EVANGELIO
PARA EL DOMINGO DE JUDICA [QUINTO DOMINGO DE CUARESMA]
Juan
8:46-59
1. Esta
lectura del Evangelio enseña cómo los empedernidos se vuelven más delirantes,
cuanto más se les enseña y se les atrae amablemente. Aquí Cristo les pregunta
muy amablemente la razón por la que todavía no creen, ya que no pueden
encontrar ninguna falla ni en su vida ni en su enseñanza. Su vida es inocente,
porque les desafía y dice: “¿Quién de ustedes puede reprenderme por un pecado?”
Su enseñanza también es inocente, porque dice: “Si digo la verdad, ¿por qué no
me creen?”. Así que él actúa como enseña.
2. Cada
predicador debe demostrar estos dos puntos: primero, una vida inocente, para
que pueda desafiar a sus adversarios y nadie tenga una razón para difamar su
enseñanza; segundo, una doctrina irreprochable, para que no engañe a nadie que
le siga. De esta manera estaría en lo correcto en ambos lados: con su buena
vida contra sus enemigos, que miran mucho más a su vida que a su doctrina y
desprecian la doctrina por causa de la vida; y con su doctrina entre sus
amigos, que prestan mucha más atención a su doctrina que a su vida y soportarán
su vida por amor a su doctrina.
3. Es
ciertamente seguro que ninguna vida es tan buena que esté sin pecado ante Dios.
Por eso basta con que sea irreprochable ante el pueblo. Pero su doctrina debe
ser tan buena y pura que se presente no solo ante los hombres sino también ante
Dios. Por lo tanto, cada predicador piadoso puede decir: “¿Quién de ustedes
puede encontrar fallas en mí, entre ustedes, digo, que son humanos? Pero para
Dios soy un pecador”. Moisés hace eso cuando se jacta de que nunca ha tomado
nada ni ha hecho daño a nadie (Números 16:15). Samuel (1 Samuel 12:3), Jeremías
y Ezequías también lo hicieron cuando se jactaron de su inocencia ante el
pueblo para tapar la boca de los calumniadores. Pero Cristo no habla así de su
doctrina. No dice, “¿Quién de ustedes puede encontrar fallas en mi doctrina?”
Más bien, “Si digo la verdad”. Debemos estar seguros de que la doctrina es
correcta ante Dios y es la verdad, y por lo tanto no prestar atención a cómo la
considera la gente.
4. Así, los
judíos no tienen otra razón para su incredulidad que el hecho de no ser hijos
de Dios; por lo tanto, hace caer el veredicto sobre ellos y dice: “El que es de
Dios oye las palabras de Dios. La razón por la que no las oyen es que no son de
Dios”. Eso no es otra cosa que, “Ustedes son del diablo”.
5. Los
judíos no podían tolerar esto, porque querían ser los hijos y el pueblo de
Dios; por eso ahora se enfurecen y difaman tanto su vida como su doctrina.
Difaman su doctrina diciendo: “Tienes un demonio”, es decir, “Hablas del diablo
y tu doctrina es la mentira del diablo”. Difaman su vida diciendo: “Eres un
samaritano”, lo que suena peor entre los judíos que cualquier otro vicio.
Así que
Cristo nos enseña aquí cómo deben suceder las cosas con nosotros y con su
palabra. Tanto nuestra vida como nuestra doctrina deben ser condenadas y
difamadas, y esto lo harán las personas más distinguidas, sabias y grandes de
la tierra. Conocemos los árboles malos por sus frutos cuando, bajo una buena
apariencia, son tan amargos, venenosos, impacientes, desvergonzados y locos
para condenar y dictar sentencia, cuando realmente son golpeados y lo que hacen
es rechazado por la palabra de Dios.
6. ¿Qué
hace Cristo aquí? Deja su vida atascada en la vergüenza y guarda silencio y la
tolera cuando le llaman samaritano, pero defiende su doctrina. La doctrina no
es nuestra, sino de Dios, y él no tolera nada, porque ahí es donde cesa la
paciencia. Más bien debo arriesgar todo lo que tengo por ella, y sufrir todo lo
que ellos hacen, para que el honor de Dios y de su palabra no sufra. Si
perezco, no se hace ningún gran daño. Pero si dejo que la palabra de Dios
perezca y me quedo callado, entonces hago daño a Dios y al mundo entero. Aunque
no puedo sujetar sus bocas ni impedir sus calumnias, no debo callar, como hago
con mi buena vida, ni dejarles tener la razón, para que no salgan victoriosos.
