EVANGELIO DEL CUARTO DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA

Juan 16:5-15

1. A menudo hemos escuchado el significado de esta lectura del Evangelio en otros lugares. El problema es que la gente no siempre entiende que las palabras hablan de cosas que conocemos. Por eso, vamos a explicarlo un poco, para que la gente vea que en estas palabras están las mismas cosas que contienen casi todas las demás lecturas del Evangelio.

2. Esta es una parte del hermoso sermón que el Señor Cristo predicó después de su última cena con sus discípulos. Quiere consolar especialmente a sus queridos discípulos sobre su partida, porque ahora está a punto de morir y de dejarlos solos en el peligro y la angustia, en la hostilidad del mundo, en la persecución y en la muerte por su causa. Él mismo les anuncia con muchas palabras que serían excomulgados, y los que los mataran se jactarían de estar sirviendo a Dios. Fue muy difícil y espantoso para ellos escuchar esto, y se angustiaron a causa de ello, tanto porque estaban a punto de perder a su querido Señor como porque quedarían en tal miseria y angustia.

Por lo tanto, era necesario que fueran consolados al respecto, como hizo entonces Cristo con toda diligencia y fidelidad a través de estos tres capítulos de su último sermón. El resumen del mismo es que, en lugar de sufrir pérdida por su partida, promete enviar el Espíritu Santo, que consolará y fortalecerá sus corazones, y luego establecerá el reino de Cristo y lo extenderá por todo el mundo. Les dice claramente de qué se trata su reino, en qué consiste y qué realizará el Espíritu Santo en el mundo a través de ellos.

3. Por eso dice primero: “Sé y veo claramente, queridos discípulos, que están muy asustados y angustiados porque les he dicho que me voy. Mi partida debe alegrarles mucho, porque en lugar de mí tendrán el consuelo del Espíritu Santo y, además, el poder con el que realizará por medio de ustedes lo que yo no puedo hacer ahora mientras estoy presente con ustedes. Por esta misión corporal se me pide que sufra y muera, y así voy al Padre. Después enviaré al Espíritu Santo. A través de ustedes, él hará muchas cosas más grandes de las que ahora pueden suceder a través de mí. Pondrá en ustedes un oficio y una obra grandes y excelentes, por medio de los cuales se extenderá mi reino en el mundo”.

4. Primero señala cuál será su reino en la tierra, a fin de quitarles su viejo y arraigado engaño sobre el dominio y gobierno externo y mundano sobre el pueblo judío y todo el mundo en esta vida. Contra esto él ha dicho claramente y con muchas palabras que él se iría, dejaría el mundo y ya no sería visto, etc. Sin embargo, si muere y abandona el mundo, no podrá jamás gobernar y regir de manera externa y visible, como un rey y emperador en la tierra.

Asimismo, lo dejó aún más claro cuando, con tantas palabras antes y después de este texto, les anunció cómo serían las cosas para ellos después de su partida, a saber, que serán odiados, perseguidos, excomulgados e incluso asesinados por su propio pueblo. Asimismo, se lamentarán y aullarán y tendrán miedo en el mundo; y el mundo, en cambio, estará confiado y alegre. Esto no concuerda en absoluto con su esperanza de un reino mundano en la tierra; más bien, deben esperar todo lo contrario. Sin embargo, deben saber que él quiere tener y conservar su reino en el mundo; para ello, pues, promete el Espíritu Santo.

5. ¿Qué clase de reino es y cómo se gobierna? Él lo muestra en las palabras que pronuncia: “El Espíritu Santo reprenderá al mundo”. No será un gobierno concebido y organizado de manera mundana por la sabiduría, el poder, la fuerza, la ley y el orden humanos, sino un gobierno del Espíritu Santo, o un reino espiritual, en el que Cristo gobierna de manera invisible y no con un poder externo y corporal, sino solo a través de la palabra, que el Espíritu Santo predicará y a través de la cual obrará en los corazones de las personas. “El Espíritu Santo”, dice, “reprenderá al mundo”. Esto no significa obligar al mundo con armaduras y armas y poder mundano, sino usando una palabra oral o un oficio de la predicación. Eso significa que la palabra de Dios, o del Espíritu Santo, enviada por Cristo, debe pasar por el mundo y atacarlo, de modo que es apropiado decir que el mundo ha sido reprendido, es decir, no solo algunas personas, una o dos razas o países, sino tanto los judíos como los gentiles, los doctos, los sabios, los santos, que han concebido su gobierno de la manera más hermosa y laudable.

6. Por “el mundo”, no se refiere a las muchedumbres y turbas comunes y corrientes, sino a la parte mejor y más loable del mundo, cuyo gobierno exterior no tiene nada que reprochar. Se refiere especialmente a los que quieren ser santos por encima de todos los demás, como los judíos, que se llamaban el pueblo de Dios y tenían la ley de Moisés. Sobre ellos Cristo dijo anteriormente que lo odian a él y a su pueblo sin causa, como está escrito en su ley.

7. Así que Cristo da a sus apóstoles poder y fuerza, e incluso un mandato sobre todo el mundo, que debe estar expuesto a su predicación y debe escuchar a los apóstoles. Los fortalece y los consuela para ello, porque su oficio es despreciado por el mundo y no es respetado, ya que son personas comunes y corrientes. Es más, incluso aparte de eso, son odiados, oprimidos y deben sufrir en el mundo, cuando sus reprimendas van en contra del mundo. Sin embargo, su oficio tendrá poder, fuerza y vigor, de modo que el mundo debe escucharlos y dejarlos tranquilos, no abolidos, y sin restricciones, a pesar de que se enfurecen y arremeten contra ellos persiguiéndolos, desterrándolos y matándolos, con todo el poder y la fuerza no solo del mundo, sino también de todo el reino del infierno.

8. “Por eso”, dice, “no deben asustarse por esto ni angustiarse porque me aleje de ustedes corporalmente. Al hacer esto les daré algo mucho mejor de lo que tenían antes mientras estaban conmigo. Entonces realizarán cosas mucho más grandes y gloriosas de lo que ahora puede suceder, es decir, el Espíritu Santo realizará a través de ustedes lo que pertenece a mi reino de manera mucho más gloriosa y fuerte de lo que ahora piensan. Entonces no pensarán, como ahora, ni se esforzarán por cómo pueden llegar a ser señores en la tierra y tener grandes reinos bajo ustedes. Todo eso es transitorio. Eso no le interesa a Dios; siempre ha producido más malhechores que gente piadosa. Más bien, él les pondrá en un gobierno tal que juzgarán las conciencias de todas las personas, y lo más elevado del mundo. es decir, toda su sabiduría y santidad, se someterá a ustedes. Juzgarán, reprenderán y condenarán, de modo que nadie que no quiera escuchar sus palabras y obedecerlas podrá escapar del pecado, de la muerte y del infierno, ni entrar en el cielo”.

9. Así que él también les dará este consuelo y valor, para que no se asusten como ahora ni tengan miedo a la muerte por las amenazas, la ira y las bravatas del mundo contra su predicación, sino que sigan reprendiendo con confianza, independientemente de lo que el mundo y el diablo puedan hacer y hagan contra ella con persecuciones, asesinatos y todo el poder del infierno.

10. Esta es la promesa sobre la obra que el Espíritu Santo comenzará en el reino de Cristo. Es el oficio de enseñanza de los apóstoles; su carácter es que debe reprender al mundo como quiera que lo encuentre, fuera de Cristo, sin exceptuar a nadie, sea grande, pequeño, docto, sabio, santo, de alta o baja condición, etc. Esto significa, en definitiva, invitar a la ira del mundo sobre sí mismos y comenzar la disputa y ser golpeados en la boca por ello. El mundo, que tiene el gobierno en la tierra, no quiere ni puede tolerar que la gente no deje que sus ideas sean correctas. Por eso debe haber persecución, y una parte debe ceder ante la otra, el más débil ante el más fuerte. Sin embargo, debido a que el oficio de los apóstoles no ha de ser más que un oficio de enseñanza, no puede operar con la fuerza y el poder mundanos, y el mundo conserva su reino y poder externos contra los apóstoles. Pero, por otro lado, el oficio de los apóstoles de reprender al mundo, por ser el oficio y la obra del Espíritu Santo, no será suprimido, sino que vencerá y traspasará todo, como Cristo ha prometido: “Les daré una boca y una sabiduría que no podrán resistir todos sus adversarios”.

11. Ciertamente, el Espíritu Santo ha reprendido antes al mundo a través de la predicación, desde sus inicios, pues Cristo siempre gobierna y “es el mismo Cristo ayer, hoy y siempre”, Hebreos 13:8. Lo hizo a través de los santos padres, Adán, Noé, Abraham, Moisés, Elías, Eliseo y Juan el Bautista. Esta reprimenda todavía se conserva por el poder divino.

Sin embargo, ahora es cuando realmente comenzará. Cristo quiere instituir una reprimenda pública, que ocurrirá no solo entre el pueblo judío sino también sobre todo el mundo hasta el Día Final. Esta será mucho más poderosa y penetrante, y los corazones serán golpeados y heridos. Se dijo sobre el primer sermón de San Pedro en Pentecostés que el sermón de los apóstoles les atravesó el corazón, Hechos 2:37, y así fueron iluminados de su ceguera y se convirtieron. Sin embargo, si no aceptan esta predicación, entonces tendrá el efecto de condenarlos y ofenderlos, de modo que caigan y sean arrojados a la ruina eterna. Así que es un poder para la vida y la salvación para los creyentes, pero una predicación y un poder para la muerte para los demás, como dice San Pablo (2 Corintios 2:16).

