nosotros, sino dado a nosotros por él. Jamás podremos
decir o presumir que Cristo, en quien creemos, o el bautismo, que recibimos con
su autoridad, son obra nuestra o han sido realizados por algún ser humano.
41. Para
señalar esto, lo declara franca y claramente: “El que crea y se bautice será
salvo”, como si dijera: “Si alguien pregunta y quiere saber cómo ser salvo,
entonces este debe ser el punto principal o la doctrina
principal: creer y ser bautizado”. Aquí no hay debate sobre si debemos o
no hacer buenas obras, pues no hay controversia al respecto. Más bien, se trata
de un asunto mayor, es decir, no de lo que hacemos, sino de dónde debemos
buscar y podemos obtener con seguridad aquello por lo que somos salvos del pecado
y de la muerte y tenemos vida y salvación eternas. Aquí Cristo anuncia y
explica exactamente cuál ha de ser la doctrina principal del evangelio; la basa
únicamente en la fe y el bautismo, y concluye que nos salvamos gracias a ello,
cuando tenemos a Cristo por la fe y el bautismo.
42. “Creer”
significa esencialmente considerar como verdadero y depender con todo el
corazón de lo que el evangelio y todos los artículos de la fe dicen de Cristo,
que fue enviado y entregado a nosotros por Dios, y que por ello sufrió, murió,
resucitó y ascendió al cielo, para que tuviéramos de Dios el perdón de los
pecados y la vida eterna por su causa. Para que nuestra fe lo capte y sostenga
con mayor firmeza, nos da el bautismo para atestiguar con este signo visible
que Dios nos acepta y nos da con seguridad lo que se nos anuncia y ofrece por
medio del evangelio.
43. Si
ahora he de creer esto, entonces no debo mezclar mis obras ni buscar mi propio
mérito, y presumir de llevarlas ante Dios, como hacen los monjes y los santos
judíos. Estas dos cosas son incompatibles y no pueden estar juntas, es decir,
creer que tenemos la gracia de Dios por causa de Cristo sin nuestro mérito y
pensar que también debemos obtenerla por medio de las obras. Si pudiéramos
merecerla nosotros, entonces también no necesitaríamos a Cristo. Así que
tampoco se puede tolerar la mezcolanza sin valor que los miserables sofistas
remiendan, cuando dicen que Cristo ciertamente hizo lo suficiente por el pecado
original y los pecados pasados y abrió la puerta del cielo, pero que a partir
de ahora nosotros mismos debemos también mediante nuestras obras expiar los
pecados y merecer la gracia para poder entrar plenamente. Eso significa
quitarle el honor a Cristo, incluso hacerlo incompetente con su muerte,
resurrección y ascensión, como si no hubiera merecido lo suficiente por
nosotros y su sufrimiento y sangre no fueran lo suficientemente poderosos para
borrar el pecado. Sin embargo, como dice San Juan (1 Juan 2:2), solo él es la
única propiciación para todos los pecados del mundo entero.
44. Esto es
lo que enseña y explica San Pablo en sus Epístolas, especialmente a los
Romanos, donde demuestra que tenemos el perdón de los pecados solo por el
Mediador y el propiciatorio, Cristo, mediante la redención en su sangre, y
somos declarados justos ante Dios (Rom. 3:24-25).
Utiliza clara y llanamente la palabra gratis, sin nuestro mérito y no por causa
de nuestras obras, para que podamos tener un consuelo seguro y no tengamos que
dudar de la gracia y la salvación, aunque seamos muy indignos y todavía
tengamos pecados.
Cuando se
enseña a la gente: “Si quieres tener el perdón de los pecados y un Dios
misericordioso, entonces debes tener tantas buenas obras y méritos con los que
eliminar y superar tus pecados”, entonces la fe ya ha sido derribada y borrada,
Cristo ya no sirve para nada, todo el consuelo ha sido quitado de la
conciencia, y la gente ha sido llevada a la desesperación. Esto se debe a que
lo buscan en sí mismos y presumen de hacer lo que solo Cristo fue enviado a
hacer y él mismo tuvo que hacer por nosotros, es decir, cumplir la ley y
mediante su obediencia merecer la gracia y la vida eterna para nosotros.
