EVANGELIO PARA EL DOMINGO DESPUÉS DE LA ASCENSIÓN

 

Juan 15:26-16:4

1. Vamos a aplazar la primera parte de esta lectura del Evangelio, sobre el Espíritu Santo, hasta Pentecostés. En ese momento será conveniente hablar de por qué llama al Espíritu Santo “Consolador” y “Espíritu de verdad”. En ese momento hablaremos también de cómo lo distingue del Padre y del Hijo, de tal manera que es la persona que procede o es enviada tanto del Padre como del Hijo, y así el Espíritu Santo es llamado al mismo tiempo Espíritu del Padre y del Hijo (es decir, de Cristo), como lo nombran San Pablo y San Pedro (Gálatas 4:6; 1 Pedro 1:11). Aquí se confirma también que Cristo es un solo Dios eterno con el Padre porque dice que él, junto con el Padre, envía al Espíritu Santo y lo da a la cristiandad, como se dijo en la explicación de estos tres capítulos.

2. Pero es antes de su partida y ascensión que el Señor Cristo habla todas estas palabras, como lo hace a lo largo de estos tres capítulos, a sus queridos discípulos, y junto con ellos a toda la cristiandad hasta el final, para consolarlos sobre todo lo que les sucedería en el mundo después de que él hubiera salido de esta vida hacia su Padre en el cielo, cuando ya no estaría presente visiblemente con nosotros y gobernaría no de manera corporal sino espiritual. Dice esto para que nos fortalezcamos mediante la fe en su palabra y podamos estar preparados para enfrentar la fuerte y difícil ofensa que abofetea a la cristiandad terrenal en la mejilla, como escucharemos.

3. Les había dicho con muchas palabras que el mundo estaría en contra de ellos a causa de su oficio. Había dicho abiertamente que debían saber esto: el mundo no se pondría de su lado ni aceptaría su doctrina, como habían esperado previamente que todo el mundo, y principalmente su propio pueblo, se adhiriera abundantemente a este Cristo. Más bien, el mundo haría lo contrario, no solo despreciando su predicación y sus palabras como afirmadas en vano por necios que predican sobre un hombre crucificado, sino que también los odiaría y perseguiría a causa de del nombre de él. Les dijo brevemente que no debían esperar ninguna amistad o bondad del mundo, para que aprendieran por experiencia y vieran que su reino no llega a ningún acuerdo con el mundo.

4. Pero no quería que se asustaran por eso y pensaran: “¿Qué clase de vida será esa? ¿Para qué vamos a predicar si nadie nos va a escuchar? Si hasta nuestra propia gente solo tiene hostilidad hacia nosotros cuando abrimos la boca, ¿qué harán los demás? Mejor guardemos silencio y dejemos que el mundo siga su camino. Dejemos que crea y viva como quiera, en lugar de que después tengamos que cerrar la boca con vergüenza y deshonra. Sin embargo, no lograremos nada, pues ¿qué somos y qué podemos hacer nosotros, pobres y despreciados, contra una multitud tan grande, la sabiduría, el poder y la fuerza del mundo?” Por eso, los consuela y fortalece primero con estas palabras

  Pero cuando venga el Consolador, el Espíritu Santo, que yo les enviaré del Padre, etc., él dará testimonio de mí

5. “Pues bien”, quiere decir, “aunque les odien y persigan por mi nombre, y el diablo con ese odio quiera desgastarles para que estén callados, sin embargo no lograrán suprimir y destruir esa predicación. Otro vendrá cuando yo me haya ido y esté eternamente muerto, como ellos pensarán. No se callará, sino que testificará en público y hablará de mí ante todo el mundo, aunque se rían o se enfaden.

“Éste”, dice, “será el Espíritu Santo, que procede del Padre y es enviado por mí. Después de que vaya al Padre a través de la cruz y la muerte y comience a gobernar con el poder y la gloria divinos, entonces hablaré no solo, como ahora, en mi propia persona y con mi débil voz y palabras en este pequeño y confinado rincón, sino abiertamente, en y ante todo el mundo, a través de él. Lo enviaré para que esté en ustedes como su Consolador, porque no tienen consuelo del mundo. Él les dará valor y audacia contra la hostilidad del mundo y el miedo del diablo, para que den testimonio de mí con confianza y en público. Su testimonio, lo que sucede a través de su oficio y su boca, será llamado y será el testimonio del Espíritu Santo. Él es enviado por el Padre y por mí y entregado a ustedes, para que sepan y el mundo experimente que lo que el Espíritu Santo predica a través de ustedes sucede por mi poder y autoridad y es la intención, el mandato y la voluntad de mi Padre”.

