EVANGELIO DEL
DOMINGO DE PENTECOSTÉS
Juan
14:23-31
1. Como se
supone que en este día debemos predicar sobre el Espíritu Santo, esta lectura
del Evangelio debería comenzar antes con lo que precede (que por otra parte se
leyó en la misa de la víspera de Pentecostés), es decir, donde Cristo dice: “Si
me aman, guarden mis mandamientos. Y yo pediré al Padre, y les dará otro
Consolador, el Espíritu de la verdad”, etc. Aquí todo está conectado. Este es
el principio, o la primera promesa, que dio a los apóstoles sobre el Espíritu
Santo. Así los consuela abundantemente sobre lo que les ha prometido dar antes
de su partida corporal, a saber, que quería prepararles una morada con el Padre
y llevarlos a él; asimismo, aquí en la tierra harían obras mucho mayores que
las que él ha hecho, y todo lo que pidan en su nombre lo hará, etc. Además, les
promete el Espíritu Santo, que estará y permanecerá con ellos, en lugar de su
propia y breve presencia corporal, no solo por un tiempo, sino para siempre.
Así, en él iban a tener un Consolador que es más ventajoso que el consuelo que
tenían de su presencia corporal.
2. Esta es
una hermosa y gloriosa promesa que Cristo hace a su iglesia, es decir, al
pequeño rebaño que cree en él (como ya dijo anteriormente: “El que cree en mí”,
etc.). Les asegura que el Espíritu Santo estará ciertamente con ellos y en
ellos; es decir, que no solo les fue dado en su oficio, sino también en sus
corazones, para que los gobierne, enseñe y guíe, les dé corazón y valor, y los
proteja y preserve en todo peligro y necesidad contra el diablo y su poder,
como dice luego: “No les dejaré como huérfanos”, etc.
3. Describe
al Espíritu Santo aquí y en todas partes de tal manera que no se limita a
nombrarlo según su ser, ya que es y se llama Espíritu Santo. De esa manera él
es intangible para nosotros como alguien que no podemos ver o percibir. Más
bien, le da un nombre de su oficio y obra, para que se haga tangible y se “encarne”,
por así decirlo, que es el oficio de la palabra. Hace de él un predicador
cuando lo llama “el Consolador” y “el Espíritu de la verdad”, que está con
ellos y es escuchado y visto por ellos a través del oficio de la palabra o la
predicación. Estos dos oficios, consolar y guiar a la verdad, no pueden ocurrir
de otra manera que a través de la palabra o la enseñanza.
De este
modo, sabemos cómo y dónde hemos de encontrarlo y encontrarnos con él, y no
debemos buscar aquí y allá revelaciones o iluminaciones especiales, con dudas y
vacilaciones. Más bien, cada uno debe aferrarse a la palabra y saber que solo a
través de ella y por ningún otro medio él ilumina los corazones y quiere
habitar en ellos y obrar tanto el verdadero conocimiento como el consuelo por
la fe en Cristo. Donde sucede que la palabra sobre Cristo se cree y el corazón
encuentra consuelo a través de ella, allí el Espíritu Santo está seguramente
presente y hace su obra, como se ha dicho a menudo.
4. Ambos
nombres, “Consolador” y “Espíritu de verdad”, son nombres muy agradables y
reconfortantes. La palabra “Consolador”, que está hecha de la palabra griega paracletus (que es casi lo que en latín se llama advocatus o patronus),
significa un hombre que es partidario de alguien acusado o culpado, que se
interesa por él para defenderlo y enmendarlo, para servirlo con ayuda y
auxilio, y para amonestarlo y fortalecerlo donde sea necesario. “Ese” dice
Cristo. “será el oficio del Espíritu Santo después de que yo me aleje de ustedes.
Entonces no tendrán consuelo ni apoyo en el mundo. Más bien, todo el mundo
estará contra ustedes, y el diablo les atacará enérgicamente y dirá lo peor de ustedes
con su lengua venenosa y calumniosa, y les acusará y difamará ante todo el
mundo como engañadores y rebeldes. Además, afligirá severamente su propia
conciencia y su corazón interiormente y lo alarmará con el espanto de la ira de
Dios, el dolor y los pensamientos opresivos sobre su propia debilidad, de modo
que podrán y deberán desesperar, si se quedan en ello sin consuelo y fuerza.
Por eso el diablo tiene el nombre de diabolus,
es decir, calumniador, “boca falsa y maligna o calumniadora”, que, como explica
Apocalipsis 12:10, acusa a los cristianos día y noche ante Dios.
5. “Contra
este calumniador y acusador”, quiere decir, “quiero enviarles de mi Padre y en
mi lugar el Espíritu Santo como ayudante y defensor. El Espíritu intercederá
por ustedes ante Dios. Consolará y fortalecerá sus corazones, para que no se
desesperen a causa de la vergüenza y la calumnia, las acusaciones y el miedo
del diablo y del mundo, sino que tengan corazones sin miedo y con valor y puedan
abrir la boca con confianza para mantener y ganar su caso, es decir, la fe y la
confesión de Cristo”. Dice: “Les daré una boca y una sabiduría que ninguno de sus
adversarios podrá contradecir ni resistir” (Lucas 21:15).
6. Describe
al Espíritu Santo para nosotros de una manera muy amistosa y reconfortante,
para que lo veamos y lo consideremos no de otra manera sino como un Consolador
y Ayudante tan amistoso y querido. Debemos saber que fue enviado por Dios Padre
y por Cristo con el fin de mostrarnos eso con certeza, a través de la palabra,
para que nos consuele de verdad y nos señale solo la gracia, el amor y la
bondad de Dios. Asegura a los corazones que Dios (tanto el Padre como el Hijo)
no está enfadado con ellos, no los condena, no quiere que se asusten, porque el
Espíritu Santo fue enviado por ambos como Consolador y tiene el mandato de no
proclamar nada más de lo que oye, como hemos escuchado en la lectura anterior
del Evangelio.
7. Este
consuelo, pues, produce también un corazón intrépido y valiente frente a la
furia del demonio y del mundo. Entonces sufre y supera con gusto todo lo que el
cristiano debe sufrir exteriormente, como hicieron los apóstoles y los mártires
(y muchas mujeres y jóvenes vírgenes). Tales personas saben que en esta fe y
confesión el Espíritu Santo está con ellas, las apoya y dirige y guía su lucha
y batalla contra el diablo y el mundo, de modo que no deben sucumbir, sino
salir victoriosas por medio de él y llevar a cabo su obra, no obstante lo que se les oponga.
8. En
segundo lugar, Cristo también lo llama “el Espíritu de la verdad” como consuelo
para los que creen en el evangelio, para que sepan que el consuelo que escuchan
a través de la palabra es verdadero y genuino y no miente ni engaña. Esta
valiente audacia que confía y se apoya en ella no se equivoca, sino que
permanece y se mantiene segura, firme y constante contra todas las asechanzas y
espantos de todas las puertas del infierno. No se basa en algo incierto y
cambiante, como el consuelo y la confianza del mundo en los bienes perecederos,
la fuerza, el poder, etc., sino en la palabra de Cristo y la verdad eterna de
Dios.
9. Cristo da
este nombre al Espíritu Santo también en oposición al diablo, que también es un
espíritu, no un consolador y ayudante de los cristianos, sino su hostigador y
asesino. No es veraz, sino un espíritu mentiroso, que engaña y arruina tanto
con falsos sustos y falsos consuelos, incluso bajo la
apariencia de la verdad. También es su naturaleza llenar a los suyos, es decir,
a los corazones incrédulos, arrogantes, seguros y descuidados, de dulce
consuelo, como se dice arriba en el Evangelio del Martes de la Pascua. Además,
los hace audaces, obstinados y arrogantes en cuanto a sus propios engaños,
sabiduría y santidad inventada por ellos mismos, de modo que no prestan
atención a ninguna amenaza o susto de la ira de Dios y la condenación eterna y
adquieren cabezas más duras que cualquier acero o diamante.
10. Por
otra parte, hace todo lo contrario con los corazones verdaderos y buenos, que
por lo demás son tímidos y débiles, ya que los atormenta con todo lo espantoso
que se puede imaginar, hablar o hacer, y los atraviesa como con flechas encendidas,
para que no esperen nada bueno ni reconfortante de Dios. Así, con sus mentiras,
engaña a la gente de ambos lados y quiere llevarla a la ruina y a la muerte
eterna. Engaña a los primeros, a los que debería asustar para que se
arrepientan, mediante un falso consuelo y seguridad, pero finalmente, cuando
llega su hora, los deja atrapados en un repentino susto y desesperación. A los
segundos los desgasta con incesantes aflicciones y angustias, y les quita el
consuelo que deberían tener en Dios, de modo que desesperan de su gracia y
ayuda.
11. Por eso
debemos aprender a reconocer y conocer correctamente al Espíritu Santo. Él no
es ni hace otra cosa que consolar verdaderamente a las personas mediante la
predicación del evangelio en Cristo; consuela a los corazones angustiados y
tímidos que conocen sus pecados y que ya han sido demasiado asustados y
angustiados por el diablo. Les pide que estén alegres y confiados en la gracia
prometida por Dios en Cristo y los preserva en ella, para que permanezcan en
esa verdad. Así también sus corazones sienten y experimentan esta verdad, que
todas las demás enseñanzas y consuelos, por medio de los cuales se quiere
gobernar la conciencia ante Dios, no son la verdad genuina, y por lo tanto no
puede haber allí el Espíritu Santo, sino las mentiras y el engaño del diablo
por medio de los cuales quiere llevar a cabo el asesinato. Por lo tanto, no
deben permitir que ningún susto, amenaza o sufrimiento en la tierra los aleje o
arranque de este verdadero consuelo a través del evangelio.
12. Sin
embargo, este consuelo y la verdad del Espíritu Santo están ocultos muy secreta
y profundamente en la fe, de modo que ni siquiera los propios cristianos los
sienten siempre, sino que en su debilidad tienen que sentir mucho más lo
contrario. Debido a que el demonio les estorba e impide en todas partes, tanto
interiormente, por medio de ellos mismos y de la timidez de su propia carne,
como exteriormente, por medio de la maldad del mundo, a menudo apenas pueden
tener pensamientos buenos y alegres hacia Dios, y sucede que, tal como el gran
apóstol San Pablo se lamenta de sí mismo, siempre sienten “lucha por fuera,
temor por dentro” (2 Corintios 7:5). No puede haber solo consuelo y alegría,
sino que la parte más importante es el dolor y la angustia y la agonía de la
muerte, como también dice: “Los que vivimos estamos siempre entregados a la
muerte por causa de Jesús” (2 Corintios 4:11). Asimismo: “A causa de nuestra
jactancia [de ustedes], que tengo en Cristo Jesús nuestro Señor, muero cada día”
(1 Corintios 15:31). Vemos también muchos corazones piadosos que están siempre
tristes y abatidos, estando ansiosos y turbados por sus propios pensamientos,
desesperados en sus tentaciones del diablo. “¿Dónde”, dicen el mundo y nuestra
propia carne, “está el Espíritu Santo del que se jactan los cristianos?”
13. Por lo
tanto, el cristiano debe ser sabio aquí para no sentenciar y juzgar según sus
propios pensamientos y sentimientos, sino saber que justamente contra esta
tentación y debilidad debe aferrarse a la palabra y al sermón consolador que el
Espíritu Santo predica a todos los pobres y angustiados corazones y
conciencias. Cristo dice sobre el oficio que ha de desempeñar por medio del
Espíritu Santo: “El Espíritu del Señor está conmigo. Porque el Señor me ha
ungido, me ha enviado a predicar a los miserables, a vendar los corazones rotos”,
así como, “a consolar a todos los afligidos” (Isaías 61:1-2).
