OTRO SERMÓN [PARA EL MARTES DE PASCUA]

Lucas 24:36-47

1. En la primera parte de este Evangelio, se nos presenta de nuevo un ejemplo reconfortante y un modelo de cómo Cristo se mostró y qué actitud tuvo hacia sus queridos discípulos. Él está presente tan pronto como hablan de él, viene entre ellos, y les dice las palabras amables y alegres: “Paz a ustedes”. Sin embargo, los discípulos estaban asustados por esto y pensaron que veían un espíritu. Pero él no tolerará tal temor y los reprende por dejar entrar tales pensamientos en su corazón. Les muestra sus manos y pies, para que puedan ver que no es un fantasma o un Cristo diferente al que era antes, sino que tiene la misma carne, huesos y naturaleza que ellos. Lo hace para que no le teman, sino que se sientan alegremente consolados y esperen el bien de él.

2. Esta imagen y actitud debe servir como una mirada reconfortante o modelo para todos los corazones asustados, especialmente contra el fantasma que es llamado un falso Cristo. El diablo también puede venir a la gente, tanto en público como en privado, ya sea a través de la falsa doctrina o a través de sugerencias secretas, e incluso quiere ser el propio Cristo. Puede comenzar con un saludo amistoso y ofrecer un “buenos días”, pero luego ataca el corazón con temor y tristeza para que no sepa dónde está Cristo.

3. Se complace en engañarnos bajo la apariencia y el nombre de Cristo. Siempre quiere ser el mono de Dios e imitar lo que le ve hacer. Ahora bien, la forma en que Dios trata con nosotros es que primero asusta a los que aún no están asustados, de modo que, además, los corazones naturalmente temerosos siempre se horrorizan ante sus palabras y obras debido a la timidez de su naturaleza. Sin embargo, pronto consuela de nuevo a los que ahora están asustados y les habla de manera amistosa. El diablo ciertamente imita esto y también viene bajo el nombre y las palabras de Cristo, pero con falso consuelo y con falso temor. Él se pone de cabeza, de modo que hace que aquellos que necesitan consuelo se asusten y se desanimen y, por otro lado, consuela y fortalece a aquellos que deberían temer y estar asustados de la ira de Dios.

De esta lectura del Evangelio debemos aprender a hacer la distinción correcta entre la doctrina y los pensamientos que nos llegan, tanto los espantosos como los consoladores, que son de Dios y los que son del diablo.

4. En primer lugar, el espíritu mentiroso comenzó ya en el Paraíso con tan dulce engaño cuando llegó a Eva con sus amables y dulces palabras: “¡Aquí no hay peligro! ¿Por qué tienes que tener miedo y horror de comer de un solo árbol? ¿Crees que Dios te habría prohibido solo este fruto y no te habría permitido comer de este árbol? Sí, él sabe que si comes de él te volverás mucho más sabio y serás como Dios”. Fue ciertamente un buen consuelo y un hermoso y dulce sermón, pero dejó un hedor abominable y condujo a toda la raza humana a la herida de la que todos debemos aún lamentarnos. Por eso hay un proverbio entre los que quieren ser devotos y distinguir los espíritus, que el diablo siempre viene primero con palabras dulces y reconfortantes, y luego deja atrás el miedo y las malas conciencias. El buen Espíritu, no obstante, hace lo contrario.

5. Es verdad. Un tipo de villanía que practica es que se cuela en secreto como una serpiente; al principio se adorna y se congracia, pero antes de que tengamos la oportunidad de mirar alrededor, pica con su cola y deja su veneno. Por lo tanto, no debemos confiar en él cuando un predicador viene a hurtadillas como un ángel de Dios, habla muy bien, jura que no busca otra cosa que ayudar a las almas y dice: “Paz a ustedes”. El diablo hace lo mismo cuando engaña a la gente con palabras suaves y a través de ellas obtiene la oportunidad de predicar y enseñar para luego causar daño. Si no logra nada más, sigue confundiendo las conciencias y finalmente las lleva a la miseria y la desesperación.

6. Actúa de manera similar con los pensamientos que introduce en el corazón, en el interior, con los que ataca a las personas y las seduce incluso a cometer los pecados más groseros. Siempre comienza con la palabra “paz”, para quitar de la vista el temor de Dios, hace que el asunto sea insignificante, y siempre con tales pensamientos predica y escribe: “Paz y seguridad”, “no hay peligro”. Pero lo hace mucho más en los pecados graves que conciernen a la fe y a la gloria de Dios, en los que nos impulsa a la idolatría y a confiar en nuestras propias obras y santidad. Luego primero finge ser santo y piadoso y da los pensamientos más dulces: “¡No hay peligro! Dios no está enojado contigo”. Los profetas (Jeremías 6:14, 17; Ezequiel 33:30-32) hablan de manera similar sobre esta gente: “Te escucharán y te dejarán predicar, pero siempre tomarán consuelo y se bendecirán a sí mismos y dirán: '¡No hay peligro! El infierno no es tan caliente ni el demonio tan negro como lo pintan”. 

Esa es la entrada y el engaño del diablo, incluso cuando enseña la paz y extiende saludos amistosos. Sólo después vemos el daño y la miseria que ha causado, cuando ya estamos en ella y no podemos salir. La experiencia enseña que una persona entra en el pecado, la vergüenza y el castigo tan fácilmente que él mismo no sabe cómo, ya que fue atraído por pensamientos tan dulces, como si fuera por un pelo o un trozo de paja.

7. Es una manera de engañar a muchos espíritus necios, seguros y descuidados, para que se imaginen que están sentados en el regazo de Dios y jugando a las muñecas con él. Se emborrachan tanto con esos pensamientos y con el dulce veneno del diablo, tan orgullosos, obstinados y tercos, que simplemente no escuchan ni siguen a nadie.

Sin embargo, algunas personas temerosas de Dios han entendido esto y han advertido a otros sobre cómo el diablo se cuela tan dulcemente y pretende que tiene el consuelo divino, pero al final deja un hedor detrás, para que la gente vea que él estaba allí. Pero esto es todavía un asunto pequeño, adecuado para los jóvenes estudiantes. Todo cristiano debería aprender a protegerse contra tan dulce veneno. Si debemos primero experimentar esto, requerirá mucha pérdida antes de que aprendamos a protegernos de él, y entonces todavía no aprenderemos completamente su villanía.

8. La segunda forma de engañar a la gente es completamente diferente, porque trabaja con miedo, incluso en asuntos insignificantes, como externamente con sus trucos y fantasmas. Anteriormente ha hecho mucho con el traqueteo bajo el nombre de almas muertas. De esta manera aflige y asusta a los corazones tímidos y temerosos y se las arregla para no dejar atrás ningún consuelo. Es mucho peor, sin embargo, cuando entra en el corazón y comienza a debatir y a citar pasajes que el propio Cristo habló; de esa manera aterroriza tanto al corazón que solo piensa que es Dios y Cristo mismo. Cuando tales pensamientos se imponen, el corazón debe desesperarse al final, pues, ¿dónde más puede encontrar consuelo si siente que Dios mismo, quien debe consolarlo, lo asusta y le dispara flechas?

Job (6:4) lamenta esto y dice: “¿Qué debo hacer cuando él clava sus flechas en mí, las flechas que me chupan la vida y consumen toda la fuerza y el poder?” Sin embargo, esto no lo hace Dios sino el diablo, que se complace en traspasar y herir los corazones de esta manera (como también lo hizo con Pablo, 2 Corintios 12:7). Sin embargo, el diablo había cautivado tanto el corazón de Job que no podía decir ni pensar nada excepto “Dios está haciendo esto”.

