EVANGELIO DEL
CUARTO DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA
Juan
16:5-15
1. A menudo
hemos escuchado el significado de esta lectura del Evangelio en otros lugares.
El problema es que la gente no siempre entiende que las palabras hablan de
cosas que conocemos. Por eso, vamos a explicarlo un poco, para que la gente vea
que en estas palabras están las mismas cosas que contienen casi todas las demás
lecturas del Evangelio.
2. Esta es
una parte del hermoso sermón que el Señor Cristo predicó después de su última
cena con sus discípulos. Quiere consolar especialmente a sus queridos
discípulos sobre su partida, porque ahora está a punto de morir y de dejarlos
solos en el peligro y la angustia, en la hostilidad del mundo, en la
persecución y en la muerte por su causa. Él mismo les anuncia con muchas
palabras que serían excomulgados, y los que los mataran se jactarían de estar
sirviendo a Dios. Fue muy difícil y espantoso para ellos escuchar esto, y se
angustiaron a causa de ello, tanto porque estaban a punto de perder a su
querido Señor como porque quedarían en tal miseria y angustia.
Por lo
tanto, era necesario que fueran consolados al respecto, como hizo entonces
Cristo con toda diligencia y fidelidad a través de estos tres capítulos de su
último sermón. El resumen del mismo es que, en lugar
de sufrir pérdida por su partida, promete enviar el Espíritu Santo, que
consolará y fortalecerá sus corazones, y luego establecerá el reino de Cristo y
lo extenderá por todo el mundo. Les dice claramente de qué se trata su reino,
en qué consiste y qué realizará el Espíritu Santo en el mundo a través de
ellos.
3. Por eso
dice primero: “Sé y veo claramente, queridos discípulos, que están muy
asustados y angustiados porque les he dicho que me voy. Mi partida debe alegrarles
mucho, porque en lugar de mí tendrán el consuelo del Espíritu Santo y, además,
el poder con el que realizará por medio de ustedes lo que yo no puedo hacer
ahora mientras estoy presente con ustedes. Por esta misión corporal se me pide
que sufra y muera, y así voy al Padre. Después enviaré al Espíritu Santo. A
través de ustedes, él hará muchas cosas más grandes de las que ahora pueden
suceder a través de mí. Pondrá en ustedes un oficio y una obra grandes y
excelentes, por medio de los cuales se extenderá mi reino en el mundo”.
4. Primero
señala cuál será su reino en la tierra, a fin de quitarles su viejo y arraigado
engaño sobre el dominio y gobierno externo y mundano sobre el pueblo judío y
todo el mundo en esta vida. Contra esto él ha dicho claramente y con muchas
palabras que él se iría, dejaría el mundo y ya no sería visto, etc. Sin
embargo, si muere y abandona el mundo, no podrá jamás gobernar y regir de
manera externa y visible, como un rey y emperador en la tierra.
Asimismo,
lo dejó aún más claro cuando, con tantas palabras antes y después de este
texto, les anunció cómo serían las cosas para ellos después de su partida, a
saber, que serán odiados, perseguidos, excomulgados e incluso asesinados por su
propio pueblo. Asimismo, se lamentarán y aullarán y tendrán miedo en el mundo;
y el mundo, en cambio, estará confiado y alegre. Esto no concuerda en absoluto
con su esperanza de un reino mundano en la tierra; más bien, deben esperar todo
lo contrario. Sin embargo, deben saber que él quiere tener y conservar su reino
en el mundo; para ello, pues, promete el Espíritu Santo.
5. ¿Qué
clase de reino es y cómo se gobierna? Él lo muestra en las palabras que
pronuncia: “El Espíritu Santo reprenderá al mundo”. No será un gobierno
concebido y organizado de manera mundana por la sabiduría, el poder, la fuerza,
la ley y el orden humanos, sino un gobierno del Espíritu Santo, o un reino
espiritual, en el que Cristo gobierna de manera invisible y no con un poder
externo y corporal, sino solo a través de la palabra, que el Espíritu Santo
predicará y a través de la cual obrará en los corazones de las personas. “El
Espíritu Santo”, dice, “reprenderá al mundo”. Esto no significa obligar al
mundo con armaduras y armas y poder mundano, sino usando una palabra oral o un
oficio de la predicación. Eso significa que la palabra de Dios, o del Espíritu
Santo, enviada por Cristo, debe pasar por el mundo y atacarlo, de modo que es
apropiado decir que el mundo ha sido reprendido, es decir, no solo algunas
personas, una o dos razas o países, sino tanto los judíos como los gentiles,
los doctos, los sabios, los santos, que han concebido su gobierno de la manera
más hermosa y laudable.
6. Por “el
mundo”, no se refiere a las muchedumbres y turbas comunes y corrientes, sino a
la parte mejor y más loable del mundo, cuyo gobierno exterior no tiene nada que
reprochar. Se refiere especialmente a los que quieren ser santos por encima de
todos los demás, como los judíos, que se llamaban el pueblo de Dios y tenían la
ley de Moisés. Sobre ellos Cristo dijo anteriormente que lo odian a él y a su
pueblo sin causa, como está escrito en su ley.
7. Así que
Cristo da a sus apóstoles poder y fuerza, e incluso un mandato sobre todo el
mundo, que debe estar expuesto a su predicación y debe escuchar a los
apóstoles. Los fortalece y los consuela para ello, porque su oficio es
despreciado por el mundo y no es respetado, ya que son personas comunes y
corrientes. Es más, incluso aparte de eso, son odiados, oprimidos y deben
sufrir en el mundo, cuando sus reprimendas van en contra del mundo. Sin
embargo, su oficio tendrá poder, fuerza y vigor, de modo que el mundo debe
escucharlos y dejarlos tranquilos, no abolidos, y sin restricciones, a pesar de
que se enfurecen y arremeten contra ellos persiguiéndolos, desterrándolos y
matándolos, con todo el poder y la fuerza no solo del mundo, sino también de
todo el reino del infierno.
8. “Por eso”,
dice, “no deben asustarse por esto ni angustiarse porque me aleje de ustedes
corporalmente. Al hacer esto les daré algo mucho mejor de lo que tenían antes
mientras estaban conmigo. Entonces realizarán cosas mucho más grandes y
gloriosas de lo que ahora puede suceder, es decir, el Espíritu Santo realizará
a través de ustedes lo que pertenece a mi reino de manera mucho más gloriosa y
fuerte de lo que ahora piensan. Entonces no pensarán, como ahora, ni se esforzarán
por cómo pueden llegar a ser señores en la tierra y tener grandes reinos bajo ustedes.
Todo eso es transitorio. Eso no le interesa a Dios; siempre ha producido más
malhechores que gente piadosa. Más bien, él les pondrá en un gobierno tal que
juzgarán las conciencias de todas las personas, y lo más elevado del mundo. es
decir, toda su sabiduría y santidad, se someterá a ustedes. Juzgarán,
reprenderán y condenarán, de modo que nadie que no quiera escuchar sus palabras
y obedecerlas podrá escapar del pecado, de la muerte y del infierno, ni entrar
en el cielo”.
9. Así que él
también les dará este consuelo y valor, para que no se asusten como ahora ni
tengan miedo a la muerte por las amenazas, la ira y las bravatas del mundo
contra su predicación, sino que sigan reprendiendo con confianza,
independientemente de lo que el mundo y el diablo puedan hacer y hagan contra
ella con persecuciones, asesinatos y todo el poder del infierno.
10. Esta es
la promesa sobre la obra que el Espíritu Santo comenzará en el reino de Cristo.
Es el oficio de enseñanza de los apóstoles; su carácter es que debe reprender al
mundo como quiera que lo encuentre, fuera de Cristo, sin exceptuar a nadie, sea
grande, pequeño, docto, sabio, santo, de alta o baja condición, etc. Esto
significa, en definitiva, invitar a la ira del mundo sobre sí mismos y comenzar
la disputa y ser golpeados en la boca por ello. El mundo, que tiene el gobierno
en la tierra, no quiere ni puede tolerar que la gente no deje que sus ideas
sean correctas. Por eso debe haber persecución, y una parte debe ceder ante la
otra, el más débil ante el más fuerte. Sin embargo, debido a que el oficio de
los apóstoles no ha de ser más que un oficio de enseñanza, no puede operar con
la fuerza y el poder mundanos, y el mundo conserva su reino y poder externos
contra los apóstoles. Pero, por otro lado, el oficio de los apóstoles de
reprender al mundo, por ser el oficio y la obra del Espíritu Santo, no será
suprimido, sino que vencerá y traspasará todo, como Cristo ha prometido: “Les
daré una boca y una sabiduría que no podrán resistir todos sus adversarios”.
11.
Ciertamente, el Espíritu Santo ha reprendido antes al mundo a través de la
predicación, desde sus inicios, pues Cristo siempre gobierna y “es el mismo
Cristo ayer, hoy y siempre”, Hebreos 13:8. Lo hizo a través de los santos
padres, Adán, Noé, Abraham, Moisés, Elías, Eliseo y Juan el Bautista. Esta
reprimenda todavía se conserva por el poder divino.
Sin
embargo, ahora es cuando realmente comenzará. Cristo quiere instituir una
reprimenda pública, que ocurrirá no solo entre el pueblo judío sino también
sobre todo el mundo hasta el Día Final. Esta será mucho más poderosa y
penetrante, y los corazones serán golpeados y heridos. Se dijo sobre el primer
sermón de San Pedro en Pentecostés que el sermón de los apóstoles les atravesó
el corazón, Hechos 2:37, y así fueron iluminados de su ceguera y se
convirtieron. Sin embargo, si no aceptan esta predicación, entonces tendrá el
efecto de condenarlos y ofenderlos, de modo que caigan y sean arrojados a la
ruina eterna. Así que es un poder para la vida y la salvación para los creyentes,
pero una predicación y un poder para la muerte para los demás, como dice San
Pablo (2 Corintios 2:16).