45. Este y
otros pasajes sobre la fe deben entenderse así, para no dejar que se queden
patas arriba y se corrompan con falsas glosas y añadidos contra la fe y el
sentido de Cristo. Esto debe suceder cuando la gente mezcla la doctrina de las
obras en ella y no distingue entre la doctrina principal del evangelio sobre
Cristo, que se capta solo por la fe. y la doctrina de la ley sobre nuestras
obras. Ambas, como he mencionado, no pueden permanecer al mismo tiempo, sino
que son directamente contradictorias: creer que la gracia y la vida eterna se
nos dan solo por causa de Cristo, y al mismo tiempo buscar y pretender tenerlas
por nuestro propio mérito.
46. Así
pues, con estas palabras, como se ha dicho antes, Cristo quiere realmente
acabar con y quitar de los judíos y de todo el mundo la arrogancia y la
jactancia de su ley o de sus obras. Concluye que nadie se salva por eso, sino solo
por la fe en este Señor del que se predica que por sí mismo venció nuestro
pecado y la muerte y está sentado a la diestra de Dios, etc.
47. A
partir de esto, ahora puedes distinguir correctamente entre estos dos pasajes
de San Mateo y de Marcos, que los papistas, debido a su falta de entendimiento,
amontonan, de modo que ambos se mantienen firmes. Así, en el texto “todo aquel
que crea y se bautice”, etc., nuestras obras y acciones están separadas de la
fe, en lo que se refiere al mérito. Se excluyen, si hablamos de la justicia y
la salvación de un cristiano ante Dios, no para que no deban estar ahí, o para
que un cristiano y un creyente no necesiten hacer buenas obras, sino para que
sepamos que no nos salvamos por nuestra propia dignidad o que nuestras obras no
merecen la gracia y la vida eterna. Por el contrario, estas se han merecido
para nosotros solo a través de Cristo y se dan por su causa, las cuales debemos
recibir por medio de la fe. Así es como se entienden correctamente estas
palabras “el que crea y se bautice será salvo”.
48. Si
ahora sabemos esto y lo tenemos, entonces debe seguirse la doctrina del segundo
pasaje, de que también debemos hacer buenas obras. Esto sucede también en la fe
y desde la fe, que siempre echa mano de Cristo y lo presenta a Dios, pidiendo
que por gracia acepte y deje que nuestra vida y nuestras obras le sean
agradables por causa de este mismo Mediador, y no nos cuente lo que todavía es
impuro y pecaminoso. Entonces este pasaje también encaja: “Enséñenles a guardar
todo lo que les he mandado”, para que no desechemos el punto principal que debe
estar ahí primero. Si la fe no está presente, entonces todas nuestras obras y
nuestra vida no valen nada ante Dios, y no puede haber obras verdaderamente
buenas, como dice Cristo: “Sin mí no pueden hacer nada” (Juan 15:5), etc.
49. De
acuerdo con esta distinción, puedes entender correctamente este pasaje, y
además aprender a emplearlo y utilizarlo para tu consuelo en la lucha contra
una conciencia atemorizada por el pecado y la muerte. Aparte de esta
experiencia, la gente no entiende todavía lo que es el poder de la fe, como se
ve tanto en los papistas como en todas las demás sectas que ciertamente
predican estas palabras, pero las repasan tan fríamente, como si fueran muy
insignificantes. Precisamente con sus añadidos untados confiesan que no saben
nada al respecto. “¿Qué es esto”, dice un papista, “que no se puede predicar
nada más que la fe? Sin embargo, ¡no somos paganos o turcos incrédulos!” “Sí,
querido hombre, si es tan fácil, entonces comienza y ve lo que puedes hacer al
respecto cuando llegue tu hora y la muerte se ponga a la vista, o el diablo
asuste y angustie tu conciencia, y cuando tu propia razón y todos tus sentidos
no sientan más que la ira de Dios y la angustia del infierno”.
50. Si eres
cristiano, como dices, entonces deberías creer y no dudar del artículo de que
Cristo murió por ti y por su resurrección y ascensión venció tu pecado, la
muerte y el infierno, incluso los borró y los tragó. ¿Por qué, entonces, sigues
teniendo miedo a la muerte? ¿Por qué sigues huyendo de Dios y desmayando ante
su juicio? Esa es una señal segura de que te falta fe. La fe no puede
angustiarse ni abatirse ante la muerte o el infierno, sino que, cuando está
presente, alegra el corazón y lo vuelve intrépido, de modo que puede decir con
confianza: “¿Qué me importa el pecado, la muerte y el miedo del diablo? Todavía
tengo un Señor que está sentado arriba a la diestra de Dios, que gobierna todo
en el cielo y en la tierra, y me da su justicia y su vida”. Si eres hábil en
eso, entonces diré que eres un doctor por encima de todos los doctores. Sin
embargo, seguramente te ocurrirá lo que a todos los demás, incluso a los más
altos santos: será muy poco y desaparecerá pronto cuando las cosas se pongan
realmente serias.