14. De esto
debes aprender, como oyes en este lugar y en todas partes en el evangelio, que
Dios no quiere tenerte triste y asustado, sino alegre y confiado en la promesa
segura y veraz de su gracia, que el Espíritu Santo mismo te predica. Te dice
que no es la verdad, sino tu falsa ilusión y el engaño del diablo lo que te
hace sentir y pensar en tu corazón la ira y el castigo de un Dios enojado que
quiere condenarte al infierno. Por lo tanto, deja que la palabra y el mandato
de Dios sean más y cuenten más para ti que tus propios sentimientos y el juicio
de todo el mundo, para que no lo llames mentiroso y te robes el Espíritu de la
verdad.
15. Cristo
está dando esta promesa y consuelo, contra nuestros sentimientos y miedo,
cuando dice las palabras: “No les dejaré huérfanos”, etc. Con la palabra “huérfanos”,
él mismo muestra cómo aparece la iglesia según sus propios sentimientos y a los
ojos del mundo. No tiene la apariencia de un gobierno hermoso, bien ordenado y
constituido, sino que es un rebaño pequeño, desgarrado y disperso de pobres y
miserables huérfanos, que no tienen cabeza, protección ni ayuda en la tierra.
Todo el mundo se ríe y se burla de ellos como grandes tontos por considerarse
la iglesia y el pueblo de Dios. Además, la propia necesidad y el sufrimiento de
cada uno le oprimen y agobian de manera especial, como si solo él estuviera en
el fondo y el más absoluto abandono.
16. Esa
miseria y esa inquietud crecen especialmente cuando el poder del diablo se hace
sentir de verdad, cuando fuerza sus aguijones amargos, venenosos y asesinos en
un corazón, diciendo que está abandonado no solo por todos los hombres, sino
también por Dios. Entonces el corazón pierde completamente a Cristo y no puede
ver el fin de su miseria. Ya hemos oído hablar de esto en la lectura del
Evangelio, donde dice: “Llorarán y lamentarán, pero el mundo se alegrará. Ustedes,
en cambio, estarán llenos de tristeza”, etc. Eso es lo que realmente significa
ser huérfanos, es decir, quedar totalmente desolados y desamparados, como se
siente.
17. Al
igual que Cristo habla a sus cristianos de este sufrimiento con anticipación,
su intención es dar este consuelo y refrigerio antes de tiempo y enseñarnos a
no desesperar por ello, sino solo a adherirnos a su palabra, aunque parezca que
se retrasa demasiado. Él quiere recordarnos la promesa de que no nos dejará
atrapados en tal miseria, y debemos hacerle el honor, que es el más alto honor
de Dios, de considerarlo fiel y verdadero. Dice que no durará para siempre,
sino que solo será poco y breve, como también dice: “Vuelvo a ustedes”.
Asimismo: “Dentro de poco, y el mundo no me verá”, que será realmente su hora
de dolor, que incluso parecerá una hora eterna de muerte, “pero les volveré a
ver, y se alegrará su corazón”.
18. Esta
promesa es muy bondadosa y reconfortante, si solo aprendemos a creerla y a
experimentar así que en nuestra mayor debilidad él gobierna, protege y preserva
a su iglesia mediante un milagroso poder divino, de modo que, no obstante,
permanece y es liberada. Entonces en su más grande tristeza hay consuelo; en la
más grande miseria y soledad hay alegría y ayuda; en la muerte hay vida eterna.
Cuando irrumpe y se siente, entonces el corazón, que lo ha superado todo y está
inundado de la gloriosa alegría de la ayuda y la redención, escucha las alegres
y desafiantes palabras de victoria que Cristo pronuncia aquí: “Porque yo vivo, ustedes
también vivirán”, etc. Como resuena la hermosa Confitemini:
“Cantan con alegría la victoria en las tiendas de los justos. La diestra del
Señor obtiene la victoria. Ahora no moriré, sino que viviré y proclamaré la
obra del Señor” (Salmo 118:15, 17).
Es lo mismo
que dice San Pablo sobre este consuelo y ayuda a los pobres huérfanos: “Siempre
estamos entregados a la muerte, y siempre llevamos la muerte del Señor Jesús en
nuestro cuerpo, para que también la vida del Señor Jesús se manifieste en
nuestro cuerpo” (2 Corintios 4:11, 10). Cristo dice una vez más: “No teman,
pequeño rebaño, porque a su Padre le ha parecido bien darles el reino”, etc.
(Lucas 12:32).
19. Esta es
la gran sabiduría y el conocimiento de los cristianos revelados por el Espíritu
Santo, de los que el mundo no entiende nada en absoluto y hasta debe confesar
que no sabe nada de este consuelo. Además, el diablo lo impulsa a despreciar y
rechazar la predicación del Espíritu Santo sobre este consuelo. Por eso Cristo
también lo juzga para consuelo de sus cristianos: “A quien el mundo no puede
recibir, porque no lo ve y no lo conoce”. Es espantoso decir que no pueden
recibir el Espíritu Santo, pues de ello debe deducirse que el mundo no tiene
parte en el reino de Dios, está separado de él para siempre, y permanece en el
poder del diablo y en los lazos del infierno. Sin embargo, también es un
castigo justo y merecido para el mundo endurecido, que no quiere otra cosa,
porque desprecia, calumnia y persigue tan vergonzosamente a Cristo, el Hijo de
Dios, junto con su palabra y el Espíritu Santo.
Es
suficiente sobre el oficio del Espíritu Santo, del que se habla brevemente
antes de este texto. Ahora sigue la lectura de este Evangelio:
“El que me ama guardará mis palabras, y mi
Padre le amará”.
20. Poco
antes de esto, él comenzó a decir casi las mismas palabras: “El que tiene mis
mandamientos y los guarda, ese es el que me ama. El que me ama será amado por
mi Padre, y yo le amaré y me revelaré a él”. En respuesta a estas palabras, el
buen apóstol Judas pregunta: “Señor, ¿qué significa que te revelarás a nosotros
y no al mundo?”. Junto con los demás discípulos, todavía tenía la forma de
pensar judía, de que Cristo se convertiría en un señor y emperador del mundo, e
incluso esperaban llegar a ser grandes y poderosos señores sobre tierras y
pueblos. A menudo disputaban y discutían entre ellos sobre cuál de ellos sería
el más grande y poderoso.
Por eso
este Judas se sorprende ante estas palabras de Cristo y no puede abstenerse de
adelantarse y preguntar qué quiere decir con que no se revelará a nadie más que
a ellos solos. Tuvo que pensar: “¿Qué clase de rey será si no deja que nadie lo
vea? Aunque hasta ahora ha ido solo como siervo, sin embargo
ha predicado públicamente y ha hecho milagros; pero ahora quiere comenzar su
reino de una manera tan secreta y oculta, y quiere que tenga una extensión tan
estrecha que nadie lo vea ni lo conozca, excepto los pocos que lo aman. Yo
pensaba, diría, que primero te revelarías y te dejarías ver por tus enemigos,
para que todos tuvieran que abrazarte. ¿Qué significa que todo depende de que
la gente cumpla tu palabra? ¿Qué lograríamos si no hiciéramos nada más que eso?
¿Quién querrá someterse a ti si ha de depender de la voluntad y el gusto de
cada uno si te conoce y te ama?”
21. Pero
Cristo habla y responde con esas palabras solo porque quiere desarraigar sus
pensamientos judíos y retratar y representar correctamente su reino. “No,
querido Judas”, quiere decir, “no sucederá como tú piensas. Aquí en la tierra
el mundo tiene su honor y su gloria y su poder y su fuerza, con los que hace
obedecer a la gente. Eso no tiene nada que ver contigo y conmigo. Más bien, lo
importante es que la gente me ame y guarde mi palabra. Donde haya tales
personas, yo gobernaré, y solo a ellas puedo revelar y mostrarme, etc. Mi
gobierno no prevalece por medio de la compulsión y la fuerza, como debe hacerse
entre los malvados del mundo, sino que quiero gobernar los corazones de
aquellas personas que vienen a mí de buena gana y con gusto. Los otros que no
creen en mí no lo harán”.
22. A
menudo en el pasado Dios se había esforzado por gobernar al pueblo judío solo
con leyes y castigos. Por eso, casi toda la nación fue destruida en el desierto
y después siempre fue derrotada, conducida fuera de su país, hasta que al final
pereció completamente. No pudo conseguir que fueran obedientes de corazón y
guardaran sus mandamientos.
¿Qué debían
guardar? Al principio, cuando Dios habló con ellos y les dio los Diez
Mandamientos, no pudieron tolerarlo ni escucharlo, sino que le rogaron que
hiciera que Moisés hablara con ellos, porque lo escucharían. Pero cuando vino y
trajo los Diez Mandamientos, tampoco pudieron mirarle a los ojos, sino que le
pusieron un velo en el rostro. San Pablo dice que este velo permanece ante sus
ojos hasta el día de hoy, de modo que no quieren ni pueden ver y entender, y
mucho menos tomar a pecho lo que Dios quiere tener de ellos, es decir, que lo
amen con todo su corazón y le sean obedientes.
23. Si Dios
no pudo conseguir que su propio pueblo, al que eligió especialmente y honró
mucho por encima de todos los demás, hiciera esto a través de Moisés y los
profetas, ¿qué iba a conseguir mejor con otros pueblos solo a través de las
leyes y la compulsión? Por lo tanto, tuvo que formar un gobierno diferente si quería
tener gente en la tierra que pudiera ser y permanecer verdaderamente como hijos
obedientes de Dios. Eso debe hacerse de tal manera que él no solo impulse la
naturaleza desobediente con el miedo y las amenazas, aunque esto también es
necesario para que reconozcan su desobediencia y pecado y se asusten de la ira
de Dios, sino que también los seduzca amorosa y amablemente, para que obtengan
el amor y el deseo de él.
24. Sin
embargo, esto no puede suceder de otro modo que a través de la palabra que nos
anuncia la gracia en lugar del susto de su ira, que hemos merecido con nuestra
desobediencia, y nos señala que Dios quiere abolir su ira y perdonar los
pecados. Cristo trae ahora esta palabra amable y llena de gracia con su evangelio.
Comienza su reino para que los corazones capten esto y lleguen a conocerlo como
el que trajo de Dios la gracia y la misericordia y nos la da a través de su
sufrimiento y muerte y, además, que ha dado el Espíritu Santo y nos gobierna
para que permanezcamos en su reino de gracia. El Espíritu Santo obra en
nosotros, de modo que volvemos a obtener el amor a Dios y comenzamos a
obedecerle con amor y alegría.
25. Sobre
esto él dice ahora: “El que me ama, guardará mi palabra”. Poco antes dijo: “Si
me aman, guarden mis mandamientos”. Quien lo ama debe guardar su palabra o
mandamiento, es decir, reconocer y conocer lo que tiene de él (de lo contrario,
nadie le amará). Eso no significa las palabras de Moisés y la predicación de la
ley, sino la predicación del amor y la gracia que él nos muestra al tomar
nuestros pecados sobre sí mismo y sacrificar su cuerpo y sangre por ellos. Él
nos da esto para que tengamos consuelo y reconozcamos y experimentemos su amor
en ello. Si creemos esto, no requiere nada más de nosotros que ser agradecidos
por ello y permanecer en esta fe y confesión, y así por amor y honor a él ayudar
a promover su reino con palabras y obras.