9. Es un engaño mucho mayor y más peligroso del diablo cuando viene y no nos desea “buenos días” ni “paz” sino que asusta y alarma el corazón bajo la forma y la voz de Dios. El hombre que está oprimido y destrozado no puede levantarse ni pensar: “Es el diablo”. Porque piensa y siente en su corazón que es Dios (a quien nadie puede resistir), el cielo y la tierra son demasiado estrechos para él, todas las criaturas están en su contra, y todo lo que ve y oye lo asusta.

10. En oposición a este vergonzoso y mentiroso demonio, Cristo aquí se ha representado y pintado a sí mismo correctamente como realmente es. Aunque es cierto que a veces viene de manera aterradora, a veces de manera reconfortante, sin embargo, viene solo y finalmente para la vida y el consuelo y para alegrar el corazón. Sin embargo, el corazón humano es tan necio en ambos puntos que no lo reconoce (el diablo lo promueve con sus sugerencias) ni piensa que es Cristo, o a la vez hace un falso cristo de él, así como los apóstoles aquí lo consideran un espíritu o un fantasma; sus corazones no piensan en absoluto que es Cristo, aunque ven la forma y la apariencia de Cristo. Por lo tanto, se requiere una gran perspicacia y comprensión para arrancar el falso cristo de nuestro corazón y aprender a pensar en él correctamente, porque debemos considerar (como se ha dicho) que el diablo representa un falso cristo o incluso se disfraza en su forma.

11. Así, esta lectura del Evangelio muestra quién es el verdadero Cristo y cuál es su palabra. En primer lugar, dice: “La paz sea con ustedes”, lo cual es parte del consuelo que él trae. Segundo, los reprende y no les permite tener tales pensamientos falsos y temerosos acerca de él; él dice, “¿Por qué están tan asustados, y por qué surgen tales pensamientos en sus corazones?”. Este texto no puede ser comprado con dinero o con bienes porque un corazón afligido puede aprender y concluir de él: aunque el diablo citara todos los pasajes de la Biblia para asustar el corazón, si lo hace demasiado y no da consuelo después, entonces es seguramente el diablo, aunque parezca que veas la forma de Cristo colgado en la cruz o sentado a la diestra del Padre. Puede ser que Cristo venga y te asuste al principio, pero seguramente no es culpa suya, sino de tu naturaleza, porque no lo reconoces correctamente. Sin embargo, es el mismo diablo quien te ataca con miedo y no cesa hasta que te lleve a la desesperación.

12. Por lo tanto, debes separar muy lejos el miedo de Cristo y el del diablo. Aunque Cristo puede comenzar con el miedo, sin embargo, seguramente trae consigo el consuelo y no quiere que permanezcas con el temor. El diablo, sin embargo, no puede dejar de asustar o desistir de hacerlo, aunque al principio consuele y sea agradable. El cristiano debe saber esto y conocer al diablo para que, especialmente en las grandes tentaciones, cuando sienta miedo y angustia, piense: “No solo debe haber miedo, sino que también cesará, y el consuelo seguirá de nuevo”.

13. “Sí”, dices, “pero es Cristo y su palabra, porque también predica sobre la ira de Dios contra el pecado cuando dice: “Si no se arrepienten, todos perecerán” (Lucas 13:3, 5), etc. Respuesta: Sí, puede permitir eso, y sucederá que te asustarás por tus pecados (si no te asustaste antes). Sí, debe hacer que esto suceda para que (a causa de tu naturaleza temerosa) también te asustes de él, como lo hicieron estos apóstoles. Sin embargo, no es su intención que sigas teniendo miedo, más bien quiere que dejes de hacerlo. Sí, él te reprende por tu miedo y dice que le maltratas con tus pensamientos cuando le atribuyes tales cosas. En resumen, no quiere que le tengas miedo, sino que te aferres al consuelo y la confianza alegre en lugar de tu miedo.

14. Si de sus palabras y obras que comenzó en ti, tienes ahora pensamientos que son espantosos, entonces señálales a él (a dónde pretende ir) a aquellas personas que todavía están seguras, obstinadas y endurecidas. Debe gritar ay de ellos y amenazarles con el fuego eterno del infierno. Estas son las personas que no temen a Dios; al contrario, cuando queremos asustarlas con el nombre y la palabra de Dios, se ponen los cuernos, lo desafían y se vuelven más duros que un yunque y un diamante. Pero cuando sientes que estás asustado (tanto si el verdadero Cristo lo hace como si no), solo tengas en mente ponerle fin y detenerte. Si es el verdadero Cristo, entonces no querrá esto de ti; si no es él, entonces mucho menos debes hacer esto.

15. Por lo tanto, nota y retén este texto y ejemplo, que Cristo no quiere que los suyos se asusten, y no se complace cuando la gente tiene terror de él. Más bien, quiere que aprendamos a saber que cuando te ve angustiado y asustado, se complace en venir a ti, para que tú también te vuelvas a alegrar y abandones tus pensamientos asustados. Solo debemos aprender que su estilo de hablar dice: “¿Por qué están asustados y por qué dejan que esos pensamientos surjan en sus corazones? Me imaginan como un espíritu y como alguien que solo quiere asustarles, pero vengo y quiero consolarles y alegrarlos”.

16. Por lo tanto, se sabio y sepa que cuando tienes pensamientos tan opresivos sobre Cristo, definitivamente no vienen de Cristo sino del diablo; aunque lo temas, un pequeño susto repentino no te hará daño. Nuestra naturaleza es tal que nunca piensa en nada bueno, especialmente cuando el corazón está además temeroso o angustiado y pusilánime. Que los pensamientos sean pensamientos y vengan cuando quieran. Piensa solo en que escuchas las palabras de Cristo que no quieren que te asustes en su nombre y le tengas miedo. Más bien, quiere que te alegres y lo recibas como quien quiere consolar tu pobre, pecaminoso y angustiado corazón. Que se asusten los demás, las cabezas obstinadas e impenitentes, el Papa, los tiranos y todos sus enemigos y calumniadores. Necesitan un rayo para aplastar los acantilados de hierro y las montañas.

17. Por lo tanto, si él es un Cristo temible, entonces es y quiere ser esto solo para esas cabezas endurecidas. No lo creen, sino lo desprecian arrogantemente hasta que llega su hora y su tiempo, cuando él, sin ninguna misericordia, debe pisotearlos bajo sus pies. Pero no quiere ser así con sus queridos discípulos y creyentes, que antes estaban demasiado temerosos y asustados, de modo que fácilmente se horrorizan incluso de su querido Salvador. Como dice San Mateo (12:20) del profeta Isaías (42:3), él no tiene la intención de romper y apagar totalmente la caña cascada y el pabilo que humea (es decir, las conciencias rotas, angustiadas, humilladas y abatidas).

Ahora bien, si las infames, arrogantes e insolentes cabezas del diablo no prestan atención en ningún lugar a su miedo, ¿deberían por esa razón los temerosos y tímidos corazones pagarlo y hacer que ese miedo se apodere de ellos, a quienes no quiere que se asusten? Si el miedo y la amenaza no ayudan a los primeros, ¿no debería el consuelo ayudar a los segundos? De otro modo Cristo se perdería completamente, y su reino no podría encontrar ningún lugar ni producir ningún fruto en la tierra.

18. Por lo tanto, si te sientes asustado y abatido, déjate consolar hasta que Cristo encuentre su hogar en ti. Él no encuentra en ti un corazón arrogante e impenitente, que no quiere someterse a él. De lo contrario tendrías motivo y necesidad de temerle como el que fue nombrado Juez de los impíos y los despreciadores. Más bien, viene a ofrecerte y traerte la gracia y la paz, tal como tú deseas y pides.