51. El
mundo desprecia la doctrina de la fe porque se va seguro y descuidado y no
tiene conocimiento ni experiencia del espanto del pecado y de cómo actúa una
conciencia abatida. Pero luego, cuando la muerte y el espanto se apoderan de él,
no conoce el remedio y cae repentinamente en la desesperación. Entonces, si
espera demasiado, experimentará ciertamente qué clase de cosa es la fe, que
antes no conocía, a saber, que no son letras muertas o palabras en la lengua o
un pensamiento y una opinión vacíos, que los papistas llaman “fe”, sino un
valor intrépido e impertérrito que puede con toda la confianza del corazón
apoyarse en Cristo contra el pecado, la muerte y el infierno.
52. Por
eso, incluso los grandes santos se lamentan de su debilidad y tienen que
confesar que les falta mucho en la fe, porque todavía están asustados y
angustiados, afligidos y tristes. Por supuesto, no hay duda ni falta alguna en
las palabras “el que crea será salvo”, etc., que el infierno ya está cerrado,
el cielo está abierto y la vida y la alegría eternas están presentes. Pero el
problema está en la primera parte, es decir, que todavía no eres el hombre que
se llama qui credit, “un creyente”, o que
todavía eres débil. Sin embargo, por muy débil que seas, si solo te mantienes
aferrado a Cristo, encontrarás el consuelo, el poder y la fuerza que vence
todos los espantos, la muerte y el infierno, cosa que no pueden hacer el poder,
las obras y los méritos de todos los hombres.
53. “Sí”,
dice tu conciencia debido a la predicación de la ley, “todavía tienes pecado y
no has guardado los mandamientos de Dios, como estás obligado a hacer a riesgo
de la condenación eterna”, etc. Respuesta: “Desgraciadamente, eso lo sé muy
bien, y no hace falta que me lo cuentes ahora. Por lo tanto, guarda tu doctrina
de la ley sobre mis obras para otro lugar hasta que tenga primero este
beneficio principal de mi salvación, es decir, Cristo con su justicia, que
vence mi pecado y mi muerte. Eso es todo lo que quiero oír ahora, y se elevará
tan ampliamente y tan alto sobre lo otro como el cielo está sobre la tierra. La
cuestión ahora no es qué debo hacer o cómo debo vivir, sino cómo puedo resistir
y permanecer contra el pecado y la muerte o, como dice Cristo aquí, ‘ser salvo’.
Cuando haya logrado esto, y sea justo y salvo en Cristo, un heredero de la vida
eterna sobre todo lo que se llama pecado, muerte, infierno, ira de Dios, ley y
obras, entonces también escucharé cómo debo vivir aquí abajo en la tierra.
Entonces ven, enseña y amonesta como un fiel maestro de escuela, todo lo que
puedas, pero no vayas más allá de lo debido con tu Moisés, tratando de
enseñarme a salvarme o a vencer el pecado y la muerte por medio de él”.
54. Ahora
bien, esas son las palabras que él manda predicar entre todas las criaturas.
Pero quiere que esta predicación se confirme en su reino para que no dudemos
primero de ella ni esperemos otra cosa, sino que nos aferremos a ella y sepamos
que permanecerá como el veredicto irrevocable de este Señor de todas las
criaturas. Para que sepamos esto, repite lo mismo una vez más y lo hace más
fuerte a través de una negativa, diciendo:
“Pero el que no crea será condenado”.
55. Estás
escuchando el veredicto final contra el orgullo y la
jactancia de los judíos y de todo el mundo. Así como en la primera parte, con
una sola palabra, abrió el cielo, cerró el infierno y abolió a Moisés y el
espanto de la ley para los que creen, aquí, en cambio, con una sola palabra cierra
el cielo, deja abiertas las fauces del infierno, y hace que la muerte sea
todopoderosa y convierte a Moisés en un tirano intolerable para todos los que
no creen. Contra ello no encontrarán ayuda siendo celosos de la ley hasta la
muerte (como los judíos), dejándose torturar y quemar por ella, y diciendo: “Después
de todo, he hecho muchas obras buenas; ¡fue extremadamente amargo!” Aquí es
donde se oye el veredicto: “Quien no crea será condenado”.