26. Los
espíritus presuntuosos y no probados, que se saben tan santos y fuertes,
piensan que esto es sencillo, pues todo lo que oyen lo hacen fácilmente, y la palabra
de Dios es tal que se hace tan pronto como se oye. “¿Quién sería tan malo”,
piensa tal persona que no tiene experiencia, “como para no amar a Cristo y no
guardar su palabra que predica sobre la gracia de Dios?” Del mismo modo, cuando
Moisés dijo al pueblo de Israel en el desierto todas las palabras del Señor,
todos gritaron con una sola voz: “Todas las palabras que el Señor ha dicho las
haremos” (Éxodo 24:3). Sin embargo, cuando hubo que ponerla en práctica, la
forma en que la guardaron les hizo permanecer en el desierto cuarenta años
enteros y perecer todos. Sí, si Cristo con su palabra fuera oro y plata, o
trajera honor y gloria por nuestra santidad y sabiduría, entonces todos la
guardarían con gusto y firmeza. Sin embargo, no es ninguna de esas cosas que la
gente desea en la tierra; más bien, es una figura tan desagradable que todo el
mundo se ofende y huye de él.
27. La
experiencia enseña lo difícil que es guardar esta palabra, porque sobre ella se
ha puesto la santa cruz. Sin ella, nuestra propia carne y la vieja naturaleza
seguirían siendo rebeldes y preferirían lo que es fácil y agradable. Entonces,
si empezamos a confesar el evangelio, el diablo también está ahí, se abre paso
con todos sus seguidores y miembros, y los aflige por todas partes con la
persecución del mundo y toda clase de tentaciones. Lo hace interiormente con
eternos conflictos y alarmas del corazón y exteriormente con constantes
peligros para el cuerpo y la vida, de modo que tenemos que pedir y clamar al
cielo por ayuda. La experiencia enseña, ciertamente, que no es tan sencillo y
fácil guardar la palabra de Cristo como lo es de otro modo con otras payasadas,
como las ceremonias judías, el culto inventado, el monaquismo y cosas
semejantes.
28. “Por
eso”, dice Cristo, “es necesario que el corazón se aferre a mí y me ame, pues
de ninguna otra manera sobrevivirá en el mundo, que es el reino del diablo,
opuesto a Cristo”. La iglesia en la tierra debe estar y luchar en la debilidad,
la pobreza, la miseria, la angustia, la muerte, el oprobio y la vergüenza. La
necesidad le obliga a salir de sí misma y a no confiar en la ayuda, el auxilio
o la fuerza humana. Por el contrario, debes tener a Cristo en tu corazón, de
modo que consideres su nombre, su palabra y su reino más elevados, más preciosos y más valiosos que todas las cosas de la
tierra”. Quien no haga esto, sino que ame más su propio honor, su poder, el
favor del mundo, la amistad, los placeres, los goces y su propia vida, la
predicación para él es vana, como él mismo dice poco después: “Quien no me ama,
no guarda mis palabras”.
29. Sus
cristianos, con los que aquí habla, como con las personas que reconocen y saben
lo que tienen en él, también deben ser movidos y presionados a este amor. El
amor y la bondad que él nos muestra, digo, debería conmoverlos, es decir, que él
ha tomado nuestro pecado, la condenación y la muerte eterna de nosotros sobre
su cuello y lo ha llevado, y así merece plenamente que lo amemos. Por eso, poco
antes les recuerda esto y dice: “Si me aman”, etc., como si dijera: “Reconozcan
y acepten que he merecido su amor, y háganlo para agradarme, etc. Si creen y
tienen esto en cuenta, entonces seguramente también me amarán”.
30. Sin
embargo, amar no se hace solo con palabras, sino que debe ser una obra viva y
una prueba de amor, es decir, “guardar mi palabra”, etc. Esa clase de amor
lucha y vence. También es la naturaleza del verdadero amor, dondequiera que
esté, que hace todo por el bien de la persona amada, y nada es demasiado duro
para sufrir y soportar que no lo haga con gusto. Lo vemos incluso en el amor
natural implantado por Dios, como imagen de su amor divino hacia nosotros, en
los padres y madres hacia sus hijos, que arde gratuitamente hacia los que no lo
merecen y les impulsa a hacer el bien a sus hijos. Incluso Cristo, cuando
estaba en su divina majestad, Dios eterno y Creador, mostró el más alto amor
hacia nosotros, pobres criaturas, que no estábamos en absoluto emparentados con
él y no merecíamos más que la ira y la condenación.
31. El amor
hace esto por aquellos que no lo amaban previamente y que no merecían ningún
amor. Incluso aparte de eso, estaríamos obligados a amar a Cristo, aunque no lo
hubiera merecido tanto como nuestro Creador y Dios. ¡Cuánto más debemos amarlo ya
que él nos ha amado tan grandemente! Si esta inefable bondad entra
verdaderamente en nuestro corazón, entonces nada de lo que hemos de sufrir y
soportar por su causa nos resultará irritante o demasiado duro, si solo
continuamos en su amor. Esto es, entonces, no solo escuchar gustosamente su palabra,
sino también adherirse a ella y ser conquistados por ella.
“Y mi Padre lo amará”.
32. No hay
necesidad de discutir agudamente sobre la cuestión de por qué Cristo dice: “El
que me ama”, etc., como si tuviéramos que amarlo primero, cuando es seguro que él
nos ama primero. En 1 Juan 4:10 se dice claramente: “En esto consiste el amor,
no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su
Hijo como propiciación por nuestros pecados”. Sí, si él no comenzara a amar,
entonces nunca podríamos amarlo. Nadie puede amarlo sino el que cree que
primero es amado por él y tiene en él a un Dios bondadoso; de lo contrario, el
corazón huye de Dios y es secretamente hostil hacia él como el que quiere
arrojarlo al infierno, como se dijo anteriormente.
33. Sin
embargo, cuando Cristo dice: “El que me ama será amado por mi Padre, y yo lo
amaré”, etc., está hablando de la revelación del amor. Él mismo también lo
explica cuando dice: “Me revelaré a él” y “Vendremos a él”. Si permanecemos
firmes en este amor contra los enemigos de Cristo y de su iglesia, es decir, contra
la ira, el odio y la persecución del diablo y del mundo, también
experimentaremos y encontraremos que él vela fiel y firmemente por nosotros con
su amor y vendrá en nuestra ayuda en esta lucha y peligro y nos dará la
victoria, etc. Esta es la probatio, o “experiencia”,
que proviene de la paciencia en el sufrimiento, como dice San Pablo en Romanos
5:4.
34. Esto
sucede, como ya se ha dicho suficientemente, de tal manera que el amor de Dios
hacia nosotros queda tan completamente oculto que no sentimos más que lo
contrario, como si Dios se hubiera olvidado completamente de nosotros y hubiera
cambiado su gracia y su amor en ira. Quien persevera en esto y continúa en el
amor, experimenta que Dios es veraz y siente este consuelo del amor divino y la
certeza derramada en su corazón, de modo que lo supera todo con ello. San Pablo
vuelve a decir: “En todo esto somos más que vencedores por causa de Aquel que
nos amó. Porque estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles,
ni los principados, ni las potestades, ni lo presente, ni lo futuro, ni la
altura, ni la profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor
de Dios que está en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Romanos 8:37-39). Esta es la
victoria y la redención. A través de ella experimentamos que lo que hemos
creído es verdad: que él nos ama.
35. Cristo
habla específica y cuidadosamente de esta manera: “Mi Padre le amará”, para que pueda
atraernos hacia arriba, mostrarnos el corazón del Padre y representárnoslo de
la manera más agradable, como es muy necesario para las conciencias pobres y
angustiadas. Es sumamente difícil para el corazón humano esperar con certeza
todo el bien, la gracia y la misericordia de Dios; sí, es completamente
imposible sin el Mediador, Cristo. Los corazones toscos y descuidados pueden
ser demasiado fuertes y obstinados en este aspecto; se desviven y se obstinan
en pensar que lo que hacen es todo precioso ante Dios. Hacen esto hasta que
llegan al peligro real y al susto de la muerte, por el brillo y la revelación
de la ley. Entonces no hay pueblo en la tierra más abatido y desesperado, y si
llega su hora, se hunde de repente, y nadie puede volver a levantarlo.
36. Por eso
es mucho mejor, más reconfortante y más seguro para
los que siempre se retuercen y luchan con el miedo y el temor a la ira de Dios,
y están tan ansiosos que el mundo se les vuelve demasiado estrecho si siquiera
oyen nombrar a Dios, que se les hable precisamente de este consuelo. Sí, por el
bien de ellos, Dios siempre tuvo escrita y enfatizada la promesa de su gracia y
el perdón de los pecados. Además, dio a su Hijo y todo el bien que hace en el
mundo entero, y los inunda de cosas buenas, para que su gracia y bondad les
sean conocidas. La bondad de Dios “continúa cada día” y “se extiende hasta el
cielo” (Salmo 52:1 y 36:5). Debemos ver y comprender que es la gracia y la
ayuda visibles de Dios cuando un cristiano vive y está sano. El diablo, en cuyo
reino se encuentran en la tierra, es un espíritu amargamente malvado que se
esfuerza día y noche nada más que por asesinarlos y destruirlos.
37. Pero
por muy grandes y abundantes que sean la promesa, las palabras y las obras de
la gracia de Dios hacia los que le temen, todavía no es lo suficientemente
fuerte para que levanten sus corazones y miren alegremente a Dios. Todavía
permanecen siempre en la preocupación y la ansiedad de que Dios pueda seguir
enojado con ellos, porque sienten su indignidad y debilidad. Tiemblan ante
cualquier cosa que recuerden o escuchen de palabras airadas o ejemplos
espantosos de la ira y el castigo de Dios, y se preocupan de que llegue a ellos.
Del mismo modo, por otro lado, los otros, que deberían estar asustados por ella,
la desprecian obstinada y arrogantemente en su seguridad y se consuelan
carnalmente, como si Dios no pudiera enfadarse con ellos. Es muy difícil
enderezar el corazón humano para que en la fortuna y el bienestar no se vuelva
seguro, sino que permanezca humilde, y para que, en cambio, en el susto y la
desgracia tenga consuelo y confianza hacia Dios.
38. Por eso
Cristo habla en todas partes en sus consuelos de tal manera que, como fiel y
buen Mediador, muestra siempre al Padre de la manera más amable. Quiere decir
esto a nuestros corazones, para que nadie tenga ninguna duda al respecto, si solo
lo ama, tiene deseo de él, puede aferrarse a su palabra y creer que por
nosotros ha soportado y quitado toda la ira, el pecado y la muerte. Si persiste
en esta firme confesión, entonces seguramente tiene el verdadero y paternal
corazón de Dios, lleno de inexpresable e ilimitado amor por él. La voluntad e
intención de Dios es que no tenga miedo ni temor de nada, sino que espere de él
todo lo más querido y mejor.
39. Este es
un glorioso consuelo en el que, como en su propio reino de los cielos, puede
regocijarse enormemente y hasta saltar de alegría. Cristo te ha asegurado y te
ha dado la certeza de que cuando, por su causa y por amor a él, sufras por
parte del demonio o del mundo, eso es agradable a Dios Padre en el cielo y es
lo más querido que puedes hacer por él. También experimentarás su amor por ti a
través de su ayuda y victoria. Los cristianos deben conocer este consuelo y
recordar el tesoro del evangelio y el conocimiento de Cristo, de modo que
alaben a Dios por ello y sean agradecidos. Él enfatiza esta promesa aún más y
con más palabras cuando dice
“Y vendremos a él y haremos nuestra morada
con él”.