12. Ahora bien, ¿qué reprenderá el Espíritu Santo, o sobre qué enseñará? Nos lo dice claramente en las palabras que pronuncia:

  Y cuando venga, reprenderá al mundo acerca del pecado, de la justicia y del juicio”.

13. Esto significa tomar mucho de un solo bocado y cargarse muchos problemas sobre sí mismos: los pobres mendigos, los apóstoles, interferirán en el mundo y reprenderán severamente todo lo que haga. Evidentemente, deben tener una gran espalda y fuertes apoyos. Muestra que esta reprimenda no ha de ser una broma, ni se refiere a asuntos frívolos e insignificantes, ni siquiera al gobierno, la tierra, las personas, el dinero y los bienes, sino a lo más elevado por lo que existe el gobierno del mundo, que es su reputación de sabiduría, justicia y su juicio o castigo, especialmente en los asuntos elevados que conciernen al culto y a lo que vale ante Dios.

14. Lo que concierne al gobierno terrenal sobre la casa y el hogar, el dinero y los bienes, no tiene nada que ver con el Espíritu Santo y con Cristo. Él deja que su sabiduría, sus derechos y su orden permanezcan como están, pues el mundo tiene el mandato de gobernar y juzgar lo que debe ser alabado o reprendido en tales cosas. Así tampoco  reprende los oficios y diversos estamentos del mundo, que son creación y orden de Dios. Más bien, la razón por la que reprende al mundo, es decir, a las personas que gobiernan de forma más loable, es que quieren interferir en los asuntos y el gobierno de Dios con su razón y sabiduría, y presumen de encontrar y juzgar cómo han de servir las personas a Dios. Piensan que Dios debe dejar que lo que ellos afirmen sea correcto y agradable para él.

15. La reprensión del Espíritu Santo está en contra de esto, y no ocurre de manera fragmentaria con respecto a ciertas obras y actividades, sino que destruye y condena todo lo que la razón y la sabiduría mundana emprenden. En resumen, los reprende y los culpa justo por ese punto en el que se niegan a ser reprendidos, sino que quieren ser alabados y glorificados por enseñar y actuar correctamente. Los acusa de pecado y de vergüenza con toda su gloria, y los culpa abiertamente de no saber nada en absoluto sobre estas cosas y de ser incapaces de enseñar a la gente cómo reconocer el pecado, cómo liberarse de él, cómo se debe ayudar a la justicia y cómo se debe reprender el mal. ¿Qué bien puede quedar cuando derriban todo esto con jactancia como un rayo? Él mismo explica qué significa cada uno de estos tres puntos y cómo debemos predicarlos. Primero, dice:

  En cuanto al pecado, porque no creen en mí”.

16. El mundo mismo debe confesar que no entiende nada de lo que Cristo dice sobre estos tres puntos. ¿Quién de todos los sabios y eruditos de la tierra ha escuchado esto alguna vez? ¿Qué razón ha producido esto? ¿Y en qué libros está escrito que “pecado” significa no creer en este Jesús de Nazaret? ¿Acaso el mismo Moisés y todo el mundo no llaman “pecado” a lo que sucede contra la ley, ya sea que se trate de hacer o de abstenerse, en palabras o en hechos o incluso en pensamientos? Ahora el bebé ha sido nombrado, y el artículo ha sido decidido y fijado por el Espíritu Santo: el pecado del mundo es que no cree en Cristo; no es que no haya ningún pecado contra la ley excepto este, sino que este es el verdadero pecado principal que condena a todo el mundo, aunque no se le pueda acusar de ningún otro pecado.

17. Así que ahora comienza esta reprimenda, que es para llevar a las personas al verdadero conocimiento de la salvación. El primer punto es que convierte a todos los hombres, inteligentes, elevados y sabios, en pecadores: pecadores porque no creen en Cristo. Así, incluso aquellos que son irreprochables ante el mundo y que además se esfuerzan seriamente por vivir de acuerdo con la ley y los Diez Mandamientos, están sujetos a la ira de Dios, y se pronuncia sobre ellos el veredicto de condenación y muerte eterna, pues eso es lo que significa “reprender respecto al pecado”. Así eran Pablo antes de su conversión y Nicodemo al principio, y de manera similar muchos otros entre los judíos. San Pablo testifica que tenían celo por servir a Dios y seguían la justicia, y sin embargo no la obtuvieron. Así pues, esta palabra “pecado” incluye breve y sencillamente todo lo que los hombres viven y todo lo que hacen sin la fe en Cristo.

18. Aquí dirás: “¿Cómo es eso? ¿Es, pues, pecado vivir obediente, honrada y castamente según los Diez Mandamientos, así como no matar, no cometer adulterio, no robar, no mentir ni engañar?” Respuesta: ¡Seguro que no! Sin embargo, todavía no es suficiente, y los Diez Mandamientos siguen sin cumplirse, aunque externamente en las obras no actuemos contra ellos. El mandamiento de Dios no solo exige la conducta y las apariencias externas, sino que también se apodera del corazón y exige su perfecta obediencia. Por lo tanto, también juzga a la persona no solo según su vida y comportamiento externos, sino también según lo más íntimo de su corazón. Sin embargo, el mundo no entiende ni presta atención a eso, pues no conoce más que los pecados públicos y externos, como el asesinato, el adulterio, el robo y todo lo que los juristas califican de “pecado” y reprenden. Pero no conoce y no ve el verdadero problema y su raíz, como el desprecio a Dios; la impureza innata e interna del corazón; la desobediencia a la voluntad de Dios; etc. Estas cosas están y permanecen en todas las personas que no son santificadas por medio de Cristo.

Cada uno encuentra esto en sí mismo, si lo confiesa, por muy bueno que sea (incluso los verdaderos santos se lamentan ardientemente de esto). Aunque quisiera guardar la ley de Dios, su carne y su sangre, es decir, toda su naturaleza, con el corazón y todos los miembros, se oponen a ella. San Pablo dice: “Encuentro otra ley en mis miembros, que lucha contra la ley de la mente y me lleva cautivo a la ley del pecado” (Romanos 7:23), etc. Esto sucede mucho más en los que están sin gracia y sin el Espíritu Santo, que exteriormente viven irreprochablemente solo por miedo al castigo o por jactancia y vanagloria, y que, sin embargo, preferirían hacer lo contrario si no temieran el infierno o el castigo y la vergüenza. El corazón permanece siempre hostil a la ley y lucha contra ella con una desobediencia interior.

19. Ahora bien, como nadie cumple los mandamientos de Dios y puede estar libre de pecado ante él, y por eso todas las personas por la ley están condenadas bajo la ira de Dios a la condenación eterna, Dios encontró un remedio para este mal. Decidió enviar a su Hijo al mundo para que se convirtiera en un sacrificio por nosotros, expiara nuestros pecados derramando su sangre y muriendo, nos quitara la ira de Dios, que de otro modo ninguna criatura podría aplacar, y nos trajera el perdón de los pecados. Además, nos daría el Espíritu Santo, para que pudiéramos obtenerlo y recibirlo, empezar a ser personas nuevas, y así salir del pecado y la muerte hacia la justicia y la vida eterna.

20. Esto es lo que él ha hecho ahora, y nos ha ordenado predicarlo a través del evangelio. Requiere de todas las personas, como escuchamos en los sermones de Pascua, el arrepentimiento, es decir, el verdadero conocimiento de sus pecados y el serio temor ante la ira de Dios, y la fe de que en este arrepentimiento Dios quiere perdonar sus pecados por causa de su Hijo. Quien ahora cree en esta predicación tiene el perdón de los pecados por esta fe y está en la gracia de Dios. Aunque no satisfaga la ley, su pecado restante no se le cuenta, sino que está bajo el perdón. Junto con esta fe se le da también el Espíritu Santo, de modo que adquiere el amor y el deseo de hacer el bien y de resistir al pecado, etc. Así que ya no está condenado por la ley como pecador, aunque no cumpla la ley completamente. Al contrario, es aceptado y conservado ante Dios por la gracia y el perdón como si no tuviera pecado.

21. Pero, en cambio, quien no tiene fe no puede liberarse del pecado ni escapar de la ira de Dios. No tiene perdón y permanece bajo la condenación, aunque se esfuerce al máximo por vivir según la ley. No puede cumplirla, y además no acepta a Cristo, que trae el perdón y da su cumplimiento a los creyentes y que, además, les da el poder de empezar a cumplir la ley de corazón.

22. Por lo tanto, dondequiera que no se acepte esta predicación, el pecado y la condenación deben permanecer ciertamente allí. Sí, entonces esta incredulidad se convierte en el verdadero pecado principal. Si la fe en Cristo estuviera presente, entonces los pecados serían todos perdonados; pero ahora, como no quieren aceptar a este Salvador por la fe, están justamente condenados en sus pecados. No les ayuda en absoluto que observen muchas obras de la ley y el culto exterior, razonando que si pecaron con obras, entonces pagarán por ellas con obras o apartarán el pecado y merecerán la gracia de Dios. Al hacer eso, no hacen otra cosa que presumir de borrar el pecado con el pecado, incluso de expiar los pecados grandes con los pequeños, o de cometer los grandes pecados para poder eliminar los otros.