56. Aunque
todos los hombres tuvieran la intención de hacer todo lo que pudieran y lo
hicieran, sin embargo, aparte de este Cristo, todo ha quedado ya aprisionado
bajo el pecado y la ira de Dios, como oímos en el Evangelio de San Juan que “el
Espíritu Santo reprenderá al mundo en cuanto al pecado, porque no creen”, etc.
(Juan 16:8-9). Ese es el veredicto de condenación que ya ha sido pronunciado
sobre el mundo con toda su justicia de la ley y su culto. Nadie en la tierra
puede escapar de este veredicto ni ser rescatado de la condenación si no por oír
y creer esta predicación, que dice que los que creen en este Señor no serán
condenados por sus pecados, sino que tendrán el perdón de los pecados y la vida
eterna por causa de él.
“Porque de
tal manera amó Dios al mundo”, dice Cristo (Juan 3:16-18), “que envió y dio a
su Hijo unigénito con el propósito de que los que crean en él no perezcan”,
etc. “Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para
salvarlo. Por lo tanto, quien crea en él no será condenado, pero quien no crea”,
dice, “ya está condenado”. Este veredicto de condenación permanece sobre él a
causa de su incredulidad. Esto es lo que mantiene todos los pecados con él para
que no sean perdonados. Así amontona el pecado y hace más grave su condenación,
porque además de todos los demás pecados también desprecia a Cristo y no quiere
creer.
57. Sin
embargo, cuando Cristo añade la mención del bautismo al primer punto, “el que
crea”, esto se aplica a su mandato sobre el oficio externo en la cristiandad,
ya que combina ambos puntos en Mateo 28:19-20: “Enseñen a todos los paganos y
bautícenlos”, etc. Señala, en primer lugar, que la fe sobre la que predica este
evangelio no debe, sin embargo, permanecer secreta y oculta, como si bastara
con que cada uno, al oír el evangelio, creyera por sí mismo y no tuviera
necesidad de confesar su fe ante los demás. Más bien, para que sea evidente no
solo dónde se predica el evangelio, sino también dónde se acepta y se cree, es
decir, dónde está la iglesia y el reino de Cristo en el mundo, él quiere
reunirnos y mantenernos unidos mediante este signo divino del bautismo.
Si
estuviéramos sin él, y dispersos sin ninguna asamblea y señal externa, entonces
la cristiandad no podría extenderse ni conservarse hasta el final. Ahora, sin
embargo, él quiere que estemos unidos a través de esta asamblea divina para que
el evangelio llegue cada vez más lejos y otros sean llevados a él a través de
nuestra confesión. Así, el bautismo es un testimonio público de la doctrina del
evangelio y de nuestra fe ante todo el mundo, por el que la gente puede ver
dónde y entre quiénes gobierna este Señor.
58. En
segundo lugar, también ha dispuesto este signo para que sepamos que él quiere
obrar y ser eficaz en su iglesia mediante el oficio externo tanto de la palabra
como del bautismo en agua. Cada uno debe aceptar el bautismo y saber que Cristo
mismo, de esta manera, da testimonio de que es aceptado por Dios Padre, Hijo y
Espíritu Santo. (Eso es lo que significa ser bautizado en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo según el mandato del Señor Cristo). Así, el
bautismo ha de ser signo y sello seguro, junto con la palabra o promesa, de que
hemos sido llamados al reino de Cristo e incorporados a él y, si por la fe
seguimos aferrados a él, seremos hijos de Dios y herederos de la vida eterna,
como hemos dicho en muchas ocasiones sobre el bautismo.
59. Está
muy bien dispuesto por Cristo que en su reino, que ha
de ir a todo el mundo y entre todas las criaturas, no actúe de muchas y
variadas maneras, como ocurría antes entre los judíos y como debe haber
diversas distinciones de país y pueblo, naciones y lenguas. Más bien, sin
ceremonias ni arreglos externos, toma el signo más simple y común, que es uno y
el mismo en todas partes, así como el sermón es el mismo aquí y en todos los
lugares, y hace que todo en el mundo, grande, pequeño, pobre, rico, de alto y
bajo nivel, sea igual ante Dios. Incluso si alguien viniera a nosotros desde el
fin del mundo y viera cómo lo observamos, tendría que decir que es justo la
misma palabra y signo que él aprendió y recibió.