40. Este
será un nuevo y verdaderamente glorioso Pentecostés y una excelente
demostración y poder del Espíritu Santo, una asamblea o consejo celestial por
ambas partes, ya que los corazones son iluminados y encendidos por el Espíritu
Santo con amor a Cristo, y, por otro lado, el amor de Cristo y del Padre brilla
y resplandece hacia ellos. Ambos, Dios y el hombre, permanecen juntos de manera
tan amistosa cuando el Espíritu Santo prepara el corazón del hombre y lo
consagra como casa y morada santa, templo y custodia de Dios; y el hombre
obtiene un huésped y habitante tan glorioso, noble, querido y honrado, o
compañeros de casa, que son Dios Padre y el Hijo.
41. Esto
debe ser una gran gloria y gracia para aquellas personas que se consideran
dignas de ser la gloriosa morada, el castillo, el salón, incluso el paraíso y
el reino de los cielos, donde Dios mora en la tierra. Sin embargo, son
corazones y conciencias tan pobres, angustiados y temerosos, que no sienten en
sí mismos más que el pecado y la muerte, que se estremecen y tiemblan ante la
ira de Dios, y que piensan que Dios está más lejos de ellos y el diablo más
cerca. Sin embargo, a ellos se les prometió esto, y pueden tomar alegremente el
consuelo de que son la verdadera casa de Dios y de la iglesia, no untada con
crisma rancio por el obispo sufragante, sino consagrada por el mismo Espíritu
Santo, donde Dios desea descansar y permanecer. El profeta Isaías dice sobre
ellos, contra los santos orgullosos e hinchados por su propia santidad y culto,
“¿Qué clase de casa me construirán, y cuál es el lugar donde descansaré? ¿No ha
hecho mi mano todo lo que hay? dice el Señor. Pero yo miro al que se siente
miserable y tiene un espíritu quebrantado, al que tiembla ante mi palabra”
(Isaías 66:1-2).
42. ¿Dónde
más debería morar Dios? No encuentra otra posada en la tierra. Los otros santos
excelentes, elevados, grandes y autodidactas son demasiado orgullosos,
demasiado altos, sabios, inteligentes y santos, además, han llegado muy lejos a
través y por encima del cielo, para ser su morada en la tierra, aunque se
jacten de que solo ellos son la iglesia y el pueblo de Dios. Así que, a su vez,
él también es demasiado noble y exigente; no quiere ni puede morar con esos
santos arrogantes y jactanciosos que, como su ídolo, el diablo, quieren ser
iguales a Dios y presumir ante él de su santidad. Él no los considera dignos
del honor de mirarlos, con toda la pompa, la fama y las galas de su hermosa
santidad hecha por ellos mismos. Mientras tanto, él se encuentra en las pobres
y comunes chozas de los pobres y despreciados que escuchan y creen en la palabra
de Cristo y quieren ser cristianos, aunque se consideren completamente impíos,
indignos pecadores.
43. Esta es
una excelente, hermosa y, como dice San Pedro en 2 Pedro 1:4, una de “las más
preciosas y grandes promesas que se nos han concedido” a los pobres y
miserables pecadores, que también “lleguemos a ser partícipes de la naturaleza
divina” y seamos tan altamente ennoblecidos que no solo seamos amados por Dios
a través de Cristo y tengamos su favor y gracia como la más alta y preciosa
posesión santa, sino que también lo tengamos a él, al Señor mismo, habitando
completamente en nosotros. Quiere decir que no solo será amor cuando él quite
su ira de nosotros y nos muestre un corazón bondadoso y paternal, sino que
también tendremos el disfrute de ese amor, de lo contrario, su amor sería vano
y se perdería para nosotros, como dice el proverbio: “Amar y no disfrutar”,
etc. Hemos de tener un gran beneficio y un tesoro de él, y debe haber un efecto
adicional en el que este amor se muestre realmente en un gran regalo.
44. Estas
son las dos cosas que los cristianos reciben de Dios, como San Pablo las nombra
claramente en Romanos 5:15, a saber, la gracia y el don. La gracia perdona los
pecados, produce consuelo y paz para la conciencia, y pone a los hombres en el
reino de la misericordia divina. A esto se le llama “reino de la gracia”: “Su
gracia y su verdad nos gobiernan y dominan para siempre” (Salmo 117:2). Pero el
don es que el Espíritu Santo obra nuevos pensamientos, mente, corazón,
consuelo, fuerza y vida en las personas.
45. A eso
se refiere cuando dice: “Haremos nuestra morada con él”. Lo que debe seguir a
la gracia y al amor de Dios es que el corazón humano se convierta en trono y
sede de la alta Majestad, que debe ser mejor y más excelsa que el cielo y la
tierra. San Pablo dice: “El templo de Dios, que son ustedes, es santo” (1
Corintios 3:17). También: “Ustedes son el templo del Dios vivo, como dice Dios:
‘Habitaré en ellos y caminaré en ellos’” (2 Corintios 6:16).
Esto sucede
de esta manera: Más allá de la gracia cuando un hombre comienza a creer y a
aferrarse a la palabra, Dios también gobierna en el hombre a través de su poder
y obra divina, de modo que se vuelve más y más iluminado, abundante y fuerte en
el entendimiento y la sabiduría espiritual, con el fin de conocer y juzgar
sobre todo tipo de doctrina y asuntos. Entonces aumenta diariamente y continúa
en la vida y en los buenos frutos; se convierte en un hombre amable, gentil y
paciente; sirve a todos con la enseñanza, el consejo, el consuelo y la
donación, en el servicio a Dios y a la gente, a través de la cual y gracias a
la cual el país y la gente son ayudados. En resumen, es el tipo de hombre a
través del cual Dios habla, vive y trabaja todo lo que él habla, vive y
trabaja. Su lengua es la lengua de Dios, su mano es la mano de Dios, y su
palabra ya no es la palabra del hombre sino la palabra de Dios.
46. Su
enseñanza y confesión que hace como cristiano no es el entendimiento y la
sabiduría de un hombre, sino de Cristo, cuya palabra tiene y guarda. Así
también su oficio, que gobierna y hace como cristiano, no es por empeño y
capacidad de un hombre, sino por mandato, capacidad y poder de Dios, dado de
Dios por el Espíritu Santo, como dice San Pedro. En todas partes no da nada más
que el bien de sí mismo, así como ha recibido todo el bien de Dios. Por fuera,
su cuerpo y sus miembros se convierten también en templo del Espíritu Santo (1
Corintios 6:19), de modo que, como cristiano y buen árbol, produce buenos
rendimientos y frutos, hace el bien y se opone al mal y lo evita.
47. Mira
qué grande es el hombre que es cristiano o, como dice él, el que “guarda su palabra”,
etc. Es un verdadero prodigio en la tierra. Tiene más valor ante Dios que el
cielo y la tierra. Es incluso una luz y un salvador del mundo entero, en el que
Dios es todo en todo, y que puede hacer y hace todo en Dios. Sin embargo, ante
el mundo está muy y profundamente oculto y es desconocido. El mundo es indigno
de reconocer a esas personas. Más bien, debe considerarlos como sus felpudos o,
como dice San Pablo, “una maldición y un sacrificio expiatorio” (1 Corintios
4:13), a causa de los cuales el país y el pueblo deben ser maldecidos y
perecer, y que más bien deben ser ejecutados como un servicio a Dios y para
limpiar el mundo.
48. ¡Qué
ridículo sonaba en los oídos de los santos judíos, sacerdotes y fariseos cuando
escuchaban que Dios tendría su morada solo en aquellos que guardaran la palabra
de este hombre! No eran más que un pequeño puñado de gente tímida, pobre y
despreciada, como si Dios no tuviera una casa y una morada mejor y más gloriosa,
que se ajustaba a su majestuosidad, en el pueblo santo y excelente que eran las
luces brillantes y las cabezas altas en el pueblo de Dios, en la ciudad santa
de Jerusalén y en el glorioso templo y culto. Las Escrituras y los propios
profetas la llaman la ciudad santa y la morada de Dios, el lugar elegido donde
Dios descansaría (Salmo 132:13-14), e incluso para siempre. Ellos se jactaban
de ello y pensaban que sería imposible que su reino, su sacerdocio y su culto
perecieran.
49. Pero
ahora Cristo se adelanta y se olvida de mencionar nada de esto, como si no
supiera nada de ello, y dice palabras extrañas y nuevas: que el lugar santo del
Padre y de él, la morada y la iglesia deben estar dondequiera que haya un
cristiano que guarde su palabra. De este modo, suprime y rompe la antigua
morada del judaísmo y el templo de Jerusalén y construye una nueva, santa y
gloriosa iglesia y casa de Dios, que no es Jerusalén ni el judaísmo, sino que
se extiende por todo el mundo sin distinción de personas, lugares o formas
externas, ya sean judíos o gentiles, sacerdotes o laicos. No es una casa hecha
por manos humanas de piedra y madera, sino recién creada por Dios mismo, es
decir, un pueblo que ama a Cristo y guarda su palabra.
50.
Ciertamente, hasta ahora había sido el amo de la casa en el pueblo judío y
había tenido allí su hogar y su fuego, como dice (Isaías 31:9), por causa de su
palabra que aún permanecía allí, proclamada por los profetas y siempre creída
por algunos. Esa era la verdadera iglesia de Dios, por cuya causa se
conservaron el país y la ciudad. Pero cuando vino el propio Cristo, no
quisieron escuchar su predicación, sino que persiguieron a sus apóstoles y a
los cristianos y los expulsaron del país, hasta que finalmente ningún cristiano
pudo permanecer allí. Así que el templo, la ciudad y el país debían ser destruidos,
perecer y ser rechazados eternamente con su sacerdocio y su pueblo, para no
volver a resucitar. Moisés y los profetas les habían dicho de antemano que, si
no guardaban su palabra y sus Mandamientos, entonces ya no serían ni se les
llamaría su pueblo, y su ciudad y templo ya no serían su ciudad y templo
(Deuteronomio 32:21; Oseas 2).
51. Así
pues, escuchamos una vez más la definición y la respuesta a la controvertida
cuestión de lo que es la iglesia y su poder. Nos jactamos correcta y
verdaderamente de que está regida por el Espíritu Santo. Sí, como dice, el
Padre y el Hijo también habitan en ella, y lo que dice y hace se dice y se hace
por medio de él, de modo que todos, a riesgo de perder su salvación, están
obligados a obedecerla. De esta y otras promesas estamos de acuerdo hasta
cierto punto, que hay un pueblo en la tierra que se llama pueblo de Dios, donde
él quiere ser como un padre en su casa, un príncipe en su castillo, Dios en su iglesia.
Dios considera a su iglesia tan elevada y valiosa que no considera todo su
cielo de arriba como ella, de modo que incluso viene a ella en este valle de
lágrimas y quiere permanecer con ella hasta el fin del mundo. No tenemos que
mirar hacia arriba en vano, buscando su iglesia en el paraíso, que él ha
aplazado para la vida futura.