Aquí debes tener cuidado, digo, de no alejar este saludo amistoso y tu propia salvación y convertir a este querido Salvador en Satanás, o, más bien, en lugar de escuchar a Cristo, escuchar al diablo, que es un mentiroso y un asesino y se complace en afligir los corazones débiles y angustiados. Es su método no cesar, y si no puede asustarte lo suficiente con una sola palabra, vendrá con diez o cien y oprimirá hasta que se hunda completamente y ahogue el corazón en la pena.

19. Por el contrario, como cristiano puedes concluir definitivamente que tales pensamientos no son ni pueden ser de Cristo. Sí, aunque fuera posible que fuera el mismo Cristo, todavía tienes aquí su palabra y su verdadero testimonio, el cual debes creer más que todas las apariciones. En lugar de eso, no debes desear una revelación secreta de Cristo o de un ángel del cielo, porque estos pueden ser erróneos y engañar y no son más que imágenes mudas. Aquí, sin embargo, tienes su voz y palabras vivas que habla públicamente ante todos los discípulos y los reprende por tales pensamientos. Por esto debemos saber que no le gustan esos pensamientos.

20. Por eso, muestra lo mismo con signos y obras externas. No reprende sus pensamientos solo con palabras, sino que también les muestra sus manos y pies para que puedan ver y sentir que es él mismo. Es como si quisiera decir: “¿Por qué siguen dudando de mí y con sus pensamientos me convierten en un fantasma? Nunca han manejado o visto un diablo o un espíritu que tenga carne y sangre como yo, aunque a veces asuman tal forma y engañen a los sentidos”.

21. Así añade a las palabras también un signo fuerte y definido y les conforta con la acción, para que no le teman. Les muestra lo que ha hecho por ellos. Es un cuadro atractivo, reconfortante y alegre ver las manos y los pies de este querido Salvador que fueron traspasados por mi causa y con los cuales mis pecados también fueron clavados en la cruz. Me muestra esto como una señal y testimonio de que sufrió, fue crucificado y murió por mí, y ciertamente no tiene la intención de enojarse conmigo y empujarme al infierno.

22. Ver sus manos y pies realmente significa que reconozco por su palabra y la fe en él que lo que ha hecho ha sido para mi bien, salvación y consuelo. Aquí no veo ningún verdugo, muerte ni infierno en absoluto, sino solo una deliciosa y dulce gracia hacia toda la gente pobre y angustiada. No puedo temer ni aterrorizarme por esto, aunque esta obra es demasiado grande para que el corazón la comprenda y la entienda. Así, tanto con palabras como con obras, quiere liberarnos del miedo, aunque al principio le tengamos miedo.

23. Por otra parte, el demonio también muestra finalmente sus manos y pies, después de habernos consolado primero; son las horribles y abominables garras de la ira de Dios y de la muerte eterna. Por fin viene solo con asustar, asesinar y matar, que son sus obras, que ha hecho desde el principio. Puede presentar delante del corazón todas las imágenes, ejemplos e historias espantosas de todos los abominables pecados, asesinatos y castigos que han ocurrido y a cuántos grandes personajes ha engañado, cegado y condenado.

24. Ahora, donde se reconoce correctamente a Cristo, comienza el verdadero gozo, de modo que, como dice el evangelista, “los discípulos se maravillaron de gozo, y no podían aún creer”. Este es un texto peculiar y un dicho extraño. Antes, su fe se veía obstaculizada por el miedo y los pensamientos atemorizados; ahora lo que la obstaculiza es su alegría, que es mucho mayor que su miedo anterior. Ahora están tan llenos de gozo, después de que el Señor les reproche y les muestre sus manos y pies, que todavía no pueden creer.

25. Esta es una de las tentaciones que enfrentan los cristianos (de la que hablamos antes), que la gracia es demasiado grande y gloriosa cuando miramos nuestra insignificancia e indignidad comparada con Cristo, y que el consuelo es tan superabundante que nuestro corazón es demasiado estrecho para comprenderlo. ¿Quién puede comprender en su corazón que Cristo es un salvador tan amistoso conmigo, que soy un hombre pobre y pecador, que me da de inmediato todo lo que ha hecho para ser mío? ¿No debe el corazón temer por sí mismo y pensar: “¿Realmente crees que es verdad que la Majestad que creó el cielo y la tierra debe interesarse tanto por mi miseria y mirarme con tanta gracia? He pecado con frecuencia contra él y he merecido mil veces y traído sobre mí la ira, la muerte y el infierno. ¿Cómo puede tal gracia y tesoro ser entendido por un corazón humano o por cualquier criatura?”

26. En resumen, la fe es atacada en el corazón humano en ambos lados y en ambos momentos, tanto en el miedo o la pena como en la alegría. La escasez o la abundancia es demasiado grande, y hay muy poco o demasiado consuelo. Antes, cuando habrían tenido con gusto algo grande, todos los tesoros de Dios eran demasiado pequeños e insignificantes para consolar sus corazones, cuando Cristo todavía estaba oculto para ellos. Ahora, cuando viene y es visto por ellos, es demasiado grande para sus corazones, de modo que en su asombro no pueden creer que él haya resucitado de entre los muertos y viva con ellos.

27. Por fin se muestra aún más amistoso. Se sienta con ellos a la mesa y come con ellos pescado asado y panal de miel. Les predica un hermoso sermón para establecerlos en la fe, para que ya no tengan miedo ni dudas, sino que se vuelvan fuertes en la fe. De esta manera, toda su pena desaparece.

28. Por tanto, aprendamos ahora de esto a conocer la propiedad y la manera de Cristo, que cuando viene y se revela, se despide con solo consuelo y gozo. Debe venir al fin con consuelo, o no debe ser Cristo.

Sin embargo, si la angustia y el miedo permanecen en el corazón, entonces puedes concluir con confianza que no es Cristo (aunque esté representado de esa manera en el corazón), sino el diablo. Por lo tanto, no prestes atención a esos pensamientos, sino aférrate a las palabras que él te dice: “Miren mis manos y mis pies”, etc. Entonces tu corazón se volverá a alegrar, y el fruto será que entenderás correctamente las Escrituras, saborearás su palabra en tu corazón, y no habrá nada más que miel y el más dulce consuelo.

29. El punto principal y la segunda parte de esta lectura del Evangelio es que después de que Cristo les explicó las Escrituras y abrió su entendimiento, concluye y dice:

  “Así está escrito, y así Cristo tuvo que sufrir y resucitar de entre los muertos y el arrepentimiento y el perdón de los pecados en su nombre tenía que ser predicado entre todas las naciones”.

30. Aquí ves cómo el Señor señala y guía de nuevo a su pueblo hacia las Escrituras y de esa manera intenta fortalecer y confirmar su fe. Aunque ahora se revela y se muestra a ellos visiblemente, en el futuro, cuando ya no lo vean, quiere que se aferren a la palabra y mediante el testimonio de las Escrituras hacer segura su fe y la de los demás. La fuerza y el consuelo de la resurrección no se entienden ni se reciben sino por la fe en la palabra, como hemos oído. Incluso cuando lo ven, no lo reconocen, sino que le temen hasta que les habla y les abre el entendimiento a través de la Escritura.

