EVANGELIO DEL QUINTO DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA

 

Juan 16:23-30

1. Acostumbramos a utilizar esta lectura del Evangelio en este domingo porque enseña sobre la oración, y esta semana se llama la Semana de la Cruz, en la que se acostumbra a rezar y a andar con cruces. Los primeros que la instituyeron quizá tenían buena intención, pero les salió mal. En las procesiones se hacían hasta ahora muchas cosas poco cristianas, mientras que no se rezaba nada o muy poco, por lo que con razón se suprimieron y dejaron de hacerse. Muchas veces he amonestado a que sigamos rezando, pues hay gran necesidad de ello. Sin embargo, ahora que los balbuceos y murmullos externos de las oraciones han terminado, ya no rezamos en absoluto. De ahí también podemos tomar conciencia de que antes, entre tantas oraciones, no rezábamos nada en absoluto.

2. El Señor señala aquí cinco cosas que son necesarias para la verdadera oración. La primera es la promesa de Dios, que es la base, el poder y lo principal de toda oración. Él promete aquí que lo que pedimos se nos dará. Lo jura y dice: “En verdad, en verdad les digo que si piden algo al Padre en mi nombre, se lo dará”, para que tengamos la certeza de que somos escuchados en la oración. Incluso les reprende por ser perezosos y no haber rezado en absoluto. Es como si quisiera decir: “Dios está dispuesto a dar más rápidamente y mucho más de lo que piden; incluso ofrece sus beneficios si solo los aceptamos”. Es verdaderamente una gran vergüenza y un duro castigo entre nosotros, los cristianos, que todavía nos reproche nuestra pereza en la oración y que no dejemos que tan ricas y excelentes promesas nos inciten a orar. Dejamos este precioso tesoro tirado y no intentamos ni lo usamos para experimentar el poder en tales promesas.

3. Así que Dios mismo basa ahora nuestra oración en su promesa y nos incita a orar, porque si no hubiera promesa, ¿quién se atrevería a orar? En el pasado hemos utilizado diversas formas de prepararnos para la oración, de las que los libros están llenos. Pero si quieres estar bien preparado, toma para ti esta promesa y haz que Dios la cumpla, porque entonces tu valor y tu deseo de orar crecerán rápidamente; un valor que no podrías conseguir de ninguna otra manera. Los que oran sin la promesa de Dios se inventan la idea de lo enojado que está Dios y esperan apaciguarlo con su oración. En esa situación no hay valor ni deseo de orar, sino solo una opinión incierta y un espíritu deprimido. Entonces la oración no es escuchada, y tanto la oración como el trabajo se pierden.

4. Con estas palabras reprende ahora la incredulidad de los que tienen una idea insensata sobre su propia indignidad para orar. Están midiendo el valor de su oración según ellos mismos y su propia capacidad, y no según la promesa de Dios. Eso no puede dar lugar a otra cosa que a la indignidad. Sin embargo, debes estar completamente seguro de tu dignidad, no por lo que haces, sino por la promesa de Dios, de modo que aunque estuvieras solo y nadie en el mundo estuviera orando, sin embargo orarías debido a esta promesa. No puedes señalarme ningún santo que haya orado dependiendo de su propia dignidad y no solo de la promesa de Dios, ya sea Pedro, Pablo, María, Elías o cualquier otro: eran totalmente indignos. No daría ni un centavo por todas las oraciones de un santo que haya orado por su mérito.

5. El segundo punto que pertenece a esta promesa es la fe, es decir, que creamos que la promesa es verdadera y no dudemos de que Dios dará lo que promete, pues las palabras de la promesa requieren fe. Sin embargo, la fe es una confianza firme e indudable en que la promesa de Dios es verdadera, como dice Santiago: “Si a alguien le falta sabiduría, pídala a Dios, que da con sencillez y no reprocha a nadie, y le será dada. Pero que pida con fe y no dude, porque el que duda es como las olas del mar, movidas y zarandeadas por el viento. El que duda es como las olas del mar, movidas por el viento. Tal persona no debe pensar que recibirá nada de Dios” (Santiago 1:5-7). Quien duda en su corazón y, sin embargo, reza, tienta a Dios, porque duda de la voluntad y de la gracia de Dios. Por eso, su oración no es nada, y busca a Dios a tientas como un ciego busca la pared.