6. Este es el consuelo que Cristo da a los apóstoles para fortalecer su fe, que ciertamente necesitaban, sobre su predicación y confesión de él. Con ello, promete a toda su iglesia que, después de su resurrección y ascensión mientras esté sentado a la diestra del Padre, la palabra o predicación del Espíritu Santo se escuchará siempre a través de los apóstoles y sus sucesores y que este testimonio permanecerá en el mundo, sin importar quién lo escuche. No deben preocuparse por quién lo oiga o no lo acepte, sino saber que, por ser el testimonio del Espíritu Santo, él estará y trabajará con él para que algunos lo crean, y que el mundo no podrá impedirlo ni obstaculizarlo, aunque se ensañe con él con odio y persecución. Sí, aunque nadie en la tierra lo acepte, sin embargo debe suceder que el mundo sea reprendido por medio de esta predicación, como él dice después: “El Espíritu Santo reprenderá al mundo”, y por medio de esta predicación recibirá el veredicto de su condenación porque escuchó esta predicación y sin embargo no quiso creer. Así el mundo no puede pretender ninguna excusa, como él dijo anteriormente: “Si no hubiera venido y les hubiera hablado”, y hecho las obras, etc., “entonces no habrían tenido pecado”, etc.

7. Ahora bien, cuando dice: “Ustedes también darán testimonio, porque han estado conmigo desde el principio”, señala especialmente a los apóstoles por encima de todos los predicadores y confirma su predicación, de modo que todo el mundo está obligado a creer sus palabras sin ninguna contradicción y a estar seguro de que todo lo que enseñan y predican es la verdadera enseñanza y la predicación del Espíritu Santo, que han oído y recibido de él. 1 Juan 1:1, 3 trae este testimonio y dice: “Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado”, etc., “sobre la Palabra de vida, se lo anunciamos”.

8. Ningún predicador en la tierra tiene este testimonio, excepto los apóstoles. A los demás se les ordena aquí que sigan las huellas de los apóstoles, que permanezcan con su doctrina y que no enseñen nada más allá de ella o diferente de ella. Además, señala la verdadera señal por la que hemos de reconocer y probar la predicación del Espíritu Santo cuando dice: “El Espíritu Santo dará testimonio de mí”, etc. No predicará nada más que a este Cristo (no a Moisés, a Mahoma o a nuestras propias obras), de modo que, como dice San Pedro en Hechos 4:12, no podemos ser salvados por ningún otro nombre bajo el cielo sino por este Cristo crucificado.

  Les he dicho esto para que no se ofendan. Les excomulgarán. Pero llegará el momento en que quien los mate pensará que así sirve a Dios”.

9. Él mismo da testimonio y explica con toda claridad lo que experimentarán en el mundo debido a su predicación. Establece dos fuertes intentos, que no pueden ser más fuertes, para suprimir el evangelio: que excomulgarán a los predicadores del evangelio y además los matarán, y al hacerlo la gente pensará que está sirviendo a Dios. ¿Quién puede oponerse a esa ofensa? ¿Quién quiere y puede seguir predicando, si tratan de forma tan ofensiva a los que dan testimonio de Cristo y los matan? Bueno, ha dicho que el Espíritu Santo testificará sobre él, y ellos también deben testificar. Los fortalece diciéndoles que este testimonio no será destruido por esta furia y persecución del mundo contra ellos. Les dice esto por adelantado para que sepan y estén preparados contra tal ofensa.

10. Ahora bien, es una cosa extraña, curiosa de oír y hablar, que no solo el mundo, con su odio amargo y su furia, corra contra Cristo, el Hijo de Dios y su Salvador, sino que también los propios apóstoles deban sentirse ofendidos por este veredicto del mundo. ¿Quién podría esperar que esto le ocurriera a Cristo y a su evangelio entre su propio pueblo, al que había sido prometido por Dios, del que debían esperar todo lo bueno, como les había demostrado? Pero aquí se oye que el evangelio es una predicación que, según el veredicto de la razón humana, es sencillamente una predicación ofensiva, es decir, considerada no solo como un gran error o locura que el mundo desprecia y de la que se ríe, sino también como algo que de ninguna manera debe ser oído o tolerado más que el veneno más mortal del diablo del infierno.

11. Se supone que el reino de Cristo tiene esa clase de reputación y honor en la tierra, para que se vea y se comprenda que no es la clase de reino mundano que buscan la carne y la sangre. Sí, dicen, no debe llamarse reino de Cristo ni reino de Dios, sino ruina y destrucción de todo buen gobierno, tanto divino como secular. Ciertamente se puede calificar de maravilla más allá de la maravilla que esto se haga al Hijo de Dios por aquellos que se llaman pueblo de Dios y que son los mejores del mundo. Está hablando aquí no de los malhechores abiertamente frívolos y perversos y de la gente impía, sino de aquellos que son llamados los más nobles, los más sabios, los más santos, y, como dice aquí, los siervos de Dios.