Aunque me hagan una injusticia, sin embargo, sigue siendo justo ante Dios.
Por eso
Cristo se defiende y dice: “No tengo un demonio”, es decir, mi doctrina no es
la mentira del diablo, “sino que honro a mi Padre”. Es decir: “En mi doctrina
predico la gracia de Dios, por medio de la cual debe ser alabado, amado y
honrado por los creyentes. El oficio de la predicación del evangelio no es otra
cosa que la gloria de Dios. El Salmo 19:1 dice: ‘Los cielos anuncian la gloria
de Dios’, etc. Pero ‘me deshonran’, es decir, me llaman un mentiroso diabólico,
que mancilla y deshonra a Dios”.
7. ¿Por qué
no dice: “Yo honro a mi Padre y ustedes no lo honran”? Más bien, él dice, “Me
deshonran”. De esa manera secretamente señala que el honor de su Padre y su
honor son una y la misma cosa, así como él es un solo Dios con el Padre. Pero
al mismo tiempo también quiere señalar que si nuestro oficio de predicación,
que alaba a Dios, debe ser honrado justamente, entonces debe sufrir una
deshonra. También debemos hacer lo mismo contra nuestros príncipes y
sacerdotes. Cuando ellos impugnan nuestra vida, debemos tolerarlo y devolverles
el amor por el odio, el bien por el mal.
Pero cuando
atacan nuestra doctrina, entonces se ataca el honor de Dios, y entonces el amor
y la paciencia deben terminar y no debemos callar sino decir: “Yo honro a mi
Padre, y ustedes me deshonran”. Sin embargo, no me importa que me deshonren,
porque no busco mi propio honor. Pero ¡cuidado! Hay alguien que lo investiga y
lo juzga; es decir, el Padre lo exigirá de ustedes y les juzgará y no les
dejará ir sin castigo. No solo busca su honor, sino también el mío, porque yo
busco su honor, como dice: “A los que me honren, yo los honraré” (1 Samuel
2:30)”. Nuestro consuelo es que somos felices, aunque el mundo entero nos
mancille y nos deshonre, porque estamos seguros de que Dios promueve nuestro
honor, y por esa razón él castigará, juzgará y se vengará. Ciertamente llegará
a cualquiera que crea y lo espere.
En verdad, en verdad les digo que si alguien cumple mi palabra, nunca verá la muerte.
8. Aquí lo
estropea completamente, porque no solo defiende su doctrina, que ellos
atribuyen al diablo, como justa y buena, sino que le atribuye tal poder que se
convierte en reina sobre el diablo, la muerte y el pecado, con el poder de dar
y preservar la vida eterna. Mira cómo la sabiduría divina y la razón humana se
chocan. ¿Cómo puede un ser humano comprender que una simple palabra oral debe
redimir para siempre de la muerte? Pero deja que la ceguera desaparezca, porque
discutiremos este hermoso pasaje.
No habla
aquí de la palabra de la ley, sino del evangelio, que habla de Cristo, que
murió por nuestros pecados, etc. Dios no podría enviar a Cristo al mundo de
ninguna otra manera. Tenía que ponerlo en la palabra, y así difundirlo y
presentarlo a todos. De lo contrario, Cristo solo sería para sí mismo y
permanecería desconocido para nosotros. Entonces habría muerto solo para él.
Pero como la palabra nos presenta a Cristo, nos lo presenta como el que ha
vencido a la muerte, al pecado y al diablo. Por esa razón, quienquiera que se
aferre a y se asga de la palabra se aferra a y se ase de Cristo, y mediante la
palabra se libera de la muerte eternamente. Por tanto, es una palabra de vida,
y es verdad: quien la guarda no verá la muerte eternamente.
9. De esto
podemos entender fácilmente lo que quiere decir con “guardar”, que no se dice
sobre el tipo de guardar que hacemos cuando guardamos la ley con las obras.