De esta certeza de la fe habla también Juan en su epístola: “Esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos algo según su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que nos oye en todo lo que pedimos, entonces sabemos que tenemos las peticiones que le hemos hecho” (1 Juan 5:14-15). Con estas palabras, San Juan describe cómo está preparado para la oración un corazón que cree correctamente, es decir, que no tiene en mente nada más que su oración sea escuchada y que ya haya obtenido sus peticiones, lo cual también es cierto. Dado que el Espíritu Santo debe dar esta fe y certeza, no se reza realmente sin el Espíritu Santo.

6. Pruébalo ahora y ora de esta manera, y experimentarás la dulzura de la promesa de Dios, es decir, qué valor y corazón alegre produce para orar por toda clase de cosas, por muy grande y elevada que sea la petición. “Elías era un hombre, débil como nosotros; sin embargo, cuando oró, no llovió durante tres años y seis meses, y cuando volvió a orar, llovió” (1 Reyes 17:1, 18, 45). Aquí se ve la oración de un hombre, y con su oración gobierna sobre las nubes, el cielo y la tierra. Así, Dios nos hace ver la fuerza y el poder que tiene una oración verdadera, es decir, nada es imposible para él.

7. Que cada uno pregunte ahora a su corazón cuántas veces ha orado durante su vida. Cantar salmos y leer el Padrenuestro no es orar. Se instituyeron para los niños y las personas incultas, con el fin de adiestrarlos y darles experiencia en las Escrituras. Nadie, sin embargo, ve y siente tu oración, excepto tú solo en tu corazón, y ciertamente sabrás cuando da en el blanco.

8. El tercer punto es que debemos nombrar algo por lo que estamos pidiendo a Dios, como cuando pides una fe fuerte, amor, paz y consuelo para tu prójimo. Debemos señalar las necesidades, al igual que el Padrenuestro presenta siete necesidades. Esto es lo que Cristo quiere decir con las palabras “si piden algo”, es decir, algo que necesitas. Asimismo, él mismo explica este “algo” y dice “para que su gozo sea completo”. Es decir, reza por toda clase de necesidades, hasta que lo hayas obtenido todo y tengas una alegría plena. Esta oración se cumplirá primero por completo en el Día Postrero.

9. El cuarto punto es que debemos desear o anhelar que suceda, lo cual no es otra cosa que pedir como dice Cristo: “Pidan”. Otros han llamado a esto ascensus mentis in Deum, es decir, el corazón se eleva y sube hasta Dios, y desea algo de él, y por eso suspira y dice: “¡Si tuviera esto o aquello!” San Pablo alaba mucho este suspiro y dice que es “un suspiro inefable” del Espíritu (Romanos 8:26); es decir, la boca no puede hablar con tanta sinceridad y fuerza como desea el corazón. El anhelo supera todas las palabras y pensamientos. Por eso, también ocurre que una persona no siente por sí misma cuán profundo es su suspiro o deseo. Cuando Zaqueo deseaba ver al Señor, él mismo no sentía que su corazón deseaba que Cristo hablara con él y viniera a su casa. Sin embargo, cuando ocurrió, se sintió muy feliz, pues había conseguido según todos sus deseos y peticiones, más de lo que se había atrevido a pedir o desear con su boca (Lucas 19:2 y sig.). Moisés clamaba de tal manera que Dios le dijo “¿Por qué clamas a mí?” (Éxodo 14:15), aunque su boca callaba, pero su corazón suspiraba profundamente en su necesidad, y eso es lo que Dios llamó entonces “un clamor”. Así también dice San Pablo: “Dios es poderoso para hacer más y más alto de lo que pedimos o entendemos” (Efesios 3:20). Ahora bien, este suspiro es asistido por las tentaciones, la ansiedad y el peligro, que nos enseñan verdaderamente a suspirar.

10. El quinto punto es que pedimos en nombre de Cristo, lo cual no es otra cosa que acudir ante Dios con fe en Cristo y consolarse confiadamente de que él es nuestro Mediador, por quien se nos dan todas las cosas y sin el cual no merecemos más que ira y enemistad. Pablo dice: “Por medio de él tenemos acceso a esta gracia en la que estamos, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria venidera que Dios dará” (Romanos 5:2). Pedimos verdaderamente en nombre de Cristo cuando confiamos en que somos recibidos y escuchados por él, y no por nosotros. Sin embargo, los que piden en su propio nombre, como los que piensan que Dios los escuchará o los tendrá en cuenta porque dicen tantas, tan largas, tan devotas y tan santas oraciones, solo merecerán y obtendrán ira y enemistad. Quieren ser las personas a las que Dios debe tener en cuenta sin ningún medio, de modo que Cristo no tiene ningún valor ni utilidad.