12. Hasta ahora nadie ha entendido las palabras, ni nadie en el papado puede entenderlas todavía, cuando dice: “Les excomulgarán”, etc. No pueden decir nada más sobre esta lectura del Evangelio que ya es vieja y muy muerta, que los judíos eran gente tan perversamente endurecida que no toleraban a Cristo y a sus apóstoles. No podemos imaginar que ahora haya gente tan malvada en la tierra entre los cristianos o en la iglesia que excomulgue a otros, porque no deben ser judíos o turcos, que no tienen nada que ver con la iglesia. Incluso en el papado nunca se ha oído o experimentado que alguien entre ellos fuera excomulgado o perseguido y asesinado a causa del evangelio y el conocimiento de Cristo. Por lo tanto, esta predicación no se aplica a ellos y no puede darles ni enseñanza ni consuelo.

13. Sin embargo, nosotros, ¡alabado sea Dios!, hemos tenido que aprender un poco por nuestra propia experiencia sobre lo que Cristo quiso decir y por qué dijo esto sobre nuestra predicación del evangelio. En la disputa que tenemos con nuestros adversarios acerca de la doctrina, hemos encontrado ahora que ellos, el papado con su multitud, han sido hasta ahora y siguen siendo la gente fina, justa y santa de la que Cristo está hablando aquí, que excomulga a sus cristianos por predicar el evangelio y los mata en servicio de Dios, etc. Ciertamente han hecho bien en el pasado en suprimir por la fuerza el evangelio, para que todos observaran con ellos que lo que decían o hacían tenía que ser lo que decía o hacía la iglesia. Si alguien dejaba que hubiera una sola palabra en contra, rápidamente tenía que ser quemado con fuego.

14. Eso fue llamado desarraigar a los herejes malditos y a los enemigos de Dios, hacer una obra santa para Dios. En nuestro tiempo lo han demostrado abundantemente con muchos ejemplos y lo siguen demostrando en muchas personas buenas que, solo por su confesión de fe en Cristo y en la palabra de Dios, son asesinadas con tanta furia que no les perdonan la vida aunque se retracten. Por eso, esta lectura del Evangelio ya no necesita muchos comentarios, salvo que consideremos y aprendamos de ella la distinción entre la iglesia verdadera y la falsa, y entonces también podremos encontrar fuerza y consuelo contra esta ofensa. Por lo tanto, repasaremos un poco las palabras.

15. Es fácil entender que ser excomulgado significa, (como se lee claramente en el texto griego), echar a las personas y excluirlas de la sinagoga o asamblea del pueblo de Dios, y reconocerlas y considerarlas como separadas de toda comunión de la iglesia, incluso entregadas al diablo como propias y arrojadas a las profundidades del infierno, como quienes nunca tienen parte en el reino de Dios, la gracia y la salvación eterna. Esa es una palabra dura y espantosa, ante la cual todo corazón piadoso debe estar muy horrorizado.

16. Es cierto e innegable que Dios ha dado tal autoridad y poder a la iglesia, que quien la iglesia excomulga queda verdaderamente excomulgado ante Dios, es decir, bajo la ira y la maldición de Dios y privado de la comunión con todos los santos, como dice Cristo: “Todo lo que aten en la tierra quedará atado en el cielo. Si alguien no quiere escuchar a la iglesia, deben considerarlo como un pagano y un recaudador de impuestos”. Pero, ¿qué puede ser más espantoso para un ser humano que tener sobre sí la maldición y la execración de Dios y de todas las criaturas y ser privado eternamente de toda salvación y consuelo?