52. Por lo
tanto, no hay controversia respecto al hecho de que hay una iglesia en la
tierra y que debemos ser obedientes a ella como a la señora o emperatriz a
través de la cual Dios habla y actúa. Pero la controversia se refiere a quién y
cuál es la iglesia. Juzgar sobre la base de palabras y veredictos humanos no
ayuda a resolver esta controversia y a encontrar la verdadera iglesia (como
dice San Agustín), pero podemos llegar a estar seguros sobre el asunto cuando
escuchamos cómo Cristo el Señor mismo la describe y retrata en su palabra. La
bautiza y la pinta como el pequeño rebaño que ama a Cristo y guarda su palabra
(así es como reconocemos y notamos este amor). “Mi palabra debe estar ahí”,
dice él, “y ser guardada o retenida; de lo contrario, no logrará nada”. La palabra,
que se llama palabra de Cristo, debe ser la regla y la prueba por la que
conocemos y encontramos a la iglesia y según la cual se orienta. Sin embargo,
debe haber una cierta regla y límite de lo que la iglesia debe hablar y hacer.
No es correcto que cada uno hable y haga lo que quiera, y luego afirmar que la iglesia
habla y hace eso desde el Espíritu Santo.
53. Por eso
Cristo ata a la iglesia a su palabra y hace que esta sea la señal por la que se
ha de probar y descubrir: si tiene, enseña y predica esto y hace todo según
ella por amor a Cristo. Donde encuentres eso, ahí habrás descubierto
verdaderamente a la iglesia, y estarás obligado a obedecerla. Ciertamente debes
concluir que Dios habita en ella y habla y obra por medio de ella.
54. También
San Pedro da esta regla (como oímos antes en su Epístola) cuando dice: “Quien
hable, que lo haga como palabra de Dios. Quien tenga un oficio, que lo haga
como con la capacidad y la fuerza que Dios le da”. Es decir, quien quiera
hablar en esta casa y hacer, producir, mandar o dar, debe pensar que hace y
habla la palabra y la obra de Dios; de lo contrario, debe aplazar su hacer y
hablar y solo hablar y gobernar en su casa o principado. Fuera de esta casa, el
mundo tiene sus propias palabras y obras, cada señor, emperador, príncipe y
jefe de familia en su gobierno y asuntos, donde se ordena de tal manera (si se
gobierna correctamente) que todo sucede según la voluntad y la mente del señor
de la casa o país. Aunque los sirvientes de la casa o de la corte sean, por
otra parte, malvados villanos, sin embargo, es y sigue siendo el orden y los
asuntos del señor, y se hace lo que él dice y manda. Sin embargo, en esta casa
en la que Dios es Señor y Príncipe, también quiere hablar y actuar solo, de
modo que no se ordena nada más que su palabra y su obra, que suceden por la
fuerza de su mandato. Todos pueden depender de esto con certeza, consolarse y confiar
en ello.
55. Esta es
una hermosa promesa sobre la gloria sobreabundante de los cristianos, a saber,
que Dios se compromete tan profundamente con ellos y está tan cerca de ellos
que no quiere mostrarse y ser visto y oído en ningún otro lugar que en ellos y
a través de sus palabras y obras, bocas y manos. Por eso hace una gran
distinción entre ellos y todas las demás personas, de modo que cada cristiano
individual (por muy ordinario que sea) es un hombre muy diferente y es honrado
ante Dios más que todos los reyes, emperadores, príncipes y todo el mundo
junto, ya que el mundo no tiene ni sabe nada de esta gloria y honor. Moisés
dice: “¿Dónde hay una nación tan gloriosa que tenga sus dioses tan cerca como
lo está el Señor, nuestro Dios, cada vez que lo invocamos?”
(Deuteronomio 4:7). Por este punto, en efecto, debemos favorecer la palabra del
evangelio, ser reconfortados y audaces, aferrarnos a ella y dejar atrás todo lo
que hay en el mundo por ella.
56. Sin
embargo, debemos saber también, como he dicho, que entre los cristianos de la
tierra esto permanece todavía en la palabra y en la fe, bajo su debilidad, por
lo que ciertamente necesitan clamar a Dios y orar por la ayuda y la fuerza del
Espíritu Santo. El cristiano ciertamente ha comenzado a ser y a llamarse la
morada de Dios, en la que Dios gobierna, habla y obra, pero esto aún no está
terminado. Es un edificio o casa en la que Dios aún trabaja y amuebla
diariamente, hasta que esté completamente preparada y terminada en el Día Postrero.
Por eso Cristo no dice: “Encontraremos una morada hecha en él”, sino “Haremos [nuestra
morada] en él”.
57. Él trae
consigo todo tipo de material espiritual necesario para construir, armar y
preparar esta morada, es decir, los dones del Espíritu Santo junto con la palabra.
Aunque todavía no está completamente terminada, están presentes la gracia y el
amor, por los cuales es aceptada por Dios y es llamada y es su casa. Siempre se
está preparando mediante el uso de la palabra y a través del Espíritu Santo, y
aumenta y se fortalece en entendimiento, sabiduría, fe, dones y virtudes.
Además, lo que todavía está nudoso y deforme en ellos debido al antiguo
nacimiento es cortado y se le da muerte por medio de la cruz, la prueba y el
sufrimiento, y siempre está actuando en los comienzos de la gracia y de la obra
del Espíritu Santo.
58. Por
eso, nadie debe ofenderse de otro ni desesperarse de sí mismo cuando ve o
incluso todavía siente mucha debilidad pecaminosa, provocación y deseos de
incredulidad, impaciencia, etc., aunque a veces se equivoque y tropiece (como
San Pedro, que negó a Cristo), como si por eso Dios se apartara de él y lo
desechara como un instrumento inútil. Por el contrario, debe levantarse de
nuevo mediante el arrepentimiento y la fe en la palabra y consolarse de que está
en el reino de la gracia de Cristo, que es mucho más poderoso que el pecado
(Romanos 5:20). El Espíritu Santo se da de tal manera que no solo es un don y
un regalo que da valor y fuerza, sino también uno que consuela en la debilidad
y lo convierte en la morada de Dios, donde el amor de Dios siempre permanece,
por lo que esta debilidad se cubre y no se imputa.
59. Así
pues, en el reino de Cristo se derrama el Espíritu de gracia y de oración (como
dice el profeta Zacarías, capítulo 12:10, con hermosas palabras). Este es el
Espíritu Santo que habita en el corazón de los creyentes junto con el Padre y
el Hijo, habla y actúa a través de ellos, y les da consuelo y victoria para
mantenerse firmes contra el pecado, la muerte y el poder del diablo. Sin
embargo, él no hace esto a través de una demostración obvia y poderosa de gran
poder y fuerza, sino que, debido a que todavía sienten su pecado e indignidad, él
los lleva y los cubre y los conforta con la gracia y el perdón en Cristo. Como
sienten una gran debilidad en este conflicto, son impulsados por él a la
oración, es decir, a pedir ayuda y fortaleza, y a través de esa llamada y clamor
el Espíritu vence en ellos. San Pablo dice estas dos cosas sobre el Espíritu
Santo: “El Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios”
(Romanos 8:16) y “El Espíritu ayuda a nuestra debilidad e intercede por
nosotros con suspiros inexpresables” (Romanos 8:26).
60. Incluso
los grandes santos sienten y se lamentan aquí de no tener suficiente consuelo, gozo
y fuerza. También ellos deben consolarse en la gracia y sostenerse mediante la
oración y la invocación. Por ejemplo, San Pablo se lamenta en muchos lugares de
su debilidad. Dice especialmente que el mensajero de Satanás le clavó una
espina en la carne, que le traspasaba y le torturaba de modo que no podía
sentir la fuerza y el poder del Espíritu. Tres veces imploró ansiosamente a
Dios que se la quitara. Pero, dice, se le dijo: “Quédate satisfecho con mi
gracia” (2 Corintios 12:7-9). Su llamado y su oración fueron ciertamente
escuchados, aunque la debilidad no le fue quitada. Sin embargo, el Espíritu de
gracia estaba en él, consolándolo y preservándolo en esta lucha para que no se
hundiera bajo ella. También se le dijo: “Mi poder es poderoso, o vence, en los
débiles”.
“Pero quien no me ama no guarda mis
palabras”.
61. Ahí
tienes un veredicto breve y claro. Quien quiera ser y permanecer como cristiano
debe amar, y esto significa, o bien guardar alegremente y de buen grado su palabra,
o bien omitirla por completo; o bien tener deseo y amor por Cristo, o carecer
por completo de él. Quien quiera seguir buscando sus propias cosas de Cristo, y
no lo considere tan precioso que pueda y quiera abandonar por él su propio
honor, reputación, justicia y todo, no sirve para nada en su reino. Por lo
tanto, no todos tienen el don de ser cristianos, aunque se jacten de él.
Incluso San Pablo dice: “No todos tienen fe”, porque no han conocido ni probado
su gracia y amor. Por eso no pueden amarlo ni aferrarse a su palabra, como para
arriesgar o dejar algo por ello.
62. De este
veredicto se desprende ahora lo contrario de todo lo que ha dicho hasta ahora.
Se interrumpe bruscamente, pero les hace comprender la consecuencia que va
unida a esto, a saber, que quien no guarda su palabra seguramente no cree en él,
no se atreve a presumir de ningún amor de Dios, está ya separado del reino de
la gracia y queda bajo la ira y el juicio eternos. Como dice Juan 3:36: “El que
no cree en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él”.
63. Además,
estas personas tienen la desventaja de que no pueden ser la morada de Dios, el
Espíritu Santo no está con ellos, y son indignos de la gracia de que Dios debe
hablar u obrar a través de ellos. Porque ellos desprecian su palabra, él también
los desprecia. Así que se le permite al diablo obrar en ellos según su voluntad
para que no puedan pensar ni hacer nada piadoso. Son, como dice San Pablo en Tito
1:16: “incapaces de cualquier obra buena”; en cambio, no causan más que daños y
desgracias en la cristiandad. Y no se les ayuda, por mucho que pretendan y
tengan de gran santidad, culto, buenas obras, etc., imaginando que son los más
queridos y cercanos a Dios.
Aunque por
lo demás están admirable y altamente dotados de sabiduría, entendimiento, etc.,
no tienen la gracia de hacer o producir nada bueno que sea agradable a Dios o
tenga su bendición. Aunque emprendan muchas obras buenas, predicando, orando y
cosas semejantes, todo ello se corrompe, como dice el Salmo 109:7: “Que sus
oraciones se conviertan en pecados”, etc. Pero, en cambio, para los que están
en el reino de Cristo y le aman, incluso lo que es pecaminoso y débil en ellos
debe ser bueno, y todo servirá para su bien y mejora. De nuevo el Salmo 37:24
dice: “Si el justo cae, no será arrojado, porque el Señor lo sostiene con su
mano”.
64. Entre
los judíos de aquella época, tales desdichados eran entonces el grupo más
distinguido. Se les consideraba los más santos y sabios y querían ser el pueblo
de Dios más que todos los demás. Después, en la iglesia, los herejes, las
sectas y los falsos hermanos decían tener una gran espiritualidad y amor por la
verdad y la santidad, y sin embargo, a través de ellos
el diablo solo introdujo la miseria y la ruina.
Toda la
secta de nuestro papado es ahora similar, y, sin embargo, mucho peor. No solo
desprecian deliberadamente la palabra de Dios por completo, sino que además, sin ninguna razón, la persiguen y no toleran que
sea predicada ni escuchada. Estas personas están totalmente poseídas por el
diablo; ni Dios, ni Cristo, ni el Espíritu Santo pueden habitar en ellas. Viven
públicamente de tal manera que no son más que vicios y manchas en la
cristiandad (como los llama la Epístola de Judas 13; 2 Pe. 2:13). Sin embargo,
quieren usar la violencia y gritar más fuerte que el pueblo, usando el nombre y
la reputación de la iglesia.