60. Por lo
demás, en el mundo todo es desigual, y apenas hay pueblo, casa o ciudadano que
no tenga su propia manera de hacer las cosas. Pero los cristianos son de esa
clase de personas que, en su modo de vida cristiano, tienen todos
la misma doctrina, la misma lengua, el mismo signo, como también tienen
la misma fe y confesión en todo el mundo, de modo que en todas partes el reino
de Cristo es un reino de amor, unidad y paz. Sería imposible que se mantuviera
tan uniforme y estable en el mundo contra todos los demonios y sus escamas si
Cristo no lo preservara hasta el final por su poder divino.
Sin
embargo, vemos y experimentamos que, aunque el diablo provoque tantas facciones
que rápidamente se dividen entre sí y se desprenden de sí mismas, cuántas
innumerables sectas y tiranos ha levantado el diablo durante estos 1.500 años
contra el evangelio y se ha aventurado a borrar o incluso a romper el reino de
Cristo, todavía permanece hasta hoy la misma predicación, la misma fe, el mismo
bautismo y todo lo demás, de modo que el mundo, si no estuviera vergonzosamente
ciego y endurecido, tendría que ver y comprender la fuerza y el poder de este
Señor.
61. Sin
embargo, Cristo se contenta con decir en la primera parte de este pasaje “El
que crea y se bautice”, pero en la segunda parte: “Pero el que no cree”, etc.
No vuelve a mencionar el bautismo. La razón es, obviamente, que ya se ha dicho
lo suficiente en la primera parte y que se ordena en otras partes, como: “Enseñen
a todos los paganos y bautícenlos en el nombre del Padre”, etc. (Mateo 28:19-20).
De ahí no se deduce que podamos omitir por ello el bautismo o que baste con que
alguien afirme que tenga fe y no necesite el bautismo.
Quien se
hace cristiano y cree, seguramente también aceptará con gusto este signo, para
que tenga este testimonio divino y la confirmación de su salvación y pueda
encontrar en él fuerza y consuelo para toda su vida. También confesará
públicamente ante todo el mundo que ambas partes pertenecen a un cristiano,
como dice Pablo, creyendo con el corazón ante Dios y por sí mismo y confesando
con la boca ante el mundo (Romanos 10:10). Sin embargo, puede ocurrir que una
persona pueda creer aunque no esté bautizada, y, por
otra parte, algunos reciben el bautismo y, sin embargo, no creen
verdaderamente.
62. Por eso
debemos entender que en este texto se manda y confirma el bautismo como algo
que no debemos despreciar, sino utilizar, como se ha dicho. Sin embargo, no
debemos estirarlo tanto como para que se condene por ello a alguien que no haya
podido acudir al bautismo.
63. En
resumen, estas cuatro afirmaciones provienen de este texto:
I. Algunos creen y son bautizados, que es el
mandato general de Cristo y la regla que debemos enseñar y observar.
II. Algunos creen y no se bautizan.
III. Algunos no creen y sin embargo se
bautizan.
IV. Algunos no creen y tampoco se bautizan.
64. El
mismo texto da esta distinción. Siempre se ha observado unánimemente que si alguien creyera y, sin embargo, muriera sin estar
bautizado, no se condenaría por ello. Tal vez podría ocurrir que alguien crea y,
aunque desee el bautismo, le sobrevenga la muerte. Es innecesario decir más
sobre esto ahora.
65. Pero
las viles sectas anabaptistas han calumniado este querido bautismo. Afirman que
quien no cree primero no debe ser bautizado, y por ello quieren abolir el
bautismo de niños. Sin embargo, debido a que hemos escrito contra el error
anabaptista en postilas anteriores y con suficiente frecuencia en otros
lugares, no queremos discutir eso ahora. Nos basta con saber que Cristo separa
las dos partes entre sí, como también lo hacen los apóstoles, es decir, la
enseñanza o predicación y el bautismo. El bautismo solo se da una vez, de lo
contrario tendríamos que tener muchos sacerdotes, si
hubiera que bautizar tan a menudo como debe haber predicación y enseñanza. La
enseñanza y la predicación son la parte principal, que debe continuar siempre.
66. Por lo
tanto, aquí no se manda si el bautismo debe venir antes o después, sino que,
por encima de todas las cosas, el oficio de la predicación debe llevarse a cabo
y prosperar, independientemente de que el bautismo le siga. Es obvio que quien
se bautiza una vez ya no necesita ese signo, pero sin dejar de necesitar la palabra
y la predicación por la que se despierta, fortalece y conserva la fe. Por eso
vemos también que el bautismo fue encomendado a personas mucho menos
importantes que el oficio de la predicación. Cristo mismo no bautizó a nadie,
sino que lo encomendó a sus discípulos (Juan 4:2). San Pablo dice que no fue
enviado a bautizar, sino a predicar el evangelio, y que él mismo había
bautizado a pocas personas, aunque había predicado el evangelio entre casi
todos los gentiles (1 Corintios 1:17, 14).