17. Una vez pronunciadas esta excomunión y maldición, debe seguir también la segunda parte que Cristo dice aquí: “El que les mate pensará que así sirve a Dios”. Esa es la executio o castigo que el mundo se siente obligado a aplicar a los que están públicamente bajo la excomunión de Dios y son conocidos por la iglesia, es decir, que sin ninguna gracia deben ser condenados a muerte y desarraigados de la tierra. Tal justicia debe suceder a los que son rebeldes contra el pueblo de Dios, especialmente con nuevas enseñanzas y creencias. La gente consideraba a los apóstoles de esa manera y los acusaba de predicar contra la ley, el templo y el pueblo de Dios, etc. Dios ordenó con toda seriedad en la ley que no dejaran vivir a nadie, sino que sin ninguna gracia los condenaran a muerte, y que nadie perdonara a su mejor amigo ni a su hermano, hijo o hija (Deuteronomio 13:6-10). “También les sucederá a ustedes”, quiere decir Cristo, “que no solo serán excomulgados por su propio pueblo y arrojados bajo la maldición de Dios, sino que también les arrestarán para executio, les castigarán como enemigos de Dios y pensarán que no pueden hacer mejor obra que la de desarraigar a tales malditos, para alabanza y gloria de Dios”. Esto debía ocurrirles a los discípulos de Cristo, como le ocurrió a su mismo Jefe y Señor, que fueran considerados como gente tan malvada, dañina, perniciosa y maldita, que todo el mundo está obligado a ponerse a desarraigarlos de la tierra; quien lo hace ha realizado una obra preciosa con la que Dios en el cielo se complace, pues no puede haber mayor obediencia ni adoración.

18. ¿No ha de ser esto motivo de ofensa para los queridos discípulos? ¿No ha de serles difícil de soportar, como les dice Cristo después, cuando han de ver y experimentar esto no solo en su Señor, en quien creen, sino también en ellos mismos, cuando por su causa son tan vergonzosamente maldecidos y condenados a muerte por los que son el pueblo de Dios y tienen el poder regular de la iglesia? Además, tienen que dejar que tengan el honor y afirmar ante todos que no solo han hecho lo correcto, sino que han servido en alto grado a Dios como personas justas y santas que buscan y mantienen la gloria de Dios con gran seriedad y celo. ¡Qué ofensa tan difícil tuvo que ser esto para los que quedaban en el débil rebaño de la iglesia de Cristo, ya que esto sucedió al principio y a la primera plantación de la iglesia, cuando el Espíritu Santo todavía estaba realizando poderosamente milagros ante el mundo entero! ¿Qué cosas mejores podían esperar después de otros paganos idólatras cuando esto les fue hecho por sus propios amigos y hermanos, el pueblo judío?

19. Esta es una forma asombrosa de gobernar la iglesia, más allá y contraria a todo entendimiento humano. ¿Quién ha oído decir que esta sería la forma en que Dios quiere someter a todo el mundo a Cristo, extender su palabra a todos los lugares y reunir a su iglesia, es decir, que comenzaría de forma tan absurda y sucedería de forma tan ofensiva que los queridos apóstoles deberían perder la cabeza por ello con toda vergüenza y que no ellos con su rebaño, sino sus adversarios, deberían tener el nombre de ser llamados pueblo e iglesia de Dios? Eso debería ser lo suficientemente fuerte como para sacar del corazón de los discípulos el erróneo engaño que tenían sobre el reino físico de Cristo, y para enseñarles a no esperar de él bienes mundanos o temporales, honor, poder y paz, sino a pensar que él debe tener algo diferente en mente para darles, porque los deja sufrir la vergüenza y la muerte aquí.

20. Él proclama esto por adelantado para que sus cristianos estén preparados y sepan qué consuelo deben tener. Les dice que el Espíritu Santo, sin embargo, dará testimonio de él contra esta ofensa, lo cual también es muy necesario. Debe ser, por supuesto, la revelación y el trabajo del Espíritu Santo que ellos sepan y entiendan esto. ¿Quién podría creer de otro modo que este Jesús crucificado, maldito y excomulgado en sus discípulos y alumnos, fuera el verdadero Hijo de Dios, el Señor de la vida y la gloria eterna?

21. Así pues, en este texto se nos presenta un cuadro de lo que ocurre con el reino de Cristo en el reino opuesto del mundo. Esto fue profetizado en la primera promesa del evangelio, cuando la iglesia tuvo su primer comienzo, cuando Dios dijo a la serpiente “Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y su Simiente. Él te pisoteará la cabeza, pero tú le morderás el talón”. Esta “enemistad” debe continuar siempre en el mundo; sigue siendo una “enemistad” perpetua y una lucha constante. Cuando Cristo viene con su predicación y se encuentra con la serpiente, esta comienza rápidamente a enfurecerse contra él y a morder y picar con su lengua y dientes venenosos, pues teme por su cabeza. Pero todavía no ha ganado nada y sigue bajo los pies de esta Simiente de la mujer, que le pisa la cabeza y continúa tanto tiempo que su veneno y su ira se agotan en él, y su poder se reduce a nada para que ya no pueda hacer ningún daño.