65. Sin
embargo, no son la iglesia de Cristo, y esto no necesita más pruebas, pues de
estas palabras de Cristo la conclusión es suficientemente clara. Quien no lo
ama no guarda su palabra. Pero quien no guarda su palabra tampoco es miembro de
su iglesia y no tiene parte en su reino, como se ha dicho. Sus propios hechos,
en los que continúan hasta el día de hoy, testifican y claman públicamente
contra ellos en el cielo que no guardan la palabra de Cristo ni aman a Cristo.
Están tan endurecidos que no lanzan ni un suspiro de arrepentimiento cristiano
por el error y la abominación que conocen y de la que están condenados y con la
que han llevado a tantas almas a la condenación. Ni siquiera con el menor
pensamiento se interesan en que la palabra de Dios se predique correctamente en
el futuro y se ayude a las pobres almas. Más bien, luchan contra esto por todos
los medios posibles y preferirían ver al país y a su gente, incluso al mundo
entero, en un baño de sangre antes que arrepentirse y enmendar
aunque sea un solo error o abuso. Ahora hay que ver más allá cómo están
completamente entregados al diablo y cómo la ira de Dios finalmente vendrá
sobre ellos.
66. Así,
los cristianos se separan por esto de todas las demás personas de la tierra, no
por alguna costumbre u obra externa, que también pueden tener todos los no
cristianos e hipócritas, sino solo según lo que se llama “amar a Cristo y
guardar su palabra”, en lo que se muestra y aparece la fe y el amor a Cristo.
Los otros no hacen esto, ni quieren hacerlo, y por eso se separan y se cortan.
Como se dijo, eso no puede permanecer secreto y oculto, sino que debe mostrarse
tanto en los hechos como en las obras. Por eso no se trata simplemente de oír o
conocer la palabra, sino de guardarla, es decir, de dar testimonio con hechos y
confesión pública ante todo el mundo y persistir en ella. También debemos
dejarlo todo por ella. Quien haga o deje de hacer esto, ciertamente tendrá que
ser visto y oído.
67. A
partir de esto es fácil entender por qué Cristo al principio dijo que quería
revelarse no al mundo, sino solo a los que le aman. El mundo no puede hacerlo y
no quiere a Cristo en la forma en que él se muestra, en la cruz y en una forma
ofensiva, no trayendo lo que ellos desean: el poder, el honor, las riquezas, la
gloria y la alabanza por su propia sabiduría y santidad, etc. El mundo está
completamente hundido y ahogado en sus propios deseos y amor por los bienes
terrenales. Si no ve y encuentra tales cosas, entonces no entiende, ve ni
conoce nada más, y cesan su deseo y su amor, su esperanza y su consuelo;
además, no puede tener el deseo de estar en peligro de que le roben tales
bienes. Pero especialmente no puede tolerar que su alabanza y gloria por los
altos dones, su sabiduría, virtud y santidad, le sean arrebatados y se
conviertan en pecado y vergüenza ante Dios.
68. Por
tanto, el reino de Cristo debe permanecer oculto al mundo, el evangelio
cubierto, y sus corazones cegados por el diablo, para que no reconozcan ni a
Cristo ni al Padre. Él no puede hacer lugar o morada en ellos, no sea que
experimenten algún consuelo, ventaja o fuerza de su palabra y obra. Así, el evangelio
y el conocimiento de Cristo siguen siendo ciertamente una revelación y, como lo
llama San Pablo, un “misterio”, algo oculto y secreto; no es que no haya sido
predicado públicamente ante todo el mundo y sacado claramente a la luz, sino
que el mundo lo desprecia y lo considera una necedad y una ofensa en
comparación con su sabiduría. Solo lo creen unas pocas personas sencillas, que
no se ofenden ante la desagradable imagen de la cruz de Cristo. A través de esa
fe aprenden y experimentan el consuelo, la fuerza, la victoria, la vida y la
salvación que se esconden bajo ella. Los demás son indignos de conocer este
tesoro y ni siquiera quieren tener cosas mejores. Es tal como dice Cristo: “Te
alabo, Padre, porque has ocultado estas cosas de los sabios y entendidos y se
las has revelado a los niños” (Mateo 11:25).
“Y la Palabra que oyen no es mía, sino de
mi Padre que me ha enviado”.
69. Puedes
ver que está hablando de la palabra oral, predicada, que escuchan de él, y hace
que esa sea tan grande que quien la desprecia y no la guarda no ha despreciado
al hombre que la habla, sino a la Majestad divina. A su vez, consuela a los que
guardan esta palabra para que tengan la certeza de que están haciendo la
voluntad y el propósito de Dios Padre. No quiere detenerse en sí mismo, sino
que, como se dijo, quiere elevarnos al Padre por medio de él, como hace en
todas partes en el Evangelio de Juan. Lo hace contra las grandes y peligrosas
tentaciones de las que el diablo es maestro, en las que trabaja en los
corazones justos y temerosos de Dios para separar y dividir a Dios y a Cristo el
uno del otro, de modo que, aunque escuchemos la palabra de Cristo, también
presumamos de investigar la voluntad y el corazón de Dios con nuestros
pensamientos al margen de Cristo.
70. El
diablo todavía puede tolerar que nos aferremos solo al hombre Cristo y no
vayamos más allá; incluso puede permitir que se hable y se oiga que Cristo es
el verdadero Dios. Pero prohíbe que el corazón combine a Cristo y al Padre de
manera tan estrecha e inseparable que concluya con certeza que su palabra y la
del Padre son completamente una misma palabra, corazón y voluntad, pues así los
corazones insensatos pensarán: “Sí, ciertamente oigo que Cristo habla palabras
amables de consuelo a las conciencias angustiadas, pero ¿quién sabe cuál es mi
estado con Dios en el cielo?” Eso no es un solo Dios y Cristo, sino que es
hacer para uno mismo un Cristo y un Dios diferentes. Es faltar al Dios
verdadero, que nunca se encuentra ni se capta sino en este Cristo. Sobre esto
le dijo a Felipe “El que me ve a mí, ve también al Padre” (Juan 14:9).
Y también
dice: “Mi enseñanza no es mía, sino de quien me ha enviado” (Juan 7:16). Eso es
lo mismo que dice aquí: “Lo que oyen de mí es ciertamente la palabra y la
voluntad de mi Padre. No es necesario que lo investiguen más ni que se
preocupen de que Dios esté enojado con ustedes o piense mal de ustedes. Más
bien, deben estar seguros de que él es bondadoso y amigable con ustedes. Me ha
enviado desde el cielo para declarárselo”.
71. Por lo
tanto, ponte en guardia contra otros pensamientos o ideas que te hagan dudar de
esto o que te dirijan a buscar una revelación diferente de la voluntad divina
respecto a ti, aparte de este Cristo. Seguramente te extraviarás, o incluso te
encontrarás con el daño y la destrucción, cuando investigues la majestad
desnuda o te dejes engañar por el demonio, que promueve su propio engaño e
ilusión en lugar de Dios. Incluso sabe hacerse pasar por la majestad en lugar
de Dios, como hizo con Cristo, que debía adorarle y obedecerle. Si no puede
hacer otra cosa, confunde a la gente con toda clase de pensamientos e imágenes
incoherentes que sugiere para arrancar el corazón de este Cristo. Contra esto,
el cristiano debe estar preparado y ser sabio, de modo que aprenda a sujetar y
atar su corazón y sus pensamientos solo a la palabra de Cristo, de modo que no
quiera conocer ni oír hablar de ningún Dios aparte de él, como he dicho muchas
veces en otros lugares.
LA SEGUNDA PARTE DEL EVANGELIO
“Les he hablado de estas cosas mientras
estaba con ustedes. Pero el Consolador, el Espíritu Santo, que mi Padre enviará
en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que les he
dicho.”
72. Estas
son ahora simplemente palabras de despedida que Cristo está dando a sus
discípulos al final de su sermón y consuelo, porque quiere separarse de ellos.
Así que se despide y les señala un futuro consuelo cuando se les dé el Espíritu
Santo, que les enseñará a entender todas las cosas y a experimentar realmente
este consuelo. Es como si dijera: “Hasta ahora he estado con ustedes y he hecho
por ustedes lo que podía y debía hacer. Les he dado mi palabra a la que deben
aferrarse cuando me aleje de ustedes, y les he consolado oralmente”. Es cierto
que el consuelo de las palabras que dije es muy grande y elevado, pero como
todavía estoy con ustedes, esas palabras no llegan a su corazón para que puedan
sentir su dulzura y su poder. Queda solo la palabra que les hablo y no es más
que hablada y escuchada.
73. “Sin
embargo, si ha de permanecer no solo en mis palabras y en mi hablar, sino
también en su sentimiento y experiencia, no un mero sonido o tono vacío, sino
un consuelo vivo en su corazón, esto no sucede mientras estoy con ustedes, pues
todavía tienen solo el consuelo corporal y carnal de mi presencia. Por eso es
necesario alejarme de ustedes, para que este consuelo pueda obrar en ustedes y
el Espíritu Santo se lo enseñe. Cuando me hayan perdido y se queden solos en el
peligro, la necesidad y la ansiedad, solo entonces se darán cuenta de que
necesitan consuelo, y entonces suspirarán por él. Entonces el Espíritu Santo
encontrará que son alumnos verdaderamente aptos para aprender y les ayudará y
recordará a captar y anotar lo que he dicho. Así entenderán y sentirán el
consuelo y el poder en su corazón que yo y el Padre les revelamos y así moramos
en ustedes, para que otros aprendan este consuelo a través de sus palabras”.
74. Observa
bien este texto. Cristo aquí ata al Espíritu Santo a su boca y le pone el borde
y el límite de que no debe ir más allá de su palabra. “Todo lo que ha salido de
mi boca, eso debe recordarlo y contarlo a los demás por medio de ustedes”. Así
muestra que en el futuro no se enseñará nada más a través del Espíritu Santo en
la cristiandad, excepto lo que los apóstoles oyeron (pero no entendieron todavía)
de Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó y recordó. Así que siempre sale
de la boca de Cristo de una boca a otra, y sin embargo sigue siendo la boca de
Cristo. El Espíritu Santo es el maestro de escuela que nos enseña y nos
recuerda estas cosas.
75. En
segundo lugar, también señala aquí que esta palabra debe preceder o ser hablada
primero, y luego el Espíritu Santo actúa a través de ella. No debemos darle la
vuelta y soñar con un Espíritu Santo que actúe sin la palabra y antes de la palabra;
más bien, viene con y a través de la palabra y no va más allá de hasta donde llega la palabra.
76. En tercer
lugar, el ejemplo de los apóstoles enseña cómo Cristo gobierna a su iglesia en
su debilidad. En los cristianos, el Espíritu Santo no puede ser siempre, o tan
pronto como han escuchado la palabra, tan fuerte y poderoso como para creerlo
todo, entenderlo correctamente y captarlo todo. Entre nosotros hay una gran
diferencia entre oír la palabra y sentir en ella el poder y la acción del
Espíritu Santo. Aunque los apóstoles hayan llegado tan lejos y el Espíritu
Santo haya trabajado tanto en ellos, de modo que oyeran con gusto la palabra de
Cristo y hayan empezado a creerla, sin embargo, esta predicación del consuelo
no entra en ellos hasta que el Espíritu Santo se lo enseñe después de la
partida de Cristo.