67. Por lo
tanto, el resumen es que debemos prestar atención a la palabra o enseñanza y no
mirar a la persona, en cuanto a si seguramente cree. Más bien, donde esté la palabra,
también debe darse el bautismo, ya sea a los jóvenes o a los ancianos. No se les
ha ordenado y es imposible que miren el corazón de una persona para ver si cree
o no. Eso solo le corresponde a Cristo. Del mismo modo, no se nos ha
encomendado a nosotros, en nuestro oficio de predicación, mirar cómo cree cada
uno, o quién acepta la palabra o no. Es un error querer predicar solo cuando se
ve primero quién la acepta y cree, porque entonces nunca se debe predicar nada.
Así,
también en el oficio de bautizar, no deben esperar a ver con certeza quién cree
o no, sino que miren esto: dondequiera que la palabra vaya y sea escuchada y se
desee el bautismo, allí se les manda administrar el bautismo tanto a los
jóvenes como a los ancianos. Donde la palabra, como parte principal, es correcta,
todas las demás partes también lo serán. En cambio, si la palabra o la doctrina
no son correctas, lo demás también es vano, pues no hay ni fe ni Cristo. La palabra
nos trae y nos da todo: los sacramentos con su poder, el consuelo para la
conciencia, y Cristo mismo. Es su poder y su fuerza, como lo llama el Salmo 110:2:
“El cetro de su fuerza o de su reino”; y San Pablo dice: “[es] poder de Dios
para la salvación de todos los que lo creen”, etc. (Romanos 1:16).
68. Este es
el verdadero y principal oficio que Cristo y los apóstoles hicieron y nos
mandaron hacer, como aquí especialmente da su mandato: “Vayan por todo el mundo
y prediquen el evangelio a todas las criaturas” , etc.
El otro, como oficio menor, puede ser desempeñado ciertamente por otros que no
tienen este alto mando, así como tanto Cristo como los apóstoles enviaron a
muchos a imponer las manos sobre los enfermos. Es bueno recordar que mediante
la predicación de los apóstoles en Pentecostés y después, el número de
creyentes que recibieron la palabra y fueron bautizados llegó a ser de unos
cinco mil (Hechos 2:41; 4:4). Tanta gente no fue bautizada en su totalidad por
los apóstoles, que debían atender el oficio de la predicación que se les había
encomendado, sino por otros que estaban allí con los apóstoles. Del mismo modo,
también San Pablo, cuando ya había sido llamado al oficio apostólico, fue
bautizado por el discípulo Ananías (Hechos 9:10-18).
69. Por
tanto, no depende de la persona que bautiza o que es bautizado, que predica o que
escucha, si son santos o pecadores, creyentes o incrédulos. Más bien, si solo
se enseña la palabra y permanece pura, entonces el oficio también es correcto,
sin importar cómo sea la persona. Si esto está primero presente, entonces habla
contigo y conmigo, que escuchamos la palabra y queremos ser cristianos, y te
exhorta con este pasaje: “El que crea y se bautice será salvo”.
70. Sin
embargo, a los predicadores que están en el oficio y tienen la libra que ha de producir
interés se les dice que solo han de predicar dondequiera que vayan, y con el
oficio de la predicación han de dar también el bautismo. Pero en cuanto a quién
cree o no cree, deben encomendar eso a Cristo mismo, porque eso no está en el
poder del predicador, sino solo en el poder del Señor Cristo para salvar o
condenar como Señor sobre la vida y la muerte. Él puede darla o quitarla a
quien quiera.
71. Ahora
bien, tampoco quiere callar a quienes quiere dársela, pues dice: “El que crea y
se bautice será salvo”; y de nuevo: “El que no crea será condenado”. Todos los
que son estudiantes de este sermón deben aprender que nadie puede hacer otra
cosa para ayudar o estorbar, y no sirve ninguna distinción de personas o de
estados, sino que uno es tan bueno y amado por él como otro, siempre que crea y
quiera ser bautizado.