31. En segundo lugar, quiere enseñarles por este testimonio de la Escritura cómo funciona su reino en la tierra y en qué consiste, a saber, que no ha de ser un nuevo gobierno o autoridad que se ocupe de asuntos mundanos y temporales, sino un poder espiritual, divino, en el que quiere gobernar invisiblemente en el corazón de las personas de todas partes por medio de la palabra o el oficio de la predicación y trabajar en ellas para que salgan del pecado, de la ira de Dios y de la muerte eterna a la gracia y a la vida celestial y eterna. Por eso también sufrió y resucitó.

32. Él señala e indica todo esto en estas pocas palabras, y así incluye el resumen de todo el evangelio y el punto principal de la doctrina cristiana que siempre debemos predicar y resaltar en las iglesias, a saber, el arrepentimiento y el perdón de los pecados. Por tanto, también debemos decir algo al respecto.

33. Hasta ahora todo el papado no ha sabido enseñar sobre el arrepentimiento, sino que consiste en tres partes, a las que llaman contrición, confesión y satisfacción, y sin embargo no ha podido instruir correctamente al pueblo sobre nada de esto. Concretamente, para complacerlos hemos dejado que tengan la palabra satisfactio, “satisfacción” (con la esperanza de que con dulzura podamos llevarlos a la doctrina correcta). Sin embargo, lo hemos hecho entendiendo que no significa nuestra satisfacción (ya que en realidad no tenemos ninguna), sino la satisfacción de Cristo, a través de la cual pagó por nuestro pecado con su sangre y su muerte, y reconcilió a Dios.

Sin embargo, como hemos experimentado muchas veces anteriormente y seguimos viendo ante nuestros ojos que nada se puede ganar de ellos con la mansedumbre, y solo siguen oponiéndose cada vez más a la verdadera doctrina, nos despegaremos y nos separaremos limpiamente de ellos y no sabremos nada más de las palabras inventadas que presentan en sus escuelas y con las que ahora solo tratan de avalar sus viejos errores y mentiras.

Por eso, esta palabra “satisfacción” debe ser de ahora en adelante nada y muerta en nuestras iglesias y teología, y en cambio debe ser encomendada al oficio del juez y a las escuelas de juristas (a las que pertenece y de las que los papistas la tomaron), que deben ocuparse de ella para enseñar al pueblo cómo hacer satisfacción y compensación cuando han robado, hurtado o poseen bienes adquiridos injustamente.

34. La palabra “contrición” (contritio) está tomada de la Escritura, que habla de un cor contritum, “un corazón quebrantado, angustiado y miserable” (Sal. 51:17). Sin embargo, los monjes no entendieron ni enseñaron correctamente esta palabra, pues llamaron “contrición” a la obra que fue forzada por los propios pensamientos y el libre albedrío. Querían decir que un hombre debía sentarse en un rincón, inclinar la cabeza y contemplar con pensamientos amargos los pecados que cometió. Sin embargo, no se produjo ninguna pena ni disgusto grave por el pecado, sino que se halagaron aún más con tales pensamientos y fortalecieron sus deseos pecaminosos. Por mucho tiempo que hablaran de ello, todavía no podían decidir cuán grande debía ser la contrición para que fuera suficiente para el pecado. Tuvieron que conformarse con este mosaico: que quien no pudiera tener una contrición verdaderamente perfecta debería al menos tener “attritionem” (como lo llamaban), una contrición a medias, y estar un poco arrepentido por el pecado.

35. Luego, con la “confesión” se hacían para sí mismos tormentos y angustias intolerables, porque enseñaban que cada uno estaba obligado, al menos una vez al año, a contar todos sus pecados con todos los detalles, incluso los que a menudo se olvidan y que después se vuelven a recordar. Sin embargo, no daban a la conciencia ninguna instrucción real ni consuelo sobre la absolución, sino que señalaban a la gente sus propias obras, de modo que, si eran suficientemente contritos, hacían una confesión limpia de sus pecados (lo que según su doctrina era imposible), y también hacían suficiente satisfacción, entonces sus pecados serían perdonados. No había una sola palabra sobre Cristo o la fe, pero los corazones necios y afligidos que querían ser libres del pecado y buscaban consuelo tenían que colgarse y suspenderse sobre una base tan incierta en la duda eterna.

36. Lo peor de todo fue que no enseñaron correctamente lo que es el pecado. No sabían nada más de ello que lo que los abogados llaman pecado y lo que corresponde ante el juez y las penas seculares. No podían decir nada sobre el pecado original o la impureza interior del corazón. También alegaban que la naturaleza humana y los poderes del libre albedrío eran tan perfectos que un hombre podía, por su propia fuerza, lograr que cumpliera la ley de Dios y así ganarse la gracia de Dios; podía estar tan libre de pecado que no necesitaría arrepentimiento. Sin embargo, para tener algo que confesar, tenían que inventar pecados donde no los había (así como también inventaron sus propias buenas obras). Consideraban que estos eran los pecados más grandes y graves, como cuando un laico tocaba un cáliz consagrado o, en la misa, cuando un sacerdote tartamudeaba sobre el canon y otras tonterías similares.

37. No hay que olvidar esta inútil y soñada doctrina del papado sobre el arrepentimiento, primero para poder convencerles de su error y ceguera, porque ahora están por todas partes embelleciéndose y adornándose como si no hubieran enseñado nada malo. En segundo lugar, para que a partir de la distinción, cuando se comparan ambas, podamos comprender mejor la verdadera doctrina cristiana. Por eso queremos hablar según las Escrituras sobre la naturaleza del verdadero arrepentimiento cristiano y el perdón de los pecados que Cristo nos manda a predicar en su nombre.

38. En primer lugar, en la Escritura la verdadera contrición no consiste en nuestros propios pensamientos que los monjes llaman contritio y attritio, contrición total o media. Más bien, la verdadera contrición es cuando la conciencia comienza a picarte y a alarmarte, y tu corazón está seriamente asustado por la ira y el juicio de Dios, no solo por los pecados obvios y groseros, sino también por las dudas verdaderamente fuertes y nudosas que ves y sientes, que no ponen en tu carne y sangre más que incredulidad, desprecio y desobediencia a Dios y (como dice San Pablo) “hostilidad contra Dios” (Romanos 8:7). Esto se hace sentir con todo tipo de lujuria y deseos malvados, etc., por los cuales has traído la ira de Dios sobre ti mismo y has merecido ser rechazado eternamente de su vista y arder en el fuego del infierno.

Así pues, la contrición no se aplica poco a poco a algunas obras que has cometido públicamente contra los Diez Mandamientos, ahí es donde permanece el sueño y la ilusión del hipócrita arrepentimiento monacal; inventan para sí mismos esta distinción en sus obras y, sin embargo, encuentran algo bueno en sí mismos. Más bien, la contrición se aplica a toda la persona con toda su vida y ser, incluso a toda su naturaleza, y muestra que está bajo la ira de Dios y condenado al infierno. Por lo demás, la palabra “contrición” sigue sonando demasiado jurídica, la forma en que la gente habla del pecado y la contrición en asuntos mundanos como algo que alguien hizo y luego piensa de forma diferente y desea que no lo haya hecho.

39. Esta contrición y grave temor no proviene de nuestras propias intenciones o pensamientos humanos, como sueñan los monjes, sino que debe ser obrada en el hombre a través de la palabra de Dios, que señala la ira de Dios y afecta al corazón para que éste comience a temer y a temblar y no sepa dónde puede pararse. La razón humana no puede ver o entender por sí misma que toda la fuerza y habilidad humana está bajo la ira de Dios y ya ha sido condenada en su juicio al infierno.