12. Ahora
bien, ¿qué reprenderá el Espíritu Santo, o sobre qué enseñará? Nos lo dice
claramente en las palabras que pronuncia:
“Y cuando venga, reprenderá al mundo
acerca del pecado, de la justicia y del juicio”.
13. Esto
significa tomar mucho de un solo bocado y cargarse muchos problemas sobre sí
mismos: los pobres mendigos, los apóstoles, interferirán en el mundo y
reprenderán severamente todo lo que haga. Evidentemente, deben tener una gran
espalda y fuertes apoyos. Muestra que esta reprimenda no ha de ser una broma,
ni se refiere a asuntos frívolos e insignificantes, ni siquiera al gobierno, la
tierra, las personas, el dinero y los bienes, sino a lo más elevado por lo que
existe el gobierno del mundo, que es su reputación de sabiduría, justicia y su
juicio o castigo, especialmente en los asuntos elevados que conciernen al culto
y a lo que vale ante Dios.
14. Lo que
concierne al gobierno terrenal sobre la casa y el hogar, el dinero y los
bienes, no tiene nada que ver con el Espíritu Santo y con Cristo. Él deja que
su sabiduría, sus derechos y su orden permanezcan como están, pues el mundo
tiene el mandato de gobernar y juzgar lo que debe ser alabado o reprendido en
tales cosas. Así tampoco reprende los oficios y diversos
estamentos del mundo, que son creación y orden de Dios. Más bien, la razón por
la que reprende al mundo, es decir, a las personas que gobiernan de forma más
loable, es que quieren interferir en los asuntos y el gobierno de Dios con su
razón y sabiduría, y presumen de encontrar y juzgar cómo han de servir las
personas a Dios. Piensan que Dios debe dejar que lo que ellos afirmen sea
correcto y agradable para él.
15. La
reprensión del Espíritu Santo está en contra de esto, y no ocurre de manera
fragmentaria con respecto a ciertas obras y actividades, sino que destruye y
condena todo lo que la razón y la sabiduría mundana emprenden. En resumen, los
reprende y los culpa justo por ese punto en el que se niegan a ser reprendidos,
sino que quieren ser alabados y glorificados por enseñar y actuar
correctamente. Los acusa de pecado y de vergüenza con toda su gloria, y los
culpa abiertamente de no saber nada en absoluto sobre estas cosas y de ser
incapaces de enseñar a la gente cómo reconocer el pecado, cómo liberarse de él,
cómo se debe ayudar a la justicia y cómo se debe reprender el mal. ¿Qué bien
puede quedar cuando derriban todo esto con jactancia como un rayo? Él mismo
explica qué significa cada uno de estos tres puntos y cómo debemos predicarlos.
Primero, dice:
“En cuanto al pecado, porque no creen en
mí”.
16. El
mundo mismo debe confesar que no entiende nada de lo que Cristo dice sobre
estos tres puntos. ¿Quién de todos los sabios y eruditos de la tierra ha
escuchado esto alguna vez? ¿Qué razón ha producido esto? ¿Y en qué libros está
escrito que “pecado” significa no creer en este Jesús de Nazaret? ¿Acaso el
mismo Moisés y todo el mundo no llaman “pecado” a lo que sucede contra la ley,
ya sea que se trate de hacer o de abstenerse, en palabras o en hechos o incluso
en pensamientos? Ahora el bebé ha sido nombrado, y el artículo ha sido decidido
y fijado por el Espíritu Santo: el pecado del mundo es que no cree en Cristo;
no es que no haya ningún pecado contra la ley excepto este, sino que este es el
verdadero pecado principal que condena a todo el mundo, aunque no se le pueda
acusar de ningún otro pecado.
17. Así que
ahora comienza esta reprimenda, que es para llevar a las personas al verdadero
conocimiento de la salvación. El primer punto es que convierte a todos los
hombres, inteligentes, elevados y sabios, en pecadores: pecadores porque no
creen en Cristo. Así, incluso aquellos que son irreprochables ante el mundo y
que además se esfuerzan seriamente por vivir de acuerdo con la ley y los Diez
Mandamientos, están sujetos a la ira de Dios, y se pronuncia sobre ellos el
veredicto de condenación y muerte eterna, pues eso es lo que significa “reprender
respecto al pecado”. Así eran Pablo antes de su conversión y Nicodemo al
principio, y de manera similar muchos otros entre los judíos. San Pablo testifica
que tenían celo por servir a Dios y seguían la justicia, y sin embargo no la obtuvieron.
Así pues, esta palabra “pecado” incluye breve y sencillamente todo lo que los
hombres viven y todo lo que hacen sin la fe en Cristo.
18. Aquí
dirás: “¿Cómo es eso? ¿Es, pues, pecado vivir obediente, honrada y castamente
según los Diez Mandamientos, así como no matar, no cometer adulterio, no robar,
no mentir ni engañar?” Respuesta: ¡Seguro que no! Sin embargo, todavía no es
suficiente, y los Diez Mandamientos siguen sin cumplirse, aunque externamente
en las obras no actuemos contra ellos. El mandamiento de Dios no solo exige la
conducta y las apariencias externas, sino que también se apodera del corazón y
exige su perfecta obediencia. Por lo tanto, también juzga a la persona no solo
según su vida y comportamiento externos, sino también según lo más íntimo de su
corazón. Sin embargo, el mundo no entiende ni presta atención a eso, pues no
conoce más que los pecados públicos y externos, como el asesinato, el
adulterio, el robo y todo lo que los juristas califican de “pecado” y
reprenden. Pero no conoce y no ve el verdadero problema y su raíz, como el
desprecio a Dios; la impureza innata e interna del corazón; la desobediencia a
la voluntad de Dios; etc. Estas cosas están y permanecen en todas las personas
que no son santificadas por medio de Cristo.
Cada uno
encuentra esto en sí mismo, si lo confiesa, por muy bueno que sea (incluso los
verdaderos santos se lamentan ardientemente de esto). Aunque quisiera guardar
la ley de Dios, su carne y su sangre, es decir, toda su naturaleza, con el
corazón y todos los miembros, se oponen a ella. San Pablo dice: “Encuentro otra
ley en mis miembros, que lucha contra la ley de la mente y me lleva cautivo a
la ley del pecado” (Romanos 7:23), etc. Esto sucede mucho más en los que están
sin gracia y sin el Espíritu Santo, que exteriormente viven irreprochablemente
solo por miedo al castigo o por jactancia y vanagloria, y que, sin embargo,
preferirían hacer lo contrario si no temieran el infierno o el castigo y la
vergüenza. El corazón permanece siempre hostil a la ley y lucha contra ella con
una desobediencia interior.
19. Ahora
bien, como nadie cumple los mandamientos de Dios y puede estar libre de pecado
ante él, y por eso todas las personas por la ley están condenadas bajo la ira
de Dios a la condenación eterna, Dios encontró un remedio para este mal.
Decidió enviar a su Hijo al mundo para que se convirtiera en un sacrificio por
nosotros, expiara nuestros pecados derramando su sangre y muriendo, nos quitara
la ira de Dios, que de otro modo ninguna criatura podría aplacar, y nos trajera
el perdón de los pecados. Además, nos daría el Espíritu Santo, para que
pudiéramos obtenerlo y recibirlo, empezar a ser personas nuevas, y así salir
del pecado y la muerte hacia la justicia y la vida eterna.
20. Esto es
lo que él ha hecho ahora, y nos ha ordenado predicarlo a través del evangelio. Requiere
de todas las personas, como escuchamos en los sermones de Pascua, el arrepentimiento,
es decir, el verdadero conocimiento de sus pecados y el serio temor ante la ira
de Dios, y la fe de que en este arrepentimiento Dios quiere perdonar sus
pecados por causa de su Hijo. Quien ahora cree en esta predicación tiene el
perdón de los pecados por esta fe y está en la gracia de Dios. Aunque no
satisfaga la ley, su pecado restante no se le cuenta, sino que está bajo el
perdón. Junto con esta fe se le da también el Espíritu Santo, de modo que
adquiere el amor y el deseo de hacer el bien y de resistir al pecado, etc. Así
que ya no está condenado por la ley como pecador, aunque no cumpla la ley
completamente. Al contrario, es aceptado y conservado ante Dios por la gracia y
el perdón como si no tuviera pecado.
21. Pero,
en cambio, quien no tiene fe no puede liberarse del pecado ni escapar de la ira
de Dios. No tiene perdón y permanece bajo la condenación, aunque se esfuerce al
máximo por vivir según la ley. No puede cumplirla, y además no acepta a Cristo,
que trae el perdón y da su cumplimiento a los creyentes y que, además, les da
el poder de empezar a cumplir la ley de corazón.
22. Por lo
tanto, dondequiera que no se acepte esta predicación, el pecado y la
condenación deben permanecer ciertamente allí. Sí, entonces esta incredulidad
se convierte en el verdadero pecado principal. Si la fe en Cristo estuviera
presente, entonces los pecados serían todos perdonados; pero ahora, como no
quieren aceptar a este Salvador por la fe, están justamente condenados en sus pecados.