77. Así sucede
todavía. Ciertamente escuchamos la palabra de Dios, que es en realidad la
predicación del Espíritu Santo, que está siempre presente con ella, pero no
siempre toca el corazón de inmediato y no siempre se cree de inmediato. Incluso
en aquellos que, movidos por el Espíritu Santo, la aceptan y la escuchan con
gusto, sin embargo no produce fruto enseguida. Uno
puede pasar mucho tiempo sin sentirse en absoluto mejorado o reconfortado y
fortalecido por ella, sobre todo si todavía no hay ansiedad y peligro, sino paz
y descanso (como ocurría en aquel tiempo con los apóstoles antes de que Cristo
se alejara de ellos), cuando la gente no piensa más que en conservar esa
comodidad física. Por eso, en la necesidad y el peligro debemos mirar a nuestro
alrededor y suspirar por este consuelo. Entonces el Espíritu Santo puede
desempeñar su oficio y su poder, que es enseñar y recordar al corazón la palabra
predicada.
78. Por
eso, siempre es bueno y beneficioso escuchar la palabra y ocuparse de ella,
aunque no siempre impacte en el corazón. Sin embargo, en la hora y el momento
adecuados, cuando la necesitamos, nuestro corazón se acuerda de lo que ha oído,
empieza a comprenderlo correctamente y a sentir su poder y su consuelo. Del
mismo modo, las brasas que han estado bajo las cenizas durante un tiempo
volverán a prender y a arder si alguien las agita y sopla. Así que no debemos
considerar la palabra como impotente o predicada en vano, ni buscar otra
diferente, aunque no se encuentre su fruto inmediatamente.
79. No vale
la pena responder cuando los papistas recurren a las palabras “Él les enseñará
todas las cosas”, etc., para apoyar su inútil invención, cacareando que Cristo
no enseñó a los apóstoles todo lo que debían saber, sino que dejó y reservó
mucho para que el Espíritu Santo les enseñara. Tal cotorreo es refutado y
destruido por el propio texto, que dice clara y abiertamente: “El Espíritu
Santo les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que les he dicho”.
De la misma manera, antes les había señalado en todas partes solo su palabra,
como dice: “El que me ama, guardará mi palabra”. Del mismo modo también dice
sobre el Espíritu Santo: “No hablará de sí mismo, sino que tomará de lo mío y se
lo anunciará” (Juan 16:13-14).
80. Sin
embargo, es pecado y vergüenza escuchar y tolerar tales afirmaciones en la
cristiandad: que el Espíritu Santo enseñará (no diré “algo contradictorio”)
como lo hace el Papa con las abiertas abominaciones de su doctrina. Enfatiza
mucho los méritos de nuestras propias obras, el sacrificio de la misa, la
prohibición del cáliz así como del matrimonio, la
invocación de los santos muertos, las mentiras sobre el purgatorio, y su poder
inventado, que el verdadero Anticristo enseña directamente contra Cristo. Pero
es pecado y vergüenza oír que enseñe algo diferente y mejor de lo que enseñó
Cristo, el Hijo de Dios, que es él mismo el Predicador enviado del cielo; o que
se suponga que ha dejado algo más allá y más necesario, que debe ser revelado y
enseñado por separado por los concilios. Los concilios han tratado muy poca
doctrina, a excepción de los primeros concilios que conservaron de la Escritura
el único artículo sobre la deidad de Cristo y del Espíritu Santo contra los
herejes, sino solo ordenanzas y preceptos humanos, para los cuales no había
necesidad alguna ni de prometer ni de dar el Espíritu Santo. Él tiene cosas
mucho más elevadas que enseñar y revelar, sobre las que los concilios humanos
no pueden ordenar ni prescribir nada, como por ejemplo cómo escapar de la ira
de Dios, vencer el pecado y la muerte, y pisotear al diablo. Sobre todas estas
cosas, Cristo enseña y dice que quien quiera llegar a él debe guardar sus
palabras.
81.
Deberíamos condenar y maldecir estas glosas vergonzosas y corruptas de los
papistas como veneno del diablo y mentiras solo por esta razón (si no hubiera
que reprocharles otra cosa): arrancan los corazones de la palabra de Cristo. Si
pensamos que Cristo no lo ha enseñado todo, etc., entonces los ojos y los oídos
se abren de inmediato para mirar otras cosas y pensar: “¡Todavía debe quedar
algo grande, que no fue enseñado por Cristo, pero que el Espíritu Santo debe
enseñar todavía! Si pudiera escuchar y conocer eso, ¡entonces sí que me
salvaría!”.
82. De ahí
viene el daño y el abuso de que la gente no preste atención a la palabra de
Cristo, sino que acepte cualquier cosa nueva que se alegue sea algo precioso y
necesario para la salvación. Sin embargo, Cristo, para evitar esto y
advertirnos contra todo lo que no es su palabra, como contra el veneno del
diablo, no solo ata al Espíritu Santo a su boca, para que no enseñe nada más
que su palabra, sino que también él mismo apela con su predicación al mandato
del Padre, diciendo que no es suya, sino la del Padre. Entonces, ¿de qué se van
a jactar todavía los concilios, que no pueden producir ningún testimonio o
mandato para su actividad cuando enseñan u ordenan algo nuevo? Más bien, solo
los apóstoles tienen el testimonio de Cristo y del Espíritu Santo de que no
enseñan otra cosa que la palabra de Cristo, como ellos mismos testifican. Los
concilios y todas las personas están obligados a quedarse con esto y a
demostrar que lo que dicen es la misma doctrina.
“La paz les dejo; mi paz les doy. No se la
doy como la da el mundo”.
83. Es un “buenas
noches” amistoso. Cristo quiso hablar muy dulcemente con sus discípulos, y pudo
hacerlo. “Bien, debo irme”, dice, “y no puedo hablar más con ustedes. Por lo
tanto, les digo ‘buenas noches’, y que les vaya bien. No deseo ni les doy más
que la paz, es decir, que les vaya bien”. Según el idioma hebreo, “paz” no
significa otra cosa que darles y dejarles todo lo bueno. “Esta será mi partida
y despedida, que dejaré con ustedes. No tendrán ningún daño ni carencia por mi
partida. Les compensaré abundantemente por ella. Más bien por ella tendrán de mí
lo mejor que puedan desear: la paz y el bien de que tienen un Dios bondadoso en
mi Padre, que les ama con un amor y un corazón
paternales. En mí tienen un Salvador bueno y fiel que hará todo el bien por ustedes
y no les abandonará en ninguna necesidad, sino que les protegerá y ayudará
contra el diablo, el mundo y todo mal. Además, les daré el Espíritu Santo, que
gobernará sus corazones para que tengan verdadero consuelo, paz y alegría en mí”.
84. Esto es
lo que significan las palabras “Mi paz les doy y se la dejo, no como la da el
mundo”. El mundo no puede dar tal paz y bondad, ya que toda su paz y bondad no
solo es transitoria, sino que fluctúa y cambia cada hora. El mundo basa la paz
y la comodidad solo en el dinero y los bienes temporales, el poder, el honor,
la amistad humana, etc.; cuando eso se acaba, entonces se acaban la paz, el
corazón y el valor. Aunque estuviera en su poder dar y conservar todo eso,
todavía no tiene, ni puede tener, la única paz que es verdadera y eterna, que
el corazón tenga una buena posición con Dios y esté seguro de su gracia y de la
vida eterna.
85. Sin
embargo, como esta no es la paz del mundo, se le vuelve a imponer la santa
cruz. En lenguaje llano, es decir, según la razón y nuestros sentimientos, no
se llama “paz”, sino “hostilidad, ansiedad, espanto, miedo y temor”, como dice
en otro lugar: “En el mundo tendrán angustia. Pero consuélense: yo he vencido
al mundo”; eso debe ser su paz. Por lo tanto, no tienen derecho a pensar y
esperar que en el mundo tendrán su reino y poder y días buenos, o que la gente
aceptará su predicación, porque no proclaman ni traen lo que busca y le gusta.
Solo manténganse firmes en mi palabra y tendrán paz contra el diablo y el
mundo. Ellos no les quitarán esa paz con su hostilidad.
86. Cristo
ha preservado y protegido a su iglesia para que sea llamada “paz”, aunque esta
paz esté metida en medio de espinas y zarzas, es decir, de aflicción y prueba,
en la que tanto el diablo como el mundo te arañan y te pican, te atormentan y
te afligen por causa de la palabra y la confesión de Cristo. Así como la palabra
es un mensaje de gracia, amor y paz de Dios y de Cristo hacia nosotros, la palabra
es aquí en el mundo un mensaje de ira y hostilidad. Por eso, esta paz debe
permanecer siempre en la fe. Cuando a través de las sugerencias del diablo el
corazón se siente oprimido, ansioso e incluso asustado como para huir de Dios,
que se encierre en esta palabra de Cristo y se guarde, diciendo: “Sin embargo,
sé que tengo la promesa de Dios y el testimonio del Espíritu Santo de que él
quiere ser mi querido Padre y no está enojado conmigo, sino que me concede la
paz y todo el bien por medio de su Hijo, Cristo. Si lo tengo a él como mi
Amigo, entonces que el diablo y el mundo se enojen y se enfurezcan con su
hostilidad, mientras no quieran reírse”.
“No dejen que sus corazones se asusten, y
no tengan miedo”.
87. Esa es
la propia voz verdadera y amable del Salvador fiel. Con gusto escribiría en el
corazón de sus cristianos que no deben tener y esperar de él más que paz y todo
bien. Él sabe ciertamente lo difícil que es mantener esta paz y este consuelo
en el corazón y cómo el diablo lo impide. Incluso si una persona es audaz y puede
despreciar y vencer la ira y la enemistad de todo el mundo, el diablo todavía
lo empuja al miedo y al temor de Dios. Pues bien, Cristo sabe ciertamente que
la carne y la sangre se asustan naturalmente y que nadie puede reír cuando las
cosas le van mal, cuando le quitan todo lo que tiene o lo entregan al verdugo.
Mucho menos cuando el demonio pone el corazón tímido justo entre sus espuelas y
lo atormenta, de modo que apenas puede recuperar el aliento por la angustia.
88. “Pero oigan
bien”, quiere decir, “lo que les digo de parte de mi Padre, a saber, que su
intención no es asustarlos, y no deben inquietarse por ninguna hostilidad o
susto. Más bien, deben saber qué es lo que quiere asustarles, y eso no es otra
cosa que el espíritu mentiroso, el diablo, que bajo el nombre y la forma de
Dios quiere cegar y engañar a los corazones justos. En público no hace nada
como el diablo, pues sabe que si se le reconoce ya ha perdido. Por lo tanto, no
se dejen arrebatar el corazón, sino sean tanto más fuertes y
más resistentes contra él por amor y obediencia al Padre y a mí, para
desafiar y molestar al diablo y al mundo”.
89. Quien puede
creer estas palabras y considerarlas como palabras del Señor Cristo, estaría
también confiado y despreciaría alegremente lo que todo el infierno puede hacer
para asustarlo. ¿De quién tendría que tener miedo, si
sabe que Cristo, y Dios por medio de él, junto con el Espíritu Santo, le
conceden la gracia y la paz y le dicen y ordenan que esté alegre y no se
asuste? Pero ahí está el problema: somos tan débiles para creer a Cristo, y
cuando nuestra carne y sangre sienten su indignidad, creen más al demonio con
su falso susto que a la verdadera y bondadosa palabra, en la que, si solo
empezamos a creer en Cristo, Dios proclama el perdón de los pecados y toda la
salvación.