Siguen en la desobediencia y los pecados contra los mandamientos de Dios y están en tal ceguera que no ven ni prestan atención a ello. Sin arrepentimiento y sin temor a la ira de Dios, siguen teniendo la audacia y la arrogancia de querer agradar a Dios con sus propias obras y méritos. Además de todo eso, no solo siguen despreciando esta predicación sobre Cristo, que exhorta al arrepentimiento y a la fe, sino que incluso la persiguen. Solo eso bastaría, aunque no tuvieran otros pecados y cumplieran toda la ley, para atraer sobre ellos la ira y la condenación eternas.

23. Así que el Espíritu Santo reprende con razón y justicia como pecadores y condenados a todos los que no tienen fe en Cristo. Si esta no está presente, entonces deben seguir otros pecados en abundancia, de modo que las personas desprecian y odian a Dios y así son totalmente desobedientes a toda la Primera Tabla. Quien no conoce a Dios en Cristo no puede esperar nada bueno de él, ni invocarlo de corazón, ni honrar su palabra. Más bien, se aferra a las mentiras del diablo, persigue y calumnia la verdadera doctrina, y continúa en la obstinación y el desafío, de modo que incluso injuria al Espíritu Santo. En consecuencia, también es desobediente a los demás mandamientos en su oficio y en su vida, de modo que no hace a nadie lo que debe hacer, no tiene en su corazón amor verdadero y sincero, bondad, mansedumbre, paciencia, deseo de castidad y justicia, fidelidad y verdad, sino que solo obra lo contrario, excepto cuando tiene que temer la desgracia o el castigo.

24. Mira cómo la incredulidad debe ser seguida por la cola del dragón del diablo y todo el infierno. La razón es que quien no cree en Cristo ya se ha alejado y separado completamente de Dios. Por lo tanto, no puede tener el Espíritu Santo ni concebir ningún pensamiento bueno ni tener un deseo verdadero y sincero de vivir según la voluntad de Dios, aunque exteriormente finja como un hipócrita, se comporte y actúe de manera diferente, para que no se le reproche o reprenda. Es como un sirviente doméstico malo y maleducado que es hostil a su amo y solo hace lo que no quiere porque tiene que hacerlo. Cuando tiene la oportunidad, no hace nada bueno. Esos son los excelentes y hermosos frutos que todos provienen de esta fuente y raíz, cuando la gente no acepta ni escucha a Cristo como el Salvador que Dios nos dio para borrar nuestros pecados y quitar de nosotros la ira de Dios.

25. Así que aquí puedes ver representado cómo es el mundo, es decir, nada más que una gran multitud de personas malvadas y obstinadas que no creerán a Cristo, sino que despreciarán la palabra de Dios, alabarán y aceptarán la tentación del diablo, y correrán desafiantemente contra todos los mandamientos de Dios. Toman todos los beneficios y bendiciones de Dios, y luego le pagan con tanta ingratitud y calumnia. Sin embargo, en todo esto quieren evitar ser reprendidos o reprochados; en cambio, quieren ser llamados personas loables, buenas y santas. Son como los judíos que crucificaron a Cristo y persiguieron a sus apóstoles, y luego quisieron tener la gloria de haber hecho un gran servicio a Dios. Por lo tanto, contra esto, el Espíritu Santo debe oponerse al mundo y usar y trabajar siempre en su oficio de reprensión a través de su poder y fuerza divina hasta el día final.

26. No ha comenzado a reprender con la intención de cesar y dejar que se le tape la boca. Más bien, debe continuar reprendiendo en el reino del diablo, ya que no hay nada bueno allí, y golpear todo bajo la ira y la condenación de Dios, independientemente de cómo el mundo se enoja y fanfarronea al respecto. Algunos podrían ser llevados por esta reprimenda al arrepentimiento y la fe, que es la razón por la que se inició esta predicación. Sin embargo, los otros, que no quieren ser reprendidos, deben, no obstante, ser condenados y convictos por esta predicación. Toda la carne y la sangre deben ser reprendidas, ya sea para la salvación o para la condenación. El veredicto que Cristo mandó predicar a todas las criaturas debe mantenerse: “El que crea se salvará, pero el que no crea será condenado”, etc.

Esto es suficiente sobre el primer punto de la predicación del Espíritu Santo. Sigue el segundo punto:

  “En cuanto a la justicia, porque me voy al Padre, y desde ahora no me ven”.

27. El mundo es reprendido no solo porque tiene pecado, sino también porque no sabe cómo llegar a ser justo y qué es la justicia o la rectitud. Sin embargo, él no está hablando aquí de la justicia de la que hablan los filósofos y los abogados, por la que se refieren a cumplir las leyes civiles o imperiales y hacer lo que la razón enseña. Más bien habla de la justicia que vale ante Dios o que él considera como justicia. Ahora bien, ¿qué clase de justicia es esta? ¿En qué consiste? “Es”, dice, “que voy al Padre, y desde ahora no me ven”. El mundo considera esto como un discurso ininteligible y ridículo. Si la primera afirmación era extraña y oscura, que el pecado del mundo es que no cree en él, esta suena mucho más peculiar e ininteligible, que solo esto es la justicia: que él va al Padre y no será visto.

28. ¿Qué debe decir todo el mundo sobre esto, el mundo que se esfuerza por la justicia y quiere ser justo ante Dios? Se trata de santos judíos, turcos y papistas, que tropiezan con esto como una doctrina ofensiva, incluso insensata. ¿Cómo es posible que todas las buenas obras, la devoción, las buenas intenciones, la fina obediencia y la vida seria y estricta de muchas personas no sean nada ante Dios? ¿Por qué da una definición tan peculiar y absurda, que seamos justos ante Dios porque él se va al Padre y nosotros no lo veremos? ¿Cómo armoniza el ser justificados por lo que no podemos ver ni sentir?

29. Bien, escuchas cuán fuerte y poderosamente concluye que solo esto es la justicia que él llama “justicia”, y el mundo es reprendido porque no tiene esto. Es como si dijera: “¿Por qué discuten tanto tiempo y tanto sobre las buenas obras, la vida santa y lo que piensan sobre cómo hemos de ser justificados? Si no comprenden que yo voy al Padre, entonces todo esto no es y no cuenta para nada ante Dios. Si se esfuerzan hasta la muerte e inventan, piensan y estudian, y viven y se esfuerzan por la justicia con todas sus fuerzas, todavía no lo pensarán ni acertarán. Debe haber otra justicia que la que entiendan y emprendan, es decir, que se comprometan a ser obedientes a la ley y a vivir de acuerdo con ella. Debe estar muy por encima de todo eso, donde no hay ley ni mandamiento alguno, ni obra ni vida humana, sino solo lo que yo hago, es decir, que voy al Padre”, etc.

30. ¿Cómo sucede eso? Respuesta: En la sección anterior oímos que todas las personas son reprendidas en relación con el pecado. De esto se deduce, como se explicó. que nadie cumple la ley o los Diez Mandamientos. Si alguien los cumpliera, evidentemente no sería reprendido como pecador y sería llamado y sería justo por esta obediencia o cumplimiento de la ley, como dice San Pablo: “Si se hubiera dado una ley que pudiera dar la vida, entonces la justicia vendría verdaderamente de la ley. Pero la Escritura ha encerrado a todos bajo el pecado” (Gálatas 3:21-22), etc. Debido a que nadie puede cumplir la ley, no tenemos ninguna justicia de la ley en y por nosotros mismos con la que podamos estar ante Dios contra su ira y juicio. Más bien, si vamos a presentarnos ante Dios, debemos tener una justicia diferente, la justicia de otro, que Dios considera y que le agrada.

31. La reprensión relativa al pecado se aplica a toda la vida y conducta humana en la tierra, de modo que incluso los santos y los cristianos deben dejar que esta reprensión se aplique a su mejor vida y obra y confesar que tienen pecados que seguirían siendo malos y condenables si fueran juzgados según el mandamiento de Dios y ante su tribunal. El profeta David, que era santo y estaba lleno de buenas obras, reza y dice: “No entres en juicio con tu siervo, porque nadie que viva es justo ante ti” (Salmo 143:2); y San Pablo dice: “No tengo conciencia de nada contra mí mismo, pero no por ello soy justo” (1 Corintios 4:4). La única razón por la que no se condenan como los demás es que aceptan esta reprimenda, confiesan y lamentan que tienen pecado, creen en Cristo y buscan el perdón de los pecados por medio de él. De esta manera tienen la justicia de otro, que es enteramente la obra, el poder y el mérito del propio Señor Cristo. Esto es lo que él llama “ir al Padre”.