No les ayuda en absoluto que observen muchas obras de la ley y el culto
exterior, razonando que si pecaron con obras, entonces
pagarán por ellas con obras o apartarán el pecado y merecerán la gracia de
Dios. Al hacer eso, no hacen otra cosa que presumir de borrar el pecado con el
pecado, incluso de expiar los pecados grandes con los pequeños, o de cometer
los grandes pecados para poder eliminar los otros.
Siguen en
la desobediencia y los pecados contra los mandamientos de Dios y están en tal
ceguera que no ven ni prestan atención a ello. Sin arrepentimiento y sin temor
a la ira de Dios, siguen teniendo la audacia y la arrogancia de querer agradar
a Dios con sus propias obras y méritos. Además de todo eso, no solo siguen
despreciando esta predicación sobre Cristo, que exhorta al arrepentimiento y a
la fe, sino que incluso la persiguen. Solo eso bastaría, aunque no tuvieran
otros pecados y cumplieran toda la ley, para atraer sobre ellos la ira y la
condenación eternas.
23. Así que
el Espíritu Santo reprende con razón y justicia como pecadores y condenados a
todos los que no tienen fe en Cristo. Si esta no está presente, entonces deben
seguir otros pecados en abundancia, de modo que las personas desprecian y odian
a Dios y así son totalmente desobedientes a toda la Primera Tabla. Quien no
conoce a Dios en Cristo no puede esperar nada bueno de él, ni invocarlo de
corazón, ni honrar su palabra. Más bien, se aferra a las mentiras del diablo,
persigue y calumnia la verdadera doctrina, y continúa en la obstinación y el
desafío, de modo que incluso injuria al Espíritu Santo. En consecuencia,
también es desobediente a los demás mandamientos en su oficio y en su vida, de
modo que no hace a nadie lo que debe hacer, no tiene en su corazón amor
verdadero y sincero, bondad, mansedumbre, paciencia, deseo de castidad y
justicia, fidelidad y verdad, sino que solo obra lo contrario, excepto cuando
tiene que temer la desgracia o el castigo.
24. Mira
cómo la incredulidad debe ser seguida por la cola del dragón del diablo y todo
el infierno. La razón es que quien no cree en Cristo ya se ha alejado y
separado completamente de Dios. Por lo tanto, no puede tener el Espíritu Santo
ni concebir ningún pensamiento bueno ni tener un deseo verdadero y sincero de
vivir según la voluntad de Dios, aunque exteriormente finja como un hipócrita,
se comporte y actúe de manera diferente, para que no se le reproche o reprenda.
Es como un sirviente doméstico malo y maleducado que es hostil a su amo y solo
hace lo que no quiere porque tiene que hacerlo. Cuando tiene la oportunidad, no
hace nada bueno. Esos son los excelentes y hermosos frutos que todos provienen
de esta fuente y raíz, cuando la gente no acepta ni escucha a Cristo como el
Salvador que Dios nos dio para borrar nuestros pecados y quitar de nosotros la
ira de Dios.
25. Así que
aquí puedes ver representado cómo es el mundo, es decir, nada más que una gran
multitud de personas malvadas y obstinadas que no creerán a Cristo, sino que
despreciarán la palabra de Dios, alabarán y aceptarán la tentación del diablo,
y correrán desafiantemente contra todos los mandamientos de Dios. Toman todos
los beneficios y bendiciones de Dios, y luego le pagan con tanta ingratitud y
calumnia. Sin embargo, en todo esto quieren evitar ser reprendidos o
reprochados; en cambio, quieren ser llamados personas loables, buenas y santas.
Son como los judíos que crucificaron a Cristo y persiguieron a sus apóstoles, y
luego quisieron tener la gloria de haber hecho un gran servicio a Dios. Por lo
tanto, contra esto, el Espíritu Santo debe oponerse al mundo y usar y trabajar
siempre en su oficio de reprensión a través de su poder y fuerza divina hasta
el día final.
26. No ha
comenzado a reprender con la intención de cesar y dejar que se le tape la boca.
Más bien, debe continuar reprendiendo en el reino del diablo, ya que no hay
nada bueno allí, y golpear todo bajo la ira y la condenación de Dios,
independientemente de cómo el mundo se enoja y fanfarronea al respecto. Algunos
podrían ser llevados por esta reprimenda al arrepentimiento y la fe, que es la
razón por la que se inició esta predicación. Sin embargo, los otros, que no
quieren ser reprendidos, deben, no obstante, ser condenados y convictos por
esta predicación. Toda la carne y la sangre deben ser reprendidas, ya sea para
la salvación o para la condenación. El veredicto que Cristo mandó predicar a
todas las criaturas debe mantenerse: “El que crea se salvará, pero el que no
crea será condenado”, etc.
Esto es
suficiente sobre el primer punto de la predicación del Espíritu Santo. Sigue el
segundo punto:
“En cuanto a la justicia, porque me voy al
Padre, y desde ahora no me ven”.
27. El
mundo es reprendido no solo porque tiene pecado, sino también porque no sabe
cómo llegar a ser justo y qué es la justicia o la rectitud. Sin embargo, él no
está hablando aquí de la justicia de la que hablan los filósofos y los
abogados, por la que se refieren a cumplir las leyes civiles o imperiales y
hacer lo que la razón enseña. Más bien habla de la justicia que vale ante Dios
o que él considera como justicia. Ahora bien, ¿qué clase de justicia es esta?
¿En qué consiste? “Es”, dice, “que voy al Padre, y desde ahora no me ven”. El
mundo considera esto como un discurso ininteligible y ridículo. Si la primera
afirmación era extraña y oscura, que el pecado del mundo es que no cree en él, esta
suena mucho más peculiar e ininteligible, que solo esto es la justicia: que él
va al Padre y no será visto.
28. ¿Qué
debe decir todo el mundo sobre esto, el mundo que se esfuerza por la justicia y
quiere ser justo ante Dios? Se trata de santos judíos, turcos y papistas, que
tropiezan con esto como una doctrina ofensiva, incluso insensata. ¿Cómo es
posible que todas las buenas obras, la devoción, las buenas intenciones, la fina
obediencia y la vida seria y estricta de muchas personas no sean nada ante
Dios? ¿Por qué da una definición tan peculiar y absurda, que seamos justos ante
Dios porque él se va al Padre y nosotros no lo veremos? ¿Cómo armoniza el ser
justificados por lo que no podemos ver ni sentir?
29. Bien,
escuchas cuán fuerte y poderosamente concluye que solo esto es la justicia que él
llama “justicia”, y el mundo es reprendido porque no tiene esto. Es como si
dijera: “¿Por qué discuten tanto tiempo y tanto sobre las buenas obras, la vida
santa y lo que piensan sobre cómo hemos de ser justificados? Si no comprenden
que yo voy al Padre, entonces todo esto no es y no cuenta para nada ante Dios.
Si se esfuerzan hasta la muerte e inventan, piensan y estudian, y viven y se
esfuerzan por la justicia con todas sus fuerzas, todavía no lo pensarán ni
acertarán. Debe haber otra justicia que la que entiendan y emprendan, es decir,
que se comprometan a ser obedientes a la ley y a vivir de acuerdo con ella.
Debe estar muy por encima de todo eso, donde no hay ley ni mandamiento alguno,
ni obra ni vida humana, sino solo lo que yo hago, es decir, que voy al Padre”,
etc.
30. ¿Cómo
sucede eso? Respuesta: En la sección anterior oímos que todas las personas son
reprendidas en relación con el pecado. De esto se deduce, como se explicó. que
nadie cumple la ley o los Diez Mandamientos. Si alguien los cumpliera,
evidentemente no sería reprendido como pecador y sería llamado y sería justo
por esta obediencia o cumplimiento de la ley, como dice San Pablo: “Si se
hubiera dado una ley que pudiera dar la vida, entonces la justicia vendría
verdaderamente de la ley. Pero la Escritura ha encerrado a todos bajo el pecado”
(Gálatas 3:21-22), etc. Debido a que nadie puede cumplir la ley, no tenemos
ninguna justicia de la ley en y por nosotros mismos con la que podamos estar
ante Dios contra su ira y juicio. Más bien, si vamos a presentarnos ante Dios,
debemos tener una justicia diferente, la justicia de otro, que Dios considera y
que le agrada.
31. La
reprensión relativa al pecado se aplica a toda la vida y conducta humana en la
tierra, de modo que incluso los santos y los cristianos deben dejar que esta
reprensión se aplique a su mejor vida y obra y confesar que tienen pecados que
seguirían siendo malos y condenables si fueran juzgados según el mandamiento de
Dios y ante su tribunal. El profeta David, que era santo y estaba lleno de
buenas obras, reza y dice: “No entres en juicio con tu siervo, porque nadie que
viva es justo ante ti” (Salmo 143:2); y San Pablo dice: “No tengo conciencia de
nada contra mí mismo, pero no por ello soy justo” (1 Corintios 4:4). La única
razón por la que no se condenan como los demás es que aceptan esta reprimenda,
confiesan y lamentan que tienen pecado, creen en Cristo y buscan el perdón de
los pecados por medio de él. De esta manera tienen la justicia de otro, que es
enteramente la obra, el poder y el mérito del propio Señor Cristo. Esto es lo
que él llama “ir al Padre”.
