QUINTO
DOMINGO DESPUÉS DE LA PASCUA
OTRO SERMÓN,
SOBRE LA ORACIÓN
Juan
16:23-30
1. Para que
una oración sea verdaderamente buena y sea escuchada, obsérvese primero que son
necesarias cinco cosas. La primera es que tengamos una promesa o compromiso de
Dios, que tengamos presente y que se la recordemos a Dios, y así nos movamos
alegremente a pedirle. Si Dios no nos hubiera mandado pedir, y prometido que
nos escucharía, todas las criaturas con todo su pedir no podrían obtener ni un
grano. De esto se deduce que nadie obtiene nada de Dios por su dignidad o por
la dignidad de su oración, sino solo por la bondad divina, que se anticipa a
toda petición y deseo. Por su promesa y mandato bondadoso nos mueve a pedir y
desear, para que aprendamos cuánto más se preocupa por nosotros y cuánto más
está dispuesto a dar que nosotros a recibir y buscar. Así podemos llegar a
tener confianza en pedir, ya que él ofrece todo y más de lo que podemos pedir.
2. En
segundo lugar, es necesario que no dudemos de la promesa del Dios verdadero y
fiel. Él se ha comprometido a escuchar e incluso nos ha ordenado pedir por la
misma razón de que tengamos una fe segura y firme de que él escuchará. Dice en
Mateo 21:22 y Marcos 11:24: “Todo lo que pidan en oración, si creen, lo
recibirán”. Dice: “Y también les digo: Pidan, y se les dará; busquen, y
encontrarán; llamen, y se les abrirá. Porque el que pide recibe, el que busca
encuentra, y al que llama se le abre. ¿Dónde hay entre ustedes un hijo que pida
pan a su padre y éste le ofrezca en su lugar una piedra; y si le pide un
pescado, le ofrezca en su lugar una serpiente; o si le pide
un huevo, le ofrezca en su lugar un escorpión? Así, pues, si ustedes,
que son malos, saben dar buenos regalos a sus hijos, el Padre que está en el
cielo dará mucho más el Espíritu Santo a los que se lo pidan” (Lucas11:9-13).
Debemos proceder confiadamente con esta y otras promesas y mandatos similares y
pedir con verdadera confianza.
3. En
tercer lugar, si alguien pide de tal manera que duda de que Dios escuche, y solo
basa su oración en la posibilidad de que suceda o no suceda, hace dos cosas
malas. La primera es que él mismo arruina su oración y se esfuerza en vano.
Santiago dice que quien quiera pedir a Dios debe “pedir con fe y no dudar,
porque quien duda es como la ola del mar que es impulsada y zarandeada por el
viento, y no debe pensar que va a recibir nada del Señor” (Santiago 1:6-7).
Quiere decir que el corazón de este hombre no se mantiene quieto, y por eso
Dios no puede darle nada. La fe, sin embargo, mantiene el corazón quieto y lo
hace receptivo a los dones divinos.
4. La
segunda cosa mala es que considera a su Dios totalmente fiel y veraz, que es
más fiel que nadie, como un mentiroso y un hombre flojo y poco fiable, como
alguien que no puede o no quiere cumplir sus promesas. Así, con su duda, le
roba a Dios el honor y el nombre de “fiel” y “verdadero”.
Este es un
pecado tan grave que, precisamente por este pecado, el cristiano se convierte
en pagano, negando y perdiendo a su propio Dios. Si permanece en él, debe ser
condenado eternamente sin ningún alivio. Sin embargo, si se le da algo de lo
que pide, se le dará no para la salvación sino para su daño temporal y eterno.
Se le da no por causa de su oración, sino por la ira de Dios, como recompensa
por las buenas palabras que fueron pronunciadas en pecado, incredulidad y
deshonra divina.