40. Por lo tanto, esto debe ser predicado y proclamado, como Cristo dice aquí, para que la gente sea dirigida y llevada al verdadero arrepentimiento. Deben reconocer sus pecados y la ira de Dios, y así ser primero arrojados por la palabra bajo la ira y la condenación de Dios, para que a su vez, a través de la otra predicación del perdón de los pecados, sean entregados al verdadero consuelo, la gracia divina y su salvación. De lo contrario, el hombre nunca reconocería su miseria y angustia ni suspiraría por la gracia. Mucho menos aprendería cómo puede venir de la ira y la condenación de Dios a la gracia y al perdón de los pecados.

41. Esta predicación de arrepentimiento, dice Cristo, debe salir “entre todas las naciones”. Llega realmente muy lejos e incluye a todos en el mundo, ya sean judíos, gentiles o cualquier otra persona. En resumen, nadie está excluido en absoluto, sino él los pone a todos, como los encuentra y los halla (aparte de Cristo) bajo la ira de Dios y dice: “Todos ustedes están condenados, junto con todo lo que hacen y son, no importa cuántos, cuán grandes, cuán altos, cuán santos son”.

42. En efecto, él asusta y condena sobre todo a los que andan en su propia santidad y no se imaginan que son pecadores y necesitan arrepentimiento. Entre los judíos estos podrían ser los santísimos fariseos (antes de su conversión San Pablo era uno de ellos) que vivían y caminaban fervientemente según la ley. Entre los paganos podían ser ciertas personas refinadas, muy inteligentes, sabias y respetables. Entre nosotros podían ser los monjes verdaderamente buenos, cartujos o ermitaños, que se preocupaban seriamente por ser justos ante Dios y vivían de tal manera que no se creían culpables de ningún pecado mortal, y además castigaban severamente sus cuerpos con ayunos, vigilias, camas duras, algunos incluso con azotes sangrientos, etc. Todos, y ellos mismos también, pensaban que por sus obras y su vida no necesitaban contrición ni arrepentimiento, sino que pagaban por sus pecados cometidos anteriormente con las mejores y más meritorias obras, que ganaban honestamente el cielo de Dios con una vida tan santa y lo pagaban con creces.

El arrepentimiento debe ser predicado con la mayor fuerza contra tales personas y, como con un rayo, debe derribar al suelo y empujar al infierno y a la condenación a todos los que están seguros y son arrogantes y no reconocen todavía su angustia y la ira de Dios.

43. San Juan Bautista, que preparó el camino para Cristo, comenzó tal predicación públicamente y aplicó este hacha de trueno con confianza y audacia a todo el judaísmo; atacó a los santos fariseos y saduceos más duramente que a los demás y dijo: “Generación de víboras, ¿cómo se creen tan seguros y presumen de huir de la ira venidera?”.

El arrepentimiento es muy necesario para estas personas, ya que también ante Dios merecen una mayor ira que otros pecadores públicos (que son reprendidos por su propia conciencia). Ellos mienten en su ceguera e imaginan que no tienen ningún pecado. Sin embargo, ante Dios están llenos de inmundicia y abominación y pecan con verdaderas transgresiones contra la ley de Dios, ya que sin el temor de Dios y con desprecio por su ira son altivos y orgullosos con confianza en sus obras y santidad; practican la idolatría con su culto elegido por ellos mismos. Además, a pesar de ello, sus corazones están llenos de inmundicia y desobediencia interna contra los mandamientos de Dios, aunque externamente se abstienen de las obras malas. Anteriormente, incluso nosotros, que queríamos ser la gente más justa, enojamos mucho a Dios con la abominable idolatría de la Misa, el culto de los santos y nuestra propia santidad monacal, con la que pensábamos que podíamos merecer el cielo en lugar de por la muerte y resurrección de Cristo; nos engañamos miserablemente a nosotros mismos y a los demás.

44. Por eso San Juan continuó su predicación de arrepentimiento y les dijo: “Tengan cuidado para producir el justo fruto del arrepentimiento”, etc. Es decir: “Escuchen mis palabras y consejos. No se hagan primero los seguros y orgullosos, sino reconozcan su pecado y la ira de Dios sobre ustedes. Humíllense ante él y deseen la gracia. Si no lo hacen, ya se ha dictado sentencia sobre ustedes, el hacha ya está en el árbol, de modo que su tronco y sus raíces serán cortados como un árbol que no da buen fruto y no sirve para nada, salvo para echarlo al fuego y reducirlo a cenizas, a pesar de que es alto, grueso y tiene hojas bonitas, como ustedes presumen de ser hijos de Abraham”, etc.

45. Los apóstoles también continuaron con esta predicación. En Pentecostés y después, San Pedro señaló a los judíos qué clase de hijos piadosos eran y lo que habían ganado de Dios al negar a su querido Hijo, clavarlo en la cruz y matarlo. San Pablo dice: “Dios ordena a todos los pueblos de todas partes que se arrepientan, porque ha fijado un día en el que juzgará a toda la tierra” (Hechos 17:30-31), etc. Es decir, quiere que todos los pueblos de la tierra aprendan a conocerse a sí mismos, a temer la ira de Dios, y a entender que él los juzgará y condenará, si no se arrepienten y obedecen esta predicación.

46. Así también Cristo dice: “El Espíritu Santo reprenderá al mundo acerca del pecado” (Juan 16:8) (por medio de esta predicación de arrepentimiento), etc. La razón, como ya se ha dicho, no puede enseñar tal arrepentimiento, y mucho menos efectuarlo por su propia fuerza; más bien, debe ser predicado, como Cristo dice aquí, como una revelación que está por encima de la razón, el entendimiento y la sabiduría. Del mismo modo, San Pablo lo llama una revelación celestial cuando dice: “La ira de Dios se manifestará desde el cielo” (Romanos 1:18), etc. Ni la razón ni ningún abogado dirá que soy un pecador y que estoy bajo la ira y la condenación de Dios si no robo, hurto, cometo adulterio, etc. Más bien soy un hombre piadoso y respetable al que nadie puede reprender ni censurar, y además soy un monje santo. ¿Quién creería que yo, con una vida tan maravillosamente respetable, aunque esté sin fe, merezca solo la ira de Dios, y con tan hermosa adoración y estricta formación (que he emprendido sin la palabra de Dios, por mi cuenta) solo estoy llevando a cabo una abominable idolatría, y así me condeno a mí mismo más profundamente en el infierno que otros pecadores abiertos?

47. Por lo tanto, no es de extrañar que, cuando el mundo oye esta predicación de arrepentimiento y es reprendido por ella, pocos la acepten. Más bien, la mayoría, especialmente los inteligentes y los santos, la desprecian, levantan la cabeza contra ella y dicen: “¡Ja! ¿Cómo puede ser eso cierto? ¿Debo dejarme llamar pecador y condenado por esta gente que viene aquí con una doctrina nueva y desconocida? ¿Qué he hecho? Con toda seriedad me he abstenido de pecar y he estado ansioso por hacer el bien. ¿Se supone que eso no es nada? ¿Debería, entonces, todo el mundo antes de nosotros, con todo lo que hizo y vivió, estar en el error y perdido? ¿Cómo es posible que Dios abandone a todo el mundo y diga que todos están perdidos y condenados? ¡El diablo te está diciendo que prediques eso!” Así que se defienden y se fortalecen en su impenitencia y solo toman más de la ira de Dios sobre sí mismos al calumniar y perseguir su palabra.