32. Estas palabras, “porque voy al Padre”, encierran toda la obra de nuestra redención y salvación, para la que el Hijo de Dios fue enviado desde el cielo y que hizo por nosotros y sigue haciendo hasta el final, es decir, su sufrimiento, muerte, resurrección y todo su reinado en la iglesia. Este “ir al Padre” no significa otra cosa que entregarse como sacrificio derramando su sangre y muriendo para pagar por el pecado. Después vuelve a vencer mediante su resurrección; somete al pecado, la muerte y el infierno bajo su poder; y, vivo, se sienta a la diestra del Padre, donde gobierna invisiblemente todo lo que hay en el cielo y en la tierra y reúne y extiende su cristiandad mediante la predicación del evangelio. Como Mediador y Sumo Sacerdote eterno, intercede y ruega al Padre por los que creen, porque aún les queda debilidad y pecado. Además, da el poder y la fuerza del Espíritu Santo para vencer el pecado, el demonio y la muerte.

33. La justicia de los cristianos ante Dios significa y es que Cristo va al Padre, es decir, sufre por nosotros, resucita y nos reconcilia de tal manera con el Padre que por él tenemos el perdón de los pecados y la gracia. Eso no es en absoluto por nuestra obra o mérito, sino solo por su ida, que hace por nosotros. Esa es la justicia de otro, por la cual no hemos hecho ni merecido nada ni podemos merecer nada, presentada y dada a nosotros como propia para ser nuestra justicia, por la cual agradamos a Dios y somos sus hijos y herederos queridos.

34. Pero es solo por medio de la fe que esta justicia, que nos fue presentada, está en nosotros y podemos consolarnos con ella como nuestro tesoro y principal posesión. Debe ser siempre recibida y aceptada por nosotros. Ahora bien, no puede ser captada sino con el corazón, que se aferra a la “ida” de Cristo y cree firmemente que por su causa tiene el perdón y la redención del pecado y de la muerte. No es algo externo que podamos realizar con obras, ordenanzas o ejercicios humanos, sino un tesoro elevado y oculto que no puede ser observado con los ojos ni comprendido por nuestros sentidos, como también dice él mismo: “Porque desde ahora no me verán”, sino se ha de creer.

35. Así que ahora, de una vez, lo que todo el mundo busca, disputa y pregunta sin fin, es decir, cómo podemos llegar a ser justos ante Dios, se acaba y se corta. Cada uno dice algo diferente; uno enseña a hacer esto, otro aquello; y, sin embargo, ninguno lo ha conseguido nunca, aunque haya oído, aprendido y practicado toda doctrina de la ley y de las buenas obras. Debemos justamente preguntar a este Maestro Cristo y escuchar lo que él dice al respecto, como cada uno debería desear hacerlo; si esta predicación no estuviera presente, con gusto correrían al fin del mundo por ella. Por supuesto, todos esperan que él añada algo que debemos hacer, algo mucho más elevado y mejor que lo que todos los demás han enseñado.

36. Pero, ¿qué dice? Ni una palabra sobre nuestras obras y nuestra vida. Más bien dice: “Todo eso no es todavía la justicia que vale ante Dios. Pero si quieren ser justos ante Dios, deben tener algo más, a saber, lo que ni ustedes ni nadie son ni pueden hacer, que es esto: que yo voy al Padre. Esto significa que nadie será justificado ante Dios si no es por esto y a causa de esto, que yo muera y resucite”. Este “ir” es lo único que logra que Dios acepte misericordiosamente a un hombre y lo considere justo, cuando se aferra a Cristo con fe.

37. Por tanto, hay que notar cuidadosamente estas palabras, en las que Cristo es un hombre tan asombroso que habla contra el entendimiento y las ideas de todas las personas, especialmente de los sabios y santos. Todos ellos, cuando hablan entre sí de lo que significa ser justo, no pueden hablar de otra cosa que de lo que llaman justitia formalis, es decir, del tipo de virtud que está en nosotros mismos o que nosotros mismos hacemos o que se llama nuestras obras y obediencia.

38. Luego, de nuevo, dices: “¿Y la doctrina de las buenas obras? ¿Acaso esto no es nada? ¿No es bello y loable cuando alguien procura guardar los Diez Mandamientos y es obediente, casto, honorable y veraz?” Respuesta: Sí, claro. Deberíamos hacer todo esto, y también es una buena doctrina y vida, pero solo si la dejamos en su lugar, donde debe estar, y mantenemos las dos doctrinas distintas, sobre cómo nos hacemos justos ante Dios y cómo y por qué debemos hacer buenas obras. Aunque la doctrina de las buenas obras debe ser proclamada, junto a ella, e incluso antes de ella, debemos enseñar cuidadosamente, para que la doctrina del evangelio y de la fe permanezca pura y sin adulterar, que todas nuestras obras, por muy buenas y santas que sean, no son el tesoro o el mérito por el que llegamos a ser aceptables y agradables a Dios y obtenemos la vida eterna. Más bien, es solo esto: que Cristo va al Padre, y a través de su “ida” adquiere esto para nosotros, y da y comparte con nosotros su justicia, inocencia y méritos. Así comienza su reino en nosotros para que nosotros, que creemos en él, seamos redimidos por su poder y Espíritu del pecado y la muerte y vivamos con él eternamente, etc. No es el tipo de justicia que solo permanece aquí en la tierra y luego cesa, sino una nueva justicia que dura para siempre en la vida venidera con Dios, así como Cristo vive y gobierna arriba eternamente.

39. Por eso he dicho muchas veces, para hablar y juzgar correctamente sobre estos asuntos, que hay que distinguir cuidadosamente entre un hombre bueno, lo que los filósofos llaman bonus vir, y un cristiano. También alabamos el ser un hombre bueno, y no hay nada más loable en la tierra. Es un don de Dios tanto como el sol y la luna, el grano y el vino, y toda la creación. Sin embargo, no mezclamos y confundimos esas cosas entre sí, sino que dejamos que un hombre bueno tenga su alabanza ante el mundo, y decimos: “Un hombre bueno es ciertamente un hombre excelente y precioso en la tierra, pero no es por ello un cristiano”. Incluso podría ser un turco o un pagano, como antiguamente algunos tenían gran fama. No puede ser de otra manera que entre tanta gente malvada se encuentre a veces un hombre bueno. Sin embargo, por muy bueno que sea, a pesar de esa bondad es y sigue siendo hijo de Adán, es decir, un hombre terrenal bajo el pecado y la muerte.

40. Sin embargo, cuando se pregunta por un cristiano, entonces hay que ir mucho más allá, pues es un hombre diferente. No se le llama hijo de Adán y no tiene padre y madre en la tierra, sino que es hijo de Dios, heredero y noble en el reino de los cielos. Se le llama cristiano porque se aferra con su corazón a este Salvador que ha subido al Padre, y cree que por él y a causa de él tiene la gracia de Dios, la redención eterna y la vida. Esto no se capta ni se apodera de ello, ni se alcanza ni se aprende por nuestra vida, virtud y trabajo, por lo que se nos llama gente buena en la tierra, ni por la justicia según la ley y los Diez Mandamientos. Como se ha dicho, estas cosas también son necesarias y se encuentran en todo cristiano, pero están lejos de obtener este punto principal y la justicia de la que Cristo está aquí hablando y que llama “justicia”.

41. Aunque un hombre durante toda su vida hiciera estas cosas y todo lo que pudiera más y más, todavía no podría llegar al punto de estar seguro de que Dios se complace de estas cosas y es verdaderamente bondadoso con él. Así que en toda la vida el corazón siempre permanece inseguro y en duda, como deben atestiguar todas las conciencias experimentadas. Incluso los monjes lo atestiguan con sus libros, en los que enseñan públicamente que debemos dudar, pues nadie puede saber si está en gracia o no, y sería una gran audacia que alguien intentara hacer este alarde de sí mismo, etc.

42. De esto debe deducirse que, porque el hombre está en tal duda, no puede tener un corazón sincero hacia Dios ni dirigirse a él e invocarlo de corazón. Más bien, tiene miedo y huye de Dios y al final debe caer en el odio a Dios y en la desesperación. Cuando llega la verdadera lucha y debe presentarse ante el tribunal, siente y ve que con su vida y sus obras no puede resistir la ira de Dios, sino que se hunde en el abismo con todo ello.

43. Si ahora en tales peligros hemos de resistir y vencer la desesperación, entonces debemos tener otra base que nuestra justicia o la justicia de la ley, a saber, esta justicia eterna de Cristo, que está en el lugar, la diestra del Padre, donde el diablo no puede derribarla y no puede presentar ninguna acusación contra ella ante el tribunal de Dios. El diablo puede derribarme cuando quiera, junto con toda mi vida y mis obras, presentando el tribunal y la ira de Dios y haciendo volar todo, mi vida y mis obras, como el viento hace volar una plumita. Sin embargo, cuando le señalo que se aleje de mí y de mis obras hacia la diestra del Padre, donde está sentado mi Señor Cristo, que me da su justicia, para lo cual fue al Padre, ciertamente será incapaz de derrocarlo; sí, incluso de atacarlo.

44. Por lo tanto, Cristo está actuando como un fiel y buen Salvador cuando nos quita todo esto a nosotros y a todas las personas, y lo toma para él solo, y establece y construye nuestra justicia solo en su “ida” al Padre. Así debemos saber dónde podemos permanecer seguros contra todo ataque y asalto del diablo y sus puertas del infierno (Mateo 16:18). Si dependiera de nosotros y de nuestra valía, de que hubiéramos hecho la penitencia suficiente y de que hubiéramos hecho suficientes obras buenas, entonces nuestro corazón nunca tendría descanso y finalmente no podría resistir.