Esta palabra de Cristo debe ser guardada en el corazón por la fe, y no con el
puño ni con las obras. Los judíos aquí lo entienden sobre las obras, y se
enfurecen terriblemente contra Cristo porque Abraham y los profetas murieron,
pero no saben lo que significa “guardar”, “morir” o “vivir”. No es por nada que
lo llama “guardar”, ya que se trata de luchar y combatir cuando el pecado
muerde, cuando la muerte oprime y cuando el infierno penetra. Entonces se llama
aferrarse a la palabra y no separarse de ella. Mira cómo Cristo responde a los
judíos y alaba su doctrina: “Dicen que mi palabra es del diablo y quieren
empujarla al fondo del infierno. Así que digo otra vez que tiene poder divino
en ella, y la exalto sobre todos los cielos y sobre todas las criaturas”.
10. ¿Cómo
es que no vemos ni probamos la muerte, y sin embargo Abraham y todos los
profetas mueren, a pesar de tener la palabra de Dios, como dicen los judíos?
Aquí debemos prestar atención a las palabras de Cristo, ya que hace una
distinción entre la muerte y ver o gustar la muerte. Todos debemos entrar en la
muerte y morir, pero un cristiano no prueba ni ve la muerte; es decir, no la
siente, no le aterroriza, y entra en ella con calma y tranquilidad, como si se
durmiera, y sin embargo no muere. Pero una persona impía la siente y se
horroriza de ella para siempre. Así, “probar la muerte” puede significar el
poder y la fuerza o la amargura de la muerte; en efecto, es la muerte eterna y
el infierno.
La palabra
de Dios hace esta distinción: El cristiano tiene y guarda la palabra en la
muerte, y por esa razón no ve la muerte, sino la vida y a Cristo en la palabra;
por esa razón tampoco siente la muerte. Pero el impío no tiene la palabra, y
por eso no ve la vida sino solo la muerte; por eso también debe sentir la
muerte, es decir, la muerte amarga y eterna.
11. Así
pues, Cristo quiere decir que quien se aferre a su palabra no sentirá ni verá
la muerte en medio de la muerte, como también dice: “El que cree en mí, aunque
muera, vivirá, porque yo soy la vida” (Juan 11:25); es decir, no siente la
muerte.
Aquí vemos lo
grandioso que es ser un cristiano, uno que ya ha sido redimido eternamente de
la muerte y no puede morir nunca. Su muerte o morir parece externamente como la
muerte de los impíos, pero interiormente hay una diferencia tan grande como
entre el cielo y la tierra. El cristiano duerme en la muerte y pasa por ella a
la vida, pero el impío pasa de la vida y siente la muerte eternamente. Vemos
cómo algunos tiemblan, dudan, se desesperan y se vuelven locos en su agonía.
Por eso, en
las Escrituras la muerte se llama “sueño”. Así como cualquiera que se duerme no
sabe lo que sucede y se despierta inesperadamente en la mañana, así nosotros
nos levantaremos repentinamente en el Día Final y no sabremos cómo llegamos a
la muerte y pasamos por ella.
12. Tomemos
un segundo ejemplo de esto. Cuando los hijos de Israel salieron de Egipto y
llegaron al Mar Rojo, eran libres y no percibieron la muerte, sino solo la
vida. Pero cuando el Rey Faraón vino tras ellos con todas sus fuerzas, entonces
se pararon en medio de la muerte, y no había más vida a la vista. Delante de
ellos estaba el mar por el que no podían pasar, detrás de ellos estaba el Rey
Faraón, a ambos lados había montañas altas. En todas partes fueron capturados y
encerrados en la muerte, así que le dijeron a Moisés: “¿Es porque no hay
suficientes tumbas en Egipto?” (Éxo. 14:11), etc.,
tan completamente habían renunciado a la vida. Entonces Moisés vino y les trajo
la palabra de Dios, que los consoló en medio de la muerte y los mantuvo con
vida, cuando dijo: “Quédense quietos y no teman, porque verán la gran victoria
que Dios dará, para que no vuelvan a ver a estos egipcios” (v. 13).