“Han oído que les he dicho: ‘Me voy y
volveré a ustedes’. Si me amaran, se alegrarían de que les diga: ‘Me voy al
Padre’, porque el Padre es más grande que yo”.
90. Todo
ello responde a su deseo de consolarlos y fortalecerlos abundantemente por su
partida. Por eso habla muy despectivamente cuando dice: “Si me amaran”, etc.
Sin embargo, su intención es sumamente amistosa, como la de un amigo querido
que habla con otro. “Les he dicho esto”, dice, “y es verdad que debo alejarme
de ustedes. No les gusta oír esto, porque saben que mientras estoy con ustedes,
tienen pura alegría de mí. Sin embargo, mis queridos discípulos, si han
escuchado un mensaje, escuchen también el otro y acepten lo que les digo: que
volveré a ustedes con mejor y mayor consuelo y alegría que la que han tenido de
mí hasta ahora.
91. “Sí, si
me amaran de verdad (como creen que lo hacen), se alegrarían de que ahora me
aleje de ustedes, pues en verdad es lo mejor para ustedes, y ustedes y yo
deberíamos alegrarnos de corazón por ello y ser reacios a cualquier otra cosa.
No es el tipo de alejamiento en el que me perderían o que me perjudicara a mí ni
a ustedes. Más bien, sucede solo por su bien, para que puedan llegar a mi
gloria en el reino de mi Padre y convertirme en un poderoso Señor que se sienta
a la diestra del Padre sobre todo lo que hay en el cielo y en la tierra, donde
puedo protegerles y ayudarles contra todo lo que les ataca. Ahora en la tierra,
en mi bajeza y pequeñez, donde he sido enviado a sufrir y morir, no puedo hacer
esto”.
92. Cuando
dice: “El Padre es mayor que yo”, no está hablando de la esencia personal y
divina, propia o del Padre. (Los arrianos corrompen falsamente este texto y no
quieren ver de qué está hablando Cristo ni por qué dice esto). Más bien está
hablando de la distinción entre el reino que va a tener con su Padre y su
servicio o la forma servil en la que estaba antes de su resurrección. “Ahora
soy pequeño”, quiere decir, “en mi oficio de servicio y forma servil”, como
dice en otra parte: “El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a
servir y a dar su vida en rescate por muchos”. Esto es lo que significa hacerse
pequeño y, como dice San Pablo, humillarse o someterse a todo y dejar que el
pecado, la muerte, el diablo y el mundo pasen por encima de él. “Esta es la ‘ida’
con la que me alejo de ustedes, pero no se quedará en esa pequeñez, pues eso no
llegaría a nada. Más bien, será solo una transición, el camino y el medio a
través del cual llego al Padre. Allí ya no seré pequeño, sino que llegaré a ser
tan grande y omnipotente como él y gobernaré y reinaré con él eternamente”.
93. Este es
el sentido simple y llano de este texto, como lo prueba el hecho de que está
hablando aquí propiamente de lo que llama “ir al Padre”, que no es un cambio en
su persona o esencia. De acuerdo con esa propiedad, no se dice que él vaya al
Padre o que se vaya y se separe del Padre, pues es y permanece sin principio ni
fin en la eternidad con el Padre en una sola esencia divina y no necesita ir
más arriba o hacerse más grande que eso. Más bien, se refiere al cambio de
oficio de su estado servil o de servicio a su gloria y gobierno eterno.
94. Por lo
tanto, este “ir” y “la grandeza del Padre” no es otra cosa que glorificar a
Cristo en cuanto a lo que es y quien es, no lo que él (en su persona) debería
llegar a ser o podría ser, pues eso es lo que ya era desde la eternidad. Sin
embargo, aún no había sido revelado y no podía ser conocido, porque estaba en
el oficio servil, sufriente y mortal. Por tanto, el Padre era mayor que él, no
según la esencia de las dos personas, de modo que él es el Padre y Cristo es el
Hijo, sino según el gobierno y la gloria. En las escuelas se dice: Non actu primo, sed secundo, etc.
95. “Por lo
tanto”, dice, “es preferible que me despoje de este pequeño y humilde estado y
de esta forma o figura de siervo y pase al estado de gobierno de mi dominio,
que es el estado del Padre; de allí, en la eternidad, he venido. Este estado
actual, que asumí por mi encarnación de la Virgen, no permite otra cosa que
sufrir y ser sometido. Allí, sin embargo, tendré todo sometido a mí y bajo mis
pies”.
96. Esto se
dice no solo a los discípulos, sino también a todos los cristianos. Como les sucedió
a los apóstoles, así ocurre siempre en la cristiandad: se sienten asustados y
angustiados, sin consuelo ni ayuda. Esto es lo que significó para los apóstoles
la “ida” de Cristo. Tal ida, obviamente, causa dolor y debe causar dolor; los
propios apóstoles cayeron en tal desesperación por ello que todos negaron a
Cristo y se dispersaron. Esta es la dura hora del dolor, cuando la risa y la
alegría escasean, y no hay más que miseria y peligro. “Aquí”, dice Cristo, “debemos
alegrarnos y aceptarlo”. Sí, ¡si alguien pudiera hacer eso! La carne y la
sangre ciertamente no pueden hacerlo, como el mismo San Pablo confiesa que
según la carne “no tenía descanso”, aunque estaba alegre en espíritu y fe y se
jactaba de su aflicción y debilidad. El mismo Cristo dice al respecto “El
espíritu está dispuesto, pero la carne es débil”. No puede actuar ni pensar de
forma diferente a como se siente; no quiere sentirse oprimido y afligido;
quiere liberarse de ello.
97. Ahora
bien, si quieres aprender la habilidad de elevarte y remontarte por encima de
tales sentimientos, entonces debes aceptar la amonestación y escuchar y
comprender las palabras que Cristo dice: “Queridos cristianos, créanme, esto no
sucede para que reciban daño, sino para su beneficio. No me voy para que sean
abandonados por mí, sino para que yo venza por medio de esta ‘ida’, y participen
de mi poder y de mi fuerza al estar sentado a la diestra del Padre, gobernando
sobre su pecado y sobre sus enemigos, el diablo, la muerte y el infierno.
Ninguno de ellos puede tocarles en lo más mínimo (a menos que yo lo quiera) y
no deben perjudicarles, sino darles provecho y beneficio.
“Por eso,
que mi palabra valga más que sus sentimientos. Si les he dicho que me alejaré
de ustedes, lo que ahora experimentarán y sentirán, entonces tampoco les
mentiré en el segundo punto sobre mi venida de nuevo. En verdad encontrarán y
experimentarán que tendrán que decir: ‘No podría haber creído que mi Señor
Cristo estaría tan cerca de mí y me ayudaría tan maravillosamente. Ahora no
quisiera que él no se haya ido de mí’.”
98. El
consuelo de la ayuda y la victoria en nuestra mayor necesidad, cuando parece
que Cristo se ha perdido por completo, es que todavía conservamos la palabra de
Cristo como una vara o tabla que no se hunde en el peligro, cuando la
inundación fluye sobre las cajas, el caballo y el carro, hasta que salimos de
nuevo. Eso es lo que significa estar alegres por la partida de Cristo, aunque
sea una alegría débil y muy secreta según la carne. Pero mientras la fe se
aferra a la palabra, es, sin embargo, alegría, hasta que la fe vence y sigue la
experiencia de que Cristo no nos ha abandonado, sino que, sentado a la diestra
del Padre, nos protege y rescata. Nadie experimenta esto si no lo pone a
prueba. Cuando el agua se le mete en la boca, como se dice, entonces debe
aprender a nadar.
“Y ahora les he dicho esto antes de que
ocurra, para que cuando ocurra, crean”.
99. Esto se
dice sobre la experiencia. “Ciertamente se lo digo ahora en la palabra, pero no
entra en absoluto y no produce nada ahora. Sin embargo, se lo digo para que, no
obstante, tengan un poco de consuelo cuando piensen en ello y recuerden que les
dije de antemano que debía suceder así. Entonces, cuando les haya rescatado de
ello, su fe se fortalecerá y podrán seguir luchando y vencer”.
“Ya no hablaré mucho con ustedes, porque
viene el príncipe de este mundo, y él no tiene nada en mí. Sin embargo, para que
el mundo sepa que amo al Padre y hago lo que el Padre me ha mandado, levántense
y vámonos de aquí”.
100. “Bien”,
dice él, “ahora es el momento de partir. Ahora va a comenzar. El diablo viene,
me atacará, y pensará que, si me tiene a mí, entonces ustedes están en un
verdadero apuro. Ha asesinado y matado a tantos, como príncipe y señor del
mundo, que piensa que puede permanecer como señor y príncipe sobre ustedes
cuando me tiene a mí entre sus espuelas e intenta derribarme. Sin embargo,
fracasará y descubrirá que yo soy alguien distinto a lo que él piensa. Él tiene
un caso y derecho contra los otros, encontrándolos en pecado y culpables de la
muerte eterna. Pero ha perdido su derecho sobre mí, y así hace recaer sobre sí
mismo el veredicto de que, junto con la muerte y el infierno, debe yacer a mis
pies y tampoco prevalecer en absoluto sobre los que son míos”.
101. Así,
en la hora de su mayor conflicto, él mismo se aferra al coraje y a la confianza
en su inocencia y en su derecho contra el diablo y la muerte, para que estos se
desgasten y pierdan tanto su derecho como su poder sobre los que creen en él, por
cuya causa se ofrece a sí mismo. Así, con su sangre y muerte se venga del
diablo por la sangre y la muerte de todos los demás. Esta sangre que clama por
venganza es una sangre mucho más preciosa que la sangre de Abel (Hebreos
12:24), que clama a Dios sobre su asesino como prototipo de esta sangre, que
diariamente clama el veredicto de condenación sobre el diablo y la muerte por
toda la sangre de sus creyentes derramada desde el principio hasta el fin del
mundo. Así, no solo por su poder divino, sino también por la debilidad de su
sufrimiento y muerte, Cristo quiere quitar el poder y el dominio del diablo
sobre los que creen en él, de modo que debe ser expulsado, como dice en Juan
12:31, y debe dejarle ser el príncipe y capitán de la vida.
102. Ahora,
¿por qué hace y sufre estas cosas? El diablo no tiene derecho sobre él, y
ciertamente podría escapar de él; pero también es lo suficientemente hombre
para él, por lo que debe precipitarse contra él. “Sin embargo, el propósito”,
dice él, “es que el mundo experimente que amo al Padre y cumplo sus
mandamientos”. Una vez más, esta es la palabra reconfortante con la que nos
revela la voluntad y el corazón del Padre, para que veamos que todo esto que
hace y sufre por nosotros fue decidido por la bondad del Padre, para que como
verdadero y fiel Mediador pueda eliminar toda la ira y hostilidad de Dios y
hacer que los corazones estén seguros de su gracia y amor paternos. ¿Cómo
podría seguir enfadado con nosotros o querer condenarnos cuando da a su único
Hijo la grave orden de renunciar a toda su gloria y poder divinos y, por
nosotros, arrojarlos bajo los pies del diablo y de la muerte? “Sin embargo, es
para que el mundo sepa y crea”, dice, “que no hago esto por mí mismo, sino por
gran amor, entregando mi cuerpo y mi vida en obediencia a mi Padre”. Quien
pueda creer esto ya está salvo y ha escapado del diablo y de la muerte.