45. De esto vemos cuán vergonzosamente maldita ha sido la doctrina de los monjes y de todo el papado. Con ella han engañado al mundo. No han enseñado ni una palabra sobre Cristo y la fe, y no solo eso, sino que han afirmado descaradamente que su monacato es un estado mucho más elevado, más noble y más perfecto que el de los cristianos comunes. Escuchar esto debería ser una abominación para todos los cristianos. Por mucho que se quiera poner y exaltar la vida y la bondad de todas las personas, la castidad de las vírgenes, la disciplina y la mortificación de los ermitaños, los hechos y las virtudes loables de los grandes, excelentes y piadosos señores y regentes, y todo lo que pueda llamarse “gente buena”, sin embargo, nunca podrá igualar al cristiano, es decir, al que tiene a este Señor sentado a la derecha de Dios y a su justicia. Con gusto dejaremos que esa vida permanezca en su honor y la alabaremos como un don precioso. Pero debemos exaltar al cristiano como un señor muy por encima de todo eso, como alguien que tiene este beneficio y herencia eterna en el reino de los cielos a la diestra de Dios con Cristo, su Hermano.

46. Quien entiende y puede distinguir estas cosas, puede también enseñar y juzgar correctamente sobre toda la vida, actuar correctamente en todos los asuntos y guardarse de todo error, porque juzga y mide todo según la regla y norma que Cristo enseña aquí. La justicia del cristiano no es el tipo de justicia que ha crecido en nosotros, como la otra justicia, que se llama justicia de la ley o justicia humana, sino que es una justicia completamente celestial y divina aparte y más allá de nosotros.

47. Por lo tanto, si alguien viene y quiere engañarte y poner ante tus ojos grandes ilusiones y milagros sobre una santidad grande y especial, orientándote a vivir según el ejemplo de tal o cual gran santo para agradar a Dios y hacerte cristiano, entonces puedes decir en respuesta: “Amigo mío, todo eso me parece bien; quiero ser justo, vivir según los mandamientos de Dios, estar en guardia contra el pecado, etc. Sin embargo, no debes enseñarme que de este modo he de convertirme en cristiano o alcanzar algo más grande y elevado. Esas personas no se hicieron cristianas por ayunar, trabajar y sufrir tanto.

“Eso sería un insulto a mi querido Señor Cristo y significaría que su partida fue en vano e igual a las obras humanas. Más bien, quiero que me llamen cristiano por aferrarme a este Salvador, como él me ha enseñado y como han tenido que hacer todos los santos que han querido estar ante Dios. Como dice San Pablo, ‘no soy hallado teniendo mi justicia según la ley’, sino su justicia, que me ganó con esta ida, por la que venció mi pecado y mi muerte, y que me anuncia y da por la predicación del evangelio”. Cuando tengas eso, entonces sigue adelante y haz todas las obras buenas que puedas, pero hazlas de acuerdo con el mandato de Dios. Sin esto y antes de esto no puedes hacer nada bueno, porque todavía estás en la incredulidad, no tienes ni conoces a Cristo, y por lo tanto estás bajo el pecado con todo lo que haces, como hemos escuchado en la primera parte.

48. Esto es lo que significa hablar a la manera de Cristo y con sus palabras sobre la justicia que él considera justa. No es un modo de vida externo y humano en la tierra, sino uno incomprensible e invisible en esta vida. No se encuentra en la tierra entre nosotros, ni se alcanza a través de las personas, sino que es una justicia nueva y celestial que solo él ha hecho y establecido por su muerte y resurrección. Ahora debemos agarrarla con fe, porque no la vemos. Está preparada como un camino de vida eterno e interminable donde él gobierna de una manera nueva y celestial.

49. Esto no sucede con esta vida, porque todo esto ha sido arruinado por el pecado y la muerte y finalmente quedará en nada. Por eso el Hijo de Dios desde el cielo ha instituido un reino que no tiene que ver con los asuntos y el gobierno externos y mundanos, como los judíos y los apóstoles imaginaban sobre su reino, ni con la justicia pobre y miserable de esta vida. Más bien, hace una justicia nueva y eterna, por la cual toda la naturaleza es cambiada y renovada, de modo que ya no hay pecado ni muerte, sino solo obras y vida perfectas y divinas. Esta es la obra que él ha comenzado al “ir al Padre” y que ya ha realizado plenamente en su persona. Siempre promueve este reino en esta vida a través de la predicación del evangelio y la obra del Espíritu Santo en los corazones de los creyentes hasta el Día Postrero. Sin embargo, en la vida venidera vivirá completa y perfectamente y se encontrará en nosotros.

50. “Eso es”, quiere decir aquí, “lo que significan las palabras: ‘Me voy al Padre, y desde este momento no me ven’. No estoy hablando de este modo de vida temporal en la tierra, que en esta naturaleza corrupta no puede ser sin pecado y sin muerte. Por lo tanto, allí no puede haber justicia y vida perfectas. Mi reino no tiene una existencia tan transitoria. Más bien, debe convertirse en algo diferente; lo que debe ocurrir es que ya no me veas cuando gobierne eternamente aparte de esta existencia corporal y visible. También les llevaré allí, donde solo existe la nueva y perfecta justicia y la vida eterna, que ahora comienzo en la cristiandad por la predicación y la obra del Espíritu Santo”.

  En cuanto al juicio, porque el príncipe de este mundo ha sido juzgado”.

51. En los dos puntos anteriores habló de la doctrina y resumió todo el evangelio. Primero, todo lo que es naturaleza, capacidad, actividad y vida humana es pecado y está bajo la ira de Dios, porque no creen en Cristo. Segundo, somos justificados, es decir, somos redimidos del pecado y de la muerte, agradamos a Dios y tenemos vida eterna, solo porque él va al Padre. El tercer punto sigue, tanto la forma en que el mundo actúa hacia esta predicación y, por otro lado, cómo el Espíritu Santo presionará a través de su predicación.

52. Sobre esto dice que seguirá reprendiendo al mundo en lo que respecta al juicio. Esto suena algo extraño y oscuro a nuestros oídos, ya que no estamos acostumbrados a la lengua hebrea. La palabra “juicio” no significa otra cosa que, como también decimos de ella, que se trata y se dicta sentencia sobre cuál de dos partes en disputa tiene razón o no. Al mismo tiempo incluye los dos puntos que siempre deben estar presentes en una demanda, a saber, la gracia y la ira, la ayuda y el castigo. La primera está presente para que la parte inocente sea absuelta y ayudada en sus derechos. Sin embargo, el segundo punto del juicio o veredicto se utiliza con mayor frecuencia, es decir, para la condena y su consecuencia o ejecución.

53. A eso se refiere Cristo aquí. Señala que cuando el Espíritu Santo proclama los dos puntos de su predicación en el mundo y lo reprende en relación con el pecado y la justicia, el mundo no lo recibe, ni quiere ser reprendido por estar en pecado y sin justicia, ni se conmueve al ofrecérsele la justicia de Cristo. Más bien, se opone a esta enseñanza y reprensión del Espíritu Santo, la condena y la persigue. El mundo alega que tiene razón y que no debe permitir que se anulen su sabiduría, su justicia, etc., que considera como dones y culto divinos; más bien, se resiste a ello por la fuerza. Por el contrario, el Espíritu Santo debe proceder una vez más a reprender al mundo en relación con el juicio y a su vez instar la sentencia de condena, diciéndole que ellos y su veredicto están condenados, junto con su príncipe y cabeza, el diablo.

54. Aquí es donde surge y comienza la contienda, con un juicio que se enfrenta a otro. El mundo pone su veredicto y su sabiduría en contra de esto y desprecia esta enseñanza, no solo porque no proviene de su sabiduría o de la gente grande y excelente del mundo, sino también porque es predicada por gente pobre y sin importancia. Abre la boca de par en par contra esto y dice: “¿Qué otra cosa es esto sino unos mendigos inútiles que se rebelan contra la autoridad establecida? Quieren rechazar y acabar con todo lo que antes era observado por todos e incluso establecido por Dios mismo”. Condena, prohíbe y maldice tanto la doctrina como a los predicadores. Procede a cerrarles la boca con poderosas amenazas y toma la severidad y la espada. Simplemente se niega a que su error e idolatría sean atacados o reprendidos, e incluso lo mantiene y defiende contra Dios y Cristo como sabiduría y santidad. Quiere que la predicación del evangelio sea desarraigada y abolida.

55. Pero luego Cristo dice que el Espíritu Santo conservará el juicio supremo y seguirá reprendiendo este veredicto del mundo hasta el día final. Sin embargo, en este asunto los cristianos quedan atrapados entre la puerta y la bisagra, cuando comienza la cruz y la persecución. Debido a que el reino de Cristo, como hemos oído, no es del mundo, sino espiritual e invisible ahora en la tierra, la fuerza y el poder que el mundo tiene en la tierra se dirigen contra la cristiandad por medio de condenar, perseguir, atormentar, acosar, matar y asesinar con espada, fuego, agua y todo lo que pueda. Además, el mundo también es azuzado y fortalecido por la ira y el odio agudamente furiosos del diablo contra Cristo, ya que desea y se esfuerza por abolir y desarraigar completamente a la cristiandad. El resultado es que a los ojos del mundo y de los cristianos parece que la iglesia debe perecer completamente porque ejercen tal persecución, crueldad y asesinato sobre los cristianos que confiesan y llevan a cabo esta predicación del Espíritu Santo.