Se
aferraron a esta palabra y la guardaron. A través de ella se veía la vida en
medio de la muerte, porque creían en la palabra, que sucedería, y así entraron
en medio del Mar Rojo, que se erguía a ambos lados como dos muros. Así sucedió
que solo la vida y la seguridad estaban en el mar, donde antes solo había
muerte y peligro. Nunca habrían sido tan audaces como para entrar en el mar,
incluso si se hubiera dividido cien veces, si la palabra de Dios no hubiera
estado allí para consolarlos y prometerles la vida. Así el hombre vence la
muerte a través de la palabra de vida, si se aferra a ella y la cree y va a la
muerte con ella.
13. Así que
Cristo también dice aquí contra los judíos que Abraham y los profetas siguen
vivos y nunca murieron, sino en medio de la muerte tienen vida; se acuestan y
duermen en la muerte. “Abraham”, dice, “vio mi día y se alegró”. Así también
los profetas lo vieron. ¿Dónde y cuándo lo vio? No con los ojos corporales,
como lo entienden los judíos, sino con la vista de la fe en el corazón; es
decir, reconoció a Cristo cuando se le dijo: “En tu simiente serán bendecidos
todos los gentiles” (Génesis 22:18). Fue entonces cuando vio y entendió que
Cristo, nacido de su simiente a través de una virgen pura (para no ser
maldecido con los hijos de Adán, sino permanecer bendito), debía sufrir por el
mundo entero, hacer que esto se predicara, y así cubrir el mundo entero con la
bendición, etc.
Este es el
día de Cristo, es decir, el tiempo del evangelio, que es la luz de este día,
que brilla, resplandece e ilumina a todo el mundo sobre Cristo, el sol de
justicia. Es un día espiritual, que sin embargo comenzó en el tiempo de Cristo,
como vio Abraham. Sin embargo, los judíos no entendieron nada de esto debido a
sus mentes carnales; por eso lo acusan de ser un mentiroso.
14. Por
esta razón Cristo va más allá y establece la base y la razón por la que es solo
su palabra y no la palabra de otro la que da vida. Dice que es porque él era
antes de Abraham, es decir, porque él es el único Dios verdadero. Si la persona
que se sacrificó por nosotros no fuera Dios, no ayudaría ni serviría de nada
ante Dios si naciera de una virgen y sufriera mil muertes. Pero lo que trae la
bendición y la victoria sobre todo el pecado y la muerte es que la Simiente de
Abraham es también el Dios verdadero, que se da a sí mismo por nosotros.
Por lo
tanto, Cristo no está hablando aquí de la naturaleza humana que vieron y
experimentaron, ya que fácilmente pudieron comprender que él no tenía todavía
cincuenta años y no había sido antes de Abraham. Con la misma naturaleza en la
que estaba antes de Abraham hace tanto tiempo, también estaba antes de todas
las criaturas y antes del mundo entero. Según su naturaleza espiritual, también
se hizo hombre antes de Abraham; es decir, por medio de su palabra y el
conocimiento de la fe de ellos él estaba en los santos, porque todos ellos
sabían y creían que Cristo, Dios y hombre, sufriría por nosotros, como está
escrito: “Cristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8) y
“El Cordero que fue inmolado desde la fundación del mundo” (Apocalipsis 13:8).
Sin embargo, aquí está hablando principalmente de su esencia divina.
15. Pero
aquí la razón se ofende terriblemente y se enoja con la idea de que un hombre
debe ser Dios, lo cual no tiene sentido para ellos. Este es el artículo por el
cual los judíos hasta hoy se ofenden y no pueden dejar de tirar piedras y
calumniar. Pero, por otro lado, Cristo tampoco deja de esconderse de ellos y de
salir de su templo, de modo que no pueden verlo ni encontrarlo en las
Escrituras, en las que escudriñan diariamente.
Esta
historia no es un terror insignificante para todos los que son presuntuosos en
las Escrituras y no son humildes. En la actualidad sucede que muchos leen y
estudian en la Escritura, y sin embargo no pueden encontrar a Cristo, porque se
ha escondido y ha salido de su templo. ¡Cuántos hay que dicen con la boca que
Dios es hombre, y sin embargo están sin el Espíritu en sus corazones! Cuando
las cosas se pongan serias, mostrarán que nunca lo han hecho en serio. Que esto
sea suficiente sobre esto.