22. El consuelo y la victoria que tenemos en Cristo es que él, no obstante, preservará a su iglesia contra la ira y el poder del diablo. Pero mientras tanto sufrimos las mordeduras y las picaduras asesinas del diablo, que hieren nuestra carne y sangre. Lo peor es que debemos ver y sufrir estas cosas por parte de los que quieren ser y se llaman incluso “hijos de Dios” y “la iglesia cristiana”. Debemos aprender a acostumbrarnos a estas cosas, pues el mismo Cristo y todos los santos no han tenido nada mejor.

23. También fue duro y doloroso para nuestro primer padre, Adán, que tuvo que aprender a entender las palabras “pondré enemistad entre ustedes”, etc., en sus propios hijos, cuando su primogénito, que le había sido dado por Dios, golpeó a su hermano hasta matarlo a causa de su sacrificio y adoración. Del mismo modo, más tarde, los queridos padres Abraham, Isaac, etc., tuvieron que experimentar en sus propias casas, que entonces eran la verdadera iglesia, que un hermano perseguía al otro, aunque de un mismo padre habían visto, aprendido y recibido la misma fe, palabra de Dios y culto. Por lo tanto, no debe parecernos sorprendente o extraño cuando tenemos que experimentar lo mismo no solo de nuestros papistas, de quienes ya hemos recibido nuestro veredicto y ciertamente sabemos que sus mentes están en contra de nosotros, lo cual debemos esperar de ellos, sino también de aquellos que todavía están entre nosotros y se llaman “evangélicos” pero no son genuinos.

24. Esta es la primera parte de este sermón y profecía de Cristo. La segunda parte da la razón de por qué sucede que personas tan excelentes, que son las mejores, más sabias y más santas entre el pueblo de Dios, que desean fervientemente amar y promover la gloria y el culto de Dios, persiguen tan amarga y horriblemente a Cristo y a sus cristianos.

  Les harán estas cosas porque no conocen ni a mi Padre ni a mí”.

25. Esta es la razón por la que ocurre. Él mismo confiesa lo que les mueve a tal odio y persecución de los cristianos. “Es”, dice, “porque predican de mí, a quien no conocen”. Están en el oficio regular en el que deben enseñar y predicar como sumos sacerdotes, escribas, y ahora como Papa y obispos, etc., y deben procurar que no surja ninguna otra predicación en contra de la antigua y autorizada doctrina de Moisés y de la ley, que les fue encomendada con gran seriedad por Moisés, como se dijo anteriormente (Deuteronomio 13:6-10).

¿Cómo, entonces, pueden los apóstoles dar un paso adelante con una nueva doctrina y predicación que la gente no ha escuchado previamente sobre un Mesías o Cristo desconocido que no fue aceptado por ellos, sino que fue crucificado como un falso profeta, incluso como un blasfemo y un engañador? ¿Quién reconocería y aceptaría como el Cristo a alguien tan vergonzosamente condenado a muerte, y lo haría en oposición al veredicto y conocimiento del poder regular? También se jactaron ante los apóstoles de su poder y dijeron: “¿No les hemos ordenado estrictamente que no enseñen en este nombre?” (Hechos 5:28).

26. Pues bien, no reconocieron a este Cristo. No hay duda de ello. Sus propios hechos y su confesión lo demuestran. Debemos ver y comprender cuánto se jactan de ser el pueblo de Dios y de tener su ley, su promesa, su sacerdocio y su culto, así como nuestros adversarios tienen las Escrituras, el bautismo, el sacramento y el nombre de Cristo, y sin embargo están ciegos y sin el verdadero conocimiento de Dios y de Cristo. Endurecidos en esta ceguera, corren contra Dios y su Hijo con su excomunión y asesinato, bajo la misma apariencia y jactancia de que están sirviendo a Dios de esa manera. Cristo fortalece a su pueblo y lo hace confiado para que no preste atención a su veredicto ni deje que su poder y mando lo espante de su predicación y confesión, sino que diga contra ellos, como los apóstoles respondieron a sus sumos sacerdotes y al concilio de Jerusalén: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29).

27. Así pues, Cristo mismo da el veredicto y hace la distinción entre las iglesias verdaderas y las falsas, para que no las juzguemos según su nombre y su apariencia externa o sus máscaras, sino que les arranquemos la cubierta y tengamos una señal y marca seguras por las que se pueda reconocer a la iglesia santa y al verdadero pueblo y los siervos de Dios. La razón y la sabiduría humana no pueden enseñar eso. Sin embargo, la verdadera piedra de toque es que examinemos cuál tiene el verdadero conocimiento de Cristo y cuál no. No podemos juzgar según lo otro, la apariencia externa, el nombre, el cargo, el poder y la autoridad de la iglesia, como se dijo, pues en esos aspectos la multitud del judaísmo era muy superior a los apóstoles, y el papado con sus multitudes es muy superior a nosotros.