11. Aquí vemos que los cinco puntos de la oración pueden darse ciertamente en el corazón, sin ningún balbuceo oral, aunque lo que dice la boca no debe despreciarse ciertamente, sino que es necesario para encender e incitar la oración interior en el corazón. Sin embargo, los añadidos, de los que ya he escrito bastante en otro lugar, deben y tienen que ser dejados de lado; a saber, no debemos especificar a Dios el tiempo, la velocidad, la persona, el lugar y el límite, sino que debemos dejar confiadamente todo eso a su voluntad. Solo debemos aferrarnos a pedir, y no dudar de que la oración es escuchada y que ya está dispuesto que lo que pedimos se nos dé, tan ciertamente como si ya lo tuviéramos. Esto es agradable a Dios, y él quiere hacer lo que aquí promete: “Pidan y recibirán”. Sin embargo, los que fijan el tiempo, la velocidad, el lugar y el límite tientan a Dios y no creen que sean escuchados o que hayan obtenido aquello que pidieron. Por lo tanto, no se les concederá nada. La lectura del Evangelio continúa más adelante:

  Hasta ahora no han pedido nada en mi nombre”, etc.

12. Esto equivale a decir que todavía no sabían nada de esta oración y nombre. Además, no sentían ninguna necesidad que les impulsara a pedir. Se imaginaban que porque Cristo estaba con ellos, no necesitaban nada y tenían suficiente de todo. Pero ahora que él se va a ir y los deja, comienzan las necesidades. Éstas les darán motivos suficientes para orar.

  He dicho esto por medio de un proverbio”, etc.

13. Cuando dice “esto”, quiere decir lo que dijo antes: “Un poco de tiempo y no me verán, y de nuevo un poco de tiempo y me verán, porque voy al Padre”. Igualmente, sobre la angustia de una mujer que da a luz. Estos no eran más que proverbios, es decir, dichos oscuros y ocultos que no entendían. Juan llama “proverbios” a estas palabras oscuras y ocultas, aunque en alemán no se llaman así, sino “acertijos” o “palabras ocultas”. Estamos acostumbrados a decir de alguien que habla con palabras confusas “Eso es un plato tapado”, ya que hay algo más detrás de la forma en que suenan las palabras; es un habla ágil y astuta que no todos entienden. Todas las palabras que Cristo pronunció la tarde de su partida y de su ida al Padre fueron así, pues no pudieron entender nada de ellas. No pensaron en que él muriera y viniera a otra existencia, sino que fuera a dar un paseo físico y regresara, como nosotros viajamos a otro país y regresamos. Aunque él hablaba con claridad y transparencia, sin embargo, su ida y su partida eran “un plato cubierto” para ellos. Por lo tanto, él dice además:

  Pero viene el tiempo en que ya no les hablaré con proverbios, sino que les hablaré claramente de mi Padre”.

14. Es decir, lo que ahora hablo físicamente con ustedes, y ustedes no entienden mis proverbios, ciertamente se los explicaré por medio del Espíritu Santo. Hablaré claramente sobre mi Padre, para que entiendan con seguridad lo que es “el Padre” y lo que significa “mi ida al Padre”. Es decir, verán claramente que estoy ascendiendo a través del sufrimiento al reino y al tipo de existencia del Padre, y que estoy sentado a su diestra, representándolos y siendo su Mediador. Verán que he hecho todo esto por ustedes, para que ustedes también puedan llegar al Padre. Este “hablar de su Padre” no debe entenderse como que nos hablará mucho de la naturaleza divina, como inventan los sofistas, pues eso es inútil e incomprensible. Más bien, nos dirá cómo va al Padre, es decir, cómo recibe el reino y el gobierno del Padre, al igual que el hijo de un rey viene a su padre para recibir el reino. Dice además:

  El mismo día pedirán en mi nombre”.

15. Entonces no solo tendrán motivos para pedir en diversas dificultades, sino que también conocerán y reconocerán cuál es mi nombre y cómo deben considerarme. Entonces el pedir mismo les enseñará lo que ahora no entienden en absoluto y por lo que hasta ahora nunca han rezado. Por lo tanto, dice además:

  Y no les digo que pediré al Padre por ustedes; porque él mismo, el Padre, les ama, porque me aman y creen que he venido de Dios”.