32. Estas
palabras, “porque voy al Padre”, encierran toda la obra de nuestra redención y
salvación, para la que el Hijo de Dios fue enviado desde el cielo y que hizo
por nosotros y sigue haciendo hasta el final, es decir, su sufrimiento, muerte,
resurrección y todo su reinado en la iglesia. Este “ir al Padre” no significa
otra cosa que entregarse como sacrificio derramando su sangre y muriendo para
pagar por el pecado. Después vuelve a vencer mediante su resurrección; somete
al pecado, la muerte y el infierno bajo su poder; y, vivo, se sienta a la diestra
del Padre, donde gobierna invisiblemente todo lo que hay en el cielo y en la
tierra y reúne y extiende su cristiandad mediante la predicación del evangelio.
Como Mediador y Sumo Sacerdote eterno, intercede y ruega al Padre por los que
creen, porque aún les queda debilidad y pecado. Además, da el poder y la fuerza
del Espíritu Santo para vencer el pecado, el demonio y la muerte.
33. La
justicia de los cristianos ante Dios significa y es que Cristo va al Padre, es
decir, sufre por nosotros, resucita y nos reconcilia de tal manera con el Padre
que por él tenemos el perdón de los pecados y la gracia. Eso no es en absoluto
por nuestra obra o mérito, sino solo por su ida, que hace por nosotros. Esa es
la justicia de otro, por la cual no hemos hecho ni merecido nada ni podemos
merecer nada, presentada y dada a nosotros como propia para ser nuestra
justicia, por la cual agradamos a Dios y somos sus hijos y herederos queridos.
34. Pero es
solo por medio de la fe que esta justicia, que nos fue presentada, está en nosotros
y podemos consolarnos con ella como nuestro tesoro y principal posesión. Debe
ser siempre recibida y aceptada por nosotros. Ahora bien, no puede ser captada
sino con el corazón, que se aferra a la “ida” de Cristo y cree firmemente que
por su causa tiene el perdón y la redención del pecado y de la muerte. No es
algo externo que podamos realizar con obras, ordenanzas o ejercicios humanos,
sino un tesoro elevado y oculto que no puede ser observado con los ojos ni
comprendido por nuestros sentidos, como también dice él mismo: “Porque desde
ahora no me verán”, sino se ha de creer.
35. Así que
ahora, de una vez, lo que todo el mundo busca, disputa y pregunta sin fin, es
decir, cómo podemos llegar a ser justos ante Dios, se acaba y se corta. Cada
uno dice algo diferente; uno enseña a hacer esto, otro aquello; y, sin embargo,
ninguno lo ha conseguido nunca, aunque haya oído, aprendido y practicado toda
doctrina de la ley y de las buenas obras. Debemos justamente preguntar a este
Maestro Cristo y escuchar lo que él dice al respecto, como cada uno debería
desear hacerlo; si esta predicación no estuviera presente, con gusto correrían
al fin del mundo por ella. Por supuesto, todos esperan que él añada algo que
debemos hacer, algo mucho más elevado y mejor que lo que todos los demás han
enseñado.
36. Pero, ¿qué dice? Ni una palabra sobre nuestras obras y
nuestra vida. Más bien dice: “Todo eso no es todavía la justicia que vale ante
Dios. Pero si quieren ser justos ante Dios, deben tener algo más, a saber, lo
que ni ustedes ni nadie son ni pueden hacer, que es esto: que yo voy al Padre.
Esto significa que nadie será justificado ante Dios si no es por esto y a causa
de esto, que yo muera y resucite”. Este “ir” es lo único que logra que Dios
acepte misericordiosamente a un hombre y lo considere justo, cuando se aferra a
Cristo con fe.
37. Por
tanto, hay que notar cuidadosamente estas palabras, en las que Cristo es un
hombre tan asombroso que habla contra el entendimiento y las ideas de todas las
personas, especialmente de los sabios y santos. Todos ellos, cuando hablan
entre sí de lo que significa ser justo, no pueden hablar de otra cosa que de lo
que llaman justitia formalis,
es decir, del tipo de virtud que está en nosotros mismos o que nosotros mismos
hacemos o que se llama nuestras obras y obediencia.
38. Luego,
de nuevo, dices: “¿Y la doctrina de las buenas obras? ¿Acaso esto no es nada?
¿No es bello y loable cuando alguien procura guardar los Diez Mandamientos y es
obediente, casto, honorable y veraz?” Respuesta: Sí, claro. Deberíamos hacer
todo esto, y también es una buena doctrina y vida, pero solo si la dejamos en
su lugar, donde debe estar, y mantenemos las dos doctrinas distintas, sobre
cómo nos hacemos justos ante Dios y cómo y por qué debemos hacer buenas obras.
Aunque la doctrina de las buenas obras debe ser proclamada, junto a ella, e
incluso antes de ella, debemos enseñar cuidadosamente, para que la doctrina del
evangelio y de la fe permanezca pura y sin adulterar, que todas nuestras obras,
por muy buenas y santas que sean, no son el tesoro o el mérito por el que
llegamos a ser aceptables y agradables a Dios y obtenemos la vida eterna. Más
bien, es solo esto: que Cristo va al Padre, y a través de su “ida” adquiere
esto para nosotros, y da y comparte con nosotros su justicia, inocencia y
méritos. Así comienza su reino en nosotros para que nosotros, que creemos en él,
seamos redimidos por su poder y Espíritu del pecado y la muerte y vivamos con él
eternamente, etc. No es el tipo de justicia que solo permanece aquí en la
tierra y luego cesa, sino una nueva justicia que dura para siempre en la vida
venidera con Dios, así como Cristo vive y gobierna arriba eternamente.
39. Por eso
he dicho muchas veces, para hablar y juzgar correctamente sobre estos asuntos,
que hay que distinguir cuidadosamente entre un hombre bueno, lo que los filósofos
llaman bonus vir, y un cristiano. También
alabamos el ser un hombre bueno, y no hay nada más loable en la tierra. Es un
don de Dios tanto como el sol y la luna, el grano y el vino, y toda la
creación. Sin embargo, no mezclamos y confundimos esas cosas entre sí, sino que
dejamos que un hombre bueno tenga su alabanza ante el mundo, y decimos: “Un
hombre bueno es ciertamente un hombre excelente y precioso en la tierra, pero
no es por ello un cristiano”. Incluso podría ser un turco o un pagano, como
antiguamente algunos tenían gran fama. No puede ser de otra manera que entre
tanta gente malvada se encuentre a veces un hombre bueno. Sin embargo, por muy
bueno que sea, a pesar de esa bondad es y sigue siendo hijo de Adán, es decir,
un hombre terrenal bajo el pecado y la muerte.
40. Sin
embargo, cuando se pregunta por un cristiano, entonces hay que ir mucho más
allá, pues es un hombre diferente. No se le llama hijo de Adán y no tiene padre
y madre en la tierra, sino que es hijo de Dios, heredero y noble en el reino de
los cielos. Se le llama cristiano porque se aferra con su corazón a este
Salvador que ha subido al Padre, y cree que por él y a causa de él tiene la
gracia de Dios, la redención eterna y la vida. Esto no se capta ni se apodera
de ello, ni se alcanza ni se aprende por nuestra vida, virtud y trabajo, por lo
que se nos llama gente buena en la tierra, ni por la justicia según la ley y
los Diez Mandamientos. Como se ha dicho, estas cosas también son necesarias y
se encuentran en todo cristiano, pero están lejos de obtener este punto
principal y la justicia de la que Cristo está aquí hablando y que llama “justicia”.
41. Aunque
un hombre durante toda su vida hiciera estas cosas y todo lo que pudiera más y
más, todavía no podría llegar al punto de estar seguro de que Dios se complace de
estas cosas y es verdaderamente bondadoso con él. Así que en toda la vida el
corazón siempre permanece inseguro y en duda, como deben atestiguar todas las
conciencias experimentadas. Incluso los monjes lo atestiguan con sus libros, en
los que enseñan públicamente que debemos dudar, pues nadie puede saber si está
en gracia o no, y sería una gran audacia que alguien intentara hacer este
alarde de sí mismo, etc.
42. De esto
debe deducirse que, porque el hombre está en tal duda, no puede tener un
corazón sincero hacia Dios ni dirigirse a él e invocarlo de corazón. Más bien,
tiene miedo y huye de Dios y al final debe caer en el odio a Dios y en la
desesperación. Cuando llega la verdadera lucha y debe presentarse ante el
tribunal, siente y ve que con su vida y sus obras no puede resistir la ira de
Dios, sino que se hunde en el abismo con todo ello.
43. Si
ahora en tales peligros hemos de resistir y vencer la desesperación, entonces
debemos tener otra base que nuestra justicia o la justicia de la ley, a saber,
esta justicia eterna de Cristo, que está en el lugar, la diestra del Padre,
donde el diablo no puede derribarla y no puede presentar ninguna acusación
contra ella ante el tribunal de Dios. El diablo puede derribarme cuando quiera,
junto con toda mi vida y mis obras, presentando el tribunal y la ira de Dios y
haciendo volar todo, mi vida y mis obras, como el viento hace volar una
plumita. Sin embargo, cuando le señalo que se aleje de mí y de mis obras hacia
la diestra del Padre, donde está sentado mi Señor Cristo, que me da su justicia,
para lo cual fue al Padre, ciertamente será incapaz de derrocarlo; sí, incluso
de atacarlo.
44. Por lo
tanto, Cristo está actuando como un fiel y buen Salvador cuando nos quita todo
esto a nosotros y a todas las personas, y lo toma para él solo, y establece y
construye nuestra justicia solo en su “ida” al Padre. Así debemos saber dónde
podemos permanecer seguros contra todo ataque y asalto del diablo y sus puertas
del infierno (Mateo 16:18). Si dependiera de nosotros y de nuestra valía, de
que hubiéramos hecho la penitencia suficiente y de que hubiéramos hecho
suficientes obras buenas, entonces nuestro corazón nunca tendría descanso y
finalmente no podría resistir.