28. Nosotros también confesamos y les concedemos que se sientan en la verdadera iglesia; tienen el oficio que les fue dado por Cristo y que les ha correspondido desde los apóstoles para enseñar, bautizar, distribuir el sacramento, absolver, ordenar, etc. Del mismo modo, los que estaban en sus sinagogas o asambleas tenían el oficio regular del sacerdocio y el gobierno de la iglesia comprometido con ellos. Dejamos que todo eso sea cierto y no impugnamos el oficio, aunque ellos no permitan que sea válido entre nosotros. Incluso confesamos que hemos recibido estas cosas de ellos, así como Cristo mismo descendía de los judíos por nacimiento, y los apóstoles habían encontrado las Escrituras entre ellos.

29. Sobre esta base hacen su alarde y se jactan contra nosotros, y nos increpan y maldicen como recalcitrantes y rebeldes y enemigos de la iglesia. Es difícil soportar tales nombres y veredictos, y el diablo ciertamente puede hacer que una persona se alarme y se angustie con tales cosas una vez que encuentra una oportunidad con gente sin entendimiento y comienza a asaltar el corazón y lo ahoga con pensamientos tales como: “¡Esa es la excomunión de la iglesia, pues ellos tienen el oficio!” Esto no es ninguna broma, porque Cristo dice: “Todo lo que aten en la tierra quedará atado en el cielo”. Por lo tanto, quien la iglesia excomulga es sin duda también maldito por Dios. Esta excomunión no la hacen en nombre del diablo o del Papa, sino en nombre de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, en el poder de Cristo, etc., como lo adornan grandemente con palabras muy serias.

30. Por eso es necesario el entendimiento para que encontremos la distinción que Cristo hace aquí de que hay dos clases de iglesia. Una no tiene el nombre de “iglesia” ante el mundo, sino que fue privada de él y excomulgada; la otra tiene el nombre de “iglesia” y la gloria, y por ello persigue al primer rebaño pequeño. Así que está mezclado, y lo contrario es cierto en ambos lados. La que no tiene el nombre es la verdadera iglesia. La otra no es la verdadera iglesia, aunque se sienta en la sede y en el gobierno de la iglesia y tiene y desempeña todos los oficios, de modo que la gente tiene que decir: “Ese es el oficio y la obra de la santa iglesia”. Sin embargo, no debemos prestar atención a su excomunión y veredicto.

31. Pero Cristo dice que la razón de esta división y distinción es que “no conocen ni al Padre ni a mí”; es decir, se exaltan por encima de la doctrina y el conocimiento de Cristo. Ahí es donde debemos prestar atención; según esto debemos juzgar qué iglesia está bien y cuál está mal. No es suficiente que tengan el nombre y el cargo, ya que esas cosas pueden ser fácilmente manejadas de manera equivocada y mal utilizada. El Segundo Mandamiento y la Segunda Petición del Padrenuestro señalan que el nombre de Dios a menudo se usa mal y no se santifica, sino que se profana. Por lo tanto, no debemos ser tan rápidos en unirnos y aceptarlo cuando la gente presenta este nombre y dice: “Estoy diciendo o haciendo esto en nombre de Dios o de Cristo y por orden y poder de la iglesia”. Más bien, deberíamos hacer esta distinción: “Acepto los nombres de Dios y de la iglesia, que me son muy queridos, pero no les concedo que bajo esos nombres puedan afirmar y vender lo que quieran”.

32. Así también decimos a nuestros papistas: “Ciertamente les concedemos el nombre y el oficio, y los consideramos santos y preciosos, pues el oficio no es suyo, sino que fue ordenado por Cristo y dado a la iglesia sin respeto ni distinción de las personas que lo ostentan”. Por lo tanto, todo lo que se da a través de ese oficio según la ordenanza de Cristo y en su nombre y en el de la iglesia es siempre correcto y bueno, aunque lo den o lo tomen personas impías e incrédulas. Por eso debemos separar aquí el oficio de la persona y su mal uso. El nombre de Dios y de Cristo es siempre santo en sí mismo, pero puede ser fácilmente mal utilizado y profanado. Así también el oficio de la iglesia es precioso y bueno, pero la persona ciertamente puede ser condenada y pertenecer al diablo. Por lo tanto, no podemos juzgar definitivamente según el oficio cuáles son los verdaderos y falsos cristianos y la iglesia.