72. Los
ministros y maestros deben procurar que en su oficio prediquen fielmente y, como
dice San Pablo, Hechos 20:27, no oculten “todo el consejo de Dios”, para que
los oyentes puedan saber lo que Dios quiere tener de ellos y ha decidido sobre
ellos. Todo el mundo siempre se ha esforzado, buscado y procurado esto, pero
nadie pudo encontrarlo y experimentarlo hasta que fue revelado desde el cielo
por medio de Cristo y puesto en este sermón para que nadie busque o indague por
otra revelación. Más bien, aquí escuchas simple y claramente que el evangelio,
a través de la predicación oral y los sacramentos, muestra que no debes tener
ninguna duda de que si crees en esta predicación serás salvo.
Pero si no
crees, entonces también, por otro lado, el veredicto de condenación ha sido
decidido contra ti, independientemente de cómo te esfuerces por la salvación
con tus obras y trabajos, incluso si hicieras las obras y milagros de todos los
ángeles y hombres. Con esto el mundo entero ha sido dividido en dos partes y
separado uno del otro por una gran distinción: una parte para el cielo y otra
para el infierno. No habrá otro veredicto en el Día Postrero que no sea según
esta predicación sobre quién ha creído o no ha creído.
73. Por lo
tanto, debemos dar gracias a Dios porque también formamos parte de los que se
salvarán, pues también estamos entre los que se llaman “criaturas de Dios”, a
los que él ordena que se diga esto. Así que nosotros también, alabado sea Dios,
hemos sido bautizados en Cristo y lo hemos predicado y confesado ante todo el
mundo como el Señor que está sentado a la diestra de Dios y gobierna todo. Para
que esta predicación, fe y confesión permanezcan siempre puras y auténticas,
quiera Dios que nuestra vida se ajuste a ellas.
Esto se ha
dicho sobre la predicación del evangelio, que Cristo manda que se proclame en
el mundo después de él. Ahora sigue la última parte.
“Pero las señales que seguirán a los que
crean son estas”, etc.
74. Aquí
las sectas tienen algo de que cavilar (respecto a los signos) con preguntas
inútiles sobre si han cesado y por qué no siguen sucediendo a través de
nosotros. Pero basta con saber que estas señales se daban como testimonio y prueba
pública de esta predicación del evangelio. Tenían que producirse con
frecuencia, sobre todo al principio, hasta que el evangelio se hubiera
extendido por el mundo. Ya no son tan comunes, ni siquiera son necesarios,
ahora que esta predicación ha pasado ya por todos los países y lenguas.
75. Es
cierto que el mismo poder y la misma eficacia de Cristo permanecen siempre en
la cristiandad, de modo que, si fuera necesario, también pueden seguir
ocurriendo tales milagros. Por ejemplo, muchas veces ha sucedido y sigue
sucediendo que el demonio es expulsado en nombre de Cristo, o por la invocación
de su nombre y la oración los enfermos son devueltos a la salud y muchos son
ayudados en grandes peligros tanto corporales como espirituales. Todavía hoy se
proclama el evangelio en nuevas lenguas donde antes era desconocido. Estas
señales fueron dadas a toda la cristiandad, como dice aquí, “a los que creen”,
aunque no siempre veamos estos dones en personas individuales, como tampoco los
apóstoles hicieron todos lo mismo.
76. Sin
embargo, estos son solo signos milagrosos ordinarios, incluso casi infantiles,
comparados con los verdaderos y elevados milagros que Cristo obra sin cesar en
la cristiandad por medio de su poder divino y omnipotente, del que habla a
menudo en otros lugares. Por ejemplo, la cristiandad es defendida y preservada
en la tierra. La palabra de Dios y la fe, o incluso un solo cristiano, aún
permanecen en algún lugar de la tierra en oposición al diablo y a todos sus
ángeles, incluso en oposición a tantos tiranos, sectas y gente falsa e ingrata
entre los cristianos; sí, incluso en oposición a nuestra propia carne y sangre,
todos los cuales juntos irrumpen contra el reino de Cristo. Sin embargo, el
diablo, con todo lo que puede hacer y todo lo que le ayuda, no puede llegar a
ser tan poderoso como para poder borrar y desarraigar la pila bautismal de la
iglesia o el evangelio del púlpito o el nombre de Cristo y el rebaño que se
aferra a Cristo de su reino en el mundo, aunque con gran empeño no deja de
intentarlo a través del Papa, los turcos y todas sus escamas.
El Salmo
110:2 profetiza sobre el poder milagroso de Cristo y se jacta de que “gobernará
en medio de sus enemigos”, que son tan amargamente malvados que, si pudieran,
derrocarían con gusto en un momento todo lo que vive y se mueve en la
cristiandad. Sin embargo, un solo cristiano puede, con su predicación y
oración, ayudar y preservar toda una ciudad y un país, de modo que el diablo no
puede impedirlo, sino que debe, contra su voluntad, permitir que muchas
personas se acerquen al bautismo, escuchen y enseñen el evangelio, e incluso,
por su causa, abandonen el hogar y el gobierno.