56. Así que, con este punto, Cristo da primero la profecía de cómo esta predicación será recibida por el mundo y lo que les sucederá a los apóstoles a causa de ella. El mundo los despreciará porque vienen sin ninguna autoridad y mandato público y traen una nueva doctrina contra el gobierno establecido, el sacerdocio y el oficio de la enseñanza que fueron ordenados por Dios, reprendiendo y criticando todo lo que hacen como si no contara para nada ante Dios, y no solo por eso, sino también porque siguen predicando y no cesan. Así que el mundo se adelantará y emitirá el veredicto y su consecuencia contra ellos, como contra personas que no son enviadas por Dios y no predican la palabra de Dios, sino que deben ser mensajeros del diablo y calumniadores de Dios. Se les considera desobedientes e insubordinados a la ley de Dios, al pueblo de Dios y al culto a Dios y se les declara merecedores de la muerte y no se les debe permitir vivir. Esto es lo que gritaron los judíos respecto a San Pablo: “No es justo dejar vivir a un hombre así” (Hechos 22:22); y dieron la razón: “Este hombre no deja de hablar contra la nación, contra la ley, contra el templo y la ciudad santa”, etc.

57. En segundo lugar, contra este escándalo del juicio o persecución del mundo, Cristo da este consuelo: deben saber que por su divino poder y fuerza mantendrá su predicación y preservará su iglesia contra la ira y el furor del mundo y del diablo. Entonces el diablo con su reino, al ser conquistado por él, tendrá que ceder ante él y no deberá llevar a cabo contra su iglesia lo que quiera según su feroz y furiosa ira y odio. Por eso, aunque los cristianos deban sufrir por parte del demonio y del mundo a causa de esta predicación, esta palabra no será, sin embargo, derribada, sino que finalmente saldrá victoriosa y se mantendrá firme y dejará claro ante todo el mundo que su veredicto contra el evangelio es injusto. Finalmente, ellos mismos tendrán que avergonzarse de ello y de hecho confesar sobre sí mismos que han condenado y perseguido el evangelio inicua e injustamente. Del mismo modo, cuando Cristo estaba sufriendo, sus jueces e incluso su traidor mismo tuvieron que testificar sobre su inocencia.

La razón, dice, es que este Rey Cristo al ir al Padre ya ha vencido tanto al mundo como al diablo. Ahora envía el anuncio de que él es el Señor sobre todo y tiene el poder y la fuerza para condenar y castigar con el fuego eterno del infierno a todo lo que se le oponga, junto con el diablo y sus ángeles.

58. Lo que dice significa que este castigo continuará contra el mundo que persigue el evangelio, y finalmente mantendrá la victoria contra él, de modo que supera su veredicto y condena y a su vez lo condena y avergüenza, no solo al mundo sino también a su dios, el mismo diablo, que insta al mundo contra Cristo. Él, dice, ya está juzgado, el veredicto de condena ya ha sido pronunciado contra él, y lo único que falta es su executio, que el castigo se cumpla sobre él en el fuego eterno del infierno. Del mismo modo, cuando un ladrón o un asesino ha sido condenado por su juez, después de que la ira y el tribunal ya han procedido y se ha pronunciado la muerte, simplemente se le conduce y recibe la justicia.

59. Así que este juicio procede del poder y la fuerza del Señor Cristo sentado a la diestra del Padre, y este veredicto se proclama públicamente a través del oficio de la predicación, es decir, que el príncipe del mundo y sus adherentes ya están condenados definitivamente y no pueden hacer nada contra Cristo. Por el contrario, debe dejar que él siga siendo el Señor,  que tendrá que acostarse bajo sus pies eternamente y dejar que su cabeza sea pisoteada. Envía esta predicación a todo el mundo, que quien no quiera creer en este Señor será condenado junto con el diablo, por muy alto, poderoso, erudito o santo que sea, independientemente de cómo intente condenar esta doctrina o suprimirla y abolirla, sin importar si se llama emperador romano o turco, rey y señor de todo.

60. Aunque el mundo, mientras tanto, se aleja y desprecia y se burla de este veredicto, que ya ha sido pronunciado sobre el diablo y todos sus miembros, porque no lo ve suceder ante sus ojos, como también desprecia la primera y la segunda parte de esta predicación, Cristo sigue procediendo contra él y con confianza se deja despreciar. Sin embargo, muestra al diablo y al mundo que él es el Señor, que puede romper y poner fin a la ira y al furor del diablo y derribar a sus enemigos, como dice el Salmo 110:1 sobre él, “hasta poner a todos ellos por estrado de sus pies”. El hacha ya ha sido puesta en el árbol, y las cadenas y cuerdas ya han sido arrojadas sobre él, como dice San Pedro (2 Ped. 2:4), con las que el diablo está atado para la oscuridad eterna en el fuego del infierno. Nadie creerá esto excepto los cristianos, que consideran la palabra de su Señor como verdadera, reconocen su poder y su reino, y se consuelan en su Rey y Señor. Los demás no tendrán otra recompensa que la que buscan con su señor, el diablo, de modo que en las tinieblas eternas deberán hundirse en el abismo del infierno, derribados y pereciendo a causa de su furia contra los cristianos.

Esta es la primera parte de este Evangelio sobre el reino de Cristo y la predicación del Espíritu Santo en el mundo. Ahora sigue

LA SEGUNDA PARTE

  Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ahora no pueden soportarlas. Pero cuando venga el Consolador, el Espíritu Santo, les guiará a toda la verdad”.

61. Esta parte también pertenece a la promesa sobre el Espíritu Santo y su oficio en la cristiandad. Sin embargo, aquí interrumpe lo que había empezado a decir sobre la doctrina y lo que predicará el Espíritu Santo, que había resumido en pocas palabras. En cambio, les señala que el Espíritu Santo mismo vendrá y les enseñará estas cosas, para que las entiendan y de hecho las experimenten. “No es el momento”, quiere decir, “de hablar mucho de la doctrina”, ya que se está despidiendo y consolándolos por su partida. Además, aunque hablara mucho y largamente de ello, no están todavía preparados para captar y comprender correctamente cómo será en su futuro reino.

Todavía están tan profundamente ahogados en los pensamientos y esperanzas de un reino externo y corporal y de la gloria mundana, que no pueden conformarse y acoger en sus corazones lo que les está diciendo acerca de su reino y oficio espiritual, que realizará por medio del Espíritu Santo. No pueden pensar de otra manera que, si él va a ser un Rey, entonces él mismo debe estar presente y, o bien traer al mundo hacia él con su predicación y milagros, para que sea voluntariamente obediente a él y lo acepte como su Señor, o, si no lo hace voluntariamente, entonces obligarlo por la fuerza externa y el castigo.

Sin embargo, si ha de suceder, como él ha dicho ahora, que se aleje de ellos y ya no sea visto, es decir, que muera, entonces ya no cabe esperar que se convierta en rey y lleve a cabo cosas tan grandes. Así que están y permanecen muy confundidos hasta después de su resurrección, porque no entienden en absoluto lo que les dijo antes, salvo que intuyen el comienzo de la miseria, el dolor y la persecución del mundo que aquí les anuncia.

62. Esto es lo que dice: “Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ahora no las pueden soportar”. Lo que se ha dicho y lo que queda por decir sobre esto es todavía demasiado difícil de comprender para ustedes, pues todo va completamente en contra de sus pensamientos y esperanzas. Si lo entendieran, recibirían de ello consuelo y un corazón alegre, como también dijo anteriormente: “Si me amaran, se habrían alegrado cuando dije: ‘Voy al Padre’, etc. Ahora, sin embargo, lo que les estoy diciendo para su consuelo sobre mi glorificación, ascensión y el glorioso reino que comenzaré a través de ustedes, solo les asusta y angustia, etc. Evidentemente, es correcto que “no pueden soportarlo ahora”. Por lo tanto, también debo aplazarlo hasta que llegue el momento en que estas cosas, lo que les digo ahora de antemano, comiencen y venga el Espíritu Santo. Él mismo debe enseñárselo y conducirles y guiarles fuera de sus actuales pensamientos erróneos y malentendidos hacia la verdad y el conocimiento correcto”.

63. Su oficio, pues, dice, es que “Me glorifica”, es decir, da la revelación y el testimonio sobre mí que, resucitado del sufrimiento y de la muerte a la gloria y sentado a la diestra del Padre, estoy reinando como Señor de todo. Él ha de proclamar en todo el mundo que éste ha sido el plan del Padre. El Espíritu Santo será enviado para que el mundo conozca esto y sea llevado a mi reino, etc. Ahora bien, cuando suceda que yo sea arrebatado de ustedes y venga el Espíritu Santo, eso mismo lo enseñará, de manera muy diferente a lo que ahora piensan y entienden. Así que ustedes mismos experimentarán todo lo que ahora les he dicho y mucho más que aún debo decir para explicarlo y ampliarlo más.