33. Pero aquí nos separamos sobre el punto que se llama “conocer y no conocer a Cristo”, es decir, sobre la doctrina y la fe o confesión de Cristo. Aquí se encontrará, como el mismo Cristo concluye y dice, que no le conocen a él ni al Padre. Por lo tanto, ya está decidido por él que no son la iglesia de Cristo; más bien, aquellos son la verdadera iglesia que tienen el nombre de Cristo y en verdad, y son perseguidos por los otros. Sobre la base de este veredicto y conclusión, no deben asustarse ni preocuparse cuando sean regañados y maldecidos como herejes por ellos. Más bien, deberían tomarlo como una señal y un consuelo de que son el pequeño rebaño que pertenece a Cristo, porque son excomulgados por la otra gran multitud que tiene la fama y el poder. Esa clase de excomunión ciertamente no le sucede a la falsa iglesia por causa del conocimiento y la fe de Cristo, pues se niegan a ser castigados, condenados y perseguidos; sí, incluso se atreven a despreciar al rey y al emperador, y hasta se ensañan con ellos con su excomunión y maldición. Entre ellos el nombre de la iglesia y su poder es muy fuerte y temido.

34. Ahora bien, ¿qué significa conocer a Cristo y al Padre? Los papistas en verdad se jactan de tal conocimiento, así como los judíos se jactaban y no querían que nadie dijera de ellos que no conocerían a Dios y a su Mesías (cuando viniera). Sí, ¿quién más iba a conocerlo si no lo conocen los que tienen su ley, promesa, templo, sacerdocio, etc., que adoran al Dios verdadero, que creó el cielo y la tierra y les prometió el Mesías?

Sin embargo, aquí dice que conocer a Dios no es suficiente. Tienen muchas leyes y mucho culto con el que creen que pueden agradar a Dios, pero quien quiera conocerlo correctamente debe conocerlo en este Cristo, es decir, en la palabra y la promesa que las Escrituras y los profetas han hablado y testificado sobre él. La doctrina y la predicación del evangelio es justamente esta: que este Cristo es el Hijo de Dios, enviado por el Padre para convertirse en el sacrificio y el pago de los pecados del mundo por medio de su propia sangre, y así quitar su ira y reconciliarnos, de modo que seamos redimidos del pecado y de la muerte y obtengamos la justicia y la vida eternas por medio de él. De ello debe deducirse que nadie, por su propia obra o santidad, puede expiar sus pecados o alejar la ira de Dios. No hay otro camino o medio para obtener la gracia de Dios y la vida eterna sino a través de la fe que así se aferra a Cristo.

35. Ese es el verdadero Cristo, correctamente conocido. Quien conoce a Cristo de ese modo, conoce también al Padre. Este conocimiento le enseña que el consejo, el corazón y la voluntad de Dios Padre desde la eternidad es este, y no otro: quiere tenernos gracia y salvarnos solo por su Hijo. Nadie llega a Dios sino a través de él, que es el que carga nuestro pecado y nuestro propiciatorio.

36. Solo este artículo nos hace cristianos y es la base de nuestra salvación. Dondequiera que se reconozca a Cristo de esta manera, deben caer la confianza y la jactancia en nuestra propia santidad, las obras y el culto de los judíos hechos según la ley, y toda la basura de las payasadas papales autoelegidas y las invenciones humanas sin valor. Las dos cosas no pueden permanecer juntas: que solo Cristo ha de llevar mis pecados y que yo mismo he de llevar mis pecados ante Dios con mis obras y mi propia dignidad.

37. Como esos santos judíos, y ahora nuestros papistas, no aceptan ni creen esta predicación sobre Cristo, ellos mismos atestiguan con sus propias obras que no reconocen a este Cristo ni al Padre que lo envió. Mientras tanto, sueñan con su propio Dios que tiene en cuenta su santidad, porque tienen la ley, el sacerdocio y el culto, y la clase de Cristo que vendrá y se complacerá mucho con su santidad y, por lo tanto, los exaltará a gran honor y gloria ante todo el mundo. Cuando escuchan a los apóstoles predicar que nadie se hace justo ante Dios por las obras de la ley, y que no hay otro nombre dado por el cual seamos salvos sino el de este Cristo crucificado, no lo escuchan ni lo toleran. Más bien, a causa de esta predicación, persiguen a los apóstoles y a todos los cristianos de la manera más amarga con su excomunión, maldición y asesinato.