5. En
cuarto lugar, algunos dicen: “Sí, ciertamente confiaría en que mi oración sería
escuchada, si fuera digna y la hiciera bien”. Respondo: “Si no quieres pedir
hasta que sepas o sientas que eres digno y capaz, entonces no debes volver a
pedir”. Como se dijo antes, nuestra oración no debe basarse o detenerse en
nuestra dignidad o en la dignidad de la oración, sino en la verdad
inquebrantable de la promesa divina. Si se basa en sí misma o en otra cosa, es
falsa y te engaña, aunque el corazón se rompa por su gran devoción y no llore
más que gotas de sangre. Pedimos porque somos indignos de pedir. Nos hacemos
dignos de pedir y ser escuchados solo por creer que somos indignos y confiar con
seguridad solo en la fidelidad de Dios.
Por muy
indigno que seas, mira esto y obsérvalo con toda seriedad: depende mil veces
más de honrar la verdad de Dios y no hacer de su fiel promesa una mentira con
tu duda. Tu dignidad no te ayuda en nada, y tu indignidad no te impide en
absoluto. La desconfianza es lo que te condena, pero la confianza te hace digno
y te mantiene seguro.
6. Por
tanto, guárdate toda tu vida de pensar que eres digno o capaz de pedir o
recibir, a no ser que te juegues el cuello con la promesa verdadera y segura de
tu Dios bondadoso. Él quiere revelarte su misericordia y su bondad, de modo
que, así como te ha prometido, indigno como eres, una audiencia inmerecida y no
pedida por pura gracia, así también quiere escuchar tus indignas oraciones por
pura gracia, para honor de su verdad y promesa. Entonces puedes dar gracias no
por tu dignidad, sino por su verdad con la que cumple su promesa y por su
misericordia que hizo la promesa.
Las
palabras del Salmo 25:10 son verdaderas: “Los caminos del Señor son bondad y
verdad para los que guardan su pacto y testimonio”. La bondad o la misericordia
está en la promesa; la fidelidad o la verdad está en el cumplimiento y el
escuchar las promesas. En el Salmo 85:10 dice: “La bondad y la fidelidad se
encuentran; la justicia y la paz se besan”. Es decir, se juntan en toda obra y
don que obtenemos de Dios al pedir.
7. En
quinto lugar, en esta confianza debemos actuar de tal manera que no pongamos un
límite a Dios, ni determinemos el día o el lugar, ni fijemos el modo o la
medida de su escuchar. Más bien, debemos dejar todo eso a su voluntad,
sabiduría y omnipotencia. Solo debemos esperar su escuchar con valentía y
alegría, y no querer saber cómo y dónde, cuán pronto, cuánto tiempo y a través
de quién. Su sabiduría divina encontrará una manera y una medida, un tiempo y
un lugar superabundantemente mejores de lo que podríamos pensar. Tal vez
incluso se produzcan milagros. Por ejemplo, en el Antiguo Testamento, los hijos
de Israel confiaron en que Dios los rescataría, aunque no había camino posible
ante sus ojos ni en todos sus pensamientos. Entonces el Mar Rojo se abrió y les
dio paso, y todos sus enemigos se ahogaron al mismo tiempo (Éxodo 14).
8. Esto es
lo que hizo Judit, la mujer santa, cuando se enteró de que los ciudadanos de
Betulia entregarían la ciudad en cinco días si entretanto Dios no los ayudaba.
Los reprendió y les dijo “¿Quiénes son ustedes para tentar a Dios? Ese no es el
camino para adquirir la gracia, sino para provocar la pérdida de su favor.
¿Intentan fijar un tiempo para que Dios se apiade de ustedes y determinan un
día a su capricho?” (Judit 8:12,16). Por eso, Dios la ayudó de una manera
inusual, de modo que ella le cortó la cabeza al gran Holofernes y los enemigos
fueron expulsados.
9. Del
mismo modo, San Pablo también dice que la capacidad de Dios es tan grande que
hace superabundantemente más alto y mejor de lo que pedimos o entendemos. Por
lo tanto, debemos saber que somos demasiado insignificantes para poder nombrar,
describir o identificar el tiempo, el lugar, el modo, la medida y otras
circunstancias de lo que pedimos a Dios. Más bien, debemos dejarlo todo
completamente en manos de él y creer inamovible y firmemente que nos escuchará.