Precisamente con este pensamiento concluye este capítulo, como oiremos en la lectura del Evangelio del próximo domingo, y dice: “Estas cosas las he dicho por medio de un proverbio”; es decir, lo que hasta ahora les he dicho sobre mi sufrimiento, mi resurrección y el sufrimiento de ustedes, y cómo en medio de ellos deben pedir al Padre en mi nombre, son ahora solo palabras extrañas, oscuras y ocultas para ustedes, que no entienden. “Sin embargo, se acerca el momento en que ya no les hablaré por parábolas, sino que les hablaré claramente de mi Padre”, es decir, cuando haya subido al cielo y les envíe el Espíritu Santo. Entonces experimentarán lo que les digo, que ahora solo son proverbios.

Este es el verdadero y sencillo significado del texto “Todavía tengo muchas cosas que decirles”.

64. Sin embargo, estas palabras han sufrido y aún deben sufrir por parte de nuestros papistas. Estas palabras deben dejarse tergiversar e interpretar para fortalecer sus invenciones sin valor y para ser la base de sus alegatos y balbuceos de que debemos creer y sostener mucho más de lo que el evangelio y las Escrituras enseñan, es decir, lo que los concilios y los padres han dicho y ordenado. Porque, dicen, Cristo prometió aquí que el Espíritu Santo les dirá mucho más de lo que ha dicho y los guiará a toda la verdad, etc. Es como si los apóstoles hubieran entendido muy bien lo que Cristo les dice aquí, aunque ellos mismos atestiguan lo contrario por el hecho de su incredulidad sobre su sufrimiento y resurrección. O también es como si esto fuera tan fácil de entender que no tuviéramos necesidad del Espíritu Santo para ello, aunque hasta el día de hoy ningún papista entiende nada de esto. Lo sé por experiencia, pues también aprendí lo que ellos saben. Los libros que escriben dejan en claro que todavía no entienden nada de esto. Por lo tanto, debemos responder a estos necios para acabar con sus mentirosas invenciones.

65. En primer lugar, oyes que dice: “Todavía tengo muchas cosas que decirles”. ¿Quiénes son estos “ustedes”, o a quiénes se dirige? Sin duda está hablando con los apóstoles, a quienes también les dice: “No pueden soportarlas ahora” y “El Espíritu Santo les guiará a toda la verdad”. Por lo tanto, si Cristo no mintió, entonces estas palabras deben haberse cumplido en el momento en que vino el Espíritu Santo. En ellas y a través de ellas debe haber llevado a cabo todo lo que el Señor aquí habla y debe haberlos guiado a toda la verdad. ¿Cómo, entonces, podemos concluir de esto que Cristo no dijo todo a los apóstoles, ni tampoco el Espíritu Santo, sino que dejó mucho de lo que se supone que los concilios deben enseñar y decidir? Sin embargo, según sus afirmaciones, se supone que se cumpliría lo contrario, que el Espíritu Santo ha dicho todo a los apóstoles, y Cristo está enfatizando que él explicará todo a los apóstoles y traerá al mundo a través de ellos lo que han aprendido del Espíritu Santo. Entonces, ¿cómo concuerda esto con sus argucias, de que lo que debemos saber, creer y hacer en la cristiandad se hablará, enseñará, decidirá y arreglará primero después de los apóstoles, en el fin del mundo?

66. Asimismo, si lo que los concilios enseñaron y establecieron después de los apóstoles debe considerarse como verdad, como revelada de nuevo por el Espíritu Santo, entonces los apóstoles mismos no llegaron a la verdad, y mucho menos aquellos a los que predicaron. Junto con ellos, la iglesia habría sido totalmente engañada por Cristo, ya que él les prometió que el Espíritu Santo los guiaría a toda la verdad.

67. En segundo lugar, Cristo dice claramente: “Todavía tengo muchas cosas que decirles”. Con esas palabras no está diciendo: “Tengo algo muy diferente que decirles, y el Espíritu Santo les enseñará y explicará algo diferente de lo que les he dicho”. Esa es su adición, que untan en las palabras de Cristo, y distorsionan tanto las palabras, que enseñar “muchas cosas” (multa) se supone que signifique enseñar “otras cosas” (alia). Ciertamente les concederíamos la palabra multa, si tuvieran la gracia del Espíritu Santo de enseñar “muchas cosas”. Sin embargo, no se debe tolerar cuando con la palabra “muchas” quieren introducir y tener el poder de enseñar “otras” cosas. Por ejemplo, vuelven a afirmar descaradamente que por inspiración del Espíritu Santo la iglesia ha establecido y dispuesto muchas cosas después de los apóstoles que deben ser observadas, como, entre otras, el artículo sobre una especie en el Sacramento, la prohibición del matrimonio de los sacerdotes, y otras similares.

Eso no es enseñar “más” o “más allá”, sino algo completamente diferente e incluso contrario, en contra de la clara ordenanza y mandato de Cristo, como ellos mismos deben confesar que es correcto. Sin embargo, se supone que es una herejía y un error cuando actuamos de acuerdo con el mandato de Cristo en contra de su ley, porque “la iglesia”, dicen, “lo ha ordenado de manera diferente.” Si se pregunta: “¿En qué se basan?”, responden: “Cristo dice: ‘Todavía tengo muchas cosas que decirles’”; sí, ¡incluso lo que es contrario a sus propias palabras y mandatos!

68. Eso sí que sería una iglesia excelente: una que se tomara para sí el poder, como hace la iglesia anticristiana del Papa, de enseñar lo que quisiera en contra de Cristo y de cambiar su ordenanza, y que luego quisiera hacerlo bueno y confirmarlo con las palabras “¡Todavía tengo muchas cosas que decirles!”. Sin embargo, Cristo habla claramente sobre el Espíritu Santo, estableciendo sus límites y objetivo, que lo glorificará y no hablará de sí mismo, sino que tomará y proclamará sus cosas, es decir, las palabras y el mandato de Cristo. Por lo tanto, la multitud que enseña de manera diferente no debe ser del Espíritu Santo ni de la iglesia de Cristo, sino de la chusma del diablo.

69. La iglesia cristiana y el propio Espíritu Santo se quedan solo con lo que Cristo ha dicho y mandado. Ciertamente lo aumentan, es decir, lo amplían en extensión y amplitud, pero no lo hacen diferente. Este “muchas cosas que decir” significa que, aunque una cosa se proclame de muchas maneras, siempre se está proclamando la misma cosa. Por ejemplo, el evangelista Juan podría haber escrito muchas más cosas de las que Cristo dijo aquí, pero siempre se queda con el único punto, proclamando a fondo el artículo sobre la persona, el oficio y el reino de Cristo, del que Cristo mismo también habla, y siempre tiene su scopus o “punto principal” apuntando a este Cordero de Dios. Del mismo modo, San Pablo en la carta a los Romanos y casi en toda la de los Gálatas subraya y repite continuamente el punto único de la justicia de la fe.

70. Ahora bien, eso es lo que significa predicar “muchas cosas” y decir más que Cristo con estas pocas palabras, pero sin embargo predicar la misma cosa y nada diferente. Un buen predicador tiene la habilidad de tomar un asunto y comprenderlo brevemente y llevarlo a su fin en dos o tres palabras, y luego, si es necesario, también ampliarlo y explicarlo con dichos y ejemplos, y así hacer todo un prado de una sola flor. Del mismo modo, un orfebre puede batir un trozo de plata cerrado y grueso sobre sí mismo hasta convertirlo en un lingote, y luego volver a batirlo plano, rizado, curvado y hasta convertirlo en una hoja fina. Así, un sermón puede ser largo o corto, pero siempre es la misma cosa y no se contradice. “La Palabra de Dios debe habitar en abundancia en nosotros”, dice San Pablo, para que seamos poderosos en la Escritura y podamos demostrar la verdadera doctrina a partir de ella.

Esto es lo que hace la Epístola a los Hebreos. La mayor parte de ella habla del sacerdocio de Cristo y desarrolla un largo sermón a partir del pasaje “Tú eres un Sacerdote para siempre” (Salmo 110:4), al que añade muchos otros pasajes, textos y ejemplos. Sin embargo, cuando miramos el resumen del mismo, todo ello no es más que el único punto de que Cristo es el único Sacerdote eterno. Eso es ciertamente “decir mucho más” de lo que dijo David en ese salmo, pero aún así sin decir nada diferente. Así que, desde el principio de la cristiandad, se ha enseñado y predicado mucho más, por medio del Espíritu Santo, de lo que hizo Cristo, y todavía se puede enseñar más cada día, y se puede ampliar más abundantemente y en todos los sentidos, ya que se revela más a uno que a otro, o se asigna o da más abundantemente a uno para hablar que a otro. Sin embargo, esto sucede de tal manera que cuando todo se reúne finalmente, todo se refiere a un solo Cristo. Cuántas ilustraciones podemos citar de toda la Biblia, e incluso de todas las criaturas, que coinciden en la doctrina del evangelio, ninguna de las cuales enseñó o dijo él, y sin embargo es la misma doctrina.