16. ¿Cómo es eso? ¿No quiere él ser un mediador? ¿No hemos de pedir en su nombre? ¿Debemos llegar al Padre por nosotros mismos? Con qué deleite y dulzura el Señor puede hablar y atraernos a él y a través de él al Padre. Aquí él mismo explica lo que debe suceder cuando queremos pedir en su nombre. “Me han amado”, dice, “y creen que he venido de Dios”, etc. Es decir, “Me conocen y me aman. Así me tienen a mí y a mi nombre y están en mí como yo estoy en ustedes”. Cristo habita en nosotros, no porque podamos pensar, hablar, cantar o escribir mucho sobre él, sino porque le amamos y creemos en él, que ha venido de Dios y vuelve a Dios, es decir, que en su sufrimiento se despojó de toda la gloria divina y volvió a ir al Padre en su reino por nosotros. Esta fe nos lleva al Padre, y así todo sucede en su nombre.

17. Aquí tenemos la certeza de que Cristo no necesita pedir por nosotros, pues ya ha rogado por nosotros. Nosotros mismos podemos ahora venir por medio de Cristo y pedir. Ya no necesitamos otro Cristo que pida por nosotros, sino que basta este único Cristo que ha rogado por nosotros y nos ha llevado al Padre. Por eso dice: “El Padre les ama”. “No es el mérito de ustedes, sino el amor de él. Sin embargo, él les ama por mí, porque creen y me aman; es decir, mira mi nombre en ustedes. Por lo tanto, he cumplido mi oficio, y han sido llevados a través de mí al Padre. Al igual que yo, ustedes mismos pueden ahora presentarse ante él y pedir. No es necesario que yo pida de nuevo por ustedes”. Esas son palabras sorprendentemente grandes, que por medio de Cristo hemos llegado a ser como él como sus hermanos y podemos presumir de ser hijos de su Padre, y que su Padre nos ama por causa de Cristo. Dice arriba: “De su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia” (Juan 1:16); es decir, Dios tiene gracia con nosotros porque tiene gracia en Cristo, que está en nosotros y nosotros en él.

18. Aquí también vemos que “creer en Cristo” no significa creer que Cristo es una persona que es Dios y hombre, pues eso no ayuda a nadie. Más bien significa creer que esta misma persona es Cristo, es decir, que vino de Dios por nosotros y vino al mundo, y de nuevo deja el mundo y va al Padre. Esto equivale a decir: “Aquí está Cristo, que se hizo hombre por nosotros y murió, resucitó y ascendió al cielo”. Debido a este oficio, se le llama Jesucristo, y creer que esto es cierto significa ser y permanecer en su nombre. A continuación, en la lectura del Evangelio

  Sus discípulos le dijeron: “Ahora hablas con claridad, y no con proverbios”.

19. Aquí se ve que “hablar claramente” o “hablar claro” es lo mismo que hablar sin proverbios o sin palabras oscuras y ocultas. Los buenos discípulos creen entender muy bien lo que significa que Cristo viene del Padre y va al Padre. Sin embargo, lo hacen como buenos hijos de Cristo, como si pudieran entenderlo fácilmente, y se lo dicen para agradarle. Las personas buenas y sencillas a veces se dicen unos a otros que sí o que no, y uno hablará y le dirá a otro que es verdad y que lo entiende cuando todavía está lejos de entenderlo. Eso puede ocurrir sin ninguna hipocresía, en la verdadera sencillez. El evangelista señala aquí qué vida tan hermosa, sencilla, agradable y deliciosa llevaba Cristo con sus discípulos, que podían entenderle tan fácilmente. Por eso, dicen además:

  Ahora sabemos que tú lo sabes todo y que no necesitas que nadie te haga preguntas; por eso creemos que has venido de Dios”.

20. Es decir, “Te anticipas y te explicas y ya no hablas con proverbios, sobre los que tendríamos que interrogarte. Tú ya sabes dónde nos falta entendimiento”. Todo esto se refiere a su pregunta sobre lo que significaba el “poco tiempo”. Él se da cuenta de esto y dice que debe ir al Padre. Ellos seguían sin entenderlo, pero estaba más claro que cuando dijo: “Un poco de tiempo y no me verán”. Ahora bien, cuando vio por sus pensamientos que querían interrogarlo, entonces confesaron que él vino de Dios y conoce todas las cosas, de modo que no necesitan interrogarlo, pues él mismo ve muy bien dónde está el problema.