45. De esto
vemos cuán vergonzosamente maldita ha sido la doctrina de los monjes y de todo
el papado. Con ella han engañado al mundo. No han enseñado ni una palabra sobre
Cristo y la fe, y no solo eso, sino que han afirmado descaradamente que su
monacato es un estado mucho más elevado, más noble y más
perfecto que el de los cristianos comunes. Escuchar esto debería ser una
abominación para todos los cristianos. Por mucho que se quiera poner y exaltar
la vida y la bondad de todas las personas, la castidad de las vírgenes, la
disciplina y la mortificación de los ermitaños, los hechos y las virtudes
loables de los grandes, excelentes y piadosos señores y regentes, y todo lo que
pueda llamarse “gente buena”, sin embargo, nunca podrá igualar al cristiano, es
decir, al que tiene a este Señor sentado a la derecha de Dios y a su justicia.
Con gusto dejaremos que esa vida permanezca en su honor y la alabaremos como un
don precioso. Pero debemos exaltar al cristiano como un señor muy por encima de
todo eso, como alguien que tiene este beneficio y herencia eterna en el reino
de los cielos a la diestra de Dios con Cristo, su Hermano.
46. Quien
entiende y puede distinguir estas cosas, puede también enseñar y juzgar
correctamente sobre toda la vida, actuar correctamente en todos los asuntos y
guardarse de todo error, porque juzga y mide todo según la regla y norma que
Cristo enseña aquí. La justicia del cristiano no es el tipo de justicia que ha
crecido en nosotros, como la otra justicia, que se llama justicia de la ley o
justicia humana, sino que es una justicia completamente celestial y divina
aparte y más allá de nosotros.
47. Por lo
tanto, si alguien viene y quiere engañarte y poner ante tus ojos grandes
ilusiones y milagros sobre una santidad grande y especial, orientándote a vivir
según el ejemplo de tal o cual gran santo para agradar a Dios y hacerte
cristiano, entonces puedes decir en respuesta: “Amigo mío, todo eso me parece
bien; quiero ser justo, vivir según los mandamientos de Dios, estar en guardia
contra el pecado, etc. Sin embargo, no debes enseñarme que de este modo he de
convertirme en cristiano o alcanzar algo más grande y elevado. Esas personas no
se hicieron cristianas por ayunar, trabajar y sufrir tanto.
“Eso sería
un insulto a mi querido Señor Cristo y significaría que su partida fue en vano
e igual a las obras humanas. Más bien, quiero que me llamen cristiano por
aferrarme a este Salvador, como él me ha enseñado y como han tenido que hacer
todos los santos que han querido estar ante Dios. Como dice San Pablo, ‘no soy
hallado teniendo mi justicia según la ley’, sino su justicia, que me ganó con
esta ida, por la que venció mi pecado y mi muerte, y que me anuncia y da por la
predicación del evangelio”. Cuando tengas eso, entonces sigue adelante y haz
todas las obras buenas que puedas, pero hazlas de acuerdo con el mandato de
Dios. Sin esto y antes de esto no puedes hacer nada bueno, porque todavía estás
en la incredulidad, no tienes ni conoces a Cristo, y por lo tanto estás bajo el
pecado con todo lo que haces, como hemos escuchado en la primera parte.
48. Esto es
lo que significa hablar a la manera de Cristo y con sus palabras sobre la
justicia que él considera justa. No es un modo de vida externo y humano en la
tierra, sino uno incomprensible e invisible en esta vida. No se encuentra en la
tierra entre nosotros, ni se alcanza a través de las personas, sino que es una
justicia nueva y celestial que solo él ha hecho y establecido por su muerte y
resurrección. Ahora debemos agarrarla con fe, porque no la vemos. Está
preparada como un camino de vida eterno e interminable donde él gobierna de una
manera nueva y celestial.
49. Esto no
sucede con esta vida, porque todo esto ha sido arruinado por el pecado y la
muerte y finalmente quedará en nada. Por eso el Hijo de Dios desde el cielo ha
instituido un reino que no tiene que ver con los asuntos y el gobierno externos
y mundanos, como los judíos y los apóstoles imaginaban sobre su reino, ni con
la justicia pobre y miserable de esta vida. Más bien, hace una justicia nueva y
eterna, por la cual toda la naturaleza es cambiada y renovada, de modo que ya
no hay pecado ni muerte, sino solo obras y vida perfectas y divinas. Esta es la
obra que él ha comenzado al “ir al Padre” y que ya ha realizado plenamente en
su persona. Siempre promueve este reino en esta vida a través de la predicación
del evangelio y la obra del Espíritu Santo en los corazones de los creyentes
hasta el Día Postrero. Sin embargo, en la vida venidera vivirá completa y
perfectamente y se encontrará en nosotros.
50. “Eso es”,
quiere decir aquí, “lo que significan las palabras: ‘Me voy al Padre, y desde
este momento no me ven’. No estoy hablando de este modo de vida temporal en la
tierra, que en esta naturaleza corrupta no puede ser sin pecado y sin muerte.
Por lo tanto, allí no puede haber justicia y vida perfectas.
Mi reino no tiene una existencia tan transitoria. Más bien, debe convertirse en
algo diferente; lo que debe ocurrir es que ya no me veas cuando gobierne
eternamente aparte de esta existencia corporal y visible. También les llevaré allí, donde solo existe la nueva y perfecta
justicia y la vida eterna, que ahora comienzo en la cristiandad por la
predicación y la obra del Espíritu Santo”.
“En cuanto al juicio, porque el príncipe
de este mundo ha sido juzgado”.
51. En los
dos puntos anteriores habló de la doctrina y resumió todo el evangelio.
Primero, todo lo que es naturaleza, capacidad, actividad y vida humana es
pecado y está bajo la ira de Dios, porque no creen en Cristo. Segundo, somos
justificados, es decir, somos redimidos del pecado y de la muerte, agradamos a
Dios y tenemos vida eterna, solo porque él va al Padre. El tercer punto sigue,
tanto la forma en que el mundo actúa hacia esta predicación y, por otro lado,
cómo el Espíritu Santo presionará a través de su predicación.
52. Sobre
esto dice que seguirá reprendiendo al mundo en lo que respecta al juicio. Esto
suena algo extraño y oscuro a nuestros oídos, ya que no estamos acostumbrados a
la lengua hebrea. La palabra “juicio” no significa otra cosa que, como también
decimos de ella, que se trata y se dicta sentencia sobre cuál de dos partes en
disputa tiene razón o no. Al mismo tiempo incluye los dos puntos que siempre
deben estar presentes en una demanda, a saber, la gracia y la ira, la ayuda y
el castigo. La primera está presente para que la parte inocente sea absuelta y
ayudada en sus derechos. Sin embargo, el segundo punto del juicio o veredicto
se utiliza con mayor frecuencia, es decir, para la condena y su consecuencia o
ejecución.
53. A eso
se refiere Cristo aquí. Señala que cuando el Espíritu Santo proclama los dos
puntos de su predicación en el mundo y lo reprende en relación con el pecado y
la justicia, el mundo no lo recibe, ni quiere ser reprendido por estar en
pecado y sin justicia, ni se conmueve al ofrecérsele la justicia de Cristo. Más
bien, se opone a esta enseñanza y reprensión del Espíritu Santo, la condena y
la persigue. El mundo alega que tiene razón y que no debe permitir que se
anulen su sabiduría, su justicia, etc., que considera como dones y culto
divinos; más bien, se resiste a ello por la fuerza. Por el contrario, el
Espíritu Santo debe proceder una vez más a reprender al mundo en relación con
el juicio y a su vez instar la sentencia de condena, diciéndole que ellos y su
veredicto están condenados, junto con su príncipe y cabeza, el diablo.
54. Aquí es
donde surge y comienza la contienda, con un juicio que se enfrenta a otro. El
mundo pone su veredicto y su sabiduría en contra de esto y desprecia esta
enseñanza, no solo porque no proviene de su sabiduría o de la gente grande y
excelente del mundo, sino también porque es predicada por gente pobre y sin
importancia. Abre la boca de par en par contra esto y dice: “¿Qué otra cosa es
esto sino unos mendigos inútiles que se rebelan contra la autoridad
establecida? Quieren rechazar y acabar con todo lo que antes era observado por
todos e incluso establecido por Dios mismo”. Condena, prohíbe y maldice tanto
la doctrina como a los predicadores. Procede a cerrarles la boca con poderosas
amenazas y toma la severidad y la espada. Simplemente se niega a que su error e
idolatría sean atacados o reprendidos, e incluso lo mantiene y defiende contra
Dios y Cristo como sabiduría y santidad. Quiere que la predicación del evangelio
sea desarraigada y abolida.
55. Pero
luego Cristo dice que el Espíritu Santo conservará el juicio supremo y seguirá
reprendiendo este veredicto del mundo hasta el día final. Sin embargo, en este
asunto los cristianos quedan atrapados entre la puerta y la bisagra, cuando
comienza la cruz y la persecución. Debido a que el reino de Cristo, como hemos
oído, no es del mundo, sino espiritual e invisible ahora en la tierra, la
fuerza y el poder que el mundo tiene en la tierra se dirigen contra la
cristiandad por medio de condenar, perseguir, atormentar, acosar, matar y
asesinar con espada, fuego, agua y todo lo que pueda. Además, el mundo también
es azuzado y fortalecido por la ira y el odio agudamente furiosos del diablo
contra Cristo, ya que desea y se esfuerza por abolir y desarraigar
completamente a la cristiandad. El resultado es que a los ojos del mundo y de
los cristianos parece que la iglesia debe perecer completamente porque ejercen
tal persecución, crueldad y asesinato sobre los cristianos que confiesan y
llevan a cabo esta predicación del Espíritu Santo.