71. San Pablo también habla de esto cuando habla del don de profecía o de interpretación de la Escritura y da este límite y regla por la que se ha de juzgar: “Si alguien tiene profecía, debe ser conforme a la fe” (Romanos 12:6); es decir, debe estar de acuerdo y ser conforme a la doctrina de la fe. Por ejemplo, alguien podría introducir el ejemplo de Abraham, que llevó a su hijo Isaac a la montaña para sacrificarlo allí, pero dejó a sus siervos y al burro en la base de la montaña. Un ejemplo así puede explicarse a favor de la fe y como algo que concuerda con la fe, o también en contra de la fe. Los predicadores y maestros judíos afirmaban que quien se dejara sacrificar y matar de forma similar haría la obra más elevada e iría inmediatamente al cielo. Por eso, los reyes que querían ser excelentes santos sacrificaban vivos a sus propios hijos a Dios y los quemaban. Nuestros santos monásticos lo explican de la misma manera, que si queremos llegar a Dios, debemos dejar a los siervos y al burro en la base de la montaña, es decir, acabar con los cinco sentidos y no tener nada que ver con ninguna preocupación o asunto externo y mundano, sino, separados de todo ello, vivir en la contemplación espiritual. Esto no es “explicar y enseñar conforme a la fe”, sino contra la fe.

Pero se puede explicar de esta manera: El que quiera llegar a Dios debe ir más allá del entendimiento y los pensamientos humanos, de modo que tenga la palabra de Dios por la cual aprenda a reconocer y echar mano de Dios. Allí debe presentar el sacrificio ante él, es decir, Cristo, el Hijo de Dios, que se entregó como sacrificio a Dios por nosotros, presentando este sacrificio por medio de la fe, para que la conciencia pueda presentarse ante Dios. Mientras tanto, podemos dejar nuestro burro con los siervos de abajo, es decir, lo que es nuestro propio trabajo y actividad, etc. He aducido este ejemplo de tal manera que es justo lo que el evangelio enseña en todas partes, no en contra de la fe sino a favor de ella, aunque esto no explique correctamente el significado real y seguro de esta historia.

72. Nuestros burros, cerdos y tontos papistas no prestan atención a esto. Más bien quieren persuadirnos de que aceptemos cualquier cosa que afirmen y enseñen en nombre de la iglesia o de los concilios como si el Espíritu Santo lo hubiera enseñado, sin tener en cuenta si está o no de acuerdo o armoniza con la doctrina del evangelio. Todo esto se supone que es confirmado por las palabras “Todavía tengo muchas cosas que decirles”. No, querido amigo, aunque él tenga más cosas que decir, está mal que digas lo que te plazca o lo que cada monje haya soñado o lo que un papista insolente quiera que se observe. Con mucho gusto te permitiré que amplíes estas palabras de Cristo y que seas un predicador fecundo, haciendo mil palabras de una sola, para hacerla bella, clara, distinta y brillante, de modo que todos puedan entenderla, siempre que te quedes con la única doctrina genuina y pura.

Pero si en lugar de eso sacas una doctrina nueva y afirmas que quien se hace monje tiene un nuevo bautismo y se vuelve tan puro como un niño pequeño, recién bautizado, el Espíritu Santo no te ha dicho que digas eso, sino el diablo. Eso no es enseñar más, sino algo completamente diferente y lo contrario de lo que dice Cristo. Por eso el cristiano debe ser sabio y, como enseña San Juan, ser capaz de distinguir los espíritus, según la palabra de Dios, para no dejar que alguien le diga algo diferente, si se predique mucho o poco, o le señale y le lleve por un camino distinto.

73. En tercer lugar, dice: “No pueden soportarlas ahora”. Aquí está hablando de asuntos muy grandes que son demasiado difíciles para ellos, y solo por esta razón no quiere decir más sobre ellas ahora: porque son demasiado imperfectos y débiles. Por supuesto, esto no es otra cosa que lo que había empezado a hablar, es decir, su reino, cuál será su curso en el mundo, cómo debe morir la muerte más vergonzosa y ser maldecido, y sin embargo que la gente creería en él como el Salvador, el Hijo de Dios y el Señor de todo. Asimismo, estaba diciendo que serán perseguidos y asesinados por el mundo, y sin embargo el evangelio continuará, y por ello todo el pueblo judío, junto con su sacerdocio, templo, culto, y toda su gloria, caerá por tierra, etc. En ese momento no podían entender nada de esto, aunque él les hubiera predicado sobre ello durante muchos años, hasta que el Espíritu Santo se lo enseñara a través de la experiencia en su oficio de predicador.

74. Pero dime, en lugar de esto, ¿qué es lo que se ha dispuesto y establecido después de los apóstoles por los concilios o los Papas? ¿Sería una cosa difícil que no podrían entender o soportar, sin la revelación especial y el poder del Espíritu Santo, comprender qué reglas deben ser observadas en esta o aquella orden monástica, o si se deben usar capuchas negras o grises, o que no se debe comer carne los viernes, o que solo se debe usar una especie en el sacramento? ¿No deberían los apóstoles haber sido capaces de entender y soportar esas cosas, que todo inculto e impío malhechor puede entender y hacer fácilmente?

Hay asuntos mucho más elevados que los apóstoles no podían soportar y habilidades más elevadas que las que sueñan estos inútiles chismosos. Considero que es cierto que lo que los apóstoles no pudieron entender y manejar tú tampoco podrías entenderlo ni soportarlo fácilmente sin la iluminación del Espíritu Santo. La doctrina de la fe es muy difícil de comprender y no es tan fácil de entender como sueñan estos espíritus inexpertos. Una persona debe salir de sí misma, es decir, de su propia vida y obras, y aferrarse con toda su confianza a lo que no ve ni siente en sí mismo, es decir, que Cristo va al Padre. Es una habilidad difícil desesperar tanto de sí mismo que abandona todo lo que tiene de bueno y de malo y se aferra solo a las palabras de Cristo, y por ellas abandonar cuerpo y alma. ¿Qué poder de la razón podría comprender o enseñar esto, aunque buscáramos en todo el mundo? Inténtalo seriamente con un verdadero conflicto de conciencia, y aprenderás. El diablo y nuestra propia naturaleza, junto con muchas sectas y falsas doctrinas, lucharán duramente contra ello.

Que eso baste contra la palabrería mentirosa de los papistas y la habilidad estúpida con que manchan y enlodan este hermoso texto para confirmar sus mentiras.

75. Sin embargo, en cuanto a lo que significa cuando Cristo llama al Espíritu Santo “el Espíritu de verdad”, esto se discutirá en las otras lecturas del Evangelio, y se explica abundantemente en otros lugares. Aquí se dice intencionadamente “el Espíritu de verdad” y “les guiará a toda la verdad”, es decir, a la doctrina verdadera, pura y clara que predica sobre mí y, como dice justo después, “me glorifica”. Aquí él está mirando muy adelante a cómo el espíritu mentiroso, el diablo, estará activo y se mostrará en la iglesia y afirmará sus ideas con gran pretensión y conmoción. Diría con gusto: “Cuántas sectas surgirán, que todas se jactarán de su gran espíritu, y sin embargo, solo alejarán a la gente de Cristo y de la verdad hacia el error y la ruina”.

76. Por eso también describe al Espíritu Santo y le da su verdadera señal, por la que ha de ser conocido y probado: “Él me glorificará, porque tomará de lo mío”. Solo él es el que explica a Cristo tal y como se ha dado a conocer a través de su palabra, para que sepamos que quien enseña algo diferente y pretende ser y engalanarse como espíritu no es el Espíritu de Cristo. Él no enseñará nada diferente, sino que permanecerá con la misma doctrina de Cristo, excepto que la amplía más y la hace más clara y brillante. Por eso dice: “Me glorificará”.

77. Asimismo, dice: “No hablará de sí mismo”. Aquí distingue de nuevo a los espíritus falsos y a este Espíritu verdadero, porque los otros vienen todos de sí mismos y hablan lo que han inventado de sí mismos. Ahora bien, dice que eso no es una propiedad del Espíritu Santo, sino del diablo. “Cuando habla mentiras, habla de sí mismo, porque es mentiroso y padre de ellas”, etc. Por lo tanto, quiere decir que si oyes a un espíritu que habla de sí mismo, seguramente es un mentiroso. El Espíritu Santo no hablará de sí mismo, sino de lo que recibe de mí y de lo que me oye hablar a mí y al Padre entre nosotros, etc.

78. Este es ciertamente un texto astuto sobre el artículo de las tres personas en la esencia divina. El Hijo de Dios es la Palabra del Padre en la eternidad, que nadie oye hablar sino el Espíritu Santo. Este no solo lo oye, sino que testifica y lo proclama en el mundo. En resumen, todo apunta a esto: Dios ha resuelto que solo el Espíritu Santo proclame y enseñe el artículo de Cristo, cómo somos justificados ante Dios por su causa. Por eso concluye: “Él me glorificará, porque tomará lo que es mío”. Esto significa que ciertamente él producirá más que yo y hablará más claramente y lo sacará a la luz; pero solo tomará lo que es mío y hablará de mí, y no de la propia santidad y las obras de las personas. Este será su verdadero oficio y obra por la que será conocido, que proclamará sin cesar hasta que este Cristo sea conocido. Cuando hayas terminado de aprender esto completamente, entonces podrás buscar un Espíritu Santo diferente. Sin embargo, espero que todos sigamos siendo alumnos de este Maestro y Profesor hasta el día final.