48. Pero, a pesar de todo, este juicio y esta predicación siempre sigue penetrando, porque Cristo aquí les manda simplemente a predicar entre todas las naciones, a decir a todos, dondequiera que vayan, que se arrepientan, y a decir que nadie que rechace a esta predicación puede escapar de la ira de Dios o ser salvo. Él resucitó para comenzar este reino. Debe ser predicado, aceptado y creído por aquellos que deben y quieren ser salvos, aunque enoje al mundo, al diablo o al infierno.

49. Esta es la primera parte de este sermón sobre el verdadero arrepentimiento, que reprende no solo a una multitud de malhechores, a quienes incluso el mundo y los abogados llaman pecadores (aunque estos también deben ser reprendidos severamente), sino que ataca y condena incluso a los más piadosos y santos a los ojos del mundo (aunque sin conocimiento de su pecado y de Cristo). Este sermón no hace del arrepentimiento una obra nuestra, provocada por nuestros propios pensamientos, que se extiende solo en parte a algunas obras, que el hombre debe primero buscar largamente y ponderar cómo, cuándo, dónde y con qué frecuencia ha pecado, aunque es cierto que puede comenzar con un solo pecado, ya que David fue reprendido a causa de adulterio y asesinato. Más bien, esto se extiende a toda tu vida, te arroja de repente completamente bajo la ira de Dios como por un rayo del cielo, y te dice que eres un hijo del infierno, de modo que tu corazón se asusta y el mundo se vuelva demasiado estrecho para ti.

50. Por tanto, sepáralo de esta manera: Dirija el arrepentimiento que aún es obra nuestra (nuestra propia contrición, confesión y satisfacción) a las escuelas de abogados o de niños, donde puede servir para la disciplina y el entrenamiento corporal. Mantenlo absolutamente separado de la verdadera contrición espiritual que obra a través de la palabra de Dios en cualquier lugar y en cualquier momento que afecte al corazón, de modo que tiemble y se estremezca ante la grave y espantosa ira de Dios y en la angustia no sabe dónde puede estar.

51. La Escritura muestra esta contrición y arrepentimiento con muchos ejemplos, como cuando San Pablo se convirtió y el propio Cristo le predica el arrepentimiento desde el cielo, diciéndole: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hechos 9:4), etc. Inmediatamente el efecto y la fuerza están ahí, de modo que de repente cae al suelo, tiembla y dice: “Señor, ¿qué quieres que haga?”. (Hechos 9:5). Esta es la verdadera contrición. No vino de sus propios pensamientos, porque viaja en la fuerte esperanza y confianza de su propia santidad según la ley. No conoce ningún pecado con el que pudiera haber merecido la ira de Dios. Pero Cristo le muestra de repente lo que es, es decir, un perseguidor y asesino de él y su iglesia. No había visto esto antes, sino que lo había considerado como una virtud excelente y un celo divino. Ahora, sin embargo, cae en un gran temor porque se le muestra que con toda su justicia según la ley está condenado ante Dios. Y debe regocijarse cuando escucha estas palabras de gracia de Cristo sobre cómo debe llegar a la gracia y al perdón de los pecados. Asimismo, en Pentecostés y después cuando Pedro se adelantó con tales rayos, diciendo que toda la nación judía eran traidores y asesinos de su prometido Cristo, el Hijo de Dios, el texto dice: “Cuando oyeron esto, fueron cortados en el corazón y dijeron a los apóstoles: “Varones hermanos, ¿qué haremos?” (Hechos 2:37).

52. Esta es la verdadera contrición. Ataca repentinamente el corazón y lo hace temer y alarmarse, de modo que siente la ira y la condenación de Dios sobre él y comienza a conocer los pecados reales, fuertes y ocultos, de los que antes no tenía conocimiento. Tal corazón debe ahora decir: “¡Ay! ¿Qué debo hacer? No hay nada más que pecado e ira aquí, que, lamentablemente, no conocía ni pensaba antes”, etc. San Pablo también habla de la fuerza de la palabra, que nos confronta con la ira de Dios: “Yo vivía apartado de la ley” (Romanos 7:9); es decir, era arrogante y seguro y no conocía el pecado ni la ira de Dios. Pero cuando la ley vino y golpeó mi corazón, entonces el pecado cobró vida, de modo que solo entonces empecé a sentir la ira de Dios, y así morí, es decir, experimenté temblores, angustia y trepidación que no pude soportar. Habría tenido que perecer en la muerte eterna, si no hubiera sido liberado de nuevo.

53. Luego sigue la segunda parte, que Cristo ordena que se predique, a saber, el perdón de los pecados. No basta con hablar solo del pecado y de la ira de Dios y asustar al pueblo. Aunque es necesario comenzar de tal manera que se reconozca y se sienta el pecado (para que también puedan desear la gracia), sin embargo, no debe permanecer allí, porque de lo contrario no habría Cristo ni salvación, sino solo la muerte y el infierno. El traidor de Cristo, Judas, comenzó con bastante fuerza con esta primera parte del arrepentimiento, a saber, la contrición y el conocimiento de su pecado, sí, con demasiada fuerza, porque no le seguía ningún consuelo, de modo que no podía soportarlo, sino que se sumió inmediatamente en la ruina y la muerte eterna, al igual que el rey Saúl y muchos otros. Pero esa no es la predicación correcta o completa sobre el arrepentimiento, como Cristo quiere que se predique. El diablo con gusto se deja usar para predicar esta parte, aunque no se le haya encomendado, así como siempre quiere citar el nombre y la palabra de Dios, pero solo para engañar y hacer daño. Se pone de cabeza, consolando donde no debería consolar, o solo asustando y llevando a la desesperación.

La intención del Señor Cristo no es que se predique el arrepentimiento para que las conciencias queden atemorizadas, sino que aquellos que reconocen sus pecados y tienen un corazón contrito sean nuevamente consolados y animados. Por esa razón, inmediatamente adjunta la segunda parte y ordena que no solo se predique el arrepentimiento sino también el perdón de los pecados. Así, como también dice, él ordena que esto sea predicado en su nombre.

54. Por lo tanto, cuando tu conciencia se ha asustado por la predicación del arrepentimiento (ya sea de boca en boca o de otra manera en tu corazón), entonces debes saber que también debes escuchar y comprender la segunda parte que Cristo ordenó que se te hablara. Aunque ciertamente mereces la ira eterna y eres culpable del fuego del infierno, sin embargo, por bondad y misericordia ilimitadas, Dios no quiere dejarte estancado o perdido en tu condenación, sino que quiere perdonar tus pecados, para que su ira y tu condenación sean quitadas de ti.

55. Esta es la consoladora predicación del evangelio, que el hombre no puede entender por sí mismo, como entiende por sí mismo la predicación de la ley (que al principio estaba implantada en su naturaleza) cuando su corazón está afectado por ella. Más bien, el evangelio es una revelación especial y la voz propia verdadera de Cristo.

La naturaleza y la razón humanas no pueden elevarse por encima del juicio de la ley, que concluye y dice: “El que es pecador es condenado por Dios”. Así, todos los pueblos tendrían que permanecer eternamente bajo la ira y la condenación si no se hubiera dado una segunda y nueva predicación desde el cielo. El propio Hijo de Dios tenía que establecer esta predicación y ordenar que se difundiera en el mundo, en el que Dios ofrece su gracia y misericordia a los que sienten sus pecados y la ira de Dios.

56. Pero para que esta predicación se entienda y se considere cierta, debe suceder (como dijo aquí) “en su nombre”, es decir, no solo por orden suya, sino que los pecados sean perdonados también por su causa y por sus méritos. Por lo tanto, debemos confesar que ni yo ni ningún hombre (con excepción de Cristo) hemos logrado o merecido esto, ni podríamos merecerlo. ¿Cómo podría yo merecerlo cuando yo y toda mi vida y todo lo que puedo hacer es (según los términos de la primera predicación) condenado ante Dios?