56. Así
que, con este punto, Cristo da primero la profecía de cómo esta predicación
será recibida por el mundo y lo que les sucederá a los apóstoles a causa de
ella. El mundo los despreciará porque vienen sin ninguna autoridad y mandato
público y traen una nueva doctrina contra el gobierno establecido, el
sacerdocio y el oficio de la enseñanza que fueron ordenados por Dios,
reprendiendo y criticando todo lo que hacen como si no contara para nada ante
Dios, y no solo por eso, sino también porque siguen predicando y no cesan. Así
que el mundo se adelantará y emitirá el veredicto y su consecuencia contra
ellos, como contra personas que no son enviadas por Dios y no predican la palabra
de Dios, sino que deben ser mensajeros del diablo y calumniadores de Dios. Se
les considera desobedientes e insubordinados a la ley de Dios, al pueblo de
Dios y al culto a Dios y se les declara merecedores de la muerte y no se les
debe permitir vivir. Esto es lo que gritaron los judíos respecto a San Pablo: “No
es justo dejar vivir a un hombre así” (Hechos 22:22); y dieron la razón: “Este
hombre no deja de hablar contra la nación, contra la ley, contra el templo y la
ciudad santa”, etc.
57. En
segundo lugar, contra este escándalo del juicio o persecución del mundo, Cristo
da este consuelo: deben saber que por su divino poder y fuerza mantendrá su
predicación y preservará su iglesia contra la ira y el furor del mundo y del
diablo. Entonces el diablo con su reino, al ser conquistado por él, tendrá que
ceder ante él y no deberá llevar a cabo contra su iglesia lo que quiera según
su feroz y furiosa ira y odio. Por eso, aunque los cristianos deban sufrir por
parte del demonio y del mundo a causa de esta predicación, esta palabra no
será, sin embargo, derribada, sino que finalmente saldrá victoriosa y se mantendrá
firme y dejará claro ante todo el mundo que su veredicto contra el evangelio es
injusto. Finalmente, ellos mismos tendrán que avergonzarse de ello y de hecho
confesar sobre sí mismos que han condenado y perseguido el evangelio inicua e
injustamente. Del mismo modo, cuando Cristo estaba sufriendo, sus jueces e
incluso su traidor mismo tuvieron que testificar sobre su inocencia.
La razón, dice,
es que este Rey Cristo al ir al Padre ya ha vencido tanto al mundo como al
diablo. Ahora envía el anuncio de que él es el Señor sobre todo y tiene el
poder y la fuerza para condenar y castigar con el fuego eterno del infierno a
todo lo que se le oponga, junto con el diablo y sus ángeles.
58. Lo que
dice significa que este castigo continuará contra el mundo que persigue el evangelio,
y finalmente mantendrá la victoria contra él, de modo que supera su veredicto y
condena y a su vez lo condena y avergüenza, no solo al mundo sino también a su
dios, el mismo diablo, que insta al mundo contra Cristo. Él, dice, ya está juzgado,
el veredicto de condena ya ha sido pronunciado contra él, y lo único que falta
es su executio, que el castigo se cumpla sobre
él en el fuego eterno del infierno. Del mismo modo, cuando un ladrón o un
asesino ha sido condenado por su juez, después de que la ira y el tribunal ya
han procedido y se ha pronunciado la muerte, simplemente se le conduce y recibe
la justicia.
59. Así que
este juicio procede del poder y la fuerza del Señor Cristo sentado a la diestra
del Padre, y este veredicto se proclama públicamente a través del oficio de la
predicación, es decir, que el príncipe del mundo y sus adherentes ya están
condenados definitivamente y no pueden hacer nada contra Cristo. Por el
contrario, debe dejar que él siga siendo el Señor, que tendrá que acostarse bajo sus pies
eternamente y dejar que su cabeza sea pisoteada. Envía esta predicación a todo
el mundo, que quien no quiera creer en este Señor será condenado junto con el
diablo, por muy alto, poderoso, erudito o santo que sea, independientemente de
cómo intente condenar esta doctrina o suprimirla y abolirla, sin importar si se
llama emperador romano o turco, rey y señor de todo.
60. Aunque
el mundo, mientras tanto, se aleja y desprecia y se burla de este veredicto,
que ya ha sido pronunciado sobre el diablo y todos sus miembros, porque no lo
ve suceder ante sus ojos, como también desprecia la primera y la segunda parte
de esta predicación, Cristo sigue procediendo contra él y con confianza se deja
despreciar. Sin embargo, muestra al diablo y al mundo que él es el Señor, que
puede romper y poner fin a la ira y al furor del diablo y derribar a sus
enemigos, como dice el Salmo 110:1 sobre él, “hasta poner a todos ellos por estrado
de sus pies”. El hacha ya ha sido puesta en el árbol, y las cadenas y cuerdas
ya han sido arrojadas sobre él, como dice San Pedro (2 Ped.
2:4), con las que el diablo está atado para la oscuridad eterna en el fuego del
infierno. Nadie creerá esto excepto los cristianos, que consideran la palabra
de su Señor como verdadera, reconocen su poder y su reino, y se consuelan en su
Rey y Señor. Los demás no tendrán otra recompensa que la que buscan con su
señor, el diablo, de modo que en las tinieblas eternas deberán hundirse en el
abismo del infierno, derribados y pereciendo a causa de su furia contra los
cristianos.
Esta es la
primera parte de este Evangelio sobre el reino de Cristo y la predicación del
Espíritu Santo en el mundo. Ahora sigue
LA SEGUNDA
PARTE
“Todavía tengo muchas cosas que decirles,
pero ahora no pueden soportarlas. Pero cuando venga el Consolador, el Espíritu
Santo, les guiará a toda la verdad”.
61. Esta
parte también pertenece a la promesa sobre el Espíritu Santo y su oficio en la
cristiandad. Sin embargo, aquí interrumpe lo que había empezado a decir sobre
la doctrina y lo que predicará el Espíritu Santo, que había resumido en pocas
palabras. En cambio, les señala que el Espíritu Santo mismo vendrá y les
enseñará estas cosas, para que las entiendan y de hecho las experimenten. “No
es el momento”, quiere decir, “de hablar mucho de la doctrina”, ya que se está
despidiendo y consolándolos por su partida. Además, aunque hablara mucho y
largamente de ello, no están todavía preparados para captar y comprender
correctamente cómo será en su futuro reino.
Todavía
están tan profundamente ahogados en los pensamientos y esperanzas de un reino
externo y corporal y de la gloria mundana, que no pueden conformarse y acoger
en sus corazones lo que les está diciendo acerca de su reino y oficio
espiritual, que realizará por medio del Espíritu Santo. No pueden pensar de
otra manera que, si él va a ser un Rey, entonces él mismo debe estar presente
y, o bien traer al mundo hacia él con su predicación y milagros, para que sea
voluntariamente obediente a él y lo acepte como su Señor, o, si no lo hace
voluntariamente, entonces obligarlo por la fuerza externa y el castigo.
Sin
embargo, si ha de suceder, como él ha dicho ahora, que se aleje de ellos y ya
no sea visto, es decir, que muera, entonces ya no cabe esperar que se convierta
en rey y lleve a cabo cosas tan grandes. Así que están y permanecen muy
confundidos hasta después de su resurrección, porque no entienden en absoluto
lo que les dijo antes, salvo que intuyen el comienzo de la miseria, el dolor y
la persecución del mundo que aquí les anuncia.
62. Esto es
lo que dice: “Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ahora no las pueden
soportar”. Lo que se ha dicho y lo que queda por decir sobre esto es todavía
demasiado difícil de comprender para ustedes, pues todo va completamente en
contra de sus pensamientos y esperanzas. Si lo entendieran, recibirían de ello
consuelo y un corazón alegre, como también dijo anteriormente: “Si me amaran, se
habrían alegrado cuando dije: ‘Voy al Padre’, etc. Ahora, sin embargo, lo que les
estoy diciendo para su consuelo sobre mi glorificación, ascensión y el glorioso
reino que comenzaré a través de ustedes, solo les asusta y angustia, etc.
Evidentemente, es correcto que “no pueden soportarlo ahora”. Por lo tanto,
también debo aplazarlo hasta que llegue el momento en que estas cosas, lo que les
digo ahora de antemano, comiencen y venga el Espíritu Santo. Él mismo debe
enseñárselo y conducirles y guiarles fuera de sus actuales pensamientos
erróneos y malentendidos hacia la verdad y el conocimiento correcto”.
63. Su
oficio, pues, dice, es que “Me glorifica”, es decir, da la revelación y el
testimonio sobre mí que, resucitado del sufrimiento y de la muerte a la gloria
y sentado a la diestra del Padre, estoy reinando como Señor de todo. Él ha de
proclamar en todo el mundo que éste ha sido el plan del Padre. El Espíritu
Santo será enviado para que el mundo conozca esto y sea llevado a mi reino,
etc. Ahora bien, cuando suceda que yo sea arrebatado de ustedes y venga el
Espíritu Santo, eso mismo lo enseñará, de manera muy diferente a lo que ahora
piensan y entienden. Así que ustedes mismos experimentarán todo lo que ahora
les he dicho y mucho más que aún debo decir para explicarlo y ampliarlo más.