77. Para
los creyentes y cristianos eso se llama verdaderamente “expulsar al diablo,
poner en fuga a las serpientes y hablar con nuevas lenguas”. Estas obras
visibles son solo signos (dice San Pablo, 1 Corintios 14:22) para las
multitudes necias e incrédulas, porque todavía hay que llevarlas a Cristo. ¿Qué
necesidad tenemos nosotros, que ya conocemos y creemos en el evangelio, de
esto? Si hubiera necesidad de ellos, se harían mucho más fácilmente. Vemos que
estos grandes milagros han sucedido por medio de Cristo entre nosotros, es
decir, que el poder del diablo y el miedo a la muerte y al pecado han sido vencidos
en nuestro corazón, y tantos cristianos, tanto jóvenes como ancianos, mueren
alegremente en Cristo y por su fe pisotean al diablo. San Pablo y otros
apóstoles se jactan en todas partes de este poder y fuerza del reino de Cristo,
y Cristo mismo se jacta de esto por encima de todos los demás signos milagrosos
cuando dice: “He aquí que les he dado poder sobre todo el poder del enemigo”,
etc. “Sin embargo, no se alegren de que los espíritus se les sometan, sino alégrense
de que sus nombres estén escritos en el cielo” (Lucas 10:19-20), etc.
78. Estas
grandes señales y milagros sobre milagros siguen ocurriendo hoy en día cuando
una ciudad y un pequeño rebaño y asamblea de cristianos permanecen en el
verdadero conocimiento de Dios y en la fe, aunque más de cien mil demonios
apunten contra ellos y el mundo esté tan lleno de sectas, malhechores y
tiranos, y, sin embargo, el evangelio, el bautismo, el sacramento y la
confesión de Cristo, en contra de su voluntad, se conservan. Podemos ver que
ciertamente tiene que proporcionar signos externos a la vista de los paganos,
signos que se pueden ver con los ojos y tocar. Los cristianos, sin embargo, tienen que tener signos mucho más elevados, celestiales,
comparados con los que todavía son terrenales. Por eso no es de extrañar que
hayan cesado ahora, ya que el evangelio ha resonado en todas partes y ha sido
proclamado a quienes antes no sabían nada de Dios. Tuvo que guiarlos con
milagros externos y arrojarles tales manzanas y peras como a los niños.
79. Por
otra parte, debemos alabar y ensalzar los grandes y gloriosos milagros que
Cristo realiza diariamente en su cristiandad, de modo que vencen el poder y la
fuerza del diablo y arrancan tantas almas de las fauces de la muerte y del
infierno. El diablo lucha diariamente contra esto y se ensaña en el mundo con
una ira y una furia fanáticas, y sin embargo debe ceder ante los cristianos.
¿Qué importa si se ensaña en un pobre hombre y luego vuelve a salir de él? A
pesar de ello, todo el mundo sigue en su poder si no conoce a Cristo. Pero
cuando un corazón, ante el espanto de la muerte o del pecado y del infierno,
muere alegremente confiando en Cristo, entonces el demonio es verdaderamente
expulsado de su sede y de su morada, y su poder y su reino han sido disminuidos
y arrebatados.
80. El
mundo impío no verá ni notará estos milagros y señales, sino que correrá contra
él y lo calumniará con los ojos abiertos y el corazón endurecido. Siempre
desprecia la obra de Dios, e incluso calumnia los milagros externos y evidentes
de Cristo y los apóstoles, y los despreciaría aún más si los hiciéramos
nosotros. Dios ha suspendido estas señales con nosotros, ya que el evangelio se
revela en todas partes, y solo da al mundo aquellas señales ante las cuales
debe ofenderse y exceptuarse, y por ello debe, mediante el poder divino, ser
derribado y perecer. Lo mismo experimentaron los judíos con Cristo cuando no
quisieron los signos con los que les mostraba a ellos y a todos su bondad y
ayuda, sino que buscaron y exigieron otros signos. Entonces él también cesó y
no les dejó ver otra señal que la del profeta Jonás. Cuando fue crucificado,
permaneció tres días en el sepulcro en completa debilidad y muerte, y luego fue
arrebatado de él mediante su resurrección y ascensión. Él gobierna
poderosamente en todo el mundo y lo derribará y destruirá junto con su poder.