57. Pero si la ira de Dios ha de ser quitada de mí y he de obtener gracia y perdón, entonces alguien debe merecer esto de él, porque Dios no puede ser amistoso ni misericordioso con el pecado, ni anular el castigo y la ira, a menos que se haga un pago suficiente por ello. Nadie (ni siquiera un ángel en el cielo) podría compensar la eterna e irreparable daño ni la ira eterna de Dios que merecemos por nuestros pecados, excepto la persona eterna, el propio Hijo de Dios, tomando nuestro lugar, tomando nuestros pecados sobre sí mismo y respondiendo por ellos como si fuera culpable, etc.

Nuestro querido Señor y único Salvador y Mediador ante Dios, Cristo, lo ha hecho con su sangre y su muerte, por la que se convirtió en un sacrificio por nosotros. A través de su pureza, inocencia y justicia (que era divina y eterna) superó todo el pecado y la ira que tuvo que soportar por nosotros; lo ahogó completamente y se lo tragó. Su mérito es tan grande que Dios está ahora satisfecho y dice: “A quien él ayude, será ayudado”. Cristo también dice sobre la voluntad de su Padre: “Esta es la voluntad del que me envió: que todo el que mire al Hijo y crea en él tenga vida eterna” (Juan 6:40). De la misma manera: “Todo poder en el cielo y en la tierra me ha sido dado” (Mateo 28:18). En su oración dice: “Padre, glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti, así como le has dado autoridad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le has dado” (Juan 17:1-2).

58. No solo lo ha cumplido con sus obras, sino que también lo ha hecho y cumplido para que se nos predicara y proclamara; de lo contrario, no sabríamos nada al respecto, ni podríamos obtenerlo. Por lo tanto, es completamente inmerecido por nuestra parte y se nos da totalmente gratis y únicamente por gracia. Lo hizo solo para que pudiéramos estar seguros de esta gracia y no tuviéramos motivos para dudar de ella. Tendríamos que permanecer en la duda eterna si buscáramos nuestro propio mérito y nuestra propia dignidad, hasta que hubiéramos hecho tanto que Dios la mirara y se volviera misericordioso por ella. Pero ahora Cristo ordena que se predique en su nombre el perdón de los pecados, para que yo sepa que me es dado definitivamente por su causa, porque él lo mereció y lo hizo por mí (ya que él mismo no lo necesitaba); me lo muestra y me lo imparte por medio de la palabra.

59. Para que yo y todos podamos consolarnos en esto, y nadie tenga motivos para estar ansioso y preocupado por si puede reclamar esta gran gracia para sí mismo, pues el corazón del hombre naturalmente duda y disputa consigo mismo: “Sí, ciertamente creo que Dios eligió a ciertas grandes personas como San Pedro, Pablo, etc., pero ¿quién sabe si yo también soy uno de aquellos a los que concede tal gracia? Tal vez no estoy predestinado a ello”. Cristo quiere y ordena que esto no sea proclamado en un rincón o solo a algunas personas especiales, no solo a sus judíos o tal vez a unas pocas naciones más, sino que se predique a todo el mundo o (como dice) “entre todas las naciones”, incluso como dice en Marcos 16:15 “a todas las criaturas”.

Lo hace para que sepamos que no quiere que nadie en ningún lugar sea eliminado o excluido de esto (si solo lo aceptan y no se excluyen a sí mismos). Así como la predicación del arrepentimiento debe ser una predicación común que va contra todas las personas para que se reconozcan como pecadores, así también la predicación del perdón debe ser común y aceptada por todos, ya que todas las personas desde el principio la necesitan, e incluso hasta el fin del mundo. ¿Por qué otra razón se ofrecería y se predicaría el perdón de los pecados a todos si no todos tuvieran pecado? Por eso sigue siendo verdad lo que dice san Pablo: “Dios los encerró a todos bajo el pecado, para tener misericordia de todos” (Romanos 11:32; vea Gál. 3:22]), etc.

60. Por lo tanto, la fe también pertenece a esta predicación, es decir, que concluyo de manera segura e indudable que por el Señor Cristo se me ha dado el perdón de los pecados. Por medio de él he sido redimido de la espantosa ira de Dios y de la muerte eterna. Dios quiere que crea en esta predicación, para que no desprecie ni rechace la gracia que Cristo ofrece ni llame mentiroso a Dios en su palabra. Porque él ordena que esta palabra sea predicada en todo el mundo, también al mismo tiempo requiere de todos que recibamos esta predicación y la consideremos y confesemos que es una verdad divina e inmutable, para que la recibamos definitivamente por causa del Señor Cristo. Cuán indigno me siento no debería impedirme ni asustarme para no creer, si tan solo mi corazón está sinceramente disgustado con mis pecados y con gusto sería libre de ellos.

Así como este perdón no se me ofrece ni se me predica por mi mérito, pues no he hecho ni realizado nada para merecerlo ni para que se me proclame, tampoco pago nada ni me privo de él por mi indignidad, si tan solo lo deseo.

61. Finalmente, para nuestro mayor consuelo, Cristo instituye aquí también que esta predicación del arrepentimiento y del perdón de los pecados no sea el tipo de predicación que se realiza solo por un tiempo y de una vez, sino que continúe siempre y siga en la cristiandad sin cesar, mientras continúe el reino de Cristo. Cristo lo estableció para que fuera un continuo y eterno tesoro y una eterna gracia, que siempre obra y es fuerte. No quiere que el perdón se aplique solo a ese único momento en que se habla la absolución y a los pecados pasados o anteriores (como se enseñó anteriormente en la ceguera papista), como si después nosotros mismos tuviéramos que hacer tanto que en adelante fuéramos completamente puros y sin pecado.

62. En esta vida en la tierra es imposible para nosotros vivir sin ningún pecado y defecto (aunque ya hayamos recibido la gracia y el Espíritu Santo) debido a nuestra carne y sangre pecaminosa y corrupta. Esto no deja de estar activo en los malos deseos y lujurias contra los mandamientos de Dios hasta la tumba, incluso en los santos, aunque, después de haber recibido la gracia, se abstengan y se guarden del pecado y se opongan a los malos deseos, como exige el arrepentimiento. Por lo tanto, ellos también necesitan diariamente el perdón, así como también se arrepienten diariamente por los defectos y debilidades que quedan. Reconocen que su vida y sus obras siguen siendo pecaminosas y que merecerían la ira de Dios, si no fueran perdonadas y cubiertas por causa de Cristo.

63. Por eso Cristo ha establecido su reino en la tierra, que debería llamarse reino eterno de la gracia y permanecer siempre bajo el perdón de los pecados. Es tan poderoso para los que lo creen que, aunque el pecado siga estancado y tan profundamente arraigado en su carne y sangre que no puede ser barrido en absoluto en esta vida, no obstante no hará ningún daño sino que será perdonado y no imputado, mientras permanezcamos en la fe y en el trabajo diario de suprimir los malos deseos restantes hasta que sean completamente borrados a través de la muerte y la descomposición en la tumba con este viejo saco de gusanos, para que el hombre pueda resucitar completamente nuevo y puro a la vida eterna.