Precisamente
con este pensamiento concluye este capítulo, como oiremos en la lectura del
Evangelio del próximo domingo, y dice: “Estas cosas las he dicho por medio de
un proverbio”; es decir, lo que hasta ahora les he dicho sobre mi sufrimiento,
mi resurrección y el sufrimiento de ustedes, y cómo en medio de ellos deben
pedir al Padre en mi nombre, son ahora solo palabras extrañas, oscuras y
ocultas para ustedes, que no entienden. “Sin embargo, se acerca el momento en
que ya no les hablaré por parábolas, sino que les hablaré claramente de mi
Padre”, es decir, cuando haya subido al cielo y les envíe el Espíritu Santo.
Entonces experimentarán lo que les digo, que ahora solo son proverbios.
Este es el
verdadero y sencillo significado del texto “Todavía tengo muchas cosas que
decirles”.
64. Sin
embargo, estas palabras han sufrido y aún deben sufrir por parte de nuestros
papistas. Estas palabras deben dejarse tergiversar e interpretar para
fortalecer sus invenciones sin valor y para ser la base de sus alegatos y
balbuceos de que debemos creer y sostener mucho más de lo que el evangelio y
las Escrituras enseñan, es decir, lo que los concilios y los padres han dicho y
ordenado. Porque, dicen, Cristo prometió aquí que el Espíritu Santo les dirá
mucho más de lo que ha dicho y los guiará a toda la verdad, etc. Es como si los
apóstoles hubieran entendido muy bien lo que Cristo les dice aquí, aunque ellos
mismos atestiguan lo contrario por el hecho de su incredulidad sobre su
sufrimiento y resurrección. O también es como si esto fuera tan fácil de
entender que no tuviéramos necesidad del Espíritu Santo para ello, aunque hasta
el día de hoy ningún papista entiende nada de esto. Lo sé por experiencia, pues
también aprendí lo que ellos saben. Los libros que escriben dejan en claro que
todavía no entienden nada de esto. Por lo tanto, debemos responder a estos
necios para acabar con sus mentirosas invenciones.
65. En
primer lugar, oyes que dice: “Todavía tengo muchas cosas que decirles”. ¿Quiénes
son estos “ustedes”, o a quiénes se dirige? Sin duda está hablando con los
apóstoles, a quienes también les dice: “No pueden soportarlas ahora” y “El
Espíritu Santo les guiará a toda la verdad”. Por lo tanto, si Cristo no mintió,
entonces estas palabras deben haberse cumplido en el momento en que vino el
Espíritu Santo. En ellas y a través de ellas debe haber llevado a cabo todo lo
que el Señor aquí habla y debe haberlos guiado a toda la verdad. ¿Cómo,
entonces, podemos concluir de esto que Cristo no dijo todo a los apóstoles, ni
tampoco el Espíritu Santo, sino que dejó mucho de lo que se supone que los
concilios deben enseñar y decidir? Sin embargo, según sus afirmaciones, se
supone que se cumpliría lo contrario, que el Espíritu Santo ha dicho todo a los
apóstoles, y Cristo está enfatizando que él explicará todo a los apóstoles y
traerá al mundo a través de ellos lo que han aprendido del Espíritu Santo.
Entonces, ¿cómo concuerda esto con sus argucias, de que lo que debemos saber,
creer y hacer en la cristiandad se hablará, enseñará, decidirá y arreglará
primero después de los apóstoles, en el fin del mundo?
66.
Asimismo, si lo que los concilios enseñaron y establecieron después de los
apóstoles debe considerarse como verdad, como revelada de nuevo por el Espíritu
Santo, entonces los apóstoles mismos no llegaron a la verdad, y mucho menos
aquellos a los que predicaron. Junto con ellos, la iglesia habría sido
totalmente engañada por Cristo, ya que él les prometió que el Espíritu Santo
los guiaría a toda la verdad.
67. En
segundo lugar, Cristo dice claramente: “Todavía tengo muchas cosas que decirles”.
Con esas palabras no está diciendo: “Tengo algo muy diferente que decirles, y
el Espíritu Santo les enseñará y explicará algo diferente de lo que les he
dicho”. Esa es su adición, que untan en las palabras
de Cristo, y distorsionan tanto las palabras, que enseñar “muchas cosas” (multa)
se supone que signifique enseñar “otras cosas” (alia).
Ciertamente les concederíamos la palabra multa, si tuvieran la gracia
del Espíritu Santo de enseñar “muchas cosas”. Sin embargo, no se debe tolerar
cuando con la palabra “muchas” quieren introducir y tener el poder de enseñar “otras”
cosas. Por ejemplo, vuelven a afirmar descaradamente que por inspiración del
Espíritu Santo la iglesia ha establecido y dispuesto muchas cosas después de
los apóstoles que deben ser observadas, como, entre otras, el artículo sobre
una especie en el Sacramento, la prohibición del matrimonio de los sacerdotes,
y otras similares.
Eso no es
enseñar “más” o “más allá”, sino algo completamente diferente e incluso
contrario, en contra de la clara ordenanza y mandato de Cristo, como ellos
mismos deben confesar que es correcto. Sin embargo, se supone que es una
herejía y un error cuando actuamos de acuerdo con el mandato de Cristo en
contra de su ley, porque “la iglesia”, dicen, “lo ha ordenado de manera
diferente.” Si se pregunta: “¿En qué se basan?”, responden: “Cristo dice: ‘Todavía
tengo muchas cosas que decirles’”; sí, ¡incluso lo que es contrario a sus
propias palabras y mandatos!
68. Eso sí
que sería una iglesia excelente: una que se tomara para sí el poder, como hace
la iglesia anticristiana del Papa, de enseñar lo que quisiera en contra de
Cristo y de cambiar su ordenanza, y que luego quisiera hacerlo bueno y
confirmarlo con las palabras “¡Todavía tengo muchas cosas que decirles!”. Sin
embargo, Cristo habla claramente sobre el Espíritu Santo, estableciendo sus
límites y objetivo, que lo glorificará y no hablará de sí mismo, sino que
tomará y proclamará sus cosas, es decir, las palabras y el mandato de Cristo.
Por lo tanto, la multitud que enseña de manera diferente no debe ser del
Espíritu Santo ni de la iglesia de Cristo, sino de la chusma del diablo.
69. La iglesia
cristiana y el propio Espíritu Santo se quedan solo con lo que Cristo ha dicho
y mandado. Ciertamente lo aumentan, es decir, lo amplían en extensión y
amplitud, pero no lo hacen diferente. Este “muchas cosas que decir” significa
que, aunque una cosa se proclame de muchas maneras, siempre se está proclamando
la misma cosa. Por ejemplo, el evangelista Juan podría haber escrito muchas más
cosas de las que Cristo dijo aquí, pero siempre se queda con el único punto,
proclamando a fondo el artículo sobre la persona, el oficio y el reino de
Cristo, del que Cristo mismo también habla, y siempre tiene su scopus o “punto principal” apuntando a este Cordero
de Dios. Del mismo modo, San Pablo en la carta a los Romanos y casi en toda la
de los Gálatas subraya y repite continuamente el punto único de la justicia de
la fe.
70. Ahora
bien, eso es lo que significa predicar “muchas cosas” y decir más que Cristo
con estas pocas palabras, pero sin embargo predicar la misma cosa y nada
diferente. Un buen predicador tiene la habilidad de tomar un asunto y comprenderlo
brevemente y llevarlo a su fin en dos o tres palabras, y luego, si es
necesario, también ampliarlo y explicarlo con dichos y ejemplos, y así hacer
todo un prado de una sola flor. Del mismo modo, un orfebre puede batir un trozo
de plata cerrado y grueso sobre sí mismo hasta convertirlo en un lingote, y
luego volver a batirlo plano, rizado, curvado y hasta convertirlo en una hoja
fina. Así, un sermón puede ser largo o corto, pero siempre es la misma cosa y
no se contradice. “La Palabra de Dios debe habitar en abundancia en nosotros”,
dice San Pablo, para que seamos poderosos en la Escritura y podamos demostrar
la verdadera doctrina a partir de ella.
Esto es lo
que hace la Epístola a los Hebreos. La mayor parte de ella habla del sacerdocio
de Cristo y desarrolla un largo sermón a partir del pasaje “Tú eres un
Sacerdote para siempre” (Salmo 110:4), al que añade muchos otros pasajes,
textos y ejemplos. Sin embargo, cuando miramos el resumen del
mismo, todo ello no es más que el único punto de que Cristo es el único
Sacerdote eterno. Eso es ciertamente “decir mucho más” de lo que dijo David en
ese salmo, pero aún así sin decir nada diferente. Así
que, desde el principio de la cristiandad, se ha enseñado y predicado mucho más,
por medio del Espíritu Santo, de lo que hizo Cristo, y todavía se puede enseñar
más cada día, y se puede ampliar más abundantemente y en todos los sentidos, ya
que se revela más a uno que a otro, o se asigna o da más abundantemente a uno
para hablar que a otro. Sin embargo, esto sucede de tal manera que cuando todo
se reúne finalmente, todo se refiere a un solo Cristo. Cuántas ilustraciones
podemos citar de toda la Biblia, e incluso de todas las criaturas, que
coinciden en la doctrina del evangelio, ninguna de las cuales enseñó o dijo él,
y sin embargo es la misma doctrina.