38. Nuestros papistas hacen exactamente lo mismo. No quieren ni pueden tolerar que prediquemos que somos justificados y salvos ante Dios solo por Cristo y no por nuestras obras. Más bien, aunque conservan el nombre de Cristo y de la fe, le quitan su obra y su poder, y en cambio defienden la doctrina opuesta de nuestro propio mérito. Dicen que la fe y Cristo ciertamente ayudan algo, si el amor y las buenas obras están presentes. Eso no es otra cosa que decir: Cristo no hace tanto como nuestras obras, pero cualquier ventaja que da la proporciona gracias a nuestras obras, como dicen en las escuelas: Propter unumquodque tale, etc. Dicen abiertamente que la fe (que debe creer en Cristo) es indigente y vacía, incluso muerta, es decir, no ayuda ni beneficia, si no está revestida, incluso vivificada, por el amor, que es el alma y la vida de la fe. Por eso se llega a decir que Cristo y la fe pueden estar ciertamente presentes en una persona impenitente que vive abiertamente en pecado mortal.

Eso significa convertir a Cristo en una mera cáscara o bolsa vacía, pero convertir las obras en el núcleo y el oro; a Cristo en un cadáver, pero nuestras obras en el alma y la vida. Cuando se añaden las obras, solo entonces, a causa de las obras, se convierte en un cuerpo vivo, y no solo vivo, sino en una bolsa llena. Es vergonzoso y calumnioso decir que Cristo debe estar ligado con su mérito y poder a nuestras obras. Eso le quita su nobleza y feudo y lo convierte en nuestro mendigo, que debe tomar de nosotros justo lo que se supone que nos da.

39. A partir de estos dos puntos, Cristo nos da ahora el veredicto de que no son la iglesia porque no le conocen, y además excomulgan y matan a los que predican sobre él. Así que concluye que son tanto mentirosos, con su falsa doctrina y excomunión, como asesinos de Dios y de Cristo y de todos sus santos, en la medida en que pueden,.

40. Aquí tú mismo puedes considerar ahora en cuál multitud quieres encontrarte, pues debes pasar a uno de los dos bandos. Si quieres esperar mucho tiempo y mirar a los concilios o a las decisiones y acuerdos humanos en este asunto, eso no es correcto, pues ya está decidido y no cambiará; las dos multitudes no volverán a tolerarse mutuamente. La multitud más grande, que quiere tener el poder de juzgar y dictar sentencia en este asunto, siempre perseguirá a la otra multitud con la excomunión y el asesinato, como han hecho desde el principio. En cambio, los que creen y son verdaderos cristianos se aferran al veredicto de Cristo y prefieren permanecer con el pequeño rebaño, que tiene la palabra y el conocimiento de Cristo y por eso sufre la persecución, más bien que, por la amistad del mundo, el honor y esta vida, aferrarse a los que han sido condenados por Cristo como los peores enemigos de Dios y de la iglesia, que no pueden ver el reino de Dios ni salvarse.

41. Por lo tanto, la separación y división de la verdadera iglesia de la otra multitud debe ser a causa de este artículo, pues es orden y mandato de Dios y de Cristo que no nos aferremos a tales personas. Por eso debemos separarnos y apartarnos de la iglesia papal, independientemente de que se jacten del poder y oficio de su iglesia y nos condenen como apóstatas de ella.

42. Si sucede que nos excomulgan y persiguen a causa de la predicación y el conocimiento de Cristo, entonces ya tenemos el veredicto de Cristo de que ellos no son la iglesia, y su oficio, poder y todo lo que presumen no tiene autoridad sobre nosotros, pero, en cambio, nuestra predicación, oficio eclesiástico, excomunión y veredicto tiene autoridad sobre ellos ante Dios en el cielo. Estamos seguros de esto por la distinción y definitio que Cristo da aquí, de que la verdadera iglesia está donde está el pequeño rebaño que conoce a Cristo, es decir, que está unido en la doctrina, la fe y la confesión de Cristo. Pero donde está y permanece la verdadera iglesia, está y permanece también el oficio eclesiástico, el sacramento, las llaves y todo lo que le ha sido dado por Cristo, de modo que no necesita pedir ni recibir esas cosas del Papa o de los concilios. El oficio es correcto, no solo en sí mismo y en su naturaleza, sino también según las personas (que son la verdadera iglesia) que tienen este oficio y lo usan correctamente.

43. También dejamos que sea válido que los papistas también tengan los oficios eclesiásticos, bauticen, administren el sacramento, etc., siempre que hagan estas cosas según la ordenanza de Cristo, porque todavía llevan el nombre de Cristo y hacen estas cosas por el poder de su mandato. Del mismo modo, también debemos dejar que los oficios eclesiásticos y el bautismo realizados por los herejes sean correctos y válidos. Sin embargo, si tratan de usar este oficio contra nosotros, entonces, sobre la base de este veredicto de Cristo, lo declaramos nulo y los consideramos como verdaderos apóstatas separados de la iglesia de Cristo.