64. Sí, aunque el hombre que ahora está bajo la gracia y la santidad se apartara de nuevo del arrepentimiento y de la fe y perdiera así el perdón, sin embargo, este reino de gracia permanece firme e inamovible, de modo que siempre podremos volver a él, si nos aferramos de nuevo a él mediante el arrepentimiento y la conversión. De la misma manera, el sol se levanta diariamente en los cielos y no solo aleja la noche pasada, sino que siempre procede a iluminar todo el día, incluso cuando es sombrío y está nublado con nubes espesas, sí, incluso cuando alguien mismo cierra puerta y ventana contra esa luz, sin embargo, sigue siendo el mismo sol y vuelve a abrirse paso para que podamos verlo una y otra vez.

65. Esta es la verdadera doctrina del evangelio sobre el arrepentimiento cristiano contenida e incluida en dos partes, a saber, la contrición, o el miedo sincero por el pecado, y la fe en el perdón por causa de Cristo. Todo el papado no enseñó nada al respecto y, sobre todo, no quiso decir nada en absoluto sobre la fe en Cristo (que debería ser el punto principal de esta predicación). Más bien, señalaban al pueblo solo sus propias obras y pronunciaban la absolución con la condición de ser verdaderamente contrito y confesarse correctamente. Así pues, Cristo fue completamente olvidado y omitido, y la predicación que él ordena aquí ha sido puesta patas arriba y oscurecida, de modo que no fue arrepentimiento y absolución en su nombre sino en el nuestro y por nuestras obras de contrición, confesión y satisfacción. Esto es suprimir y hasta borrar por la fuerza la fe y el conocimiento de Cristo, quitando el consuelo a las conciencias afligidas, llevándolas al hielo con esa clase de absolución, y dejándolas atascadas para que perezcan en la duda, ya que no deben estar seguras del perdón de los pecados hasta que no se hayan afligido y torturado lo suficiente con su contrición y confesión artificial y hecha por ellas mismas.

66. El Papa y toda su chusma ponen patas arriba la doctrina del arrepentimiento cristiano y del perdón de los pecados y la corrompen gravemente. Por esta única cosa han merecido, y aún merecen diariamente, ser maldecidos más severamente por todos los cristianos hasta las profundidades del infierno, como Pablo maldice a todos los que enseñan un evangelio diferente, etc. (Gálatas 1:8-9), porque todavía no se arrepienten de todo el error y el engaño, que ellos mismos tienen que reconocer, sino que calumnian y se enfurecen contra la verdad reconocida.

67. Aquí también debemos hablar de la confesión, que retenemos y alabamos como algo útil y beneficioso. Aunque (propiamente hablando) no forma parte del arrepentimiento, ni es necesaria ni ordenada, sin embargo, sirve para recibir la absolución, que no es otra cosa que la predicación y la proclamación del perdón de los pecados. Cristo ordena aquí que se predique y se escuche. Sin embargo, como es necesario mantener esta predicación en las iglesias, también debemos mantener la absolución. No hay otra diferencia entre ellas que en la absolución las palabras, que de otra manera en la predicación del evangelio se proclaman en todas partes públicamente a todos juntos, se hablan especialmente a uno o más que lo desean. Cristo ordenó que esta predicación del perdón de los pecados fuera y sonara en todas partes y en todo momento, no solo en general a todo el grupo, sino también a personas individuales (donde hay el tipo de personas que lo necesitan). En la lectura del Evangelio del próximo domingo, dice: “A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados”.

68. Por eso no enseñamos la confesión como lo hacen los teólogos del Papa, que debemos contar nuestros pecados (es lo único que los papistas llaman “confesión”) o que al hacerlo obtenemos el perdón y nos hacemos dignos de la absolución (como dicen: “Por tu contrición y confesión te absuelvo de tus pecados”). Más bien, enseñamos que debemos usar la confesión para escuchar el consuelo del evangelio, y así despertar y fortalecer la fe en el perdón de los pecados, que es la parte verdadera y principal del arrepentimiento. Así pues, “confesar” no significa, como sucede entre los papistas, hacer una lista larga, contando los pecados, sino desear la absolución, que es en sí misma confesión suficiente, es decir, que reconocemos nuestra culpa y confesamos que somos pecadores. No se nos debe exigir ni imponer nada más sobre contar por nombre todos o algunos, muchos o pocos pecados. Tú mismo podrías entonces señalar algo que sobrecargue especialmente tu conciencia, para lo cual necesitas instrucción y consejo o un consuelo especial, como suele ser necesario para las personas jóvenes e inexpertas y también para las demás.

69. Alabamos y retenemos la confesión no por sí misma, sino por la absolución. Este es el tesoro de oro: que oigas proclamarte individualmente las palabras que Cristo ordenó que se te predicaran en su nombre a ti y a todo el mundo, de modo que, aunque no las escuches en la confesión, escuches diariamente el evangelio, que es precisamente la palabra de la absolución. Predicar el perdón de los pecados no significa otra cosa que absolver o declarar libre de los pecados. Puesto que ser bautizado o recibir el Sacramento es también una absolución, en la cual el perdón en nombre de Cristo y a su orden se promete y se da a cada uno individualmente, debes oírla dondequiera y con la frecuencia que la necesites; debes recibirla y creerla como si la oyeras de Cristo mismo. Puesto que no es nuestra absolución sino el mandato y la palabra de Cristo, es tan buena y poderosa como si se escuchara de su propia boca.

70. Así que ya ves que todo lo que se enseña según las Escrituras sobre el arrepentimiento cristiano se aplica a los dos puntos: la contrición, o el temor a la ira de Dios por nuestros pecados, y, por otra parte, creer que nuestros pecados son perdonados por causa de Cristo. No hay más que esos dos tipos de palabras instituidos para que prediquemos, a saber, la ley, que expone nuestro pecado y el juicio de Dios, y el evangelio, que nos señala a Cristo y señala en él la gracia y la misericordia de Dios. En resumen, todo el arrepentimiento es lo que la Escritura dice con diferentes palabras en el Salmo 147:11 y en otros lugares: “El Señor se complace en los que le temen y esperan en su bondad”. Esos son los dos puntos: el temor de Dios, que viene del conocimiento de nuestros pecados, y la confianza en la gracia, que se nos presenta en las promesas sobre Cristo, etc.

71. Lo que los papistas dicen sobre su satisfacción no debe ser tolerado en absoluto, como ya se ha dicho. Lo que antes se llamaba “satisfacción”, y que todavía se puede leer en los antiguos maestros, no era otra cosa que un castigo externo y público de los culpables de los vicios públicos, que tenían que soportar delante de la gente, como un ladrón o un asesino ante el tribunal secular paga con la horca o la rueda. La Escritura no enseña nada sobre esto, ni contribuye en nada al perdón de los pecados; más bien, como he dicho, puede ser encomendado a los abogados como otro asunto corporal y mundano. Pero cuando dicen que Dios castiga los pecados, a veces incluso cuando han sido perdonados, con un castigo y una aflicción temporal, eso es cierto, pero no se trata de una satisfacción o redención del pecado o de un mérito por el cual se perdone el pecado, sino de la vara paterna de Dios que nos provoca al arrepentimiento.

72. Aunque quisieran retener la palabra “satisfacción” y explicarla en el sentido de que Cristo hizo satisfacción por nuestros pecados, sin embargo, es demasiado débil y dice muy poco sobre la gracia de Cristo. No honra suficientemente los sufrimientos de Cristo, a los que debemos dar mayor honor, ya que no solo hizo satisfacción por el pecado, sino que también nos redimió del poder de la muerte, del demonio y del infierno. Estableció un reino eterno de gracia y de perdón diario de los pecados que permanecen en nosotros. De esta manera se ha convertido para nosotros en una eterna redención y santificación (como dice San Pablo, 1 Corintios 1:30; más se ha dicho de esto arriba).