71. San
Pablo también habla de esto cuando habla del don de profecía o de
interpretación de la Escritura y da este límite y regla por la que se ha de
juzgar: “Si alguien tiene profecía, debe ser conforme a la fe” (Romanos 12:6);
es decir, debe estar de acuerdo y ser conforme a la doctrina de la fe. Por
ejemplo, alguien podría introducir el ejemplo de Abraham, que llevó a su hijo
Isaac a la montaña para sacrificarlo allí, pero dejó a sus siervos y al burro
en la base de la montaña. Un ejemplo así puede explicarse a favor de la fe y
como algo que concuerda con la fe, o también en contra de la fe. Los
predicadores y maestros judíos afirmaban que quien se dejara sacrificar y matar
de forma similar haría la obra más elevada e iría inmediatamente al cielo. Por
eso, los reyes que querían ser excelentes santos sacrificaban vivos a sus
propios hijos a Dios y los quemaban. Nuestros santos monásticos lo explican de
la misma manera, que si queremos llegar a Dios,
debemos dejar a los siervos y al burro en la base de la montaña, es decir,
acabar con los cinco sentidos y no tener nada que ver con ninguna preocupación
o asunto externo y mundano, sino, separados de todo ello, vivir en la
contemplación espiritual. Esto no es “explicar y enseñar conforme a la fe”,
sino contra la fe.
Pero se
puede explicar de esta manera: El que quiera llegar a Dios debe ir más allá del
entendimiento y los pensamientos humanos, de modo que tenga la palabra de Dios por
la cual aprenda a reconocer y echar mano de Dios. Allí debe presentar el
sacrificio ante él, es decir, Cristo, el Hijo de Dios, que se entregó como
sacrificio a Dios por nosotros, presentando este sacrificio por medio de la fe,
para que la conciencia pueda presentarse ante Dios. Mientras tanto, podemos
dejar nuestro burro con los siervos de abajo, es decir, lo que es nuestro propio
trabajo y actividad, etc. He aducido este ejemplo de tal manera que es justo lo
que el evangelio enseña en todas partes, no en contra de la fe sino a favor de
ella, aunque esto no explique correctamente el significado real y seguro de
esta historia.
72.
Nuestros burros, cerdos y tontos papistas no prestan atención a esto. Más bien
quieren persuadirnos de que aceptemos cualquier cosa que afirmen y enseñen en
nombre de la iglesia o de los concilios como si el Espíritu Santo lo hubiera
enseñado, sin tener en cuenta si está o no de acuerdo o armoniza con la
doctrina del evangelio. Todo esto se supone que es confirmado por las palabras “Todavía
tengo muchas cosas que decirles”. No, querido amigo, aunque él tenga más cosas
que decir, está mal que digas lo que te plazca o lo que cada monje haya soñado
o lo que un papista insolente quiera que se observe. Con mucho gusto te
permitiré que amplíes estas palabras de Cristo y que seas un predicador
fecundo, haciendo mil palabras de una sola, para hacerla bella, clara, distinta
y brillante, de modo que todos puedan entenderla, siempre que te quedes con la
única doctrina genuina y pura.
Pero si en
lugar de eso sacas una doctrina nueva y afirmas que quien se hace monje tiene
un nuevo bautismo y se vuelve tan puro como un niño pequeño, recién bautizado,
el Espíritu Santo no te ha dicho que digas eso, sino el diablo. Eso no es
enseñar más, sino algo completamente diferente y lo contrario de lo que dice
Cristo. Por eso el cristiano debe ser sabio y, como enseña San Juan, ser capaz
de distinguir los espíritus, según la palabra de Dios, para no dejar que
alguien le diga algo diferente, si se predique mucho o poco, o le señale y le
lleve por un camino distinto.
73. En
tercer lugar, dice: “No pueden soportarlas ahora”. Aquí está hablando de
asuntos muy grandes que son demasiado difíciles para ellos, y solo por esta
razón no quiere decir más sobre ellas ahora: porque son demasiado imperfectos y
débiles. Por supuesto, esto no es otra cosa que lo que había empezado a hablar,
es decir, su reino, cuál será su curso en el mundo, cómo debe morir la muerte
más vergonzosa y ser maldecido, y sin embargo que la gente creería en él como
el Salvador, el Hijo de Dios y el Señor de todo. Asimismo, estaba diciendo que
serán perseguidos y asesinados por el mundo, y sin embargo el evangelio
continuará, y por ello todo el pueblo judío, junto con su sacerdocio, templo,
culto, y toda su gloria, caerá por tierra, etc. En ese momento no podían
entender nada de esto, aunque él les hubiera predicado sobre ello durante
muchos años, hasta que el Espíritu Santo se lo enseñara a través de la
experiencia en su oficio de predicador.
74. Pero
dime, en lugar de esto, ¿qué es lo que se ha dispuesto y establecido después de
los apóstoles por los concilios o los Papas? ¿Sería una cosa difícil que no
podrían entender o soportar, sin la revelación especial y el poder del Espíritu
Santo, comprender qué reglas deben ser observadas en esta o aquella orden
monástica, o si se deben usar capuchas negras o grises, o que no se debe comer
carne los viernes, o que solo se debe usar una especie en el sacramento? ¿No
deberían los apóstoles haber sido capaces de entender y soportar esas cosas,
que todo inculto e impío malhechor puede entender y hacer fácilmente?
Hay asuntos
mucho más elevados que los apóstoles no podían soportar y habilidades más
elevadas que las que sueñan estos inútiles chismosos. Considero que es cierto
que lo que los apóstoles no pudieron entender y manejar tú tampoco podrías
entenderlo ni soportarlo fácilmente sin la iluminación del Espíritu Santo. La
doctrina de la fe es muy difícil de comprender y no es tan fácil de entender como
sueñan estos espíritus inexpertos. Una persona debe salir de sí misma, es
decir, de su propia vida y obras, y aferrarse con toda su confianza a lo que no
ve ni siente en sí mismo, es decir, que Cristo va al Padre. Es una habilidad
difícil desesperar tanto de sí mismo que abandona todo lo que tiene de bueno y
de malo y se aferra solo a las palabras de Cristo, y por ellas abandonar cuerpo
y alma. ¿Qué poder de la razón podría comprender o enseñar esto, aunque buscáramos
en todo el mundo? Inténtalo seriamente con un verdadero conflicto de
conciencia, y aprenderás. El diablo y nuestra propia naturaleza, junto con
muchas sectas y falsas doctrinas, lucharán duramente contra ello.
Que eso
baste contra la palabrería mentirosa de los papistas y la habilidad estúpida con
que manchan y enlodan este hermoso texto para confirmar sus mentiras.
75. Sin
embargo, en cuanto a lo que significa cuando Cristo llama al Espíritu Santo “el
Espíritu de verdad”, esto se discutirá en las otras lecturas del Evangelio, y
se explica abundantemente en otros lugares. Aquí se dice intencionadamente “el
Espíritu de verdad” y “les guiará a toda la verdad”, es decir, a la doctrina
verdadera, pura y clara que predica sobre mí y, como dice justo después, “me
glorifica”. Aquí él está mirando muy adelante a cómo el espíritu mentiroso, el
diablo, estará activo y se mostrará en la iglesia y afirmará sus ideas con gran
pretensión y conmoción. Diría con gusto: “Cuántas sectas surgirán, que todas se
jactarán de su gran espíritu, y sin embargo, solo alejarán
a la gente de Cristo y de la verdad hacia el error y la ruina”.
76. Por eso
también describe al Espíritu Santo y le da su verdadera señal, por la que ha de
ser conocido y probado: “Él me glorificará, porque tomará de lo mío”. Solo él
es el que explica a Cristo tal y como se ha dado a conocer a través de su palabra,
para que sepamos que quien enseña algo diferente y pretende ser y engalanarse
como espíritu no es el Espíritu de Cristo. Él no enseñará nada diferente, sino
que permanecerá con la misma doctrina de Cristo, excepto que la amplía más y la
hace más clara y brillante. Por eso dice: “Me glorificará”.
77.
Asimismo, dice: “No hablará de sí mismo”. Aquí distingue de nuevo a los
espíritus falsos y a este Espíritu verdadero, porque los otros vienen todos de
sí mismos y hablan lo que han inventado de sí mismos. Ahora bien, dice que eso
no es una propiedad del Espíritu Santo, sino del diablo. “Cuando habla
mentiras, habla de sí mismo, porque es mentiroso y padre de ellas”, etc. Por lo
tanto, quiere decir que si oyes a un espíritu que
habla de sí mismo, seguramente es un mentiroso. El Espíritu Santo no hablará de
sí mismo, sino de lo que recibe de mí y de lo que me oye hablar a mí y al Padre
entre nosotros, etc.
78. Este es
ciertamente un texto astuto sobre el artículo de las tres personas en la
esencia divina. El Hijo de Dios es la Palabra del Padre en la eternidad, que
nadie oye hablar sino el Espíritu Santo. Este no solo lo oye, sino que
testifica y lo proclama en el mundo. En resumen, todo apunta a esto: Dios ha
resuelto que solo el Espíritu Santo proclame y enseñe el artículo de Cristo, cómo
somos justificados ante Dios por su causa. Por eso concluye: “Él me
glorificará, porque tomará lo que es mío”. Esto significa que ciertamente él
producirá más que yo y hablará más claramente y lo sacará a la luz; pero solo
tomará lo que es mío y hablará de mí, y no de la propia santidad y las obras de
las personas. Este será su verdadero oficio y obra por la que será conocido,
que proclamará sin cesar hasta que este Cristo sea conocido. Cuando hayas
terminado de aprender esto completamente, entonces podrás buscar un Espíritu
Santo diferente. Sin embargo, espero que todos sigamos siendo alumnos de este
Maestro y Profesor hasta el día final.